Mi Única Familia (Hard Truths, 2024), la nueva propuesta del querido Mike Leigh, es una de esas películas que hasta la década del 90 y quizás un poco más, léase los primeros años del Siglo XXI, era común encontrar en la cartelera de gran parte de las naciones del globo porque retrataban el devenir cotidiano lejos de los moldes preestablecidos de los géneros y sin pretensión de “entretenimiento” en términos de la lacra lobotomizadora hollywoodense, todo un gremio que generaba faenas maravillosas, olvidables o deficientes, como cualquier otro, y siempre estaba allí, a disposición del espectador para compensar la rutinización y franca idiotez de esa industria cultural globalizada que terminaría prácticamente eliminado la posibilidad de disfrutar de opus microscópicos como el presente, sobre gente real con problemas reales y “soluciones” reales que no lo son, apenas si califican de tentativas al igual que cualquier movida que desde la cotidianeidad pretende dar de baja obstáculos y dilemas muy enraizados. La llegada de una nueva realización del mítico director y guionista británico equivale a un oasis en el desierto ya que, precisamente, en el nuevo milenio casi todo está formateado/ achatado/ comprimido para adaptarlo a los parámetros cansadores de la bazofia de yanquilandia bajo la idea de vender el mismo producto en todas partes del planeta suprimiendo cualquier detalle local del país de origen, aquella dimensión folklórica que permitía la diferenciación en materia regional o nacional, en este sentido basta con considerar las comedias o los dramas para oligofrénicos que suelen ofrecer los servicios de streaming de hoy en día con pretensiones de un “retrato de la realidad” hiper caricaturizado, incapaz de mirar a los ojos de los asuntos de turno sin la carcasa mainstream reduccionista.
La protagonista es Pansy Deacon (Marianne Jean-Baptiste), mujer hipocondríaca, ansiosa, autoindulgente y deprimida con un carácter violento y un nivel de paciencia bordeando el cero que suele agarrárselas tanto con su marido, Curtley (David Webber), quien trabaja en una empresa de refacciones hogareñas haciendo tareas de gasista, plomero y albañil, como con su hijo de 22 años, Moses (Tuwaine Barrett), un muchacho inmaduro obsesionado con los aviones que vive encerrado en su cuarto o saliendo a pasear por las calles de Londres. Los Deacon, en esencia una familia negra de clase media baja con una existencia cómoda y una linda casa, tienen por parientes a la hermana de Pansy, Chantelle (Michele Austin), una peluquera separada y siempre alegre con dos hijas, primero Kayla (Ani Nelson), ejecutiva publicitaria que viene de ser regañada por su jefa debido a una idea un tanto boba vinculada a lanzar una línea de cremas humectantes sin coco, Nicole (Samantha Spiro), y segundo Aleisha (Sophia Brown), una abogada que a pura frustración se desempeña como secretaria en un bufete encargándose de la correspondencia y la redacción de payasadas burocráticas/ legales. Mientras Pansy se enajena a todos a su alrededor provocando peleas ridículas sin cesar, Chantelle trata de convencerla para que la acompañe el Día de la Madre a dejar flores en la tumba de la progenitora de ambas, Pearl, otrora madre soltera luego de la fuga del varón que puso mucha presión sobre la criatura de Jean-Baptiste, la cual a su vez se replegó sobre sí misma desarrollando su paranoia al tener que oficiar de niñera tácita de la hermana menor cuando Pearl se vio obligada a buscar trabajo para mantenerlas, así con el tiempo la mayor se casó con Curtley -sin amor o entereza de por medio- por puro miedo a la soledad.
