Pulp, en esencia un vehículo para su único miembro estable a lo largo de sus más de dos décadas de existencia, el cantante y principal compositor Jarvis Cocker, fue una banda extraordinaria que pasó a ser englobada algo mucho caprichosamente -y por cuestiones de oportunismo comercial coyuntural- dentro de la etiqueta del britpop de los 90 junto con grupos varios en sintonía con Blur, Oasis, Suede, Supergrass, The Boo Radleys, Elastica y muchos más que retomaron en términos generales a The Kinks, The Beatles, The Who, David Bowie, Roxy Music, New York Dolls, XTC y T. Rex desde el prisma del indie tardío de los 80 a lo The Smiths, The La’s y The Stone Roses. A diferencia de sus otros supuestos compañeros generacionales, Pulp estaba dando vueltas desde 1978 y en suma le llevó más de tres lustros llegar al ansiado estatuto de celebridades, a mediados de los 90, para rápidamente descubrir que la fama es un asco, está llena de contradicciones y puede resultar un verdadero martirio a nivel cotidiano, lo que por cierto nos dejó con una colección de siete discos memorables y muy distintos entre sí que abarcan el debut It (1983), un trabajo folk cercano a Leonard Cohen, Freaks (1987), muy en línea con la new wave, el post punk y el rock gótico bien lánguido, Separations (grabado en 1989 pero editado por la compañía discográfica Fire Records recién en 1992), dividido en una primera mitad de baladas techno y una segunda parte de resonancias acid house, His ‘n’ Hers (1994), comienzo de la efusión britpop según la perspectiva libidinosa, humorística y social clasista de Pulp, Different Class (1995), cúspide comercial y secuela y expansión del álbum anterior, This Is Hardcore (1998), quizás la obra maestra del grupo y exponente de un rock trágico y preciosista muy deudor del Bowie más apesadumbrado de Station to Station (1976) aunque también del modelo proto new wave símil Lodger (1979) y Scary Monsters (and Super Creeps) (1980), y finalmente We Love Life (2001), una incursión ya más tradicional en el terreno del pop barroco cortesía del productor Scott Walker, quien vino a reemplazar al genial Chris Thomas de Different Class y This Is Hardcore.
Luego de la separación de Pulp en 2002 y en medio de aquella breve reunión en el período que va desde 2011 a 2013 para una gira mundial que curó las heridas dejadas por el costado más agrio de la celebridad, las refriegas de egos y esas diversas adicciones, el Cocker en versión solista comenzó a divagar sin rumbo fijo en una multitud de colaboraciones con otros músicos, dirigiendo o interviniendo en unos cuantos videoclips para Aphex Twin, The Hives, el noruego Erlend Øye y Nick Cave and the Bad Seeds, actuando en Harry Potter y el Cáliz de Fuego (Harry Potter and the Goblet of Fire, 2005), de Mike Newell, Dulces Sueños (The Good Night, 2007), de Jake Paltrow, y El Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009) y La Crónica Francesa (The French Dispatch, 2021), ambas de Wes Anderson, e incluso incursionando en el periodismo, la edición de contenidos culturales, la conducción de TV y la locución radial, en este último caso a través de un programa para la BBC, Jarvis Cocker’s Sunday Service (2009-2017). Como tantos otros músicos relativamente hartos del estrellato y ya amigos de un perfil más bajo, el genial frontman, sin duda alguna uno de los mejores letristas y compositores en general de las últimas cuatro décadas del rock global, sinceramente no le prestó mucha atención a su carrera discográfica y por ello apenas si nos legó por un lado rarezas correctas aunque olvidables, como Room 29 (2017), obra semi experimental con el canadiense Chilly Gonzales que sigue a diferentes huéspedes de la habitación del título de un hotel hollywoodense, el célebre Chateau Marmont, y Chansons d’Ennui Tip-Top (2021), placa muy vinculada a su participación en La Crónica Francesa, específicamente vía el personaje de Tip-Top, que toma la forma de un álbum de covers de clásicos de la chanson gala, y por el otro lado un par de trabajos más tradicionales, Jarvis (2006), su excelente ópera prima en solitario, y Further Complications (2009), opus más de banda y pretendidamente más rockero aunque con menos canciones magistrales o siquiera interesantes, al igual que el anterior adoptando la misma exacta estructura compositiva de Pulp con el artífice máximo haciéndose cargo de todas las letras y colaborando en lo que atañe a la música junto con sus socios circunstanciales de cada momento.
