Más allá del éxito y la pujanza artística de las bandas de la década del 80, esas que motivaron un cambio de paradigma desde el rock de sustrato beatle, el folk y los coqueteos sinfónicos hacia la apertura estilística que trajo el punk y la new wave en general, en realidad muy pocos grupos aportaron un quiebre sonoro en verdad revolucionario por fuera de ese extendido regreso a un origen pop de tipo primitivo o a una furia que también tenía mucho que ver con las fases iniciales del rock en tanto movimiento vinculado al descontento social y la juventud. La bisagra en cuestión, esa que no la aportó ninguna otra banda del período salvo Sumo, fue en gran medida mérito de Virus, una agrupación de la ciudad de La Plata que surge de la conjunción a fines de la década del 70 de dos bandas, Marabunta, de Enrique Mugetti y los hermanos Julio y Marcelo Moura, y Las Violetas, de los hermanos Ricardo y Mario Serra, a los que su sumó el legendario Federico Moura tiempo después para solidificar la primera alineación del grupo: Federico en voz, Julio en guitarra, Marcelo en teclados, Enrique en bajo, Ricardo en guitarra y Mario en batería y percusión (a mediados de los 80 Daniel Sbarra reemplazaría a Ricardo Serra, quien se alejará por diferencias alrededor del rumbo creativo).
A caballo de una primera trilogía de álbumes compuesta por Wadu Wadu (1981), Recrudece (1982) y Agujero Interior (1983), centrada en la irreverencia de una new wave todavía cercana conceptualmente al punk, y de una segunda trilogía conformada por Relax (1984), Locura (1985) y Superficies de Placer (1987), más vinculada a la revolución de los teclados recargados y un techno elegante que parió en términos prácticos gran parte de la electrónica popera futura, los platenses desparramaron originalidad, ironías, lujuria, perspicacia y desparpajo como pocos colectivos artísticos del período, dejando una impronta sonora de lo más particular que se puede sentir en muchas bandas del indie actual como no ocurre ni con Soda Stereo ni Miguel Mateos/ ZAS ni Los Abuelos de la Nada ni GIT ni La Torre ni Los Twist ni Suéter ni Viuda e Hijas de Roque Enroll ni Don Cornelio y la Zona ni Los Fabulosos Cadillacs ni tantas otras más (algo muy distinto sucede con la vertiente más pesada, porque Sumo, Los Violadores, Riff y V8 -por nombrar sólo a los grupos más conocidos- sí lograron construir una estela de artistas que los veneran hasta el día de hoy).
Con la decidida intención de revalorizar el trabajo discográfico del período de gloria de Virus, el que abarca desde sus inicios hasta la muerte de Federico Moura en 1988 a causa de una insuficiencia cardiorrespiratoria relacionada con el VIH, a continuación repasaremos en detalle todos los discos de estudio de la agrupación e incorporaremos a modo de “bonus” dos trabajos esencialmente en directo, Virus Vivo (1986) y Caja Negra (2006), porque engloban temas nuevos de estudio. Vale aclarar, asimismo, que en el análisis evitaremos a conciencia el último trabajo de la banda, 30 años de Locura (2015), ya que resulta muy redundante con respecto a Caja Negra, no incluye material nuevo y en términos de calidad deja mucho que desear debido a que subraya -como todo lo editado a partir de Tierra del Fuego (1989), el primer disco sin Federico- la irreparable ausencia del vocalista y frontman principal.
Así las cosas, el “planeta Virus” nos invita a un recorrido francamente fascinante por las diferentes caras de un grupo que no sólo supo reinventarse a nivel sonoro/ actitudinal con el paso de los años, sino que también consiguió interpelar con enorme maestría las necesidades culturales de su tiempo para salir a confrontar al puritanismo oscurantista y retrógrado del ámbito del rock y de toda la sociedad argentina, abriendo la compuerta para la llegada de una explosión anímica y sardónica que desde la celebración del movimiento, la algarabía y una libido sin restricciones pudo edificar uno de los pocos representantes latinoamericanos de una modernidad verdaderamente de barricada que se llevó puesta a la fauna dictatorial y a una democracia que heredó muchos de sus vicios y miserias (el rechazo y hasta la ridícula persecución que despertaron los muchachos en ciertos círculos conservadores del público y la prensa ejemplifican a todas luces la sutil revolución que desencadenaron gracias a su música y su pose hedonista burlona).
Índice:
Si bien siempre llamó mucho la atención la capacidad de la banda de difuminar cualquier referencia a otras agrupaciones que los hayan influenciado a la hora de componer, es indudable que Wadu Wadu (1981) se ubica a nivel sonoro y conceptual en el período de transición entre el post punk y la new wave, sin decidirse del todo aún por las baterías programadas en primer plano pero al mismo tiempo utilizando a full los sintetizadores mediante unos armazones sonoros hilarantemente kitsch, acordes con las ganas de subvertir el discurso serio e inflexible del rock argentino de las postrimerías del Proceso de Reorganización Nacional mediante una catarata de dardos irónicos muy inteligentes contra diferentes facetas y detalles de la cultura de la época y el mismo ámbito musical. Desde el vamos queda claro que en la agrupación todos componen y todos participan pero indudablemente la cara y el eje fundamental es Federico, y sin duda su elegancia le agrega un encanto enorme a composiciones contraculturales, meticulosas y de por sí muy interesantes que tienden a durar menos de tres minutos, lo que nos habla de un impulso todavía cercano al punk.
Entre jocosas referencias a marcas de cigarrillos como Particulares, Imparciales, Jockey Club, Chesterfield, 43/70 y Camel, la apertura Soy Moderno, No Fumo dispara energía y contagia esas ganas de bailar tan paradigmáticas de los platenses, los cuales por cierto nunca descuidan la potencia del rock (recordemos esas poderosas guitarras de los segundos finales): la banda se planta de inmediato del lado de la vida cuando el protagonista de la canción afirma que se aleja de la muerte porque decide renunciar al hábito de fumar. Súper Color está marcada por una agraciada intervención de un saxo al inicio y al final y funciona como una parodia del consumismo bobo en pos de entretenerse con un televisor a color, toda una novedad por aquellos años (es muy gracioso el detalle de anhelar ver a Silvio Soldán en Feliz Domingo por Canal 9, un programa ómnibus para adolescentes en el que dos tribunas competían por un viaje de fin de curso a Bariloche). En Hombre Plástico se unifican los sintetizadores y un solo de guitarra para un tema que amplifica al anterior, hablándonos de un “hombre plástico” símil el protagonista de la recordada canción homónima de 1969 de The Kinks, ahora padeciendo “desperfectos en su memoria/ temblequeos en su interior/ ya no sabe cómo ni cuándo/ se lo traga la situación”, símbolo de la mediocridad de la vida moderna y la cobardía de gran parte de la población.
En ocasión de Loco, Coco tenemos los sintetizadores en primer plano a full, juegos de palabras con la “o” dominando la letra, un tono lúdico exquisito y una historia que gira alrededor de un típico levante que sale mal en un boliche y termina en una borrachera en plan consuelo. Amor o Acuerdo tiene un pulso símil reggae y el tema en general invita a una suerte de promiscuidad responsable que no genera la recurrente insatisfacción de la monogamia de la sociedad “occidental y cristiana”, amén de esa vieja y maravillosa doble sentencia “en cosas importantes es bueno pensar antes/ compartamos poderes con conciencia y placeres” (los arreglos son excelentes, además se suma un piano al final que habla de la amplitud conceptual de la banda y su delicadeza). Con Sorprendente vuelve la velocidad y se examinan tópicos como la manipulación social desde el poder político/ económico/ mediático, el movimiento vitalizante en contraposición a la apatía mortuoria del período y la separación entre la metamorfosis individual y la de la nación, casi como si el cantante estuviese autoconvenciéndose de la necesidad de tener paciencia ya que algún día en el futuro llegará la ansiada apertura mental de la sociedad argentina (nos referimos al respeto al diferente, la sumatoria de derechos civiles y la renuncia a la violencia por parte del Estado, supuesto garante de la paz y la equidad que termina siempre cooptado por los fascistas y sus socios empresarios).
Seguimos de la mano del agite new wave más raudo y glorioso con A Mil, poseedora de uno de los mejores estribillos de la banda, plus un solo apoteótico de guitarra y hasta un choque automovilístico final: “derrochando la energía para estimular un sentido más exacto de la realidad/ disfrutando los momentos de frivolidad que me ayudan a calmar un poco la ansiedad/ combatiendo intensamente la mediocridad que pretende apoderarse de nuestro lugar/ ya no puedo conformarme con sólo mirar, voy a mil alucinado con la actividad”. El Rock en mi Forma de Ser es uno de los himnos indiscutidos del disco, manifiesto rockero modernoso en el que se unifican el fin de la abulia y las dudas sociales, la necesidad de satisfacción sexual y el llamamiento generacional en pos de que todos los jóvenes se sumen al movimiento de los cuerpos y una algarabía decididamente política, de barricada y de izquierda. Desconecta es un tema juguetón sobre el afán de musicalizar el cambio de ritmo del rock vernáculo en plan “todo o nada”, invitando a reflexionar sobre el requisito de acelerar los tiempos a pura electrificación incandescente y vanguardista.
Una canción virulenta si las hay es Cantante Farsante, ataque contra la hipocresía del negocio de la música, la megalomanía de las estrellas y la obsecuencia demencial que suele rodearlas, todo rematado con el genial “callate farsante, ya no sos vigente” de Laura Dillon del desenlace y el nervioso “preciso un calmante” de Federico antes de esa línea minúscula y deliciosamente ridícula de sintetizador que cierra el tema. Todo Este Tiempo Perdido es una composición que sintetiza el pulso general del disco, con un inicio relativamente tranquilo y un estribillo acelerado que lucha contra la castración social y la complicidad pasiva del vulgo para con el horror gubernamental del momento: pensemos en el verso “siento que es arriesgado, osado, obcecado insistir en esta lucha contra la incapacidad”, asumiendo de lleno el peligro de dar batalla por el cambio de paradigma y juzgando enfáticamente que la lucha en cuestión vale la pena. Wadu-Wadu, la canción que intitula la placa, da forma a otra síntesis suprema e hiper adictiva que recapitula sobre los tópicos previos, apostando por el arte de combatir la depresión y la insensatez mediante una danza febril liberadora de toda la energía reprimida del cuerpo social.