Como tantas otras películas de Leigh, Mi Única Familia puede interpretarse no sólo como un excelente estudio de la angustia, el dolor, las diferencias y la furia contemporánea, casi en términos de un humanismo nihilista o bien impiadoso que no toma rehenes a la hora de pensar los confines de la voluntad, los delirios y las injusticias de los seres humanos, sino también como un análisis de los temores de los sectores vulnerables dentro del capitalismo, prácticamente todos porque una reducida elite oligárquica controla la riqueza social y deja a las masas populares las migajas y el constante pánico a caer en la miseria de un momento al otro, algo aquí visto en simultáneo desde la perspectiva de la burguesía profesional y de oficios modelo Chantelle y sus dos hijas y desde la óptica del proletariado de Curtley y las amas de casa símil nuestra protagonista, una Pansy que en el andamiaje discursivo del realizador está homologada a un personaje de comedia dramática por más que su ir y venir a lo largo del “no relato” se asemeja más a un huracán gloriosamente pesadillesco, siempre encontrando en el prójimo lo que molesta y aprovechándolo desde un egoísmo o sadismo cobardón que se autovictimiza todo el tiempo. Al igual que otras joyas del cineasta adepto a la improvisación creativa mediante sucesivas fases de refinamiento hasta el rodaje, el film tiene mucho de los cataclismos anímicos detrás del acervo cassaveteano, aquellos diálogos punzantes del mejor Harold Pinter, una buena tanda de obrerismo honesto y despampanante a lo Ken Loach y toda la intimidad del recordado realismo de fregadero de cocina/ “kitchen sink realism” de la Nueva Ola Británica de fines de los 50 y comienzos de los 60, enclave que reconfiguró desde el marxismo las obras de Ealing Studios de mediados del Siglo XX.
Sinceramente sorprende el maravilloso nivel de calidad de Mi Única Familia, de hecho cercano a su homólogo de lo mejor de la trayectoria de Leigh, La Vida es Formidable (Life Is Sweet, 1990), Desnudo (Naked, 1993), Secretos & Mentiras (Secrets & Lies, 1996), El Secreto de Vera Drake (Vera Drake, 2004) y Un Año Más (Another Year, 2010), porque el inglés venía de engolosinarse con un par de epopeyas históricas que no lograron extraer esa visceralidad que suele aflorar con soltura en sus convites centrados en el presente, en este caso hablamos de Sr. Turner (Mr. Turner, 2014) y Peterloo (2018), opus a su vez deudores de otro de los puntos más bajos de su carrera, Topsy-Turvy (1999). Incluso superando a la región cualitativa intermedia de su viaje profesional, aquella de Momentos Sombríos (Bleak Moments, 1971), Grandes Esperanzas (High Hopes, 1988), Simplemente Amigas (Career Girls, 1997), A Todo o Nada (All or Nothing, 2002) y La Felicidad Trae Suerte (Happy-Go-Lucky, 2008), la película que nos ocupa ratifica el talento de Leigh para la dirección de actores y nos devuelve a dos de las intérpretes de su obra maestra, Secretos & Mentiras, una Austin que volvió a colaborar con el director en ocasión de A Todo o Nada y Un Año Más y una Jean-Baptiste extraordinaria que luego del clásico de los 90 apenas si pudo hacer algo memorable en La Celda (The Cell, 2000), de Tarsem Singh, e In Fabric (2018), del inquieto Peter Strickland. Regresándonos en suma hacia un cine en el que la demagogia, el maniqueísmo y las soluciones facilistas brillaban por su ausencia, el británico en Mi Única Familia concibe otro lienzo magistral alrededor de los desvaríos y la tendencia del bípedo promedio actual a recluirse de un exterior social juzgado peligroso o quizás indiferente…
Mi Única Familia (Hard Truths, Reino Unido/ España, 2024)
Dirección y Guión: Mike Leigh. Elenco: Marianne Jean-Baptiste, Michele Austin, David Webber, Tuwaine Barrett, Ani Nelson, Sophia Brown, Samantha Spiro, Jonathan Livingstone, Ruby Bentall, Hiral Varsani. Producción: Georgina Lowe. Duración: 98 minutos.