Promesas del Este (Eastern Promises)

Infiltración parasitaria y goteras imperceptibles

Por Emiliano Fernández
“There’s a leak, there’s a leak in the boiler room:
The poor, the lame, the blind.
Who are the ones that we kept in charge?
Killers, thieves and lawyers…”

 

“Hay una pérdida, hay una pérdida en la sala de calderas:
El pobre, el rengo, el ciego.
¿A quiénes dejamos a cargo?
Asesinos, ladrones y abogados…”
Tom Waits, God’s Away on Business.

 

David Cronenberg construye películas de terror. No hay lugar para equivocaciones. Cualquier otra aproximación a su cine sería errónea y poco sincera para con un realizador que se define explícitamente como artista de género. Desde hace tiempo existe una penosa confusión entre su supuesta “maduración” y una simple ampliación de los recursos estéticos puestos en juego. Esta estilización formal se explica a partir de la presencia de presupuestos más abultados y una bienvenida profesionalidad ganada a través de años de experiencia. Las concepciones por detrás de los films permanecen invariantes y siguen orientadas hacia los márgenes contraculturales, constituyéndose en un ejemplo supremo de coherencia y perseverancia. El giro actual hacia una suerte de “mainstream independiente” implica estrellas de primera línea, comodidad en producción y una visible mejoría en lo que respecta a la distribución mundial de su obra. Recordemos que eXistenZ (1999) y Spider (2002) se vieron en distintos ciclos y en cable, pero nunca se estrenaron masivamente en nuestro país (la primera hasta se editó en video…). Promesas del Este (Eastern Promises, 2007) continúa el camino trazado por Una Historia Violenta (A History of Violence, 2005), apabulla con su inteligencia desestabilizadora y escupe sin sutilezas ni sentimentalismos un durísimo relato moral cargado de paradojas e interrogantes, obviando toda moraleja facilista. Podemos volver a creer en la riqueza y fuerza de la pantalla grande.

 

La película comienza con dos escenas geniales que llevan impresas varias marcas registradas del canadiense. En la primera vemos como un barbero obliga a su sobrino deficiente mental a serrucharle la garganta a un cliente, respuesta fulminante a un agravio. Inmediatamente después una joven embarazada entra a una farmacia solicitando ayuda y se desvanece en el piso. Ya en el hospital, la mujer de sólo 14 años muere pero no sin antes dar a luz a una nena. Dos golpes certeros, deslumbrantes. Estamos en Londres, en la semana que va de navidad a año nuevo. La partera Anna Khitrova (Naomi Watts) está desesperada por hallar a los parientes de la niña porque dispone de unos pocos días antes de que el sistema social inglés tome posesión de la recién nacida. Como la madre llevaba consigo un diario íntimo escrito en ruso, decide hacerlo traducir por su renuente tío, conocedor del idioma. También encuentra una tarjeta del restaurant Trans-Siberian; situación que la termina conduciendo hacia la particular familia que regentea el lugar. En el tope del clan está el todopoderoso Semyon (Armin Mueller-Stahl), secundado por su hijo Kirill (Vincent Cassel). Anna pronto descubre que el simpático anciano, el cual se muestra muy interesado en el diario, es uno de los líderes de la mafia rusa londinense y la cabeza de diversas operaciones de esclavitud, prostitución y tráfico de drogas. Su único contacto será Nikolai Luzhin (Viggo Mortensen), el misterioso chofer y mano derecha del inestable Kirill…

 

La transmutación de la identidad vuelve a ser el eje central, ahora dentro de un contexto que remite al thriller y al film noir. Como siempre ocurre con Cronenberg, el ritmo pausado y el clima opresivo son tan esenciales a la anécdota narrada, generalmente sencilla y directa, que toda la realización reenvía sin más al cine de horror sustentado en una maravillosa combinación de atmosfera deprimente y elementos gore. Ejemplos de la primera son las “lecturas” en off del diario, intercaladas a lo largo de la trama, y por supuesto la fotografía oscura y densa a cargo de Peter Suschitzky, colaborador habitual desde Pacto de Amor (Dead Ringers, 1988). Llegando al final nos topamos con una secuencia antológica y desconcertante desde todo punto de vista: una pelea extremadamente sádica en un baño turco entre el personaje de Mortensen y dos sicarios chechenos. Como el sexo y la violencia siempre fueron componentes ineludibles a ojos del cineasta, hoy esta construcción coreográfica rankea entre lo más sorprendente, brutal y hasta representativo de esta forma de encarar y resignificar los enfrentamientos entre enemigos opuestos pero al mismo tiempo no tan distintos. La frialdad súper realista y el tono contenido complementan un guión excelente y muy bien balanceado, en el que el propio Cronenberg tuvo mucho que ver por más que en los créditos finales aparezca solo Steven Knight. Por otro lado, la música de Howard Shore demuestra ser tan sensata e imprescindible como siempre. Un compositor de lujo, extraordinario.

