En sí perteneciente a la serie de adaptaciones cinematográficas de libros del célebre Roald Dahl, uno de los autores de relatos infantiles más famosos del mundo, Willy Wonka & la Fábrica de Chocolate (Willy Wonka & the Chocolate Factory, 1971), mítico film dirigido por Mel Stuart y escrito por el propio Dahl aunque con revisiones posteriores muy vastas y sin acreditar de parte de David Seltzer, asimismo marcó el final de la faceta profesional de guionista del tremendo Roald, en simultáneo un fundamentalista de la palabra escrita, un señor poco paciente para con los caprichos ridículos del aparato mainstream audiovisual y efectivamente un quejoso crónico como todos los que trabajaron con él suelen recordarlo, siempre censurando alternativas de casting con las que no estaba de acuerdo o simplemente cualquier modificación con respecto al texto original por más que sea para mejor en materia artística, un esquema de tensión que aparentemente llegó a su cúspide cuando perdió el timón creativo del opus de Stuart y decidió dejar atrás esta labor de escribir para cine en la que nos legó tres películas variopintas e interesantes, hablamos de Sólo se Vive Dos Veces (You Only Live Twice, 1967), exponente a cargo de Lewis Gilbert de aquel James Bond/ 007 de Sean Connery, Chitty Chitty Bang Bang (1968), clásico del musical infantil de Ken Hughes con Dick Van Dyke, y El Enterrador Nocturno (The Night Digger, 1971), faena de horror de Alastair Reid hoy injustamente olvidada, amén del thriller bélico 36 Horas de Suspenso (36 Hours, 1964), de George Seaton, otro odisea para adultos aunque basada en un cuento corto suyo de 1944 y sin un guión de su autoría, y diversos episodios para una multitud de series televisivas de aquellos años 50 y 60 entre las que se destacan sus seis colaboraciones para Alfred Hitchcock Presenta (Alfred Hitchcock Presents, 1955-1962), como por ejemplo Cordero para el Matadero (Lamb to the Slaughter, 1958), un legendario e imperdible capítulo dirigido por el mismísimo Hitchcock que a futuro sería revisitado por Pedro Almodóvar en ¿Qué he Hecho yo para Merecer Esto? (1984) y por John Waters en Mamá, Asesina Serial (Serial Mom, 1994), dos obras muy emparentadas con la comedia negra, cruel, inteligente y furiosamente sarcástica y punitiva que tanto le gustaba al escritor británico, gran experto en esas paradojas que ponderaban la acracia de corta edad y se reían de una adultez homologada a un capitalismo apestoso y lobotomizador que genera zombies.
Willy Wonka & la Fábrica de Chocolate en términos prácticos desencadenó la catarata de traslaciones de trabajos infantiles de Dahl, remolino que abarca desde productos pequeños como El Buen Amigo Gigante (The BFG, 1989), de Brian Cosgrove, o los opus televisivos Danny, Campeón del Mundo (Danny, the Champion of the World, 1989), de Gavin Millar, y Esio Trot (2015), de Dearbhla Walsh, hasta películas de alto perfil en sintonía con La Maldición de las Brujas (The Witches, 1990), joya inconmensurable de Nicolas Roeg, Jim y el Durazno Gigante (James and the Giant Peach, 1996), de Henry Selick, Matilda (1996), de Danny DeVito, Charlie y la Fábrica de Chocolate (Charlie and the Chocolate Factory, 2005), de Tim Burton, El Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009), convite en stop motion de Wes Anderson, El Buen Amigo Gigante (The BFG, 2016), de Steven Spielberg, o los bodrios recientes Las Brujas (The Witches, 2020), de Robert Zemeckis, y Matilda, el Musical (Matilda, the Musical, 2022), de Matthew Warchus. Charlie Bucket (Peter Ostrum) es un niño que trabaja como repartidor de diarios, vive con su familia de nimios recursos y sueña con comprarse golosinas que suelen salir de una fábrica de chocolate cercana, la del ermitaño Willy Wonka (Gene Wilder), quien cerró sus instalaciones al mundo después de episodios de espionaje industrial por parte de su competidor, Arthur Slugworth (Günter Meisner). Cuando el magnate de los dulces anuncia un concurso con cinco boletos dorados escondidos en sus productos que permitirán a los ganadores conocer la misteriosa fábrica y garantizarse un suministro de chocolate de por vida, Charlie se ilusiona pero los que cantan victoria resultan ser cuatro mocosos insoportables, Augustus Gloop (Michael Bollner), un niño germano hiper glotón, Veruca Salt (Julie Dawn Cole), la hija mimada de un ricachón inglés, y los estadounidenses superficiales Violet Beauregarde (Denise Nickerson), una cría asquerosa que masca el mismo chicle desde hace tres meses y se la pasa burlándose de una tal Cornelia, y Mike Teevee (Paris Themmen), purrete obsesionado con la televisión y en especial con los westerns. El quinto boleto parece haber sido encontrado por un millonario paraguayo de los juegos de azar, Alberto Minoleta, no obstante pronto se revela que es una falsificación y la locura planetaria continúa entre maravillosos sketchs cómicos escritos por Robert Kaufman, otro guionista no acreditado para no perder el “sello comercial” de Dahl.