Este largo derrotero del señor nacido en 1963 en Sheffield nos deja con su tercer disco solista oficial luego de Jarvis y Further Complications, Beyond the Pale (2020), construido alrededor de una banda estable que el británico ensambló en 2017 y bautizó simplemente Jarv Is, fiel a su estilo sarcástico y autorreferencial, colectivo conformado por viejos conocidos como Serafina Steer, una arpista a la que le produjo el álbum The Moths Are Real (2013), y Jason Buckle, un tecladista y experto en sintetizadores que formó parte del grupo de big beat All Seeing I y luego se unió a Cocker para crear el dúo electrónico Relaxed Muscle, eventualmente editando el bizarro e hilarante A Heavy Nite With… (2003), amén de otros cofrades con los que se cruzó en múltiples ocasiones como la violinista Emma Smith, el bajista Andrew McKinney del James Taylor Quartet, banda inglesa que fusiona jazz y funk, y el baterista Adam Betts del trío de rock instrumental experimental Three Trapped Tigers. Beyond the Pale, el mejor surtido de canciones de Cocker desde su debut del 2006 y los días con Pulp, constituye una mixtura bastante insólita de grabaciones en vivo, verdadero horizonte creativo de Jarv Is, y las típicas composiciones de estudio que permiten pulir lo realizado hasta que los músicos se sientan satisfechos, andamiaje de apenas siete canciones que arranca con la maravillosa Save the Whale, erigida sobre una base rítmica triphopera freak, algunos arreglos de cuerdas y/ o mantras sintetizados, coros femeninos de Steer y Smith y la voz madura de un Cocker cercano a crooners elegantes rockeros de la talla de los citados Bowie, Cohen, Cave y Walker o de lugares comunes ya más distantes como Frank Sinatra, Tony Bennett, Tom Jones, Serge Gainsbourg y ese Tom Waits al que se parece referenciar mediante detalles percusivos hermanados a la recordada trilogía de Swordfishtrombones (1983), Rain Dogs (1985) y Franks Wild Years (1987); todo al servicio de una letra que denuncia la dependencia tecnológica popular en un mundo estéril, por demás decrépito, y que defiende la oscuridad sensual de la noche, la lucha anti flacidez, el gesto de “moverse más allá de lo pálido, decir la verdad, agarrar mi mano, tocar el vacío, luchar contra el poder” y por supuesto la gente que “embadurna las paredes con semen y sangre” porque ellos sí se entregan a la “necesidad biológica” de la cópula entre macho y hembra, más allá de la ironía del título en materia de la fábula ecologista de “salvar a la ballena” de la efervescencia anímica, casi extinta en la posmodernidad patética de la corrección política y la falta total de humor y erotismo en la cultura de masas.
Must I Evolve?, grabada en directo en un show en Peak Cavern, en Derbyshire, el 7 de abril de 2018, es el segundo track de la placa, uno que se vuelca al clásico binomio de Pulp en materia de una quietud que deja paso a un frenesí rockero que nunca se apaga del todo pero a veces baja las revoluciones con vistas a sacar partido de la poesía noctámbula/ mordaz/ existencialista de Jarvis, combo que aquí funciona muchísimo mejor que en Further Complications y hasta refuerza tanto la idea de cambio que transpira Beyond the Pale por cada uno de sus poros, uno homologado al crecimiento creativo, la evolución más lúdica y por supuesto la inevitable vejez, como esa temática insistente en el trabajo de Cocker en lo que respecta al rol de la autoridad femenina, esquema que lleva al cantante a preguntarle continuamente al coro de mujeres qué debería hacer, si permanecer igual o no, para que las chicas de la banda le responsan al unísono que lo mejor es lanzarse cuanto antes a la metamorfosis para evitar el estancamiento y el conformismo de las legiones de muertos en vida o lobotomizados de nuestra contemporaneidad que siempre hacen lo que se les dice; planteo al que se suma primero la conciencia de que a veces lo mejor es animalizarse cual retroceso a una etapa más pura y bestial, ahora mediante la paradoja de descubrir el fuego a la par de las raves y a través del retorno al padre del house, el DJ neoyorquino Frankie Knuckles, y segundo la noción de que “incluso los gigantes empezaron siendo pequeños”, en relación al motivo permanente del imperativo psiconatural de autodesarrollarse en libertad vía células que se dividen para formar un nuevo organismo. Una base minimalista símil post punk abre Am I Missing Something?, una composición que aglutina una intro sosegada que recuerda a ciertos pasajes de la ópera prima solista, una sección intermedia con coros sutiles similares a los de las dos canciones previas y una última parte en la que la faena va mutando hacia la épica de los cierres de Different Class, This Is Hardcore o We Love Life, todas epopeyas sónicas de impulso glam convulsionado, mientras la letra recupera tópicos de siempre del acervo cockeriano como la burla del destino, la distancia generacional, un baile de índole mefistofélica, las críticas a la plutocracia, el fantasma cabizbajo de la mortalidad, la gentrificación londinense de fines del Siglo XX y comienzos del Siglo XXI, la angustia del devenir urbano, las tentaciones sexuales y alucinógenas terrenales y el ansia masoquista de insatisfacción para forzar ese cambio o novedad o “cosa distinta” que en esta oportunidad parece moverse a espaldas del narrador, quien nos interroga de manera maniática sobre si realmente se está perdiendo algo, en apariencia un movimiento artístico vanguardista, y si de hecho éste es meritorio, si vale la pena prestarle atención como ocurrió con tantos otros del pasado reciente.
