El Mercader de las Cuatro Estaciones (Händler der Vier Jahreszeiten, 1972) es una de las películas más importantes y/ o notables dentro de la trayectoria del gran Rainer Werner Fassbinder por un lado porque fue su primer trabajo exitoso en la taquilla local, hablamos de una República Federal de Alemania en los años de la partición del Muro de Berlín que de todos modos recién terminaría de aceptarlo como artista y como el genio que era con El Matrimonio de María Braun (Die Ehe der Maria Braun, 1979), y por el otro lado debido a que representó el primer alejamiento crucial con respecto a la primera fase de su carrera, aquella teatral y godardiana, en pos de acercarse a los preceptos ideológicos del cine de Douglas Sirk, léase una estructura narrativa melodramática que magnifica los sentimientos de los protagonistas como un mecanismo retórico que pone al descubierto la represión psicológica, la hipocresía social, la estratificación por clases, la tendencia suicida del ser humano y por supuesto las relaciones de poder que subyacen tanto en el ámbito público, en sintonía con el trabajo, el barrio o la nación en su conjunto, como en la esfera privada de la vida, específicamente la familia, las uniones románticas, la amistad y todas las aficiones o hobbies de la naturaleza que fuesen. Uno de los latiguillos más utilizados por el director y guionista alemán a lo largo de los años fue el del sabotaje interno que releva a su homólogo externo, planteo que implica un relato en el que el adalid de las pasiones y los caprichos de turno primero debe hacer frente a dificultades, impedimentos u obstrucciones que le llegan desde el contexto comunal símil “palos en la rueda” hacia una eventual felicidad, estado que siempre termina siendo utópico porque de permanente no tiene nada -las alegrías son efímeras y contrastan con la angustia negada de fondo- y para colmo cuando finalmente la coyuntura afloja con la agresión, sobre todo porque los vientos sociales soplan a favor, es el mismo sujeto el que comienza el proceso de autosabotaje existencial a lo pulsión de muerte.
Si bien a simple vista El Mercader de las Cuatro Estaciones inaugura la etapa señalada de los melodramas nihilistas de Fassbinder, esa que abarca Las Amargas Lágrimas de Petra von Kant (Die Bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972), Jailbait (Wildwechsel, 1972), La Angustia Corroe el Alma (Angst Essen Seele Auf, 1974), Martha (1974), Effi Briest (1974), La Ley del más Fuerte (Faustrecht der Freiheit, 1975), El Viaje al Paraíso de Mamá Kuster (Mutter Küsters’ Fahrt zum Himmel, 1975), Miedo al Miedo (Angst vor der Angst, 1975), Sólo Quiero que me Amen (Ich will doch nur, daß ihr mich liebt, 1976) y El Asado de Satán (Satansbraten, 1976), tampoco se puede pasar por alto que responde al subgrupo de las propuestas de impronta obrera o cercana al lumpenproletariado, uno que incluye en primera instancia las citadas Jailbait, La Angustia Corroe el Alma, La Ley del más Fuerte, El Viaje al Paraíso de Mamá Kuster y Sólo Quiero que me Amen, todos films en mayor o menor medida sirkianos, y en segundo lugar realizaciones ya posteriores como por ejemplo La Mujer del Ferroviario (Bolwieser, 1977), Un Año de 13 Lunas (In Einem Jahr mit 13 Monden, 1978), la miniserie Berlín Alexanderplatz (1980) e incluso su canto del cisne, la abstracta y cuasi terrorista Querelle (1982), obras de una madurez expresiva fascinante que se unifica con el reconocimiento mundial del cineasta, reconvertido en uno de los pocos verdaderos intelectuales que ha dado el séptimo arte. El Mercader de las Cuatro Estaciones funciona como un retrato del personaje del título, Hans Epp (Hans Hirschmüller), un sujeto que pretendía ser mecánico, una profesión de la que tuvo que desistir por presión materna (Gusti Kreissl), y que abandonó la educación formal para enrolarse en la Legión Extranjera Francesa, donde vio combate en el norte de África y sirvió durante años. De regreso a su hogar en Múnich, trabaja un tiempo como oficial de policía hasta que es echado cuando detiene a una meretriz, Marile (Elga Sorbas), y se deja practicar sexo oral en la comisaría.