Como si se tratase de una acepción exacerbada o quizás grotesca de un relato dickensiano, el martirio de Charlie hasta hallar su boleto dorado cubre más de media hora de metraje y tres intentos, primero una golosina que recibe de regalo de cumpleaños por parte de sus dos abuelos, el materno Joe (Jack Albertson) y el paterno George (Ernst Ziegler), quienes junto a sus respectivas esposas, Josephine (Franziska Liebing) y Georgina (Dora Altmann), no han salido de una única cama colosal desde hace 20 años, segundo una barra de chocolate que le regala Joe con dinero que el muchacho le había dado para que pueda comprar tabaco, lo que simboliza además que el mocoso prefiere al veterano por sobre su madre lavandera (Diana Sowle) ya que reemplaza a su padre fallecido, y tercero otra barra que adquiere en la dulcería de Bill (Aubrey Woods) con una moneda que descubre tirada en una alcantarilla, efectivamente ese quinto boleto dorado que lo sitúa bajo el radar de un Slugworth que ha venido encarando a los otros triunfadores con una misma y pérfida propuesta, diez mil dólares a cambio de que le entreguen una goma de mascar eterna, Everlasting Gobstopper, que Wonka está desarrollando en secreto. La sucesión de muertes simbólicas de cada uno de los niños, ya dentro de la colorida y demencial fábrica, se asemeja a un proto slasher de la época que ataca el narcisismo y la idiotez contagiosa, así Augustus, ejemplo de una gula a toda hora que comparte con su madre (Ursula Reit), cae en un delicioso río amarronado y es succionado por el drenaje de la Sala de Chocolate, Violet por su parte, acompañada por su padre político y vendedor de autos usados (Leonard Stone), se convierte en un arándano azul gigante luego de robar y masticar un chicle experimental en la Sala de Inventos, la ultra malcriada Veruca no se queda atrás porque su padre, un magnate de las nueces (Roy Kinnear), le consiente todos los gustos/ antojos/ desvaríos y por ello ambos caen por un conducto de basura en la Sala de los Gansos de los Huevos de Oro, unos animales gigantes destinados a los productos para Pascuas, y por último Mike, al cuidado de su progenitora (Nora Denney), se reduce al tamaño de una barra de chocolate en la Sala de la Televisión después de autotransportarse a un receptor de TV, a lo que se suma esa travesura menor del propio Charlie y su abuelo, dúo inofensivo que ingiere sin permiso una bebida incolora que los hace flotar hasta casi morir por un extractor de techo, eructos salvadores de por medio.
