Anne Erin Clark alias St. Vincent, apodo que hace referencia a un verso de There She Goes, My Beautiful World, temazo del disco doble Abattoir Blues/ The Lyre of Orpheus (2004), de Nick Cave and the Bad Seeds, es una artista valiosa, de esas que coquetean con el mainstream aunque nunca venden su alma, pero también un poco mucho inflada en el nuevo milenio de la mano de comparaciones exageradas con David Bowie y Prince, típicas del hype tontuelo posmoderno vía ese pastiche entronizado desde el automatismo de la prensa más vaga e ignorante. Con un inicio en el que ofició de guitarrista para Sufjan Stevens y The Polyphonic Spree, una curiosa banda de rock coral que explica muchas de sus inflexiones futuras, la estadounidense se ha movido como una mixtura demencial entre Patti Smith, Kate Bush, Fiona Apple y Joni Mitchell y hasta la fecha ha ofrecido ocho discos muy desparejos a los que se suma una multitud de colaboraciones, en línea con la producción de The Center Won’t Hold (2019), correcto trabajo de las veteranas del riot grrrl Sleater-Kinney, y la cocomposición de Cruel Summer, single synth-pop bastante mediocre de Lover (2019), insufrible álbum de la siempre insufrible Taylor Swift, amén de un paso por el cine que no fue muy feliz que digamos y en este sentido tenemos dos testimonios lamentables al respecto, The Nowhere Inn (2020), cruza de thriller y mockumentary satírico/ surrealista de Bill Benz que ella escribió y protagonizó, y XX (2017), antología de terror para la cual aportó un episodio en calidad de directora y guionista, The Birthday Cake, proyecto mujeril en el que por cierto también colaboraron Roxanne Benjamin, Sofía Carrillo, Karyn Kusama y Jovanka Vuckovic.
Jugando con el pop barroco y un indie más rockero que el habitual para el promedio un tanto abúlico del Siglo XXI, Marry Me (2007) se abre camino como un debut más que digno que además sabe balancear pinceladas varias de soft rock, art pop y algo de neo psicodelia. En Actor (2009) comienza a repetir sus recursos musicales favoritos, sobre todo producción y arreglos excéntricos para lo que de por sí son canciones bastante previsibles dentro del marco rosa del rock y el pop, aquí por momentos coqueteando con una suerte de versión infantiloide/ adolescente del noise, el shoegaze y el rock alternativo noventoso. La llegada de la tercera placa, Strange Mercy (2011), además de incorporar collages triphoperos y capas de dreampop, brinda la oportunidad de terminar de pulir la fórmula de la cantante y compositora en materia de equilibrar su accesibilidad melódica y la dimensión más experimental y esquizofrénica de su producción artística, todo el tiempo saltando de la alegría y la tranquilidad hacia la angustia, el humor negro y un enojo existencial de larga data. Luego de una colaboración anodina con David Byrne de Talking Heads, Love This Giant (2012), trabajo que sinceramente resulta muy olvidable y jamás pasa de unas buenas intenciones basadas en bases funky o semi bailables y muchos arreglos bizarros de vientos, St. Vincent (2014) nos regresa a un mejor nivel cualitativo de la mano de cierta madurez compositiva que termina de incorporar al estudio de grabación y la electrónica al esquema y vuelve a levantar la potencia rockera de las composiciones sin sacrificar el júbilo freak estándar de la norteamericana o su histeria de siempre, por momentos realmente disruptiva.
El pop progresivo más lúdico reaparece en Masseduction (2017) pero insólitamente ahora volcado hacia el rock industrial, un cuasi glam y el electropop modelo new wave, dando por resultado un álbum mucho más sensual, frenético, delirante y popero tradicional que lo que uno esperaría de St. Vincent, muchas veces adepta a un caos un tanto cínico o controlado. Daddy’s Home (2021) vuelve a redireccionar la fórmula abandonando en parte el indie y abrazando chispazos setentosos de neo psicodelia, jazz, lounge pop, rock progresivo y funk que a veces se sienten naturales y en otras ocasiones más bien forzados, dignos de una pose camaleónica que se pasa de caprichosa o banal/ inconducente. All Born Screaming (2024), autoproducido por primera vez después de sucesivas colaboraciones con John Congleton y el muy cotizado Jack Antonoff, es un trabajo disfrutable que unifica ingredientes del art rock, el trip hop, el funk, el dream pop, el rock industrial, el hip hop, la dark wave, el rock alternativo, el post punk, el pop progresivo, el dance e incluso la balada jazzera y los soundtracks de las películas de James Bond/ 007, sin embargo lo más extraño del lote es que el disco recientemente tuvo una versión en castellano que nadie pidió, Todos Nacen Gritando (2024), con una serie de traducciones poco felices cortesía de Alan Del Río Ortiz, un amigo mexicano de Clark símil Traductor de Google humano, que recuerdan a bizarreadas como Todo mi Amor Eres tú/ I Just Can’t Stop Loving You (1987), de Michael Jackson, o La Isla Bonita (1987), de Madonna, y que en general agregan desvarío a la propuesta musical y letrística bastante lunática de la señorita, quien por cierto ya había revisitado su obra en ocasión de la relectura acústica innecesaria de Masseduction, MassEducation (2018), muy tracción a piano.
