Si bien el cine de formatos repetidos nace, precisamente, con el mismo séptimo arte, algo que tiene que ver con la estandarización de los géneros clásicos en tanto consecuencia de la consolidación del aparato productivo, en realidad las denominadas “franquicias”, léase la versión para tontitos de lo anterior porque implica fabricar envases repetidos símil góndola de supermercado, son un típico recurso comercial reduccionista de nuestra posmodernidad caracterizada por los oligopolios del mainstream cultural, las legiones de descerebrados que consumen sus productos y la desregulación en general en el ámbito artístico, con cada vez menos incentivos estatales reales para producir películas experimentales o alternativas o independientes y más tendencia a la coproducción con compañías privadas de nivel medio y en especial grande/ gigante. El Hollywood del Siglo XXI constituye un modelo de este cine de la redundancia y de lo intercambiable y un muy claro síntoma de ello pasa por la costumbre de las últimas décadas de relanzar franquicias sin paciencia alguna, una y otra vez en un plazo de tiempo cada día más reducido, mediante los infaltables reboots que por cierto pueden ser de distinta tesitura o entonación ya que los hay motivados por un fracaso reciente en taquilla, por ello se opta por otra faceta del mismo exacto producto vía el acento retórico, y los desencadenados por el cierre de un ciclo/ arco narrativo muy exitoso en lo que atañe a su repercusión internacional, situación que muchas veces dispara un reboot con pinceladas de spin-off o producto derivado con el objetivo de simular una mínima novedad.
La premura por seguir facturando con lo mismo ad infinitum está corriendo la suerte de la globalización en su conjunto en materia de un cansancio, desconfianza o cinismo a escala masiva por parte del público y la prensa, sobre todo en esa mayoría bastante oligofrénica/ lobotomizada por el marketing y la publicidad de ambas comarcas que llega tarde a todo y recién ahora comprende la dialéctica, de allí que se empiecen a acumular sucesivos reboots que definitivamente no cuajan a nivel artístico ni generan las ganancias esperadas por los magnates en cuestión, pensemos en los productos apilados a lo largo del nuevo milenio -y en ocasiones desde las postrimerías de la centuria pasada- alrededor del Hombre Araña, X-Men, Batman, Leatherface o recientemente The Exorcist (1973), de William Friedkin, amén de toda la chatarra de Marvel, Disney y Star Wars que se vende como continuidad aunque funciona como relanzamientos progresivos. En este sentido Hellboy: The Crooked Man (2024), mega bodrio de Brian Taylor, resulta un paradigmático despropósito de esta era de reciclaje insustancial en secuencia porque es el segundo reboot de la saga, uno que se nos presenta como más fiel al cómic original de un Mike Mignola que firma el guión y a todas luces nada sabe de relato cinematográfico, después de aquel festival del gore grotesco de Neil Marshall, Hellboy (2019), a su vez un intento de distanciamiento de las resonancias mitológicas y fantásticas del Guillermo del Toro modelo Hellboy (2004) y Hellboy II: The Golden Army (2008), por supuesto las mejores propuestas por lejos de este lote aventurero.
El opus del estadounidense Taylor, otro de esos cineastas mediocres de la posmodernidad cuyo rango cualitativo va desde la amena Mom and Dad (2017) hasta basura como Crank (2006), Crank: High Voltage (2009), Gamer (2009) y Ghost Rider: Spirit of Vengeance (2011), estas cuatro últimas dirigidas junto a Mark Neveldine, transcurre en 1959 pero no ofrece atisbos de precuela ni background identitario alguno para el personaje central, ahora interpretado por el ignoto y muy desganado Jack Kesy, y apenas si entrega una historia esquemática alrededor de la rusticidad campestre de los Montes Apalaches y la amenaza de un aquelarre encabezado por Effie Kolb (Leah McNamara) y aquel villano del título, The Crooked Man (Martin Bassindale), quien siguiendo el arquetipo de la franquicia se enfrenta a un grupete de diversos adversarios que hoy incluye a Hellboy más Tom Ferrell (Jefferson White), un pajuerano local que regresa al terruño, el Reverendo Watts (Joseph Marcell), un clérigo negro y no vidente, y la linda Bobbie Jo Song (Adeline Rudolph), infaltable agente femenina -aquí de rasgos asiáticos- del Buró para la Investigación y Defensa Paranormal, la agencia conjunta de Estados Unidos y el Reino Unido para la que trabaja nuestro demonio rojo de buen corazón y un par de cuernos cortados/ limados. Con tono de terror episódico y sensiblero, CGIs flojos de bajo presupuesto y una trama que parece haber sido improvisada durante el rodaje, la realización es demasiado hablada y redundante, no cuenta con alma ni coherencia alguna y se parece a una obra Clase B pero sin imaginación ni osadía verdadera.
Como se ha venido diciendo desde que comenzase su recorrido por los distintos mercados del planeta, Hellboy: The Crooked Man no sólo resulta aburrida y muy básica en su “no planteo” dramático o discursivo, siempre plagada de personajes, peripecias y criaturas por demás genéricas, sino que incluso opta por transformar al propio Hellboy en una especie de secundario ya que el relato suele perder el tiempo con los otros personajes y especialmente con el insulso Ferrell, una ridiculez absoluta en términos de la propia lógica comercial del emporio hollywoodense. Más allá de la torpeza formal de Taylor, un señor que abusa de los separadores toscos entre escenas y de unos motivos musicales ultra repetitivos para los pretendidos instantes de suspenso u horror, a decir verdad el ritmo narrativo es digno de una tortuga y por ello la experiencia derrapa en el tedio, la intensidad brilla por su ausencia o resulta muy poco creíble y la odisea se toma demasiado en serio a sí misma a pesar de sus clichés, one-liners, recursos limitados, pavadas argumentales, delirios surrealistas/ oníricos/ mágicos y citas vergonzosas a Night of the Living Dead (1968), de George A. Romero, The Fog (1980), de John Carpenter, y The Evil Dead (1981), de Sam Raimi. Sin el desparpajo del cuento de hadas de Del Toro ni aquel gore compensatorio de Marshall, esta epopeya nos maldice con un hechizo de aburrimiento que será demasiado tonto para el espectador adulto exigente, burdo para el fan del terror, extremadamente apático para los consumidores bobos actuales del cine de superhéroes y muy confuso, necio o rebuscado para todos los demás…
Hellboy: The Crooked Man (Estados Unidos/ Reino Unido/ Alemania, 2024)
Dirección: Brian Taylor. Guión: Brian Taylor, Mike Mignola y Christopher Golden. Elenco: Jack Kesy, Jefferson White, Joseph Marcell, Adeline Rudolph, Leah McNamara, Martin Bassindale, Hannah Margetson, Nathan Cooper, Carola Colombo. Producción: Jonathan Yunger, Les Weldon, Robert Van Norden, Sam Schulte, Mike Richardson, Yariv Lerner y Jeffrey Greenstein. Duración: 99 minutos.