La realización, vista a la distancia, es un tanto esquizofrénica porque comienza como un homenaje a los ídolos esperpénticos de la infancia como el mismo Wonka, un anacoreta que fundamentalmente vive de los niños sin tenerles mucho cariño que digamos, como un análisis de esos dos extremos de la vida que se tocan, los correspondientes a Bucket y el nono, ya que ambos comparten un lenguaje y preocupaciones en común porque se ubican en los márgenes de la sociedad al no poseer ni voz ni voto en casi nada, lo que implica una ridiculización tácita de los “adultos tradicionales” porque en el mundo patas para arriba del film los protagonistas son precisamente esta dupla de excluidos, y como una paradigmática fábula moral sobre el comportamiento pernicioso pueril y lo que le espera en términos de castigo comunal, suerte de apología de los vástagos del rigor y la virtud a la vieja usanza en tanto emblemas del hombre y la mujer ya mayorcitos que aprendieron a comportarse “de manera debida”, bajo criterios conformistas largamente prepautados. Sin embargo el asunto de a poco muta hacia una alegoría acerca de los anhelos de la niñez y de una humildad en contraposición al cinismo, la avaricia, la verborragia y el egoísmo ciego de la modernidad, en este sentido las diferencias de clase -como en el acervo cultural británico desde siempre- están en el primer plano narrativo porque el lumpen, Charlie, demuestra ser más solidario y sensato que toda la lacra burguesa que lo rodea, trasfondo típico de un Dahl que se cagaba en la corrección política y creía en el castigo físico, no le asignaba demasiada importancia a los personajes femeninos -o los usaba como arpías- y adoraba utilizar expresiones burlonas y bien sádicas, rasgos presentes en la novela original, Charlie y la Fábrica de Chocolate (Charlie and the Chocolate Factory, 1964), cuyo título fue cambiado para torcer el foco hacia el adorable lunático que dirige la chocolatería, facilitar la venta de una futura barra de la empresa financista a través del productor David L. Wolper, The Quaker Oats Company, y evitar toda alusión a frases del slang yanqui usadas para referirse a los blancos racistas y el Viet Cong de la por entonces candente Guerra de Vietnam, en sí connotaciones para nada deseadas de la palabra “Charlie”. El desenlace, con la fábrica pasando a manos de Bucket al ser el único niño que devuelve la goma de mascar perenne que recibió de regalo, subraya el fetichismo para con la templanza y la honestidad como valores ya olvidados en los 60 y 70.
Más allá del vestuario de colores chillones de Helen Colvig, el extraordinario soundtrack y canciones varias de Leslie Bricusse y Anthony Newley, bajo la dirección musical de Walter Scharf y luego eje del genial álbum de covers del 2014 de Primus, y la bella rusticidad de las locaciones alemanas y esa imaginativa parafernalia de unos interiores ubicados entre el surrealismo, el kitsch, la psicodelia hippona, el arte pop, el absurdo hiper dadaísta y un steampunk en ciernes, todo cortesía de la dirección de arte de Harper Goff, el corazón de la odisea es Wilder, un intérprete poco prolífico que estaba en lo mejor de su carrera y venía de Bonnie & Clyde (1967), de Arthur Penn, Los Productores (The Producers, 1967), de Mel Brooks, y Empiecen la Revolución sin mí (Start the Revolution Without Me, 1970), de Bud Yorkin, y pronto saltaría a Todo lo que Usted Siempre Quiso Saber sobre el Sexo pero Temía Preguntar (Everything You Always Wanted to Know About Sex But Were Afraid to Ask, 1972), joya de Woody Allen, Rinocerontes (Rhinoceros, 1974), de Tom O’Horgan, El Principito (The Little Prince, 1974), de Stanley Donen, El Hermano más Listo de Sherlock Holmes (The Adventure of Sherlock Holmes’ Smarter Brother, 1975), su ópera prima como director, El Expreso de Chicago (Silver Streak, 1976), opus de Arthur Hiller que ofició de primera colaboración con su socio Richard Pryor, y finalmente Locura en el Oeste (Blazing Saddles, 1974) y El Joven Frankenstein (Young Frankenstein, 1974) , sus otros dos trabajos con Brooks. Este Wonka excéntrico y/ o histérico se parece al mandamás de un manicomio o a aquel Sombrerero Loco de Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (Alice’s Adventures in Wonderland, 1865), de Lewis Carroll, o a un millonario enajenado y tiránico modelo Howard Hughes aunque con su propio ejército de pigmeos, los Oompa-Loompas, siempre equiparable a un demonio que combina la vanguardia capitalista, el vigilantismo vengador, los misántropos más tenebrosos y el enigma de toda criatura ficcional que rehúye del maniqueísmo vía la anarquía. El film de Stuart, aquí entregando su única faena atractiva por fuera de la simpática comedia Si hoy es Martes, Debe ser Bélgica (If It’s Tuesday, This Must Be Belgium, 1969) y la recordada concert movie Wattstax (1973), celebra la inventiva osada de la infancia y nos regala una fábrica contradictoria cual ámbito de diversión pero también de peligro, como el ocio mundano sin responsabilidad ni respeto por el prójimo…
Willy Wonka & la Fábrica de Chocolate (Willy Wonka & the Chocolate Factory, Estados Unidos, 1971)
Dirección: Mel Stuart. Guión: Roald Dahl. Elenco: Gene Wilder, Peter Ostrum, Jack Albertson, Roy Kinnear, Julie Dawn Cole, Leonard Stone, Denise Nickerson, Nora Denney, Paris Themmen, Michael Bollner. Producción: David L. Wolper y Stan Margulies. Duración: 100 minutos.