Underground

Había una vez un país

Por Martín Chiavarino

Con Underground (1995) Emir Kusturica llegaba al pico de su carrera a raíz del auge del cine independiente y la búsqueda de los festivales de autores auténticos que representen las idiosincrasias nacionales alrededor de las tensiones de la globalización. Desde el estreno de ¿Te Acuerdas de Dolly Bell? (Sjecas li se, Dolly Bell, 1981), Kusturica se había destacado como un director con una gran visión, capaz de plasmar las características nómadas y caóticas de la cultura balcánica, su tensión constante entre la algarabía altisonante y el desconsuelo, rasgos brillantemente plasmados en Papá Salió en Viaje de Negocios (Otac na Sluzbenom Putu, 1985) y Tiempo de Gitanos (Dom za Vesanje, 1988), trabajos que lo llevarían a Hollywood para dirigir Sueño de Arizona (Arizona Dream, 1993). En Underground Kusturica ensamblaría nuevamente a los protagonistas de sus films yugoslavos para emprender una aventura alrededor de una obra teatral del dramaturgo serbio Dušan Kovačević de la década del setenta, sobre una familia encerrada en un sótano durante la Segunda Guerra Mundial, que le sirve al realizador nacido en Sarajevo para montar una odisea que tuvo que ser reducida de cinco horas a casi tres en el montaje final para los cines y festivales internacionales.

 

Esta sátira política que ganaría la Palma de Oro en el Festival de Cannes comienza con dos amigos en un carruaje festejando por la ciudad de Belgrado, ebrios, uno disparando una pistola, rodeados de una típica orquesta regional que los sigue tocando las melodías más paradigmáticas compuestas por Goran Bregović. Corre el año 1941 y Marko (Miki Manojlović) y Blacky (Lazar Ristovski) celebran que el primero, un dirigente comunista, ha reclutado al segundo, un electricista poco ortodoxo, al Partido Comunista Yugoslavo la noche anterior a que comience la invasión alemana. Marko se despierta teniendo sexo con una prostituta que escapa cuando comienzan los bombardeos y termina masturbándose con las bombas cayendo sobre la ciudad mientras su hermano, Iván (Slavko Štimac), un joven cuidador en el zoológico, intenta escapar con un mono bebé y un burro de la destrucción y la muerte que lo rodea.

 

Con la invasión nazi Marko y Blacky se convierten en parte de la resistencia comunista a la ocupación, que llevará al poder al Mariscal Josip Broz Tito cuando finalice la contienda. Cuando un tren que llevaba armas es interceptado por los alemanes, Blacky huye y Marko ayuda a Iván y muchos otros a esconderse en el sótano de la casa de su abuelo, donde vivirán sus vidas a partir de ese momento. Apenas son encerrados la esposa embarazada de Blacky, Vera (Mirjana Karanović), pare a su bebé, que nombra Jovan, y fallece, lo que le da vía libre al viudo para continuar su relación clandestina con su amante, Natalija (Mirjana Joković), una bella actriz del teatro que a su vez tiene una relación con un oficial nazi para protegerse a ella y a su hermano. Tres años después Marko y Blacky se han transformado en dos prominentes figuras de la resistencia, que roban bancos y joyerías para financiar la guerra contra los ocupantes nacionalsocialistas. Natalija a su vez se ha convertido en una destacada actriz del Teatro Nacional, que se debate entre la relación con el oficial alemán y su amorío con Blacky, el comunista apasionado que acude a rescatarla de su destino de colaboradora en medio de la interpretación de una obra a sala llena.

 

A partir de ese momento las escenas paradigmáticas de Kusturica se suceden como una catarata. La irrupción en un teatro para secuestrar a Natalija abre paso al casamiento fallido, el inicio de la relación entre Natalija y Marko, el arresto de Blacky e incluso sesiones de tortura, para finalmente terminar en el rescate de Blacky y Natalija de un manicomio. En este caos toda la voluptuosidad de Kusturica florece a través de personajes extrovertidos hasta el avasallamiento. Cuando Marko acude a rescatar a Blacky también se lleva a Natalija y su hermano del manicomio, no sin antes matar a Franz (Ernst Stötzner), el oficial nazi con el que mantenía un affaire desde el comienzo de la invasión. En la huida Blacky tiene un accidente con una granada, queda gravemente herido y es llevado al sótano, donde se esconde Iván y todos los camaradas aún refugiados, para sanar.

