Intriga en la Calle Arlington (Arlington Road)

Irresponsabilidad gubernamental y paranoia condicionada

Por Emiliano Fernández

Hollywood, como cualquier otro estrato de la industria cultural, puede llegar a ser de lo más contradictorio y allí mismo radica la potencial riqueza de sus películas, en las sorpresas que suele ofrecer de vez en cuando (a decir verdad, últimamente con una mayor intermitencia). Considerando que todavía vivimos en una época en la que los gobiernos de los países centrales continúan escudándose en los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas para desencadenar guerras satélites por petróleo y posicionamiento estratégico, resulta refrescante reencontrarnos con un pequeño y muy eficaz thriller que responde al paradigma cultural previo, nos referimos a un esquema conceptual que no relaciona al terrorismo y la violencia política/ simbólica únicamente con organizaciones fundamentalistas islámicas, sino que amplía su rango de paranoia para incluir al extraño cordial, al vecino de enfrente o a cualquiera que nos mire raro en la calle, sin ningún otro indicio que la intuición. Es de hecho el fantasma de un ataque el eje de Intriga en la Calle Arlington (Arlington Road, 1999), un film de Mark Pellington que concentra su análisis específicamente en los grupos extremistas locales, no en los foráneos “lava conciencias”.

 

La realización acumula una serie de desviaciones con respecto a la previsibilidad promedio -y chauvinista de derecha- de gran parte del cine norteamericano, empezando por su protagonista, Michael Faraday (Jeff Bridges), un profesor universitario de Historia a cargo de un curso sobre el terrorismo en Estados Unidos que denuncia implacablemente la complacencia y falsa sensación de seguridad de la mayoría de los habitantes, el control berreta que un estado por demás negligente ejerce sobre el pueblo y la facilidad con la que los medios de comunicación reproducen lo que se les dice que digan, vendiendo pescado podrido en el trajín. Un par de años atrás Faraday perdió a su esposa Leah (Laura Poe), una agente del FBI, en una redada en una granja basada en información errónea, y ahora está de novio con una ex estudiante llamada Brooke Wolfe (Hope Davis) a pesar de que ni él ni su único hijo Grant (Spencer Treat Clark) saben cómo lidiar con la bronca que les provoca la inoperancia de las autoridades. El catalizador del relato es el hallazgo por parte de Michael de Brady Lang (Mason Gamble), un niño que encuentra vagando solitario en la calle con una de sus manos destrozada, frente a lo cual decide trasladarlo de inmediato a un hospital.

 

Ese será el comienzo de una suerte de amistad entre el protagonista y la familia del joven herido, léase sus padres Oliver (Tim Robbins) y Cheryl Lang (Joan Cusack), responsables de dos nenas además de Brady. A partir del momento en que Oliver, un ingeniero estructural, le explica a Faraday que el mocoso ató varios cohetes juntos y así terminó con su mano lastimada, ambos clanes compartirán reuniones y los dos niños asimismo se harán compinches. Desde ya que no todo es color de rosa y de ello toma nota Michael cuando se empiezan a acumular detalles que le generan sospechas sobre Lang, quien para colmo es su vecino: primero descubre un plano de un complejo de oficinas en casa de Oliver que no se condice con el mall en el que el susodicho afirma estar trabajando, luego la llegada por accidente a Faraday de una carta dirigida a Lang indica que el hombre mintió acerca de la universidad donde estudió, además en una cena en conjunto ante un comentario de Michael sobre la irresponsabilidad gubernamental Oliver afirma que los políticos deberían pagar por sus actos, y finalmente la gota que rebasa el vaso se produce cuando Lang le cuenta a Faraday que Grant le dijo que desea que alguien sea castigado por la muerte de su madre.

 

Así las cosas, al profesor no le lleva mucho tiempo descubrir que el verdadero nombre de su vecino es William Fenimore y que a los 16 años armó una bomba que no explotó y que estaba destinada a unas oficinas estatales. La confrontación entre ambos hombres no se hace esperar y eventualmente Lang reconoce que se trató de una venganza contra el estado por haber causado el suicidio de su progenitor luego de la confiscación de un arroyo que atravesaba la granja familiar. Cuando el asunto parece desinflarse la pareja de Michael ve algo misterioso relacionado con Oliver y el torbellino comienza de nuevo, ahora con toda su fuerza. Más allá de los ardides de siempre del terreno del espionaje (desconfianza, suposiciones, miedo, complots, conspiraciones, vigilancia, acoso, etc.), el guión de Ehren Kruger se luce usufructuando la paranoia condicionada/ direccionada del protagonista, quien constantemente está en el límite entre ser un “iluminado” de la investigación antiterrorista, un pobre tipo que intenta canalizar la angustia por la muerte de su esposa o una especie de títere controlado por vaya a saber quién (entre los sospechosos está Lang y el compañero de Leah en el FBI, el agente Whit Carver, interpretado por Robert Gossett).

