La Última Seducción (The Last Seduction)

La actitud lo es todo

Por Emiliano Fernández

Al mismo tiempo cumbre del neo film noir y de la carrera del genial John Dahl, uno de los últimos especialistas en el campo del suspenso del ámbito cinematográfico anglosajón, La Última Seducción (The Last Seduction, 1994) es uno de los trabajos más irreverentes y sensuales del mainstream norteamericano de las últimas décadas, una deliciosa gesta de fuga revanchista, refugio y avanzada final que hace del arte de manipular al prójimo su arma de cabecera, para colmo reconstituyendo el papel relegado que dentro del género suelen tener tanto la mujer en general como la femme fatale en particular con el objetivo manifiesto de apuntalar un personaje que se ha transformado con el tiempo en uno de los mojones esenciales del thriller erótico, Bridget Gregory, esa verdadera obra maestra de la interpretación a cargo de una perfecta Linda Fiorentino que se ganó su lugar en el Olimpo artístico con la presente labor. La película va mucho más allá de la simple artimaña del empoderamiento femenino sonso, eso de trasladarle a la mujer de turno las características que en pantalla suelen estar reservadas al varón, ya que lo que aquí flota en el aire es una gloriosa conjunción andrógina entre la viveza prostibularia, la soberbia citadina, los juegos maquiavélicos de la mente, el puro capricho nihilista, la avaricia de talante salvaje y por supuesto una agenda propia que no se termina de aclarar del todo hasta último momento, cuando las cartas ya están sobre la mesa y la villana protagonista tiene todas las de ganar.

 

Bridget es una bellísima y ambiciosa supervisora en una triste compañía de telemarketing de Nueva York y está casada con Clay (Bill Pullman), un doctor de mal pasar que subsiste vendiendo recetas a drogadictos y que pidió prestados 100.000 dólares a un usurero de los bajos fondos metropolitanos que lo tiene en la mira. El matrimonio, en plena complicidad, utiliza el dinero en cuestión para comprar un generoso lote de cocaína farmacéutica y revenderlo a unos narcos por la friolera de 700.000 dólares, pero cuando el hombre le pega un porrazo a su mujer en el departamento conyugal por un comentario despectivo la fémina decide cambiar los planes, tomar el efectivo mientras su marido se ducha e irse con su automóvil hacia Chicago a la casa de una amiga. En el camino Bridget para por falta de combustible en Beston, un pequeño pueblo cerca de Buffalo, y allí conoce a un tal Mike Swale (Peter Berg), un hombre que viene de un matrimonio complicado del que prefiere no hablar y que se transforma en el “muñeco sexual” transitorio de la mujer. Cuando a la mañana siguiente del encuentro amatorio Gregory llama por asesoría legal a un abogado de confianza, Frank Griffith (J.T. Walsh), éste le recomienda que no compre nada ni deposite el dinero hasta que no esté finiquitado el divorcio con Clay porque podría reclamar la mitad de todo, circunstancia que la obliga a esconderse durante el período que dure el trámite de la separación para evitar que su irascible esposo la halle e intente recuperar la suma robada.

 

Así las cosas, la protagonista consigue un puesto como directora en una subdivisión de una compañía de seguros local y descubre que Swale también trabaja allí, detalle que prolonga lo que debería haber sido una aventura casual al punto de trastocar el asunto en una especie de romance enmarcado por un lado en un Mike que afirma estar frustrado por la negativa de la fémina a revelar su pasado y por el otro en una Bridget, ya adoptando el seudónimo de Wendy Kroy bajo la excusa de un marido golpeador que la acecha, que recurre a las dobles intenciones de manera permanente para sobrevivir en Beston. Mientras el acreedor en las sombras le quiebra un pulgar a Clay y por ello éste contrata a un detective privado para localizar a la mujer, ese Harlan (Bill Nunn) que termina siendo asesinado por la ahora señorita, Bridget/ Wendy convence al pobre ingenuo de Swale de matar a su ex inventando un supuesto negocio paralelo e improvisado de ella orientado a ofrecer servicios de sicario a esposas cuyos maridos las están engañando, identificando a las posibles “clientas” a través del cruzamiento de datos entre empresas de venta de seguros y el chequeo de los resúmenes de tarjetas de crédito, donde por el volumen de extensiones a mujeres que no son la esposa de este o aquel hombre fácilmente se puede deducir la presencia de amantes. La mujer de a poco da forma a un reloj suizo del embuste y la manipulación compuesto por una infinidad de pequeñas argucias que hablan de un intelecto prodigioso y muy lúgubre.