En Tontos de Lenta Evolución los complejos de Edipo y Electra se entrecruzan en un lazo en el que el hombre y la mujer buscan reemplazos románticos para su madre y su padre respectivamente, todo vía una canción furiosa y sardónica a pleno júbilo, nuevamente subrayando que la solución a los problemas/ atolladeros es pensar y volcarse a la actividad concreta en pos de solucionarlos. Caliente Café es un tema pop espléndido que reflexiona sobre la capacidad humana de fantasear para sobrellevar la dura realidad cotidiana, con el narrador pintando una coyuntura en la que caricias vienen y van en un día tropical y luego afirmando tajante “por supuesto, no es aquí/ es otra esquina del planeta, no es aquí/ qué fantasía demencial, pero al menos yo disfruto al fantasear”, detalle que refuerza eso de que los escapismos del resto tienen que ver con negar esencialmente la realidad a pura autorepresión y amargura baratas mientras el protagonista sí extrae placer liberador de la ficción. Densa Realidad, finalmente, es otro himno del álbum, cuenta con una de esas letras increíbles que resumen de manera majestuosa el ideario antimilicos/ antiyuta/ anticulpa cristiana y en favor de esa efervescencia rebelde del rock tan característica de Virus: “no quiero ver mi ciudad con esa onda determinada/ negros, grises y azul dominan calles, no valen nada/ quiero ver mi ciudad que levante la cabeza/ que reciba el rock que estimula ondas más nuevas/ para juntos practicar nuevas formas de encarar esta densa realidad”. Hermosas palabras que resuenan hasta el día de hoy por su vigencia.
El disco es uno de los trabajos de quiebre más extraordinarios del rock argentino y sinónimo de la desaparición definitiva del impulso del rock progresivo y sinfónico -casi siempre mezclado con un influjo símil The Beatles o The Rolling Stones- en un ambiente musical local que prácticamente no había acusado recibo de la revolución del punk, postpunk y la new wave y la eclosión de estilos y corrientes que estos tres movimientos hermanados desencadenarían. Virus en Wadu Wadu se impone como un grupo de una vitalidad arrolladora que echa mano tanto del glam de David Bowie y Roxy Music como de la escena neoyorquina del momento en clara sintonía con distintos elementos del sonido de Blondie, Talking Heads y hasta Television, lo que redondea un debut inmejorable por parte de una banda con una personalidad propia ya desarrollada al cien por ciento, por lo que el progreso futuro resulta doblemente maravilloso.
Recrudece (1982) en muchos sentidos funciona como la oveja negra del catálogo de la banda por un lado porque recibió poca y nula difusión al momento de su edición y por eso ninguna canción logró ingresar en el acervo difuso de lo que podemos definir como la “memoria popular”, y por otro lado debido a que el trabajo es bien áspero y placenteramente impiadoso con respecto a sus críticas contra la conservadora cultura argentina, el caretaje del mainstream musical y sobre todo el trasfondo de idiotez masiva detrás de la Guerra de Malvinas, un gigantesco delirio suicida de la dictadura que fue apoyado -nuevamente, desde la pasividad más acrítica y hueca- por el grueso de la población de nuestro país. Si nos concretamos en el campo sonoro, la placa es una continuación de la new wave de Wadu Wadu (1981), aunque abrazando una versión un poco más severa y menos jocosa de la misma en función de los atribulados tiempos que se vivían.
El trabajo arranca con El Banquete, una parodia durísima del Festival de la Solidaridad Latinoamericana realizado en Buenos Aires el 16 de mayo de 1982 durante la Guerra de Malvinas, en el que las donaciones reunidas por la plana mayor del rock vernáculo -a pedido del Proceso de Reorganización Nacional- terminaron en manos de las autoridades militares con el psicópata de Leopoldo Fortunato Galtieri a la cabeza: con frases como “han sacrificado jóvenes terneros para preparar una cena oficial/ se ha autorizado un montón de dinero pero prometen un menú magistral” y “los cocineros son muy conocidos, sus nuevas recetas nos van a ofrecer/ el guiso parece algo recocido, alguien me comenta que es de antes de ayer” se subraya el genocidio de base -el del terrorismo de Estado y el de la contienda bélica con Gran Bretaña en sí- y la ingenuidad/ estupidez de las figuras que participaron, como por ejemplo Charly García, Luis Alberto Spinetta, León Gieco, David Lebón, Pedro y Pablo, Juan Carlos Baglietto y Raúl Porchetto (Virus se negó a sumarse porque conocían de sobra lo que estaba ocurriendo ya que los Moura tenían un hermano desaparecido por la dictadura e intuían el maquiavelismo de fondo de la movida auspiciada por el gobierno).
Ay, Qué Mambo es otra denuncia muy astuta, en esta oportunidad contra la hipocresía de prohibir las canciones en inglés durante el conflicto bélico, lo que en términos prácticos significó pasar de la música disco bobalicona comercial a un rock nacional que de la noche a la mañana se transformó -primero- en el instrumento más empleado desde las cúpulas estatales para el control cultural de la población y -segundo- en una insignia insólita de un chauvinismo demacrado, ese que enarboló el pueblo y los genocidas en el poder. Una de las joyas del álbum es El 146, tema sensual y misterioso con un dejo reggae sobre episodios callejeros de los que es testigo el narrador desde el colectivo del título (“esos dos frutitos revientan la remera/ el viento la despeina, un cana toca el pito/ qué fuertes sus caderas, parecen que hacen señas”), todo por supuesto aunado a fantasías sexuales varias y un coro que subraya en términos metadiscursivos la graciosa obsesión erótica del narrador con un recurrente “monotemático”.
Bandas Chantas Arañan la Nada combina de manera muy hilarante el juego obsesivo con las vocales de Loco, Coco y la denuncia intra mundo de la música símil Cantante Farsante, ahora haciendo foco en la “a” y desparramando críticas en torno a la levedad y conformismo de los colegas de los platenses de ayer, hoy y siempre (resultan memorables los versos “la trampa avalarán, más plata agarrarán, la nada arañarán/ banda chanta, ¡banda chanta a callar!/ Arman más zapadas chatas hasta hartar/ falsas avanzadas, cacas cantarán/ tantas agachadas ya van a cansar/ ¡a las palanganas a bañar!”). Por su parte Me Fascina la Parrilla es un excelente muestrario de la cultura popular argentina del momento y cómo destruirla con clase y elegancia, al mismo tiempo que se señala el tufo prepotente y vacuo típico del país y sobre todo de Buenos Aires (hay alusiones a la parrilla, Diego Armando Maradona, Carlos Gardel, Mar del Plata, el colectivo, el Día del Amigo, el dulce de leche, Jorge Porcel, la vieja Entel, Jorge Luis Borges y Charly García, entre otros).
Reportaje Sincero y Anticonvencional se asemeja a lo que sería una secuela de Bandas Chantas Arañan la Nada, en esta ocasión tirando el asunto hacia el campo de los artistas en general y las pavadas/ latiguillos que suelen repetir hasta el tedio para justificar la vertiente más idiota del mainstream escapista adepto a los billetitos, lo que por cierto pone el acento en la autoconsciencia de Virus en eso de que la algarabía que enarbolaban los muchachos era astutamente política y revulsiva y para nada pueril o descerebrada, como la de muchos de sus colegas. El acto de toquetear el dial de una radio brinda el prólogo perfecto para Entrá en Movimiento, suerte de chiste interno que también puede ser leído como una respuesta ante aquella prensa imbécil y aquel público conservador que acusaban al grupo de pasatista o hueco; aquí ambos enclaves son representados mediante una amalgama de voces que dialogan entre sí con Federico incentivando a bailar y disparando un legendario final a puro coro furioso, el de “los críticos cacarean y nosotros ponemos los huevos”.
Caricia Azul o si no Soledad Carmesí es una sátira dirigida explícitamente a Spinetta y una poesía que solía caer en lugares comunes baratos del lirismo mundano y en instantes de ridículo involuntario y otros tantos de vergüenza ajena; un entramado paródico puesto en primer plano en versos extraordinarios y muy graciosos como “el alba es de mermelada, dame pan”, “me refugié entre tus muslos de cristal y comprobé que tenías todo normal”, “tu amor es de espuma, nena, es jabón” y “mi pájaro estaba herido, no quería volar/ yo creo que era por el frío, había un viento polar”. El Corazón Destrozado de Francisco Quevedo, como su título lo indica, es una adaptación musical del bello poema Es Hielo Abrasador, Es Fuego Helado de Francisco de Quevedo, hoy encarado desde un impulso musical cercano tanto al post punk disruptivo como a la new wave melodiosa y con un estribillo de Roberto Jacoby y un saxo en el desenlace que ennoblecen a la experiencia en su conjunto (para la época, en el ámbito del rock, resultaba toda una novedad un proyecto de base literaria de esta índole).
Se Zarpó es un tema aceleradísimo para el promedio de Virus -cercano al influjo demencial de algunos pasajes de Wadu Wadu– que gira en torno a drogas, delirios, paranoia, Flash Gordon y alguna que otra pelea callejera al paso. El cierre lúdico del disco, Cave Canem, funciona tracción a un excelente riff de guitarra, bien popero modelo década del 80, y sopesa por un lado los juegos de palabras y por el otro el más que necesario cambio cíclico de perspectiva, léase ese conjunto de decisiones individuales homologadas a abandonar el egoísmo y ponerse en el lugar del prójimo con el objetivo de comprenderlo en serio: “cuidado con el perro, ¡no le pise la cola, señora!/ No me pisen el perro, ¡cuidado con la cola, señora!/ No me enseñen la cola, ¡cuiden a la señora, perros!”.
En resumidas cuentas, la placa es una de las rarezas más singulares, furibundas y enigmáticas del rock argentino, uno de los pocos casos en los que el colectivo de artistas de turno decide no callarse nada y lanzar bombas contra todo el contexto del momento con vistas a producir un cambio real de actitud y/ o simplemente denunciar la estupidez prototípica de la sociedad y del mercado capitalista moderno. Recrudece quizás no funciona del todo bien como disco en conjunto por la naturaleza tan variada de los temas, cierta producción un poco chata y la ausencia de la energía general del debut, sin embargo el trabajo sintetiza a la perfección el sustrato irónico de las letras de la banda y nos regala varias cúspides discursivas en ese sentido, destacándose en especial las canciones que critican el ambiente musical local y la candidez cómplice de los civiles para con la pandilla militar/ empresarial que estaba saqueando y llevó a la debacle a la nación.
Con la llegada de Agujero Interior (1983) el sex appeal masivo se hace más que evidente en una producción más hercúlea y aguerrida que la de los dos trabajos anteriores, apuntando a por fin ganarse el público rockero y a esas masas difusas que se sintieron identificadas con el mensaje libertario y sensual del álbum, constantemente coqueteando con la angustia de las grandes ciudades, lo vedado a nivel psicológico, el fantasma de la mediocridad de los carcamanes vernáculos, las entelequias románticas/ turísticas y la necesidad de dejar de lado de manera definitiva todo el horror de la dictadura cívico militar y abrazar a la naciente democracia desde una concepción que emparda los dardos de las letras del pasado inmediato con una música igual de agresiva, despampanante y certera. Al igual que en Recrudece (1982), aquí las canciones vuelven a superar en promedio la barrera de los tres minutos y los arreglos se van complejizando cada vez más, a medida que los miembros de la banda se familiarizan con las herramientas de los estudios de grabación y ellos mismos se van poniendo más ambiciosos en lo que respecta a la estructura de las composiciones y cómo deberían ser presentadas al público, completando desde la excelencia la trilogía contracultural inicial del grupo.