 

A continuación, en la segunda parte, la historia toma un cariz truculento cuando los aliados bombardean Belgrano y ayudan a los milicianos del Mariscal Tito a liberar Yugoslavia, que recupera su independencia bajo la Sinfonía del Nuevo Mundo (1893), de Antonín Dvořák. Marko se convierte en un colaborador cercano a Tito, y Natalija en su esposa. Pero con la guerra terminada Marko no informa a sus camaradas del sótano de la buena nueva, sino que mantiene a Blacky, Iván y al resto encerrados en el mundillo subterráneo de su hogar fabricando armas que luego vende haciéndoles creer que el conflicto bélico aún continúa, tomándose muchos recaudos para mantener la pantomima. La historia retoma más de quince años más tarde a comienzos de la década del sesenta con la inauguración de una estatua en homenaje a Blacky, el gran luchador revolucionario caído en batalla que en realidad está vivo y ardiente en deseos de salir a la superficie a combatir a los nazis. A la par se filma una película que lo homenajea tergiversando toda su vida. Con los años el sótano se ha transformado en una ciudadela subterránea donde los camaradas escondidos viven sus vidas creyendo que en la superficie aún se libra la guerra.

 

Mientras tanto Marko se vuelve rico como miembro prominente del partido con la venta de las armas que los camaradas encerrados en el sótano creen fabricar para la revolución, pero que vaya a saber a quién se las vende el jerarca comunista. Pero mantener a muchas personas encerradas durante tantos años no es fácil, y Marko decide que es momento de cumplir con la promesa que le hizo a Blacky de rescatar a Natalija. Esta situación desata otra gran escena rocambolesca gracias al casamiento de Jovan (Srđan Todorović), el hijo de Blacky, que nunca ha conocido la superficie, con Jelena (Milena Pavlović), otra joven de su edad que ha crecido allí. En medio de la distracción y de la pelea entre Marko y Blacky por Natalija, Soni, el mono de Iván, se sube al tanque que los encerrados han construido en el sótano y dispara abriendo un túnel que le permite al simio escapar. Iván sale tras él a la superficie y Blacky y Jovan toman las armas que estuvieron preparando para este momento y se lanzan a combatir a los nazis para encontrarse en medio de la película en homenaje a Blacky, el gran mártir de la revolución, desatando un monumental malentendido. A la par se filma una película que lo homenajea tergiversando toda su vida. Con los años el sótano se ha transformado en una ciudadela subterránea donde los camaradas escondidos viven sus vidas creyendo que en la superficie aún se libra la guerra.

 

En Underground Kusturica crea una metáfora sobre la falsedad del sueño socialista, que finalmente alimentaba la riqueza de los miembros del Partido Comunista Yugoslavo a costa de mantener encerrados trabajando a las clases populares en un sistema hermético del que no podían escapar, alimentando sus anhelos de liberación con historias heroicas que en realidad eran una mentira que sostenía el entramado político de partido único de la hoy desaparecida Yugoslavia, que comenzaría a resquebrajarse tras la muerte del gran líder, el Mariscal Tito. Pero no solo responsabiliza a los comunistas o a la invasión nazi de la lucha fratricida que luego destruiría el país, sino que traza raíces más profundas, las cuales se remontan incluso antes de la creación de Yugoslavia, después de la desintegración del Imperio Austrohúngaro.

 

En la tercera y última parte de la película ambientada en 1992, treinta años más tarde, la metáfora y la realidad se transfiguran para convertirse en una sola a través de la ferocidad de la guerra, ya sea en la incomprensión de los alemanes de lo que ocurre en la ex Yugoslavia o en el deseo de Iván de regresar a su patria para encontrarse con la amarga verdad, que su hermano lo ha traicionado y que se ha convertido en un mercenario, que Blacky es un militar serbio que solo vive para buscar a Jovan y que su país está en ruinas. Más explícita que las dos primeras partes, pero a la vez en plan de resumir toda la historia de la película y de Yugoslavia en una alegoría, la tercera parte es un intento de sanar, de perdonar como dice Blacky, pero sin olvidar. Fácil de decir pero difícil de aplicar mientras Yugoslavia se desintegra.

 

Con gran maestría Kusturica primero narra los hechos para luego explicarlos ofreciendo una interpretación personal e ideológica que trata de cerrar heridas desde el arte, ya sea mediante placas típicas del cine mudo o con escenas que dan cuenta de los verdaderos motivos de lo que ocurre. La historia de Kusturica narra la caída en desgracia de los ídolos, el engaño que reside detrás de los mitos heroicos, las contradicciones detrás del sueño revolucionario. Debajo del júbilo de las celebraciones anida una gran sensación de tristeza, una melancolía permanente que no parece que vaya a desaparecer y que las acciones de los personajes acrecientan. Esa es la esencia balcánica, representada sin igual por las orquestas ampulosas de Bregović.