 

A pesar de que todos los opus de Dahl para la gran pantalla son interesantes por distintas razones, léase Mátame Otra Vez (Kill Me Again, 1989), Traición Perfecta (Red Rock West, 1993), Recuerdos Mortales (Unforgettable, 1996), Apuesta Final (Rounders, 1998), Frecuencia Mortal (Joy Ride, 2001), El Gran Rescate (The Great Raid, 2005) y Tú me Matas (You Kill Me, 2007), indudablemente su obra magna es la joyita que nos ocupa, una historia en la que la perfidia más sexy constituye el eje de la narración y en la que la sensación de peligro es un precepto invariable gracias al excelente guión de Steve Barancik, el cual recupera el minimalismo irónico y descarnado de los policiales negros de la primera mitad del Siglo XX aunque sin aquellas vueltas de tuerca moralistas que podían asomarse en cualquier instante para castigar al malo y erigir como el bando triunfante a las supuestas víctimas y/ o sus adalides. De hecho, la enorme valentía detrás de La Última Seducción, esa que la emparenta con otros clásicos del rubro psicosexual turbado como Cuerpos Ardientes (Body Heat, 1981) y Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), se condice con la cadencia inconformista, propia del indie artesanal anárquico, que sabe imponer el realizador echando mano de diminutos chispazos de softcore y un cariño maravilloso para con los personajes y sus perspectivas individuales, por cierto logrando la proeza -algo prioritario en todo relato de suspenso- de que el combo funcione magistralmente a nivel de la tensión acumulada.

 

En evidente contrapelo en lo que atañe a la corrección política inofensiva y bobalicona que castra al grueso del arte contemporáneo de su sustrato efervescente y aguerrido, el film propone a una Gregory que incorpora sin problemas a su personalidad su rol de “putona comehombres” y que mantiene la frialdad cual témpano de hielo que sabe muy bien cuándo derretirse un poco con vistas a cooptar al varón necesario para la siguiente fase de su plan, para colmo sin jamás caer en la prototípica pose histérica que el cine le suele reservar a las mujeres, ya sea en su faceta quejosa tontuela o en su vertiente chiflada defensiva con cuchillo en mano y a los gritos. Fiorentino, quien lamentablemente nunca más volvería a tener una oportunidad como la presente para lucirse como es debido, controla de manera espléndida cada uno de sus gestos, cada una de sus entonaciones al hablar, cada detalle mismo de su disposición física en consonancia con los diferentes papeles que debe asumir Bridget en su cruzada hiper porfiada en pos de alcanzar su gran meta, en resumidas cuentas quedarse con una fortuna que la alejaría de esa mediocridad burguesa estándar del trabajo remunerado para toda la vida, en función de lo cual debe sacarse de encima al tarado peligroso de su marido y encauzar a su principal herramienta para tal fin, ese juguete con patas llamado Mike (desde ya que el desempeño de Pullman y Berg es asimismo estupendo pero nada tienen que hacer frente a la actriz central, un huracán como pocas veces se vio).

 

La Última Seducción no le tiene miedo a nada y todo cae en el hermoso revoltijo de la dupla Dahl/ Barancik, hoy más que nunca asistidos por una formidable banda sonora jazzera cortesía de Joseph Vitarelli: narcotraficantes, prestamistas, huidas en plan liberador, engaños de diversa índole, racismo, neurosis, la cama en tanto foro criminal, homicidios por encargo, agobio, travestismo, homofobia rural, violaciones y muchas utopías de bienestar capitalista que en el desenlace sólo se hacen realidad para la querida Bridget, la sinvergüenza infernal que se sale con la suya mejor desarrollada por el séptimo arte desde fines del siglo previo a la actualidad. El trasfondo sociopático y bien altisonante y hasta la capacidad de ella para la escritura en espejo, esa destreza al momento de hilvanar frases al revés que desconciertan a la mayoría de los mortales, ponen en interrelación la ausencia total de barreras formales/ éticas/ genéricas de la película en sí y una progresión concreta por demás fascinante que destruye cualquier indicio de payasada romántica tradicional, nos regala el punto de vista de la arpía codiciosa de turno y encima subraya lo divertido que es el sexo sin compromiso y alejado de las pavadas igualitarias y quimeras semejantes, lo que en términos prácticos significa que la actitud arrolladora lo es todo y que siempre alguien pasa a dominar en la pareja porque la necesidad de imponer la voluntad para subsistir según nuestras propias reglas es intrínseca al ser humano y su agitada psicología desde siempre…

 

La Última Seducción (The Last Seduction, Estados Unidos/ Reino Unido, 1994)

Dirección: John Dahl. Guión: Steve Barancik. Elenco: Linda Fiorentino, Bill Pullman, Peter Berg, J.T. Walsh, Bill Nunn, Dean Norris, Brien Varady, Donna W. Scott, Herb Mitchell, Walter Addison. Producción: Jon Shestack. Duración: 110 minutos.

Puntaje: 10