Para la apertura, En mi Garage, las baterías con eco y las atrapantes líneas de sintetizadores se unen a un pulso contagioso y la extraordinaria voz de Federico, capaz de pasar de lo amanerado a lo confrontativo en un santiamén, todo con una letra centrada en la insatisfacción existencial, la disposición a intimar y una curiosa fetichización erótica del garage del título como eje de la potencialidad amatoria hogareña. En ocasión de El Probador seguimos a full con la conjunción entre ritmo furioso y esos teclados dark que exudan pasión, ahora con una historia de sexo casual en un local de ropa francamente prodigiosa, puro furor ochentoso sin filtros: “entró al probador y agarró la minifalda/ luego la calzó y después giró la espalda/ llamó al vendedor, quiso que le dé un consejo/ quería saber si el cuero era viejo/ el muchacho no pudo pensar/ comenzó a transpirar, se le iba a dar/ ella vio una adecuada reacción/ y arrastró al vendedor dentro del probador/ sin perder tiempo aprovecharon/ la hicieron corta y se borraron”.
Hay que Salir del Agujero Interior es un himno eterno del rock argentino que dispara guitarras agitadas e incluye secuencias supremas de sintetizadores, utilizadas asimismo para amenizar versos sobre esa proverbial necesidad de vivir a full la sexualidad y sin fascistas que intervengan en materia de sanciones puritanas e intolerancia modelo católica/ social/ cultural de derecha, un planteo sintetizado en el mítico estribillo y ese remate que parafrasea al título: “a la vida hay que hacerle el amor, sin drama con locura y pasión/ jugar con la imaginación, sin tener que pedir perdón/ hay que salir del agujero interior”. Uno de los pocos momentos de relax del disco, ¿Qué Hago en Manila?, es también quizás la canción más hermosa que jamás haya compuesto la banda (sólo Imágenes Paganas podría empardar sus logros), un tema genial que alcanza momentos de inusitado lirismo y sensualidad como muy pocos artistas del rock argentino han logrado antes o desde entonces; todo tracción a líneas sublimes de teclados, guitarras acústicas, un beat minimalista y la hermosa voz de Federico: basta recordar el estribillo en pos de un amor futuro que aún no tiene rostro, “todo el tiempo quiero estar enamorado/ y sin embargo, no sé dónde estás/ todo el tiempo quiero tenerte a mi lado/ y sin embargo, no sé quién serás” (tampoco podemos olvidar el rimbombante solo de guitarra de ese final que desaparece y vuelve, otra preciosura impagable de la década del 80).
En Ellos nos Han Separado sobresale el ansia de reconciliación con pares civiles que han sido distanciados por la manipulación gubernamental/ mediática, a lo que se suma desde ya el regreso de los exiliados que estaban en el exterior con motivo de la dictadura y que retornan al país con la apertura democrática de 1983. Para Juegos Postergados el tono juguetón popero de antaño vuelve a pleno con el objetivo de dar de baja el bloqueo emocional y espiritual del momento y toda la represión social acumulada en los años de autoritarismo y genocidio: “no ves que ya comienza la alegría, está en tu cuerpo como una melodía/ hay que jugar los juegos postergados, dejar de estar cerrado con candado”. Buenos Aires Smog combina la angustia metropolitana con el calor, la humedad, la contaminación y el arrojo hacia el vagabundeo imprevisible en un rockito furioso con un gran desempeño en bajo por parte de Enrique Mugetti.
Sin duda una de las cumbres de la carrera de Virus es Carolina, cover de una canción de 1980 del humorista y escritor español Ramón Alpuente, especie de sátira social en torno al fariseísmo de la nobleza/ aristocracia/ monarquía y la hilarante fantasía de enamorar a Carolina de Mónaco, hija de Grace Kelly y Raniero III: aquí el sustrato punk del original muta en un rockabilly apuntalado en un Federico bien varonil, guitarras impetuosas y un generoso eco acorde con el modelo de producción de mediados de la década del 80, generando en última instancia una grabación memorable y una interpretación magnífica a partir de una de las mejores y más ocurrentes letras de Hispanoamérica: “mi amor entero es de la hija de Rainiero, una chica divina que se llama Carolina/ con Carolina me quise casar pero a su familia no le llegué a gustar/ topé con la muñeca en una discoteca, le dije ‘me molas’, me dijo ‘me molas’/ ven Carolina vamos a bailar este nuevo ritmo que te va a encantar/ ven Carolina, tengo cosa fina, vamos a bailar el rock/ iremos por la Vasca a la corte monegasca/ Papá Rainiero no me quiere de heredero/ soy demasiado cheli para hijo de la Kelly/ demasiado rockero para el facha de Rainiero”.
Cierto dejo postpunk a la Joy Division o Wire -versión Virus, por supuesto- se puede percibir en Autocontrol, todo en función de una fábula acerca de la autocensura social de la época y las ganas frustradas de tomar posesión de la propia vida sin censores ni inquisidores oscurantistas. Mundo Enano es -invirtiendo la insinuación de su título- una enorme canción que denuncia la repetición cultural y musical, la pasividad de la sociedad y los automatismos detrás de conductas profundamente conservadoras y mediocres; en especial resulta maravilloso ese afán de una urgente renovación del desenlace: “cantemos nuevas canciones que cuenten nuevas verdades/ oigamos nuevas palabras que acaben en un nuevo compás/ gastemos nuevas camisas que finjan nuevos colores/ gozando nuevos placeres, castigados por un nuevo dolor/ saquen el tapón por favor, ¡quiero algo mejor desde hoy!”.
Finalmente Los Sueños de Drácula es otro tema glorioso del disco que juega con los monstruos humanos de la derecha intolerante y fascista sobre una base de sintetizadores bien adictiva y un gran trabajo de guitarra de Julio Moura y Ricardo Serra, a la par de una estrategia lírica centrada en repensar los mecanismos de la autocensura y los miedos a través de una bella parábola nocturna con algo de amenaza zombie en el horizonte: “hoy tuve un sueño que me aplastó/ me vi muriendo por la opresión de un mundo burdo y atroz/ no había códigos que respetar/ nada tenía que justificar, no había imbecilidad/ fui a muchas partes sin caminar/ sentí mi cuerpo resucitar, todo era muy musical/ de golpe vi una sombra, muy pronto eran diez/ se me venían encima y yo me tropecé/ entonces vi sus caras, las conocía a las diez/ me estaban sentenciando, querían un ‘por qué’/ ahora entiendo que están en mi cabeza/ que yo las puedo ahuyentar de una vez/ que son mis miedos y no los de afuera/ los que conspiran haciéndome vivir lejos de mí”. Sublime.
Así como a partir del siguiente disco, Relax (1984), la banda dejaría de lado ya por completo el influjo kitsch y camp de la proto new wave para volcarse a un synthpop en verdad majestuoso, Agujero Interior por su parte puede ser leído en simultáneo como un disco de transición, como un repliegue al costado más punk de la banda y como un coqueteo con el dark símil los trabajos más accesibles de Siouxsie and the Banshees, The Cure y Echo and the Bunnymen, aunque optando por esquivar en buena medida la “pose tétrica” de todos ellos porque la misma historia argentina y sus regímenes despóticos aportan todo el terror necesario a las composiciones, nunca enmarcadas en espantos imaginados como los de los países anglosajones sino bien palpables y cotidianos. Virus consigue aquí un álbum superior y mucho más compacto con respecto a Recrudece (1982), pero con algún que otro relleno que impide alcanzar la perfección absoluta… de todos modos, no está de más aclarar que los rellenos de Agujero Interior equivalen en términos de calidad a toda la carrera de un sinfín de bandas indies posteriores -en especial de las últimas dos décadas- que tratarán en vano de reproducir esta amalgama de furia rockera, melodías pegadizas y esa mecanización incipiente de las bases rítmicas.
El salto estilístico operado entre Agujero Interior (1983) y Relax (1984) es sinceramente mayúsculo y si bien múltiples bandas del ámbito anglosajón de la época experimentaron un desarrollo tan profundo -y hacia regiones musicales muy distintas- como por ejemplo The Cars, XTC y The Police, lo insólito del caso de Virus radica en que hablamos de una banda argentina que supo sintetizar lo mejor del sonido más afectado y poderoso del momento y transformarlo en una obra intensamente local pero con el “sabor” del misterio y la sensualidad de los exponentes foráneos de los mil subgéneros en los que mutó la new wave. La metamorfosis central entre la primera y la segunda trilogía de discos del período con Federico se condice con el paso de un paradigma de cambio social hacia su homólogo de índole individual, como si los muchachos tomasen conciencia de que con la salida de los milicos genocidas del poder se había anulado en parte la represión exterior más material y despiadada y ahora era momento de exorcizar los demonios internos de cada argentino en particular, en esencia apostando a una liberación cultural que se va volcando hacia lo existencial a partir del disco que nos ocupa y a través de los siguientes Locura (1985) y Superficies de Placer (1987).
Las capas de teclados, las baterías programadas y los efectos freaks símil Prince dominan el comienzo con Sentirse Bien, una canción techno exquisita acerca del placer genuino y el equilibrio personal en oposición a la culpa y la frustración que suelen venir del exterior; pensemos en la estrofa inicial: “el cerebro hay que masajear, el placer genuino servirá/ después de todo no es tan malo sentirse bien/ te lo agradecerán los demás”, ejemplo de una propuesta cíclica en la que la bonanza individual se transmite hacia el prójimo. En Me Puedo Programar seguimos con los beats mecanizados de las baterías electrónicas en un hit increíble de los señores que suaviza el pulso furioso de los primeros discos y lo tuerce hacia un sutil autoromanticismo que tiene mucho de escudriñar la propia naturaleza y la capacidad de desconectarse del resto para estar solo, jugar con la autonomía, dejarse llevar por las emociones más íntimas y mantener una posición crítica u objetiva desde la cual juzgar lo que ocurre a la distancia: “puedo estar y no conectar, puedo mirar y no registrar/ puedo dar sin esperar, puedo bromear con la realidad/ vamos controlando los sentimientos, aprendemos a jugar”.
Un aire lejano a lo que en el futuro serían los Pet Shop Boys sobrevuela Completo el Stock, tema con una base robótica que muta en un estribillo enérgico cuya letra pretende cortar con esa típica frustración moderna que también analizaban las canciones previas; el puente lo deja bien en claro: “hoy mi fusible estalló, confirmando que llego hasta aquí/ no me van a gastar, sólo acelerar/ entregarme a lo que pueda venir/ vivir con más pasión, cortar con la tensión”. La genial Desesperado Secuencia Uno es una suerte de secuela presurosa y suplicante del tema anterior, ahora con más teclados adictivos y con el protagonista pidiendo auxilio al exterior porque con su propia disposición no logra superar la depresión y la apatía de turno: “estoy que no doy más, no va más/ no puedo soportar las decepciones/ despierto en mi lugar sin pensar/ te esperaré llegar desesperado/ dame una ayuda para poder continuar”.