 

Aquí se ponen al descubierto las mentiras que prometen un mejor pasar a través de la inmigración hacia los países centrales (el título es bien explicito en este sentido). El casting no pudo haber sido mejor. No solo todos los actores hablan inglés con un acento ruso creíble, sin matices y respetuoso; también llama la atención el enorme cuidado puesto en los detalles para con una cultura poco difundida en Occidente (tanto las costumbres y prácticas delictivas como el folklore concreto de Europa del Este). En relación a lo primero, hay que tener en cuenta el carácter multiétnico del reparto: Armin Mueller-Stahl es alemán, Cassel francés, Mortensen estadounidense y Watts inglesa. Ejemplo primordial de lo segundo son los tatuajes que llevan los miembros de la organización conocida como “Vory V Zakone”, alias “ladrones con códigos”, y en especial el complejo y meticuloso Nikolai. Utilizados como signos de status y conformando un resumen convencionalizado del trayecto vital, las marcas sobre la piel son consideradas fundamentales para el intercambio comunicacional entre los integrantes del hampa. Así las cosas, los tatuajes se transforman en exponentes paradigmáticos de las clásicas preocupaciones de Cronenberg. Si siempre estuvo fascinado con las protuberancias y secreciones que expulsa el cuerpo o por el contrario, lo penetran; qué mejor sistema de control comunal que las impresiones sobre la carne y las consecuencias de su uso indebido o gratuito (todos aquellos con tatuajes no representativos de su derrotero criminal son asesinados).

 

Más allá de la impecable labor del elenco, la majestuosidad en los rubros técnicos y el ajustadísimo desarrollo de personajes, el canadiense vuelve a erigirse en tanto experto en lo que hace a la estructuración formal del film, la configuración de los diálogos y la imaginación visual general. Cronenberg narra apelando sin metáforas a lo macabro y analiza cual cirujano los conflictos que genera una intromisión furtiva dentro de un sistema cerrado, confiado de sí mismo y con defensas aparentemente eficaces. En una de sus frases más recordadas el realizador llegó a afirmar que se identificaba con los “parásitos”, con esas vidas minúsculas que administran ataques a pequeña escala para destruir barreras y de a poco ir dando forma a una nueva masa corporal en función de sus intereses. De la unión entre el organismo parasitario y su huésped surge un ser diferente, que no es la sumatoria de ambos por más que mantenga rasgos en común. La reluciente entidad es producto de una relación basada no en la reciprocidad sino en la usurpación, no en la correspondencia sino en la explotación. Llevada a términos sociales, la hipótesis se valida en todos los niveles del andar humano y sus numerosas agrupaciones. Esta triste vulnerabilidad, fruto del choque entre culturas/ razas/ clases, es la obsesión principal del director y el foco disparador de gran parte del cine de terror. En Promesas del Este, el parasitismo también modela conductas y patrones de comportamiento (cada espectador evaluará hasta qué punto presenciamos un mutualismo incipiente…). La dialéctica específica que propone la película cuestiona la ética detrás de estas identidades metamorfoseadas, en constante inestabilidad y muchas veces ocultas para los propios protagonistas. Cronenberg triunfa una vez más donde casi todos fracasan: nos ofrece una historia espeluznante sobre las posibilidades siempre presentes de penetración indeseable, contagio infeccioso y muerte. Tan eficaz como esos microorganismos, esta obra maestra terrible y enigmática pone en el tapete infiltraciones cruzadas y goteras relativamente imperceptibles…

 

Promesas del Este (Eastern Promises, Estados Unidos/ Reino Unido/ Canadá, 2007)

Dirección: David Cronenberg. Guión: Steven Knight. Elenco: Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel, Armin Mueller-Stahl, Sinéad Cusack, Mina E. Mina, Jerzy Skolimowski, Donald Sumpter, Raza Jaffrey, Josef Altin. Producción: Robert Lantos y Paul Webster. Duración: 100 minutos.