 

Kusturica critica aquí los grandes liderazgos y la pasiva admiración de los que terminan acompañando a estos caudillos, que suelen conducir a sus seguidores al precipicio más que al paraíso. Si Marko y Blacky son aquí los adultos que conducen los destinos de sus allegados y del país, Iván y Jovan son niños que aceptan lo que los adultos dicen, y Natalija, que siempre sabe que todo es una mentira, acepta la situación porque la mentira es muy bella y una mentira bella es mejor que la aciaga verdad que les espera. Underground también contiene una crítica a la cuestión de la paternidad. Blacky quiere que su hijo siga sus pasos, que lo idolatre, pero Jovan es muy diferente, lo opuesto a lo que él cree que su hijo es.

 

Las relaciones de amor/ odio constituyen otro de los temas principales de Underground que se expresa en el vínculo de Marko y Natalija, quienes se aman pero no se soportan. Marko intenta impedir que Natalija tome alcohol en todo momento, dado que la mujer se ha convertido en una alcohólica que pierde los estribos y está siempre a punto de confesar todo cada vez que bebe de más. Marko ha dedicado mucho tiempo a mantener a sus compañeros en el encierro para estar con Natalija, porque sabe que no se puede enfrentar a su amigo, al que también ama y a la vez odia, por su personalidad avasalladora. Natalija a su vez le echa en cara a Marko en una escena que una de las razones por las que lo odia es que no le ha dado un hijo, detalle que no impidió que sigan juntos, sin embargo no cuentan con un vástago en el cual proyectar sus desgracias.

 

Kusturica siempre narra sus historias desde el realismo mágico, introduciendo la fantasía con un tono de cuento de hadas que contrasta con las imágenes de la realidad, como el realismo mágico latinoamericano. Un doble ahogamiento es la oportunidad de una pareja de finalmente estar juntos en un desenlace romántico, por ejemplo, ofreciendo una de las escenas más icónicas del film. Pero la fantasía contrasta con la crudeza de las imágenes de la guerra, de los bombardeos, de la muerte, de los animales heridos o muertos, enfatizando que la vida es parte de una serie de oposiciones. La película también hace hincapié en la intimidad, lo que se manifiesta a través de las manías en la relación de Marko y Natalija, que crean sus propios códigos sexuales como todas las parejas, o en la secuencia de masturbación de Marko.

 

Underground es una de esas películas que condensan toda la historia de una nación, logrando plasmar la estética y el universo narrativo de un realizador sin comprometer su visión ni un ápice, manteniendo la independencia, hoy algo casi imposible en la era de las corporaciones y la tiranía del contenido viral. A lo largo de los años, y desde su estreno, muchos intelectuales han debatido sobre si Kusturica realmente plasma el sentimiento nacional yugoslavo o si es un representante del nacionalismo serbio, muy criticado durante la guerra civil que terminó con el desmembramiento de lo que una vez fue la República Federal de Yugoslavia, ahora tan solo un recuerdo amargo en la memoria de algunos ancianos.

 

Underground, el equivalente cinematográfico balcánico de Cien Años de Soledad (1967), de Gabriel García Márquez, en términos de la literatura latinoamericana, es una pregunta sobre la esencia humana, un intento por comprenderla, por entender qué le pasó a su país, cómo en unos años dejó de existir, cómo se llegaron a ejecutar los crímenes que se cometieron, cómo los ciudadanos de una tierra que parecía próspera se enfrascaron en una guerra fratricida que culminó con el desmembramiento de Yugoslavia en mil pedazos. Aunque la pregunta sea imposible de responder el mejor intento de hacerlo sigue siendo la obra de Kusturica basada en el texto que Kovačević emprendió con un espíritu quijotesco, sin duda enriquecido en pantalla por la banda sonora de un Bregović que retomó toda la tradición musical de una región que supo tener su noche más lóbrega en aquellos años.

 

Underground (Yugoslavia/ Bulgaria/ República Checa/ Francia/ Alemania/ Hungría, 1995)

Dirección: Emir Kusturica. Guión: Emir Kusturica y Dušan Kovačević. Elenco: Lazar Ristovski, Mirjana Joković, Miki Manojlović, Slavko Štimac, Ernst Stötzner, Srđan Todorović, Mirjana Karanović, Danilo Stojković, Bora Todorović, Davor Dujmović. Producción: Maksa Ćatović, Pierre Spengler y Karl Baumgartner. Duración: 170 minutos.

Puntaje: 10