Amor Descartable es otro glorioso hitazo pop con guitarras y teclados que trabajan a la par para sostener una historia de confusión en la que el desamor, la ruptura y el contexto agitado/ represivo del pasado reciente se combinan a puro caos en una de las mejores letras del álbum: “encontrarte en algún lugar, aunque sea muy tarde/ tantos odios para curar, tanto amor descartable/ escucharte a mi lado hablar, aunque estemos distantes/ es el mundo tan poco sensual que no pudo aliviarme/ vos sos mi obsesión, quisiera atraparte/ vos sos mi destrucción, no puedo dejar de pensar/ tengo que ordenar esta confusión/ quiero estar libre para un nuevo amor”. Una secuencia de teclados y batería llegan desde lejos y se colocan en primer plano para que en Juegos Incompletos comience esa enumeración de reproches e insultos que tocan el cielo: “me sonreís, me observas, decís que sí, después te vas/ que bien jugás, sos colosal, a lo mejor vas a ganar/ aburrida, extra chata, primitiva, eso es lo que sos/ transparente, insegura, ni siquiera me inspiras rencor”. A su vez el sadomasoquismo y el morbo de fondo del vínculo en cuestión también quedan reflejados en un outro prodigioso con los teclados a full empardando la voz de Federico en modelo furia: “me divierto, me enloquezco pero siento insatisfacción/ estos juegos incompletos me desgastan la imaginación”. Hermoso.
Dame una Señal es la canción más reposada y dulce del disco -precursora en parte de lo que sería a futuro Superficies de Placer– y juega con el vagar citadino y esas fantasías de antaño, destacándose sobre todo un estribillo de tono onírico con los versos “es que tu cuerpo va flotando por mi habitación/ cierro los ojos, lo retengo en mi imaginación”. Hago Más, por su parte, es un tema simpático que musicalmente sigue la línea del resto de Relax y en términos de la letra retoma -y hace muy explícitos- el movimiento y la acción como sinónimos de vida, gran leitmotiv de los trabajos discográficos anteriores: “el tiempo que pasé dejando de hacer mis cosas/ ¿y qué es lo que logré? Dudar un poco más/ ahora puedo ver que hacerlas es lo que importa/ tal vez no salgan bien pero me hacen vivir/ por eso hago más, me muevo y hago más”. Asimismo la segunda estrofa incluye una especie de adaptación a la Federico -combinando la ironía con la introspección, ambas de carácter social y personal al mismo tiempo- de las letras de Roberto Jacoby, ausente en el álbum que nos ocupa: “nací en el 63 y tengo 200 años/ mi mente invernó, no supe distinguir/ ahora puedo ver que estaba anestesiado/ miraba sin mirar, quería resistir” (como en otras composiciones del disco, durante el tramo final aparecen inusitadas y excelentes guitarras rockeras que suelen pasar desapercibidas en la escucha casual). El ritmo contagioso y súper bailable domina Persuadida, un pequeño gran tema sobre una chica solitaria que imagina que se enamora y recupera el ímpetu y las ganas de vivir, “se asoma a la ventana y mira, se siente distanciada y llora/ no puede entregarse a nadie, está muy persuadida y sola/ vida nueva al sol, con ratos de amor/ sueña que es verdad, no va a despertar”.
En cierto sentido, y dentro del orden conceptual, el disco lidia con una abulia social interiorizada y el paso de la enajenación homicida de la dictadura y la pasividad cómplice de las mayorías a una democracia que arrastra la infinidad de problemas propios del capitalismo, los cuales se resumen en las canciones de la placa mediante una pasividad, una melancolía, una frustración y un desánimo que se suelen unificar con el éxtasis, el movimiento, la alegría y la reafirmación individual en tanto propulsores fundamentales de las mutaciones en la vida que nos ha tocado. La preeminencia de los teclados, el dejo synthpop, los cambios de integrantes y el despegue masivo definitivo local, junto a la consabida internacionalización de la banda, son factores que se acumulan en un disco en el que Virus por primera vez trabaja con una protoelectrónica que sería perfeccionada en los trabajos siguientes. Relax es sin duda el álbum más tranquilo, ligero y delicado de la banda y a pesar de que se cae un poco -apenas- durante el tramo final, es otra de las joyas ineludibles del repertorio de los platenses y de la música argentina en general
Más allá de que se puede decir que Superficies de Placer (1987) es el disco que mejor soporta el “oído neutro” contemporáneo y en donde la banda termina de redondear un sonido verdaderamente maduro y enigmático, incluso por fuera de los clichés de su momento en lo que hace a producción y arreglos ochentosos, resulta innegable que Locura (1985) nos regala un éxtasis compositivo inmaculado bombardeándonos con una catarata de insinuaciones, erotismo e incertidumbre semi melodramática que desarma cualquier moralina previa o posterior, dando a entender que el frenesí de la vida se debería parecer a su homólogo del sexo y el amor en general. La estructura y la impronta pop de Relax (1984) aquí se ven magnificadas no sólo en el campo temático y esa sensualidad a la que nos referíamos antes, sino también en la misma arquitectura de las canciones con sutiles climas de misterio, intros meticulosas y ambientes varios que se acercan al peligro y el acecho lujurioso/ carnal/ voluptuoso, lo que desde ya convierte a la libido en la gran protagonista de la faena bajo sus diversas encarnaciones y modalidades.
Un mínimo piano abre Pronta Entrega, clásico absoluto del pop de los 80 tracción a baterías más orgánicas que las de Relax y un teclado que simula el sonido de un órgano de vieja cepa; la letra a su vez examina con inteligencia la necesidad amatoria y la compara con el arte y esos queridos estimulantes, circunstancia que por supuesto deriva en la predilección del sexo ante todo: “recordando tu expresión, vuelvo a desear/ esas noches de calor, llenas de ansiedad/ sofocado por el sueño y la presión, busco un cuerpo para amar/ la distancia va perdiendo su espesor, pronta entrega por favor/ me puedo estimular con música y alcohol/ pero me excito más cuando es con vos/ siento todo irreal cuando es con vos/ siento todo irreal”. Tomo lo que Encuentro es otra maravilla de la promiscuidad autoconsciente y consensuada y esa exuberancia erótica marca registrada de los Virus, ahora con instantes de electrónica popera sosegada, sonidos símil aeropuerto y agraciadas capas de teclados para ese mantra enigmático que se repite una y otra vez, “no me imaginaba que eras tan le lush/ tu beso en el vidrio dejó marcado el rush/ no me importa nada en cuestión de amor/ tomo lo que encuentro, me siento algo mejor/ el avión ya despegó con destino a Nueva York/ es un viaje de placer alquilado para…”.
En Pecado para Dos siguen los comienzos minimalistas que derivan en la línea principal de sintetizadores, en esta ocasión con motivo de otra exploración sensual modelo un reaparecido Roberto Jacoby que se luce en el estribillo, “se lavan en la oscuridad motivos para confesar/ crímenes en la intimidad, cositas fuera de lugar”. En esta oportunidad se unifican el oscurantismo del pasado, la represión hipócrita burguesa del presente y esa tajante separación entre lo que se muestra en público y lo que se hace en privado, trasfondo típicamente “occidental y cristiano” que acompaña siempre al disco y que aquí aparece en versos sublimes como “estamos enfermos/ cuerpo, fuego nuestro/ aliados, infierno/ silencio para vos/ cuerpo, fuego nuestro/ pecados para dos hoy”. Una base de bajo atrapante constituye el eje de Destino Circular, temazo con prodigiosos arreglos de teclados acerca de una dialéctica romántica que va desde la sumisión hacia la independencia, todo con una fuerte impronta ciclotímica que se mueve en espiral y que se condice con las vueltas y caprichos anímicos de todos los seres humanos: “hoy sin querer te dejé encerrada por tercera vez/ vos sin dudar me rompiste la puerta para escapar/ no, no es casual, tu computer no da para descifrar/ que tu placer es estar atrapada por quien te va a atrapar/ es un destino circular que gira en el mismo lugar/ no tengo ganas de seguir, quiero salir en libertad”.
Una Luna de Miel en la Mano es sin duda la canción más ambiciosa de la placa y la más exitosa de la historia de la banda, un himno a la masturbación y la imaginación lujuriosa con diferentes partes que insólitamente hermanan al tema a una suerte de composición sinfónica para sintetizadores que resume en un cien por ciento el pop masivo del período, ese que apuntaba tanto a las pistas de los boliches como a las emisoras FM y el público “menudo”/ familiar, a quien la canción toma por asalto vía una carga de sexualidad inédita para un hit de esta envergadura… e incluso más con tanto romanticismo destilado y empalagoso dando vueltas durante los 80, ese que el tema respeta y al mismo tiempo pervierte llevando el asunto a niveles insospechados de desenfreno y lascivia. La mejor línea de teclados de la banda se condice aquí con una letra suprema de Federico y Eduardo Costa en la que el peligro de ser descubierto/ a -nada menos que por la progenitora del o la protagonista- se mete en el medio para elevar el frenesí onanista y destruir la “santidad” del matrimonio con la hilarante referencia a una Luna de Miel social -tan consuetudinaria como demacrada- que aquí deriva en pura escenificación sexual sin verdadero casamiento ni nada que se le parezca: “tu imaginación me programa en vivo/ llego volando y me arrojo sobre ti/ salto en la música, entro en tu cuerpo/ Cometa Halley, cópula y ensueño/ tuyo, tuyo/ Luna de Miel, Luna de Miel/ tu madre no podrá interceptarme/ perfecto, hermoso, veloz, luminoso/ caramelos de miel entre tus manos/ te prometo una cita ideal, adorando la vitalidad/ tuyo, tuyo/ Luna de Miel, Luna de Miel”. Una obra maestra imperecedera.
Dicha Feliz es una composición pequeña y profundamente sarcástica a medio tiempo en la que la redundancia del título esconde un dolor acumulado por peleas en la pareja, pesar que muta en una felicidad sardónica en la que el protagonista celebra que la contraparte vuelva a él en plan sumisión y con la cabeza gacha, definitivamente pidiendo un perdón que abre la puerta al sadismo y una venganza de colmillos rechinantes: “ya no estás riéndote sola, ya no estás burlándote más/ vuelves a mí y siento otro gozo, otro más, ¿y cuántos van? / Soy tan feliz que la dicha invade mi felicidad/ me estoy sintiendo bien de cuerpo y alma”. Asimismo todo el asunto se oscurece al punto de homologarse al consumismo hueco y despersonalizado de la publicidad, el marketing y la televisión en versos mordaces como “cambio el canal y veo una moto, chocolate, jabón de lavar/ la mujer me muestra sus dientes, transmitiendo su amor”.