 

En este sentido se puede decir que Intriga en la Calle Arlington funciona como una parábola muy inteligente del ciudadano común que se piensa independiente y que termina asquerosamente preso de un entramado oculto en el que a las mentiras del gobierno se suman intereses sociales que también tienden hacia la manipulación, dejando poco margen para la presunta estabilidad de la vida y abriendo la puerta a un huracán que en cualquier momento se puede llevar todo lo que conocemos o damos por sentado. Las sombras de la desidia, el dolor y las operaciones encubiertas autóctonas, sin chivos expiatorios externos, juegan un papel fundamental en el relato porque caen feo sobre Faraday, quien tiene la astucia suficiente para comprender que en aquella coyuntura pre-Torres Gemelas asimismo se buscaban “culpables convenientes” para desviar el foco sobre posibles organizaciones mucho más extendidas y con un andamiaje aceitado porque las causas que originaron su accionar no dejan de empeorar día a día. Entre el pesar por el fallecimiento de su esposa, el pasado de Lang y el historial de atentados previos se juega el suspenso en cuestión, el cual pone el acento en la vigencia de los motivos del odio contra los gobiernos contemporáneos.

 

Resulta curioso viniendo del Hollywood mayormente conservador de las últimas décadas en materia de cine de género, no obstante la propuesta apunta a que el espectador tome conciencia de esas mismas causas sociales/ políticas/ económicas que promueven al terrorismo y le dan razón de ser, una pluralidad de factores que los mass media y las administraciones públicas suelen pasar por alto para concentrarse en los ataques en sí, generar indignación fácil y olvidar el verdadero contexto de las injusticias que motivaron la acción violenta en primer término. El opus de Pellington, un realizador que nunca más en toda su carrera llegó a este nivel de excelencia, a su vez combina dicho fantasma de una manipulación que utiliza la idiosincrasia individual para subvertirla bajo la agenda de otra persona o grupo (aplica tanto para el gobierno como para organizaciones externas) con la pérdida del ser querido por incompetencia de esas autoridades que supuestamente nos protegen (aquí para colmo con el agravante de que la difunta era también representante del estado) y con una reconversión de la identidad no como transformación en términos clásicos sino como un mecanismo para dejar atrás el pasado (esta lógica del ocultamiento está muy bien trabajada ya que jamás se vuelca hacia el campo de la mesura, más bien apuesta a la histeria más despampanante). Tomando por un lado las conspiraciones descubiertas “accidentalmente” de El Hombre que Sabía Demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956) y por el otro las víctimas de la paranoia y aquellas confusiones de Intriga Internacional (North by Northwest, 1959), el convite que hoy nos ocupa construye una crónica precisa, intensa y políticamente audaz gracias en buena medida a una actuación extraordinaria por parte de un Bridges exacerbado y un final memorable que tira por la ventana todo atisbo de condescendencia barata modelo estadounidense, remarcando una oscuridad de fondo que no ha perdido con el tiempo ni un ápice de su vehemencia porque los gobiernos siguen siendo horrendos e injustos y la población civil continúa viendo apática el ascenso de una nueva generación de fascistas empresariales, frente a lo cual no queda otra opción que la verdadera resistencia, la que destruye los designios del poder…

 

Intriga en la Calle Arlington (Arlington Road, Estados Unidos, 1999)

Dirección: Mark Pellington. Guión: Ehren Kruger. Elenco: Jeff Bridges, Tim Robbins, Joan Cusack, Hope Davis, Robert Gossett, Mason Gamble, Spencer Treat Clark, Stanley Anderson, Viviane Vives, Lee Stringer. Producción: Tom Gorai, Marc Samuelson y Peter Samuelson. Duración: 117 minutos.

Puntaje: 9