Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción (Confessione di un Commissario di Polizia al Procuratore della Repubblica)

Instrumentos del poder

Por Emiliano Fernández

En su período de mayor bonanza profesional, las décadas del 60 y 70, Damiano Damiani, quien empezó trabajando en el ámbito del fumetto o cómic italiano durante los 40 antes de saltar al séptimo arte para ya nunca más abandonarlo, demostró ser uno de los directores y guionistas más confiables durante aquellos años de esplendor del cine de género en Italia, dominados por el spaghetti western, el poliziottesco y el giallo, por ello claramente se puede dividir a lo mejor de su producción artística entre un primer grupo inobjetable de propuestas, aquel de ¿Quién Sabe? aka Dios Perdona… ¡yo no! aka Una Bala para el General aka Yo soy la Revolución (1967), gran clásico del spaghetti en su vertiente zapata western, La Esposa más Hermosa (La Moglie Più Bella, 1970), una maravillosa adaptación -con una debutante y jovencísima Ornella Muti- del caso de Franca Viola, una siciliana que se enfrentó a las convenciones sociales de su época y en 1966 se negó a un “matrimonio de rehabilitación” después de ser raptada y violada por Filippo Melodia, y sus dos joyas del poliziottesco vinculado a los sindicatos criminales, la violencia, el cinismo y la corrupción generalizada de los Años de Plomo (1968-1988), una suerte de guerra civil tácita entre la extrema izquierda y la extrema derecha en Italia, El Día de la Lechuza (Il Giorno della Civetta, 1968) y Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción (Confessione di un Commissario di Polizia al Procuratore della Repubblica, 1971), y un segundo pelotón de films un poco inferiores aunque aún interesantes, pensemos en una rareza absoluta del horror gótico, La Bruja en Amor (La Strega in Amore, 1966), en aquel clásico del spaghetti en su acepción cómica, Un Genio, dos Compadres y un Pollo (Un Genio, due Compari, un Pollo, 1975), y en los muchos thrillers criminales del señor en la tradición inclaudicable del poliziottesco, léase El Caso Está Cerrado, Olvídelo (L’Istruttoria è Chiusa, Dimentichi, 1971), Por qué se Asesina a un Magistrado (Perché si Uccide un Magistrato, 1975), Tengo Miedo (Io ho Paura, 1977) y esa Un Hombre de Rodillas (Un Uomo in Ginocchio, 1979).

 

Antes de que la trayectoria artística de Damiani comenzase a derrapar significativamente en los comienzos de los 80 de la mano de una paradójica “cumbre” profesional, hablamos por supuesto de su rol de director en la primera temporada de la epopeya delictiva La Piovra (1984-2001), una de las mejores y más famosas series italianas a escala internacional, y de su debut hollywoodense en ocasión de la muy floja secuela de El Horror de Amityville (The Amityville Horror, 1979), opus de Stuart Rosenberg, aquella Amityville II: La Posesión (Amityville II: The Possession, 1982), un par de trabajos que probarían ser la antesala de un lento descenso hacia el olvido que se extendería a lo largo de las décadas siguientes gracias a diversos encargos televisivos y estrenos tradicionales anodinos como la desastrosa Alex, el Carnero (Alex l’Ariete, 2000), protagonizada por el impresentable Alberto Tomba, un célebre esquiador de la época que no sabía ni podía actuar, Damiani se paseó por muchos otros géneros -además de los citados- como el misterio, el romance, la comedia estándar, el suspenso, el melodrama, el erotismo, la faena histórica, el nunsploitation, el espionaje, la odisea bélica, el relato de venganza, la crónica familiar y el cine de acción, no obstante en la memoria cinéfila sobreviven sus dos incursiones en el spaghetti, ¿Quién Sabe? y Un Genio, dos Compadres y un Pollo, y su extenso ciclo del poliziottesco y regiones aledañas como el drama testimonial y el film noir a la europea, una comarca en la que se destacan la trilogía mafiosa tácita de alto perfil del realizador, esa de El Día de la Lechuza, Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción y Por qué se Asesina a un Magistrado, las tres estelarizadas por el querido Francesco Clemente Giuseppe Sparanero alias Franco Nero, siendo sin duda el eslabón intermedio -escrito por el propio director con Salvatore Laurani, el libretista de ¿Quién Sabe? junto al legendario Franco Solinas- el trabajo más redondo y fascinante porque se ubica al mismo nivel cualitativo de lo mejor del poliziottesco de otras luminarias como Fernando Di Leo, Elio Petri, Enzo G. Castellari y Massimo Dallamano.