Otra línea de teclados se superpone a efectos varios símil saxos que dejan paso a una melodía delicada en la contagiosa Sin Disfraz, epopeya que tira abajo toda máscara social para la cópula con un moreno y los rituales de seducción del caso, todo muy cargado de la algarabía amatoria más desprejuiciada: “a veces voy donde reina el mar, es mi lugar, llego sin disfraz/ por un minuto abandono el frac y me desnudo en lo espiritual para amar/ como si fuera mentiroso y nudista/ en taxi voy, Hotel Savoy y bailamos/ y ya no sé si es hoy, ayer o mañana/ fue ayer, persiste el olor de esa piel morena y sensual, perfumada/ y hoy me visto demodé y normal, no me preocupa parecer vulgar”. Finalmente Lugares Comunes es una joyita de súplica amorosa en pos de evitar una ruptura que aprovecha mucho la voz de Federico en el estribillo, por supuesto incluyendo una sutil ironía a través del título y la colección de estereotipos del rubro romántico a los que se echa mano para revitalizarlos desde la sinceridad, un bien muy escaso entonces y ni hablar hoy en día: “descubriremos juntos vos y yo, con el tiempo atrás, el universo abismal/ las fantasías vamos a alcanzar si querés probar, es simplemente comenzar/ pero por favor, no rompas mi corazón por vanidad/ no rompas la ilusión de lo ideal/ no sé si siento dolor o me aliviás/ pero no puedo entender la realidad”.
Esa elegancia de siempre de la banda aquí encuentra nuevos picos compositivos que ponen en interrelación por un lado la destreza de los platenses para profundizar en todos los tópicos que tratan y por otro lado el zeitgeist de su tiempo y la necesidad de desembarazarse de la represión internalizada de la dictadura -y de la sociedad argentina a nivel macro- con vistas a recuperar una libertad que acarrea un mayor margen de maniobra y diversas responsabilidades que suelen derivar en un lindo catálogo de frustraciones, empezando por este marco de relaciones románticas/ sexuales/ sociales que sopesan con perspicacia las canciones. Como decíamos al inicio, la ambición y el desparpajo paulatino de los muchachos, recursos que fueron sacando a relucir de disco en disco, alcanzarían un instante de sutil reposo y perfeccionamiento en el siguiente álbum, Superficies de Placer, en el que todos los componentes y engranajes paradigmáticos de Locura serían pulidos para generar un sonido todavía más orgánico y natural, lo que por cierto no le quita ningún mérito a un trabajo que de por sí sentó las bases y afianzó una paleta musical extraordinaria, otorgando refinamiento y destreza a un panorama local que de a poco y a posteriori fue tomando la posta de Virus sin llegar nunca a superar su talento.
Como consecuencia directa del enorme éxito de Locura (1985) y las giras a lo largo de América para su presentación, los muchachos optaron por grabar y editar su primer disco en directo, Virus Vivo (1986), un gran trabajo que supera al mero “grandes éxitos” camuflado para dar testimonio tanto de la energía de la banda en sus recitales como de su capacidad para aggiornar sus primeras composiciones al esquema synthpop y hasta sorprender incluyendo un nuevo tema, el extraordinario Imágenes Paganas, nada menos que una de las grandes canciones del rock argentino y en castellano en general. El material surgió de una serie de recitales en el Estadio Obras Sanitarias de Buenos Aires durante los días 14, 15 y 16 de mayo de 1986, con una primera parte lanzada al mercado ese mismo año y otra en 1997 con el objetivo más o menos manifiesto de “atizar” el avispero en pos de lo que sería el triste regreso discográfico con temas nuevos del grupo, 9 (1998), trabajo de lo más olvidable y todavía más mediocre que Tierra del Fuego (1989), aquel primer -y por demás decepcionante- experimento sin Federico en la voz (además es necesario tener presente que la edición de la segunda parte y de 9 se dan dentro del contexto del furor arqueológico e historiográfico de la década del 90 para con el rock vernáculo, con una catarata de primeras ediciones en CD, lanzamientos de material inédito, aparición de “compilaciones resumen” y publicación de muchos libros cubriendo el devenir del movimiento hasta aquel presente; por ejemplo el Adiós Sui Géneris Volumen III -editado en 1996- es también otro ítem añadido a un material en vivo histórico).
Una intro símil mantra ambient inaugura el concierto y desencadena baterías tocadas en vivo, mucho eco y esos geniales teclados del período para arrancar con todo vía Pecados para Dos del Locura. Luego viene Dame una Señal de Relax (1984) en una versión muy respetuosa de la original de estudio, que se beneficia además de la facilidad en vivo de Federico para sonar melodioso y casual al mismo tiempo en función de una elegancia de lo más honesta y para nada impostada. Sin Disfraz de Locura continúa esa misma vertiente centrada en una sensualidad tan exquisita como sincera que lleva a extender deliciosamente el coro final para el vivo. Hay que Salir del Agujero Interior, perteneciente al disco homónimo de 1983, aporta la primera gran novedad en torno a cómo sonarían las canciones de la primera etapa de la agrupación bajo el pomposo manto de los arreglos de mediados de los 80, con una respuesta que se ubica en una región intermedia entre un rock sutilmente -e hilarantemente volcado hacia lo- amanerado y ese bello fetiche para con la reverberación ochentosa (el detalle provocador ahora pasa por Federico trastocando el inicio con un “hay que sacarse la ropa interior” a grito limpio).
Seguimos en la misma línea en Wadu Wadu de 1981, logrando una versión en la que se unifican de manera suprema la flamante suavidad de aquellos años con el poderío rockero de los inicios, casi como sustituyendo el influjo punk con una delicadeza hiper profesional y apasionada (a su vez es de destacar la fuerte presencia de sintetizadores símil órgano durante el final). Sin duda el gran interés de la placa, más allá de chequear cómo sonaba la banda en vivo durante la cúspide de su trayectoria, es Imágenes Paganas, joya imperecedera que anticipa el tono lánguido y poético de Superficies de Placer (1987) a través de líneas celestiales de teclados, una melodía preciosa, arreglos a lo flamenco y una de las mejores interpretaciones vocales -y con más matices- del cantante, amén de esa letra prodigiosa que no tiene parangón: “vengo agotado de cantar en la niebla, por la autopista junto al mar hay gitanos/ van celebrando un ritual ignorado, mis propios Dioses ya no están, espejismos/ un remolino mezcla los besos y la ausencia, imágenes paganas se desnudan en sueños/ en el espejo, reflejos viajeros, un apagón sentimental, la ruta pasa/ vuelve el deseo y la ansiedad de este cuerpo, mi boca quiere pronunciar el silencio/ un remolino mezcla los besos y la ausencia, imágenes paganas se desnudan en sueños”. Una obra de arte inconmensurable.
La salida del estudio y la vuelta al concierto se produce con Pronta Entrega de Locura en una interpretación precisa y al palo que extiende el “cuando es con vos, siento todo irreal” del desenlace. Por supuesto que uno de los temas que más se beneficia del tratamiento melodramático de mediados de los 80 es ¿Qué Hago en Manila? de Agujero Interior, logrando en directo una interrelación suprema entre la voz de Federico, las guitarras y las capas sonoras de cuelgue alucinado, esas que suman mucho a la incertidumbre romántica de por sí exquisita de la canción. Persuadida de Relax aparece en una versión insólitamente más rockera que la de estudio y por ello brilla con luz propia. A continuación se aprovecha la fuerza arrolladora de uno de los himnos confrontativos del Wadu Wadu, Densa Realidad, alargando el clamor de choque de base de manera muy inteligente a través de una intro minimalista de guitarras y teclados sobre versos nuevos que dejan paso al recitado de Federico de la letra primordial, el cual se transforma de a poco en la vocalización que todos conocemos y esa súplica melómana/ social/ cultural tan querida, “quiero ver mi ciudad que levante la cabeza/ que reciba el rock, que estimula ondas más nuevas/ para juntos practicar nuevas formas de encarar esta densa realidad”.
Ahora bien, el “volumen 2” tardío de Virus Vivo abre con El Probador de Agujero Interior y con el público cantando a dúo con Federico en una versión que expande la lujuria a todo el estadio y tira bien adelante la línea de teclados y la fuerza de la batería. El fluir de los temas del primer disco, todos enganchados los unos con los otros como planeó la banda en aquel 1986, desaparece en esta secuela caracterizada por fundidos a silencio que ponen en primer plano la naturaleza episódica de las grabaciones, recortadas -recordemos- de tres presentaciones distintas. Juegos Incompletos, de Relax, se despacha con una base robótica que lleva al máximo el erotismo y la mecanización amatoria de esa frustración detrás del glorioso estribillo, “me divierto, me enloquezco pero siento insatisfacción/ estos juegos incompletos me desgastan la imaginación”.
Antes de arrancar con Hago Más de Relax, Federico anuncia explícitamente -en lo que es el comienzo de una de las noches- que tocarán canciones de todos los discos hasta la fecha menos del injustamente ninguneado Recrudece (1982), y a posteriori nos ofrece una interpretación “en crudo”, como todas las recopiladas para este segundo volumen improvisado a pura retromanía noventosa, que permite vislumbrar una nueva capa -más potente y rockera, sin el maquillaje del primer disco que tapa los poquitos pifies- de la banda en directo durante esos años. Soy Moderno, No Fumo de Wadu Wadu aparece en una interpretación maravillosa que saca partido del tono paródico afectado de la composición y de ese desenlace bien agitado. Para Destino Circular de Locura la banda dispara a full una catarata de efectos que acompañan a un espléndido bajo símil caballo galopante. Los sintetizadores dominan las dos composiciones siguientes tomadas del Relax, Sentirse Bien, otra odisea erótica de pulso narcótico que se expande en vivo a puro encanto lúdico, y Amor Descartable, asimismo un tema en el que se combinan muy bien en directo las guitarras y los teclados.
La versión en vivo de la entrañable Carolina de Agujero Interior es suprema porque el impulso rockabilly se adapta de manera perfecta a la energía desatada típica de un recital, la algarabía de las guitarras y hasta un punto final insólitamente “sintetizado” que nos recuerda la fase popera electrónica que estaba atravesando la banda. Me Puedo Programar de Relax retoma la elegancia del primer volumen y la emparda a los esperables juegos sutiles con el público en el estribillo “me puedo programar, sintonizando el dial/ lo estoy haciendo bien, me siento funcional”. Como tantos bobos de la prensa y el público -todos adeptos fanáticos al lugar común- se quejaron en ocasión de la salida del primer disco sobre la ausencia del megahit Una Luna de Miel en la Mano de Locura, en la continuación el tema no sólo dice presente sino que pasa a cerrar todo el trabajo en su conjunto de la mano de una versión muy similar a la de estudio e igual de intensa y voluptuosa.
En síntesis, el Virus Vivo es un muy buen ejemplo de la disposición poderosa y compacta de la banda en materia de los shows y las secuencias de canciones, a esta altura del derrotero de los miembros por el enclave musical una verdadera colección de éxitos locales e internacionales que se quedarían grabados no sólo en la memoria de miles y miles de fans sino también en el acervo popular, ese capaz de resignificar las composiciones según sus necesidades emocionales y alejarlas tanto de los sustratos primigenios como le resulte conveniente al pueblo (algo que muy pocas bandas -y mucho menos del ámbito del rock- han logrado a lo largo de los años). Considerando que hablamos del único registro oficial en directo de la etapa más excelsa del grupo, la de Federico, el álbum es más que interesante porque si bien aquí no queda nada de las primeras actuaciones de los 80 con elementos diversos del happening y las instalaciones artísticas vanguardistas superpuestos a la música en sí, algo que por ejemplo caracterizó también -y en mucho mayor medida- a los recitales del inicio underground de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la verdad es que Virus Vivo aporta un registro muy preciado de la fase de estadios de una banda en su máximo esplendor tanto popular como cultural/ artístico, ya reconvertidos en figuras ineludibles de su tiempo y mojones con los cuales medir -mal que le pese a quien le pese- todo lo que vendría después y no sólo en lo que atañe a la carrera particular de los Virus.