A rasgos generales House Music All Night Long es un claro homenaje combinado al funk, el big beat y el house -citas incluidas a los Funkadelic de George Clinton, The Prodigy y hasta Marshall Jefferson, otro padre del house embrionario modelo décadas del 70 y 80 como Knuckles- y una odisea adorable que retoma la sensualidad y mundanidad hogareña de Pulp, un entramado de coros cuasi etéreos semejantes a The Beach Boys o The Beatles y cierto amor siempre presente por la canción pop y su estructura paradigmática que también pudo verse, más allá de los discos anteriores de Jarvis, en sus aportes para el exquisito 5:55 (2006), opus de Charlotte Gainsbourg producido por Nigel Godrich, pensemos que el tema asimismo recupera las exploraciones de Cocker en torno a las cuantiosas diferencias entre realidad y fantasía onírica trasnochada aunque no tanto desde el marco del coito liso y llano sino en lo que concierne a la experiencia del oyente escuchando en el living de su casa algo de música un sábado a la noche y sumergiéndose en lo que podría estar haciendo en el exterior social aunque sin el incentivo para romper la claustrofobia latente, prefiriendo en suma continuar en su morada con sus costumbres melómanas de toda la vida. Sometimes I Am Pharaoh, otra canción registrada en 2018 en Peak Cavern y retocada en estudio vía capas de sintetizadores y los juguetes de las consolas old school, es lo más parecido en el Beyond the Pale, por cierto producido por la sociedad del cantautor excluyente y su compinche Buckle, a lo que sería una reinterpretación de Cocker, a la vez cruda y elegante, del post punk de Public Image Ltd., Wire, Joy Division, The Fall o incluso Talking Heads y el primer Iggy Pop solista apadrinado por Bowie, aquel de The Idiot (1977) y Lust for Life (1977), acepción menos preocupada por la nostalgia demacrada de hoy en día que por releer las elegías apesadumbradas de fines de los 70 e inicios de los 80 desde la algarabía bailable gótica marca registrada de Cocker, quien vuelve a su fetiche con cambiar de personajes y jugar con la impasibilidad y el voyeurismo en un estribillo que dice “a veces soy un faraón, a veces soy Chaplin/ a veces estoy hecho de piedra, pero siempre estoy observando”, puntapié conceptual para un análisis de la oquedad existencial y discursiva del presente de la mano de compulsiones vinculadas a la comida chatarra, el turismo, las cámaras, la culpa cristiana, lo prohibido a escala comunal y una retahíla de saltos a lo danza narcótica que finalmente neutralizan la apatía recurrente y todo ese sedentarismo patológico que aquí se equipara a su homólogo mental empobrecedor.
Otra canción que sintetiza a la perfección su carrera solista hasta la fecha, aquellos fetiches y preocupaciones de antaño del período con Pulp y esta madurez encarada en banda mediante el colectivo que nos ocupa, Jarv Is, es Swanky Modes, una oda muy melancólica y apacible, apuntalada alrededor de un beat hiphopero y el bello piano del músico invitado Jason Domnarski, a un amor de una época pasada en la que la recesión y las medidas económicas neoliberales del thatcherismo forzaron una fuerte migración interna en el Reino Unido hacia las grandes ciudades y especialmente Londres, metrópoli en la que precisamente se encuentran los dos amantes protagonistas en “los días del VHS y el sexo casual”, como bien canta/ rapea el inefable Cocker, ella contagiándole a él una suerte de distancia emocional que inmuniza ante las posibles frustraciones de pareja y ambos “tratando de mantener vivo el sueño” de un futuro mejor, algo que no ocurre por la violencia urbana, las insatisfacciones, el egoísmo, la hipocresía posmoderna, la cocaína ochentosa omnipresente o “las cosas que se hacen para acelerar la vida”, las expectativas infladas cortesía de la industria del espectáculo y los medios masivos de comunicación, esa triste tendencia a complacer a terceros en detrimento de uno mismo, la misma muerte/ precariedad corporal, los salarios magros o la explotación laboral -ella trabaja en una tienda en Camden Road llamada como la canción, “Modos Ostentosos”- y la mentada gentifricación que destruye la identidad de barrios enteros que supieron ser sinónimo de contracultura o de una impronta contestataria juvenil para dar cabida a la alta burguesía expulsando a los habitantes originales, quienes terminan convirtiéndose en víctimas del nuevo capitalismo de la especulación y la sustitución del trabajo por ganancias que se reproducen solas en mercados como el inmobiliario o el financiero. El último tema del disco, Children of the Echo, fue grabado en vivo en la performance