 

La trama de Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción es curiosamente una de las más sencillas -por lo menos para el sustrato enrevesado promedio del poliziottesco, siempre gustoso de complejizar las cosas mediante traiciones superpuestas- del período, una historia enriquecida por diálogos estupendos, la enorme presencia de los intérpretes y una tensión permanente símil ajedrez de impronta maquiavélica: el Comisario Giacomo Bonavia (Martin Balsam), un jefazo pragmático y muy experimentado, presiona a la lacra médica de un manicomio para que liberen a un asesino psicópata, Michele Li Puma (Adolfo Lastretti), con el claro objetivo de que éste pueda vengarse del hombre responsable de su confinamiento de seis años atrás, el mafioso y mega magnate de la construcción Ferdinando Dubrosio (Luciano Catenacci), quien fuera la pareja de la hermana de Li Puma, Serena (Marilù Tolo), a través de la cual hizo encerrar al peligroso Michele instando a la fémina a firmar los documentos del caso. Dubrosio se entera de la movida de su enemigo policial y sitúa en la emboscada a tres matones con ametralladoras, lo que deriva en una masacre que queda bajo la jurisdicción del Asistente del Fiscal D.A. Traini (Nero), un abogado idealista que cree a rajatabla en la ley y las instituciones y de a poco descubre que efectivamente Bonavia planeó el ajuste de cuentas fallido con la precisión de los criminales profesionales, por ello nace una desconfianza mutua en la que ambos se hacen intervenir sus respectivos teléfonos al punto de acusaciones cruzadas de corrupción, Traini diciendo que Bonavia trabaja para la competencia mafiosa de Dubrosio y el comisario afirmando que el asistente del fiscal es un burócrata inmundo al servicio de Ferdinando. En realidad este encono de Giacomo es de larga data porque Dubrosio asesinó a un líder sindical bucólico llamado Giampaolo Rizzo (Giancarlo Prete), joven al que el comisario admiraba y que se metió con las estrategias hambreadoras y explotadoras del magnate, a su vez conectado con el alcalde, los bancos, la comisión pública de construcción y el Fiscal General Malta (Claudio Gora).

 

Damiani no sólo se anticipa al esquema de envilecimiento político/ empresarial/ financiero/ mafioso/ institucional/ judicial de Barrio Chino (Chinatown, 1974), de Roman Polanski, sino que asimismo combina a la perfección primero el duelo ideológico y conceptual entre los dos protagonistas, instrumentos del poder parasitario -como lo son el aparato judicial y su homólogo represivo- que justo en este caso específico podrían ponerse de acuerdo ya que comparten propósitos, segundo el ardid narrativo del “testigo en peligro” condensado en una Serena que puede dar cuenta de los amigotes de Dubrosio, por ello de hecho termina secuestrada, asesinada y formando parte de las columnas de hormigón de los edificios de su ex novio, y tercero la cruzada quijotesca en pos de derribar a Dubrosio, misión que implica poner al descubierto a sus socios o exasperarlos ante la posibilidad de que alguien hable por la presión conjunta aunque separada de Bonavia y Traini, una típica “pareja dispareja” que sintetiza el latiguillo del poliziottesco del choque entre derecha e izquierda, algo sutilmente trastocado por el realizador y guionista ya que aquí el comisario más que un fascista clásico es un anarquista que se identificó con un socialista, el finado Rizzo, y hoy está dispuesto a saltarse toda farsa legal con tal de administrar una justicia que se confunde con la revancha contra el oligarca mafioso. Otra estrategia crucial del poliziottesco y del cine italiano de entonces era la incorporación de un actor norteamericano que sirva tanto para el mercado yanqui como para el local, de allí la presencia de ese magistral Balsam que había trabajado en Europa desde comienzos de los 60 con Luigi Comencini, Vittorio De Sica y el productor Fausto Saraceni, en esta ocasión encarnando a un Bonavia que enfatiza el carácter suicida y la falta de escrúpulos como “requisitos fundamentales” para enfrentarse a la cleptocracia capitalista, por ello en el desenlace abandona toda máscara, fusila a Ferdinando y pronto es ejecutado por otros reos en prisión, mártir muy inusual que a su vez le abre los ojos a Traini sobre la complicidad en las altas esferas del poder, con Malta oficiando de secuaz interno…

 

Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción (Confessione di un Commissario di Polizia al Procuratore della Repubblica, Italia, 1971)

Dirección: Damiano Damiani. Guión: Damiano Damiani y Salvatore Laurani. Elenco: Franco Nero, Martin Balsam, Marilù Tolo, Claudio Gora, Luciano Catenacci, Giancarlo Prete, Arturo Dominici, Michele Gammino, Adolfo Lastretti, Nello Pazzafini. Producción: Mario Montanari y Bruno Turchetto. Duración: 106 minutos.

Puntaje: 10