Las capas de teclados siguen estando presentes en el majestuoso Superficies de Placer (1987) aunque resultan mucho más funcionales a las canciones en sí de lo que lo eran en Locura (1985), placa cuyo eje compositivo en buena medida estaba subordinado en su totalidad a la estructuración aportada por los sintetizadores, hoy apenas un capítulo de un planteo englobador que asimismo le concede un mayor protagonismo a las guitarras, los arreglos preciosistas y las atmósferas más tranquilas y reflexivas. El hecho de que Federico y la banda tomasen conocimiento durante la grabación del álbum de la enfermedad que aquejaba al cantante constituyó un suceso que quedó muy reflejado en la obra en general, ya que la abstracción poética existencial y las incógnitas identitarias pasan a suplantar en parte a los devaneos sexuales y las ironías sociales del pasado, ítems que aparecen aquí o allá a lo largo de los temas pero ahora están más orientados a una reafirmación erótica de la vida que al simple goce pasajero producto del frenesí del momento, algo también reforzado por el carácter compacto y coherente del disco en su conjunto. Esta incertidumbre y este malestar más o menos camuflado hoy más que nunca convierten a la placa en una apuesta artística con peso propio y no sólo en una colección de pasajes hermanados aunque algo distantes uno del otro, como pueden llegar a leerse la mayoría de los discos previos.
Los arreglos latinos, los teclados y una producción más corporal, potente y rockera se unifican en el excelente primer tema del disco, Mirada Speed, suerte de oda a la encarnación difusa de un poder que puede ser tanto político tradicional como romántico sádico, en consonancia con una letra que juega a conciencia con la insinuación y el misterio de la poesía: “intimidó mi corazón una fugaz mirada speed/ en diagonal, la información se disemina alrededor/ flotando, navego en dirección de aquella extraña figura de poder/ ahora lo vi en filmación, tu cuello huele delator/ amanecí sin ver el sol cuando el vacío huye de mí/ me balanceo hasta acabar junto a esa mágica adolescente sin edad”. Una intro ambient y relajada da paso al influjo pop más tierno en Danza Narcótica, tema literalmente lisérgico en plan extasiado/ humanista que continúa la línea lírica gloriosamente indefinida y meditabunda del comienzo: “danza de efectos narcóticos, mínimos toques de eternidad/ atraviesan el umbral, brumas manchadas de luz/ trance en la aldea electrónica, tenue contacto de espíritu/ encrucijada, hay amenazas de un final/ frases para pensar”.
Ausencia es una bella canción -algo acelerada y con arreglos espléndidos- en la que sobrevuela fuerte el fantasma de la mortalidad, la melancolía de lo vivido y la predisposición a seguir luchando hasta el fin, todo sintetizado en especial en el genial estribillo, “las cosas se alejan de mí y es difícil poder tocarlas/ las cosas se alejan de mí y yo debo seguir soñando/ ausencia que vuelve a traer el recuerdo de cada día/ la noche protege otra vez un amor fuera de la vida”. Rumbos Secretos nos entrega otro precioso aluvión sentimental vinculado con la pérdida individual y el sustraerse en el arte sonoro, especie de consuelo mágico y porfiado ante lo inevitable: “voy a recorrer un mundo incierto/ recostado en mis sueños, con el alma descubierta explorar rumbos secretos/ y así tengo una ilusión/ música, un continente vasto para mi imaginación/ vago dolor que impregna cada espacio dándome satisfacción, velos”. Una programación sutilmente disruptiva a lo Prince abre Epocalipsis y deja paso a una oda pop a un cataclismo que es íntimo y que motiva -nuevamente- seguir peleándola a través de la música y mantenerse ocupado redondeando nuevos proyectos compositivos y aledaños: “mueren los días, los siglos, otro milenio se apaga/ pero en mi pecho sigue igual el hueco de la soledad, dibuja un vicio circular/ zonas de nada violenta, bifurcaciones acechan/ busco un atajo personal para salvarme del huracán, unos proyectos de canción/ apocalipsis en mi intimidad/ apocalipsis, noche de cristal/ apocalipsis deja rumores al pasar, vibrando en el diapasón versiones maxis de Muzak/ con los sentidos alertas la pesadilla se aleja”.
Sin duda lo más parecido al material prototípico de Locura es Polvos de una Relación, una maravilla narcótica de teclados vigorosos, ritmo acelerado y urgencia sexual que se permite bromear con lo chabacano y prostibulario -fiel a la tradición de las letras de Roberto Jacoby- desde el título y la andanada de metáforas carnales/ económicas: “tu brillo tiende a hipnotizarnos, cuerpo que encarna el valor/ soy un adicto a tus encantos, doblo la cotización/ todo lo sólido se esfuma, polvos de una relación/ cuando la noche nos estafa, las caricias sufren inflación/ oro, oro, oro en polvo yo te adoro/ temo enloquecer sin tus polvos no/ oro, oro, oro en polvo yo te adoro/ temo enloquecer con este bajón”. Encuentro en el Río Musical es quizás el tema más ambicioso del álbum, sostenido en un mantra ambient hipnótico y un ritmo delicioso de cadencia synthpop que encara directamente al oyente para promover un encuentro entre el creador y quien se encuentra del otro lado del parlante, extasiado y presa de estos chamanes musicales sin igual: “aflójate, sonríe fugaz, mi cuerpo astral tomará tu ser/ incierta pasión nace en mi alma, presintiendo un oyente ideal/ de todo nos salvará este amor, hasta del mal que haya en el placer/ prolongaré mi sonido azul, por los parlantes te iré a buscar/ descifrarás todos los enigmas que deje el río al pasar/ collar de peligros desarmaré, en el desierto sus cuentas caerán/ el río musical bañando tu atención, generó un lugar para encontrarnos”. Una de las mejores letras de Virus por lejos.
Una mínima programación ominosa y espectral constituye el núcleo de Amores Perpetuos, prima hermana de Rumbos Secretos y nuevo elogio a fijar la propia trascendencia mediante el arte, lo que desde ya el señor logró con creces porque todos nosotros hoy estamos hablando de él y sus compañeros de correrías: “renuncio a un horizonte gris, futuros se avecinan en mí, tengo una chance más/ sonidos estremecen la piel, saturan con su intensidad, programa digital/ si miro hacia arriba descarto fantasmas, retengo formas de ti/ amores perpetuos, esclavo fiel, mi condena/ voces en delay simulan ondas que no veré, pretenden cautivar”. Los aires latinos y una simpleza inmensa, que sólo se homologa con la belleza y sensualidad de fondo, están al servicio de Superficies de Placer, la canción, obra maestra que gira en torno a la bisexualidad y el voyeurismo y una de las pocas composiciones realmente alegres de la placa, sinónimo de lo que parece ser un descubrimiento tardío -pero descubrimiento al fin- de la dimensión pasiva del goce sexual, en cierta medida alejada del coito concreto y hasta de la fantasía de antaño: “toda mi pasión se elevará viéndote actuar tan sugerente/ lejos de sufrir mi soledad, uso mi flash, capto impresiones/ me adueño así, superficies de placer/ dejo crecer mi tremenda timidez/ gozo entregándote al sol, dándote un rol ambivalente/ puedo espiar sin discreción, como un voyeur en vacaciones”. Hablamos de una exquisitez pop portadora de una riqueza inconmensurable, tesoro que se mete de inmediato debajo de la piel del oyente para no soltarlo nunca más.
Dentro de un disco ya de por sí lentificado con respecto a los trabajos anteriores del grupo, Transeúnte sin Identidad es incluso más reposada, suave y frágil, casi tomando la forma de un hermoso poema al paso acerca del impulso vital, la inspiración, el caos metropolitano y un amor ideal que resulte en verdad bienaventurado, algo muy anhelado por el cantante en esos momentos finales como lo señalan las canciones de la placa: “caminar y rescatar del mar, un tesoro vital/ un transeúnte demuestra calidad cuando un verso trae/ te amaré contra el reloj si mi ardor lo marca/ sobre un barco no tengo identidad, inmediata pasión/ gran ciudad, luminosa fuerza cruel/ tiéntame, sí, con un plan/ roja Luna física, mírame, ofrécete a besar”. El cierre, Impulsos Aleatorios, también funciona como una reflexión sencilla en términos musicales -más capas de teclados, guitarras detallistas y baterías electrónicas tocadas en vivo- aunque agitada desde lo conceptual, en esta oportunidad centrándose en el revoltijo de la vida y su condición anárquica, circunstancia que en la cercanía al fin termina resaltando lo más dulce del camino recorrido y lo que impide la apatía mortuoria o una decepción vinculada al marasmo o la parálisis, estados que llevarían a desperdiciar los últimos chispazos de brío vivificante: “montado al desconcierto, embriago un sentimiento con facilidad/ ¿no ves que estoy despierto? Impulsos aleatorios mandan su señal/ disparan desde un grabador lenguajes y mil voces fuera de control/ la tele, como un confesor, condena los pecados que hoy no pude hacer/ rígidas líneas trazarán la red, fuegos inferiores derramándose”.
Como toda gran obra de arte, Superficies de Placer es un trabajo complejo que requiere de una mayor paciencia que el resto de los discos de Virus para ser apreciado en su justa medida, lo que implica por un lado que la inmediatez y el “gancho” musical masivo de antes aquí están en buena medida ausentes y por otro lado que el mismo sustrato del álbum es honestamente más deprimente y realista porque analiza sin cesar -primero- el borramiento escalonado de la identidad y -segundo- las postrimerías del sueño de la vida y sus manifestaciones más voluptuosas, en esencia vinculadas al sexo, el arte, la cultura, la comunicación y un errar improvisado homologado al acto de despertar cada día sin saber qué ocurrirá. El minimalismo de las bases, en franca oposición a la algarabía y pomposidad de los álbumes previos, tiene que ver también con esta intención de fondo contemplativa y apaciguada en la que la madurez en ningún momento se siente forzada o trae a colación esas poses patéticas de los artistas contemporáneos que luego de dos o tres discos contratan a un productor/ “maquillador” veterano y generan una placa de quiebre de 180 grados. Aquí en cambio -y más allá del padecimiento de Federico- resultaba más que necesario un corte con respecto al furor de Locura y es por ello también que Superficies de Placer consigue sobrepasar con tanta agudeza y facilidad el test del tiempo ya que la ornamentación popera ochentosa está reducida al mínimo y lo que queda ante los ojos -y los oídos- es la arquitectura desnuda de las canciones y una interpretación/ ejecución en verdad maravillosa, etérea y atemporal.