del grupo en el festival Primavera Sound del primero de junio de 2019 en Barcelona, nos referimos a una epopeya de clausura muy en sintonía con clásicos ambiciosos de Pulp como They Suffocate at Night, Death II, She’s a Lady, David’s Last Summer, Mis-Shapes, el megahit Common People, Sylvia, Glory Days, The Day After the Revolution, I Love Life o Sunrise, aunque desde una psicodelia que sustituye la épica de antaño, cercana al rock apocalíptico y la música disco, con detalles progresivos, drum and bass, funk, art pop, dub y más coros femeninos, entre dulces y socarrones o pícaros, que enfatizan el concepto contenido en el título del tema, eso de que “somos producto de todos nuestros antepasados vivos y muertos” cual eco natural de una sabiduría biológica que muta en los desvaríos surrealistas de ese cerebro ridículo e hiper desarrollado de los humanos, todo con ironías en materia de la misma creación de Children of the Echo, el negocio de la música mainstream, el traspaso de lo analógico a lo digital en la producción y el consumo, el sustrato simbólico pueril masivo y la incapacidad del sujeto individualista estándar de hoy en día para hallar la pareja indicada ya no para compartir toda la vida sino simplemente para bailar o intercambiar fluidos en la cama, subrayando también el trasfondo paradójico del cariño o la complementación mutua aunque muy desproporcionada y autocomplaciente en el gracioso verso “he creado una entidad omnisciente y todopoderosa que no se preocupa por mí ni un poco”.
A pesar de sus escasos 40 minutos, Beyond the Pale, grabado y/ o retocado en los Narcissus Studios londinenses entre junio y septiembre de 2019 con la salvedad del piano y el bajo de Swanky Modes, los cuales datan de unas sesiones en los Red Bull Studios de París de marzo de 2015, ejemplifica el temperamento escrupuloso pero también osado e imprevisible de un Jarvis al que definitivamente nadie lo apura para concebir música porque vive tranquilo en la capital francesa y siempre administra una multiplicidad de proyectos en distintas ramas del arte y de la cultura sin que ninguno llegue a consumir su tiempo del mismo modo que el “huracán Pulp” llegó a hacerlo durante los 90, fase histórica agridulce y tan mutable como lo fue el pop jocoso de His ‘n’ Hers y Different Class si lo comparamos con la oscuridad paródica subyacente en This Is Hardcore e incluso We Love Life. Como aseverábamos anteriormente, el formato de banda de la presente placa funciona muchísimo mejor que su equivalente de Further Complications, el otro gran intento de Cocker de reemplazar a sus compañeros primordiales de Pulp, léase los guitarristas Russell Senior y Mark Webber, la tecladista Candida Doyle, el bajista Steve Mackey y el baterista Nick Banks, en pos de no caer en el típico trabajo de un solista que suele recurrir a sesionistas pasajeros para su álbum, arquitectura que en esencia aplicó en ocasión del disco homónimo del 2006. Beyond the Pale unifica en la praxis sonora el desparpajo de los registros en directo con el carácter puntilloso del estudio y la idiosincrasia refinada promedio de Cocker, un músico que por fin le encuentra la vuelta a la necesidad prototípica de todos los artistas veteranos de sintetizar sus diversos períodos profesionales desde una óptica reluciente que le permita verse a sí mismo -en simultáneo bajo sus versiones del pasado, presente y hasta futuro, uniendo al trash con la cultura elevada- y reconfigurar los elementos constituyentes del combo con el objetivo de construir un lienzo cohesivo que resulte a la vez familiar y disruptivo, ya que el pasado es invariante y el porvenir no debe ser un espejo mortuorio de lo mismo de siempre sin variación alguna, el que parece ser el requisito excluyente de un mercado cultural contemporáneo que opta sistemáticamente por reproducir obras ya harto probadas y casi nunca apuesta a lo nuevo en serio o por lo menos a reinterpretaciones verdaderamente atractivas de las fórmulas creativas de otros tiempos. En este sentido, el disco más que como un regreso a toda pompa puede leerse en tanto un repliegue maquillado hacia aquel eclecticismo de los años del Freaks y Separations, cuando las idas y vueltas entre la new wave, el post punk y la primera electrónica de estadios se daban la mano con la intimidad del pop depresivo y la balada lounge, mejunje que vuelve a explotar de manera gloriosa en este híbrido con un pie en el britpop más pomposo y el otro en aquellos orígenes revulsivos aunque humildes de fines de la década del 70.
Beyond the Pale, de Jarvis Cocker (2020)
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