El grueso de la trama transcurre en la década del 50 del Siglo XX y analiza la marginación que sufre el protagonista no sólo de parte de su madre, una arpía horrenda de clase media que lo basurea desde su juventud y mucho más en la adultez cuando decide dedicarse a vender frutas por las calles con un carrito, sino también de su primer gran amor, una mujer sin nombre conocido (Ingrid Caven) que lo quiere mucho aunque rechaza su propuesta de casamiento por prejuicios hacia su profesión de frutero ambulante, e incluso de su hermana Heide (Heide Simon), otra mujer banal y odiosa casada con Kurt (Kurt Raab), el director de un periódico contrario a sus convicciones políticas. Recibiendo algo de simpatía sólo de su hermana menor, la estudiante universitaria Anna (Hanna Schygulla), Hans eventualmente contrae matrimonio con Irmgard (Irm Hermann), hembra con la que tiene una pequeña hija, Renate (Andrea Schober), y que le reprocha constantemente su potencial infidelidad con el personaje de la siempre celestial Caven, lo que genera que roce el alcoholismo y un día llegue muy bebido al hogar familiar y le regale una paliza a su esposa, quien sale huyendo con la chiquilla a la residencia de la suegra. Epp de repente padece un infarto que lo deja incapacitado para mover el carro y sin la posibilidad de volver a tomar alcohol, por ello la pareja contrata a un sustituto que resulta ser Anzell (Karl Scheydt), un amante de Irmgard durante la hospitalización de Hans que termina siendo engañado por la mujer para forzar su despido al convencerlo de enchufarles a los clientes un sobreprecio subrepticio sabiendo que el marido estará vigilando la artimaña ladrona. Con la infidelidad a la luz del día por el escándalo que hace Anzell antes de marcharse, el protagonista contrata a un amigo de la Legión Extranjera, Harry Radek (Klaus Löwitsch), para que recorra las calles mientras Irmgard se hace cargo de un segundo carro que permanece en un punto fijo, movida que deriva en un éxito económico que deja paso a la depresión del ahora frutero minusválido.
Como afirmábamos con anterioridad, la película respeta la arquitectura paradigmática de los melodramas de Fassbinder, nos referimos al ardid de los ataques coyunturales que de a poco son sustituidos por una tendencia autodestructiva que es intrínseca a los personajes, como una manera de explorar la percepción y la ética del individuo en materia de su propia obsolescencia, aquí un Epp que se pasa buena parte de la narración tratando de ganarse la aprobación tácita de sus “enemigos internos” del clan en términos burgueses, su madre, su hermana mayor y su cuñado, para finalmente triunfar en lo financiero pero en simultáneo descubriendo que ha sido reemplazado en la praxis por Radek, flamante “mano de obra” que arrastra el carro y de este modo le quita el privilegio de ser el principal sustento de la parentela o por lo menos colaborar con su fuerza de trabajo, el único capital que conoce el protagonista, en el mantenimiento de los resortes de la convivencia cotidiana, de allí se explican su progresivo autismo dentro de la unidad familiar, ya sin prestarle atención a su esposa, su hija y el amigo/ colega que encima se vino a vivir con ellos, Harry, y sus intentos infructuosos de solidificar el vínculo con agentes foráneos, como Anna, quien no le presta demasiada atención porque está ocupada con sus estudios, y como su amor de juventud, de nuevo la criatura de Caven, la cual parece ya no atraerlo ni siquiera cuando la tiene desnuda delante suyo y lista para el amor. El memorable desenlace, basado en el suicidio alcohólico del frutero, un flashback a una situación similar en Marruecos -con tortura incluida de parte de un árabe en la piel del mítico El Hedi ben Salem- y la sustitución formal post mortem con Radek ocupando su lugar en el trabajo y la cama de Irmgard, enfatiza el carácter cíclico y paradójico de la vida porque por milésima vez nadie obtiene lo que desea, los fantasmas vuelven a resurgir inexorablemente, las personas siguen fieles a sus obsesiones y miserias y en especial los estados del alma y del mundo que parecen perennes demuestran no serlo…
El Mercader de las Cuatro Estaciones (Händler der Vier Jahreszeiten, República Federal de Alemania, 1972)
Dirección y Guión: Rainer Werner Fassbinder. Elenco: Hans Hirschmüller, Irm Hermann, Hanna Schygulla, Klaus Löwitsch, Karl Scheydt, Andrea Schober, Gusti Kreissl, Ingrid Caven, Kurt Raab, Heide Simon. Producción: Rainer Werner Fassbinder. Duración: 89 minutos.