Más allá de que el estereotipo dice que las muertes de Federico Moura, Luca Prodan de Sumo y Miguel Abuelo de Los Abuelos de la Nada dieron por terminada la etapa gloriosa del rock nacional de la década del 80, lo cierto es que en el caso de Virus el episodio fue un tanto más angustiante porque a diferencia de las otras dos agrupaciones los platenses decidieron seguir con la banda y los discos resultantes dejaron muchísimo que desear, explicitando eso de que el cantante en cuestión era irremplazable y que su intervención en la composición, en la grabación en estudio y en la interpretación final era más que decisiva para el excelente nivel de las canciones… un estado de cosas que queda muy en evidencia en los paupérrimos Tierra del Fuego (1989) y 9 (1998), el primero realizado a caballo de las buenas intenciones de respetar el pedido de Federico de que sigan trabajando y el segundo en función de esa típica nostalgia bobalicona que transforma a agrupaciones otrora geniales en bandas de covers de ellos mismos. Ahora bien, esto de continuar grabando y tocando en público con una figura central desaparecida incluye un montón de casos semejantes en los que los resultados se vuelcan hacia lo positivo, pensemos en ese AC/ DC que reemplaza al tremendo Bon Scott con el gran Brian Johnson, o lo negativo, aquí el ejemplo por antonomasia -y que calza como anillo al dedo- es el de Queen, con un Freddie Mercury fallecido y el resto de la banda tratando de reemplazarlo a lo largo de las décadas con una ristra de personajes que sin pasar vergüenza jamás llegaron ni a los talones del líder de antaño.
Un insólito sonido símil hard rock enmarca la apenas correcta apertura, Un Amor Inhabitado, a su vez condimentada con efectos y líneas de teclados que sostienen la voz de Marcelo, que desde el vamos resulta muy leve, anodina y carente de garra en comparación con la de Federico, generando esa frustración inicial que se reproducirá a lo largo de todo un disco que tampoco incluye temas particularmente memorables (aquí la letra para colmo pretende invocar las fantasías sexuales del pasado como mecanismos para quebrar la rutina represiva, pero sin demasiada convicción ni mucho menos originalidad). Los arreglos latinos de Superficies de Placer (1987) regresan en Es al Revés, encima con coros femeninos que parecen intentar compensar lo insípido de la composición y de una letra que nos habla de una “sucesión de dolor, alegría y tedio” que refleja muy bien -sobre todo en los extremos- la sensación de escuchar la placa. El de Moño Negro es una suerte de regreso a los primeros discos de la banda aunque sin el generoso talento de antes y con un buen trabajo de bajo de Enrique Mugetti, redondeando un rockito pasable sobre una noche de boliche con una chica que promete sexo.
En ocasión de Volátil, primer tema de cadencia reflexiva a medio tiempo en sintonía con Superficies de Placer, ya queda totalmente de manifiesto que el refinamiento poético del pasado inmediato era obra de Federico porque aquí el sustrato lírico es entre pobretón y pedestre: “la suerte con mis sueños hoy junté/ temores que tenía despejé/ disfrutar la claridad, presente ideal/ y montado al destino, encontrar mi paz/ adormecido en un lugar, fluyen deseos de un amor/ tardes, soles calman mi sed/ el silencio, mi aliado, es mi placer”. Lanzo y Escucho es uno de los mejores temas del disco que lamentablemente -como el resto de las canciones- padece de la aburrida voz de Marcelo y deja abierta la incógnita de qué hubiese sido con Federico en su lugar… de seguro el grupo hubiese aprovechado mucho mejor el adictivo riff de guitarra y los arreglos poperos hubiesen sido más coloridos y originales (hasta la letra quiere recuperar el viejo leitmotiv de Virus centrado en “alertar los sentidos” y pensar los movimientos cotidianos para desarmar dudas y/ o destrabar un entorno oscurantista).
Primavera Animal, por su parte, es otro de los temas que dignifican a la placa, algo así como una adaptación rockera modelo fines de los 80 del pop luminoso de Relax (1984), debemos destacar ese estribillo simplón aunque eficaz al mismo tiempo: “la primavera no me deja enfriar/ quiero contacto, no quiero pensar/ tenerte cerca siempre un poco más/ siento tu aroma que flotando está”. Muy Natural resulta una canción en verdad dolorosa para el oyente ya que Marcelo trata de sonar sexy y hasta en algún pasaje intenta emular las inflexiones de Federico sin embargo su voz semi gangosa empantana todo el asunto, para colmo todo el planteo está enmarcado en un temita pop FM que resulta hiper inofensivo. Una línea de sintetizador empardada a Locura (1985) abre Me Acerco sin Saber, nuevo intento por invocar la magia previa, no obstante no hay caso y seguimos presos de detalles de producción copiados del Prince circa Sign o’ the Times (1987) y Lovesexy (1988) y pocas o nulas ideas sonoras novedosas o por lo menos latiguillos de siempre ejecutados con maestría.
Salto en Alto es una interesante composición apuntalada en lo disonante de una atmósfera cercana a Siouxsie and the Banshees y en la voz de Julio, quien por cierto desde su gravedad nos permite alejarnos mucho más de Federico, así la jugada resulta atractiva y por fin le da una personalidad propia a esta nueva faceta de la banda, algo que desde ya queda en nada porque Marcelo domina todos los otros temas. Hasta la letra eleva el nivel promedio del rubro: “salto en alto, buscando crecer/ salto en largo, buscando crecer/ me sorprendo hablando solo entre tantos que no escuchan/ grueso cristal en tus ojos ven, distintas órbitas sin alma/ las caras vacías me hacen daño, pierden el éxtasis/ y en todos lados, manos mudas, espacios de soledad”. Volvemos a los instantes reposados de Superficies de Placer para Despedida Nocturna, una bella canción que recupera cierto impulso compositivo desde un costado beatlesco tradicional -no es casual que Charly García aporte teclados en el tema- que suena algo extraño en manos de Virus, aún así el experimento es satisfactorio y nos acerca a lo que sería una epopeya melosa símil soundtrack del período de oro de la Disney; basta con sopesar el estribillo: “esconderé en el mar mi soplo de pasión/ se cubrirá de luz y espuma/ y en la profundidad mi herido corazón/ naufraga sin dolor ni bruma”.
La idea de volver a bases más rockeras y de hacer “como si no pasó nada” en materia de las letras, esquivando en términos prácticos la muerte de Federico para tratar de encontrarle nueva vida a futuro a la banda, lamentablemente termina fallando porque el nuevo cantante, Marcelo, no está para nada a la altura de las circunstancias y sinceramente las nuevas canciones son de lo más flojas y olvidables, amén de su prolijidad, el cuidado y las buenas intenciones ya señaladas. Si bien se supone que Federico colaboró en algún punto en Un Amor Inhabitado y Lanzo y Escucho, la verdad es que no se nota demasiado y tampoco el asunto nos rescata de un trabajo por momentos correcto, en ocasiones frustrante y a veces insoportable, esquema que desencadena una experiencia muy despareja a la que resulta difícil someterse de manera repetida por un lado por la catarata de sinsabores y por el otro porque los momentos más rescatables no justifican del todo el hecho de tener que “comerse” el resto del disco y sus pequeños grandes fallidos de turno.
Vivimos en una época en que la ausencia de productos masivos de calidad -sobre todo cortesía de una industria de la música volcada a la basura y cooptada por los lobotomizados del marketing y la publicidad- genera el recurrente regreso de agrupaciones del pasado. Virus cayó en esta trampa de las últimas décadas debido a las ganancias que dejan las giras nostálgicas para un público sumiso y muy poco exigente al que no le importa demasiado que no estén frente a -precisamente- la mejor versión de la banda en cuestión ni mucho menos. Ahora bien, el verdadero problema se produce cuando los muchachos de turno, revigorizados por la afluencia de un público al que no veían desde hace tiempo o que los rechazó abiertamente (como es el caso del Virus sin Federico de fines de los 80), se deciden a grabar un nuevo álbum de estudio, por lo general testimonio brutal del paso del tiempo, la merma de talento y/ o la simple ausencia de la figura central y núcleo anímico/ compositivo de la agrupación: 9 (1998) trae a colación todos estos padecimientos y los pone en primer plano mediante canciones hiper olvidables que palidecen aún en una hipotética comparación con respecto al de por sí flojo Tierra del Fuego (1989).
El tono pop light de Tierra de Fuego vuelve en Lucy, un comienzo muy deslucido y de lo más intrascendente sobre la depresión de la chica del título y esas fantasías húmedas marca registrada de la banda, aunque reemplazando la peligrosidad de antaño por un dejo inofensivo radial que no sabe si apelar a los fans históricos de Virus o a un potencial nuevo público basado en una base rockera fuerte que se difumina en un pop manso y domesticado al extremo. Las pretensiones de apelar a un concepto difuso de world music quedan bien en claro en América Fatal, principal corte de difusión y especie de intento de adaptación del sustrato popero clásico de Virus a la producción hercúlea de destino masivo de la década del 90, aunada asimismo a arreglos anodinos que pretenden pasar por “exóticos” símil Peter Gabriel para una letra que por momentos denuncia las vejaciones colonialistas en el continente vía “robo, sable y cruz” y en otros instantes se pierde a sí misma en versos muy lelos como “el desierto que ves, te contará lo que pasó/ no hay leche ni alcohol que pueda calmar tanta sed”.
Un entramado de guitarras tipo rock alternativo noventoso abre Cuando Yo Desespere, la cual funciona como una metáfora bastante vacua sobre la soledad, la nocturnidad, el errar sin rumbo, las giras perpetuas, cierta bohemia de cotillón y demás clichés del rock más vetusto y automatizado al que no se le cae ni una bendita idea novedosa. No Caigas bajo el Sol es un tema que baja significativamente la velocidad del álbum, lo que por cierto no genera un repunte a nivel de calidad porque estamos -otra vez- ante una composición banal que trastoca aquella autoafirmación psicológica de antaño en una fórmula impersonal que hoy por hoy no significa nada: “no escondas tu temor, no escapes de tu voz/ no rompas el cristal nunca más”. Las líneas de teclados se entrelazan con guitarras adictivas en Cuervos, canción en la que por fin funciona la fórmula del pop amigable de influjo rockero gracias al interesante riff y un estribillo que levanta un poco la puntería general: “tal vez, tal vez, tal vez mi fuego encenderás/ con lágrimas de cal mi llanto lo apagó/ soñar, soñar, soñar hasta sentirse bien/ correr, correr, correr cuando baje el sol”.
Seguimos en el ámbito de la world music para el otro corte de la placa, Extranjero, con destino manifiesto de constituir el “gancho” para los mercados internacionales vía detalles varios extraídos de la salsa caribeña y una letra un tanto insignificante que combina el migrar por gusto -aparentemente- y una suerte de indecisión existencial que no deriva en nada valioso (como ocurre con casi todo el disco). A decir verdad no había ninguna necesidad de reversionar Mirada Speed del Superficies de Placer (1987) en plan bossa nova/ trip hop, ahora anulando la lujuria enigmática primordial para reemplazarla con los estereotipos lounge de los 90 y la anodina voz de Marcelo. En Hielo en el Alcohol los muchachos parecen aflojar un poco con la obsesión de sonar “vigentes” y recuperan algo del impulso compositivo del último disco con Federico gracias a la incorporación de un piano -muy bien tamizado- y una historia de carnalidad explícita sin maquillaje de por medio… y por suerte sin ese dejo seudo poético barato que empantana gran parte del repertorio de la banda desde Tierra del Fuego en adelante.
