Todos los que amamos la música negra estadounidense siempre recordaremos la figura del inmenso James Brown, no sólo un verdadero adalid del funk y el soul sino también uno de los artistas que mayor impacto ha tenido en el ámbito internacional con el transcurso de las décadas. Durante su mentado “período de oro”, entre el segundo lustro de los 50 y fines de los 70, Brown combinó la parafernalia escénica de Little Richard, la exaltación anímica del gospel y un groove de vanguardia de resonancias sensuales, con vistas a ganar espacio en las radios masivas del momento, lograr que teatros enteros bailen sus composiciones y establecerse él mismo como un símbolo de talento creativo y una ética de trabajo rigurosa.
Precisamente, este es uno de los principales aspectos en los que se centra Get on Up (2014), la biopic sobre Brown que desde hace tiempo nos debía Hollywood. En esencia el proyecto llegó a materializarse por la insistencia de otro gigante, el aquí productor Mick Jagger, y por la aparición de un interesante guión firmado por Jez y John-Henry Butterworth, el cual adopta una estructura sumamente ambiciosa que pretende abarcar puntos álgidos de la vida y carrera del “Señor Dinamita” mediante interpelaciones a cámara, epígrafes varios que acompañan a los diferentes capítulos y una mixtura de flashbacks y flashforwards que en conjunto funcionan a la perfección, cohesionando la banda sonora y el devenir narrativo.
Esto nos lleva a la labor de Chadwick Boseman, el encargado de interpretar a Brown: como si reproducir las coreografías y ese acento cerrado al hablar no fuese poco, el actor también se luce en la expresividad severa característica del “Padrino del Soul”, evitando que el maquillaje opaque su desempeño. Con la mayoría de las canciones originales y algunas intervenciones propias de muy buena calidad, Boseman no sólo cumple en lo que respecta a la proeza de retratar a tamaña leyenda sino que además consigue no caer en la indulgencia facilista y la celebración acrítica que suelen destilar películas de esta envergadura. Por el contrario, la intensidad de cada fotograma hace justicia a las distintas “facetas” del músico.
Vale aclarar que la propuesta ofrece un pantallazo que aúna el derrotero profesional con la vida privada de Brown, haciendo foco en esa amistad tan particular que lo unió a Bobby Byrd (Nelsan Ellis), el único miembro estable de su banda a lo largo de los años. Estamos ante un homenaje sincero que no omite ese carácter narcisista y autocrático, su infancia en la pobreza, el abandono al que fue sometido por parte de sus padres, su prontuario policial, cómo se ganó su lugar en la industria, su mítico recital en el Apollo de New York, su paradójica militancia social y política, los conflictos con los sesionistas, sus métodos de composición en estudio, los episodios de violencia marital y los problemas con las drogas.
La crónica en cuestión está encauzada con eficacia por Tate Taylor, cineasta que ya había demostrado inteligencia y sutileza suficientes al momento de explorar las contradicciones y los atropellos de la “América Profunda” en la enérgica Historias Cruzadas (The Help, 2011). En esta oportunidad prescinde del melodrama de antaño y también deja de lado esa patética tendencia de las biopics contemporáneas, extrapolada a partir de una lectura fallida de Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), orientada a la acumulación de secuencias de intimidad inconducente. Hoy el realizador vuelve a apoyarse en una magistral dirección de actores y en el retrato meticuloso de los protagonistas, tanto de sus pros como de sus contras, balanceando las obras maestras de Brown y los “corolarios” de la segregación y la fama…
Get on Up (Estados Unidos, 2014)
Dirección: Tate Taylor. Guión: Jez y John-Henry Butterworth. Elenco: Chadwick Boseman, Nelsan Ellis, Dan Aykroyd, Viola Davis, Lennie James, Fred Melamed, Craig Robinson, Jill Scott, Octavia Spencer, Josh Hopkins. Producción: Mick Jagger, Brian Grazer, Erica Huggins y Victoria Pearman. Duración: 139 minutos.