Aitxeitxte es otro tema en sintonía con un rock alternativo poderoso -pero en el fondo destilado- para las masas, en esta oportunidad tracción a baterías en primer plano, solos de guitarra y hasta un estribillo agitado y bastante ameno: “revelación, pintada con un color/ excitación, al fondo la destrucción/ revolución, cargada de fe”. No Soporto Más es una canción muy hueca que se hace larguísima con constantes repeticiones a partir de una letra sobre una ruptura romántica que pasa tan rápido al olvido como el tema en su conjunto. Los señores se acuerdan tarde, en el último tema de la placa, Desayuno para un Rey, de incluir algo de funk en el cóctel sin embargo el nivel de calidad no se eleva mucho que digamos y continuamos en el mar de las composiciones prolijas pero carentes de la personalidad, la energía y aquella chispa mágica de la década del 80; olvidándose también de una madurez que parece sacrificarse para contentar a un público que paradójicamente les pide las canciones de la etapa con Federico y nada de nada de esta nueva y desabrida fase de la carrera de la banda.
Las canciones individuales de 9, además de derivativas y poco originales con respecto al contexto mainstream de fines de los 90, para colmo suelen superar la barrera de los cinco minutos y así se hacen eternas y por lo tanto muy cansadoras al poco de haber comenzado, enfatizando que la mediocridad no tiene edad ni rostro y que puede aparecerse en cualquier momento y bajo cualquier máscara, incluso en el grueso de los músicos responsables de la gloriosa seguidilla de trabajos que van desde el Wadu Wadu (1981) al susodicho Superficies de Placer. Como era de esperar, esta nueva encarnación de Virus al poco tiempo de editado el disco -primero- tuvo que renunciar a cualquier pretensión de armar futuros trabajos compuestos sólo de temas nuevos y -segundo- no le quedó otra que conformarse con tocar las canciones de siempre para saciar la sed nostálgica/ melancólica de las nuevas generaciones de fans, en esencia porque los oyentes veteranos aprendieron con suma celeridad que el período de gloria del grupo terminó con su broche de oro, Superficies de Placer, para ya nunca más volver.
Como toda banda veterana transformada en esencia en un proyecto en vivo para fans bisoños, Virus durante el nuevo milenio aceptó este estado de cosas de manera bastante tranquila y eventualmente se decidió a ingresar de nuevo al estudio de grabación, aunque esta vez los señores parecen haber tomado conciencia de que no hay interés de por sí en una tanda de canciones nuevas a menos que vengan “contrabandeadas” entre temas clásicos del repertorio ochentoso, algo que definitivamente les enseñó la decepción general -para todos los involucrados, desde el público y la prensa hasta si pensamos en las pretensiones de “vuelta al ruedo internacional” de la propia agrupación- alrededor del muy flojo 9 (1998). Cualquiera que haya asistido a un recital reciente de Virus puede atestiguar acerca del triste/ prolijo nivel de las actuaciones y dentro de todo Caja Negra (2007) podría haber sido mucho peor y más frustrante, en especial si se compara el trabajo con Virus Vivo (1986) y aquella inclusión de la genial Imágenes Paganas como agregado de estudio de turno. Aquí en cambio son cinco las flamantes canciones incorporadas luego de 14 tracks, correspondientes al período con Federico en voz, que fueron grabados en un par de shows de junio de 2006 en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, de los cuales también se editó un DVD en su momento que expande aún más una experiencia que no pasa de lo anecdótico y que se enmarca dentro de la falta de garra de toda la etapa posterior a Tierra del Fuego (1989).
Ya desde el inicio la experiencia es dolorosa con Marcelo haciendo lo que puede a partir de temas que supieron ser inmaculados con la voz de Federico y que aquí son interpretados desde la limitadísima capacidad vocal de su hermano. Tomo lo que Encuentro de Locura (1985) está bajada al nivel sonoro “neutro” de nuestros días con una base rockera tradicional que achata la riqueza de la magnífica composición original, algo que se reproduce a lo largo de todo el disco en su conjunto. La versión en vivo de Sin Disfraz, también de Locura, levanta el asunto incorporando más teclados a la mixtura y hasta hace que nos olvidemos un poco de la facilidad con la que la voz del cantante queda tapada por la música (lo que nos habla también de su nula presencia escénica). Más allá de que ninguno de los invitados están al nivel de calidad del Virus histórico, resulta innegable que su presencia condimenta -mayormente desde lo bizarro y el morbo más ramplón- un recital que sería hiper anodino si no fuera por ellos, empezando por la insólita aparición de Pity Álvarez de Viejas Locas e Intoxicados en Pecados para Dos, otro corte de Locura, y aportando una bienvenida disposición visceral a la profesionalidad promedio -un tanto fría y distante- de la banda en directo.
Sinceramente escuchar en vivo Polvos de una Relación, del gran Superficies de Placer (1987), es un pequeño acontecimiento de por sí y se agradece su inclusión porque dentro del canon popular de la banda no suele ser tenida en cuenta -como casi todo el último disco con Federico- a pura injusticia. Pronto volvemos a los lugares comunes con Me Puedo Programar de Relax (1984) en una interpretación también correcta y no particularmente memorable. Destino Circular de Locura le agrega fuerza al evento con un interesante diálogo entre guitarras y sintetizadores. El siguiente tema, El Probador de Agujero Interior (1983), con Ciro Pertusi -por entonces en Attaque 77, hoy en Jauría- a dúo en voz con Marcelo, se acerca convenientemente al influjo punk del clásico tercer disco. Pronta Entrega de Locura, ahora con Adrián Dárgelos de Babasónicos, sigue la línea rockera con teclados condimentando el fluir musical y de paso pone en evidencia cuánto influenció Virus a la movida alternativa y britpopera local de la década del 90, ya que aquí el inventado sí calza perfecto en el tema en cuestión.
Ya para Desesperado Secuencia Uno de Relax se notan las pocas ideas de esta formación de Virus en vivo, recurriendo una y otra vez a un aggiornamento pretendidamente robusto y nervioso que coarta la fascinante base popera de las canciones, léase el mismo encanto intrínseco de muchas de ellas. Ale Sergi de Miranda! también funciona más o menos bien dentro del contexto de Una Luna de Miel en la Mano de Locura, por más que los sintetizadores se escuchen bastante contenidos/ remilgados en el show y no sean aprovechados como debieran. Amor Descartable de Relax sufre mucho de la “no modulación” de la voz de Marcelo y que todo suene como si hubiese sido compactado por una aplanadora para un karaoke lastimoso. Imágenes Paganas de Virus Vivo se presta mejor a la obsesión con la continua adaptación rockera, no obstante la pobreza general de la banda empantana el asunto y nos hace pensar en lo que sería -por ejemplo- una versión de The Cure sin Robert Smith.
En Hay que Salir del Agujero Interior de la placa homónima se hace evidente que hubiese sido mucho mejor armar un repertorio con los tres primeros discos si la intención de fondo era relegar los teclados a nivel general, lo que por supuesto los señores jamás harían porque el público pueril que los sigue en esta eterna etapa de regreso los hubiera comido vivos si no tocan los clásicos de Relax y Locura. Otro de los grandes olvidados es el álbum debut de 1981 y aquí aparece sólo bajo la forma del tema que lo intitula, Wadu Wadu, cierre enérgico y apenas amable de la fase en vivo del disco.
Así como 9 terminaba con algo de funk vía Desayuno para un Rey, este regreso al estudio de la banda abre en esa misma frecuencia de la mano de Vuelve lo que Perdí, un tema muy flojo y olvidable construido alrededor de una línea de bajo, un fondo de teclados muy poco inspirados y una letra repleta de latiguillos de una nocturnidad seudo despojada y bohemia. Autores Chocaditos es una suerte de regreso -en versión paupérrima- a los rockitos del principio de la carrera de la agrupación, ahora con un riff de rock alternativo de manual y uno de los estribillos más mediocres de la historia de Virus, el cual encima roza la autoparodia involuntaria: “yo daría vuelta el mundo hasta descubrir mi rumbo/ soy el dueño de mis sueños, con tu hermana me entretengo”. Inéditos aires folk se cuelan en Es Otra Vida, la infaltable aproximación al romance meloso que suena tan chata como el resto del álbum (ya sin que importe si hablamos del en directo o de los capítulos en estudio).
La mejor composición por lejos de las cinco nuevas es After Hours, un pop sencillo y adictivo de influjo guitarrero con una de las mejores letras en muchísimo tiempo por parte de los platenses (“mejores” para el nivel de esta etapa, por supuesto): “muy liviano voy por la diagonal de la ciudad/ bebo rojo el sol del amanecer, no llevo voz ni canción/ soy turista extraño en el andén del autobús/ quiero despedir la alucinación donde oí la risa de Dios/ como fruta dulce de la estación te devoré/ aparté de mí la moral vulgar, pude al fin ser feroz/ marinero loco del rock and roll, no quiero ver/ si me quieres mal, si me quieres bien, me alcanza con el placer/ asesino cruel o mujer fatal, amante fiel o total Don Juan/ todo puedo ser, todo puedo amar, que se cumpla siempre tu voluntad”. El dejo rockero setentoso de los dos temas previos sigue firme en La Cruz del Sur, una clausura general en sintonía con Badfinger aunque sinceramente muy pobretona y carente del más mínimo encanto de tantos estereotipos acumulados en materia musical y letrística (“un cielo azul, eso eras tú, un arlequín dispuesto/ tu piel jazmín me cautivó/ supimos fluir, el deseo viene a mí/ y yo sigo buscándote tan cerca, tan lejos/ la cruz del sur y tu alma azul, mi estrella celosa/ estás allá, en un lugar tan grande”).
Como decíamos anteriormente, Caja Negra no llega a ser un trabajo malo y hasta se posiciona un poco por encima de 9 tracción a semejante calidoscopio nostálgico no del todo aprovechado dentro de un reluciente espíritu aguerrido/ rockero tradicional que por momentos se siente fuera de lugar y en otras ocasiones funciona un poco mejor. Un problema serio de las actuaciones de este Virus tardío pasa por la ausencia por un lado de la irreverencia macro y las canciones de los comienzos del grupo y por otro lado de la verdadera madurez -la sincera y coherente- de Superficies de Placer en una jugada escénica en la que sólo prevalecen los hits hiper populares de Relax y Locura, para colmo “adaptados” a las posibilidades interpretativas de una banda que perdió casi toda la chispa inconformista de antaño y sinceramente no tiene nada valioso para decir acerca de nada; esquema que por supuesto nos reenvía a los primeros seis discos y esa riqueza increíble que no ha sido socavada por el paso del tiempo y que continúa aportando astucia, frescura y elegancia a pesar de las décadas y los tantos cambios que atravesó nuestro país desde entonces.