El Infierno Está Cerca (Hell Is Near), apertura con Josh Freese de The Vandals y Devo en batería, deja de manifiesto que las buenas intenciones de Clark superan sus múltiples problemas de pronunciación en castellano al punto de que a veces no se le entiende absolutamente nada lo que canta, no obstante las escuchas repetidas resultan satisfactorias y suman claridad como en este caso, una cruza de dream pop bien etéreo y trip hop de manual en la que la vocalista coquetea tanto con la idea de un renacimiento espiritual como con la iconografía católica que marcará a varias canciones del disco. Salvaje (Reckless) arranca como un exponente popero basado en piano, en esencia típico de los primeros opus de St. Vincent, para luego derivar en una interesante coda de rock industrial a lo Nine Inch Nails, lo que se siente más a tono con la historia de amor sadomasoquista que propone la letra a escala idiosincrásica, continuamente moviéndose entre la dependencia para con la persona amada, el sexo agitado que propone el título y cierto malestar porque la convivencia mundana no parece pacífica o siquiera placentera, más bien todo lo contrario. Aquel sustrato industrial del track previo se exacerba y hasta se podría decir que muta en rock alternativo a toda pompa en el final de Hombre Roto (Broken Man), tema con el idiota de Dave Grohl de Nirvana y Foo Fighters en batería que efectivamente parece una secuela conceptual de Salvaje ya que aquella pasión romántica con indicios de crisis en ciernes aquí se transforma directamente en depresión o angustia, todo en versos en los que la narradora se identifica con lo masculino despechado e invita a un suicidio tercerizado mediante la pareja -o ex pareja- crucificándola de una buena vez con el objetivo de darle sentido a la agonía, haciéndola sacra sin medias tintas.
Pulga (Flea), de nuevo con Grohl en percusión y de nuevo manteniendo el horizonte del track anterior, aquí de hecho el rock alternativo símil Pixies o esos Tin Machine de su adorado Bowie, es una de las mejores y más accesibles canciones de una placa de por sí amigable y menos excéntrica que el promedio de la norteamericana, ahora aprovechando con inteligencia un estribillo clasicista y especialmente un interludio instrumental prodigioso que recupera todos los truquillos del pop progresivo de los años 60 para combinarlos con el arsenal artrockero de siempre y jugar con la metáfora del insecto en cuestión, especie de compañero eterno parasitario que desde la sangre pasa a controlar el corazón del ingenuo y ardoroso huésped hasta matarlo. Entre el funk, el dance y la dark wave ochentosa, El Mero Cero (Big Time Nothing) es un tema muy divertido en el que ella rapea de manera estrambótica, en apariencia sobre un acercamiento libidinoso en una discoteca, y llegando el final coquetea con un worldbeat difuso a lo Peter Gabriel o Talking Heads, no obstante la letra vuelve a enfatizar la medianía algo mucho calamitosa de su amigo azteca de muy pocas luces a la hora de rimar o mínimamente construir versos coherentes a nivel gramatical o sintáctico, detalle que por suerte -como afirmábamos con anterioridad- no llega a sabotear las composiciones porque la misma Clark arrastra un nivel de castellano digno de una nena de la escuela primaria, muchas veces comiéndose sílabas enteras de las palabras. Tiempos Violentos (Violent Times) funciona como el tema más curioso del álbum ya que trastoca una balada jazzera en una paradigmática canción para una secuencia de créditos de una aventura cinematográfica de James Bond, con un título que refrita aquel nombre en español de Pulp Fiction (1994), de Quentin Tarantino, y una letra que en cierta medida esquiva el latiguillo del rubro, la peligrosidad del amor, y opta en cambio por la introspección marca registrada de la señorita, en esta oportunidad autoflagelándose por ser codiciosa, creerse sus propias mentiras y dejarse engañar en ambientes de lisonjas o halagos baratos y nada sinceros.
El combo de dream pop y trip hop regresa para Se Fue la Luz (The Power’s Out), con pinceladas noise y la intervención de la galesa Cate Timothy alias Cate Le Bon en bajo, en suma otra canción que hace gala de una letra pretendidamente compleja o más enrevesada que la estándar que vuelve a subrayar los problemas de correspondencia entre la pobreza del inglés y la riqueza del mucho más florido y variado castellano, aquí homologando un apagón eléctrico con una situación de influjo apocalíptico que incluye terror en el metro/ subterráneo, disparos varios, muchos gritos y llantos por doquier, algún suicidio desde las alturas, policías sollozantes y una alucinación con “vaqueros guapos” que rezan y recuerdan días felices del pasado. La Fruta más Dulce (Sweetest Fruit) es otro ejemplo de canción en piloto automático de St. Vincent debido a que nos ofrece por un lado una mixtura de neo psicodelia y ese pop noise guitarrero que tanto le gusta, en simultáneo correcto y honestamente olvidable, y por el otro lado flamantes versos acerca de otro idilio romántico aunque en esta ocasión más irónico o quizás menos traumático/ psicologista, todo gracias a una tal Sophie trepando a un árbol para ver la Luna y eventualmente cayendo mientras la narradora celebra esa “naturalidad” empardada a una espontaneidad bobalicona que la termina asesinando, amén de una alusión a su tristemente célebre padre, quien pasó un largo tiempo en prisión por fraude y lavado de dinero.
Tantos Planetas (So Many Planets), también con Freese en batería, es un reggae pasado por el filtro post punk de los Talking Heads más inflados y melodiosos modelo Once in a Lifetime, Road to Nowhere, And She Was y Wild Wild Life, planteo aquí equiparado a un nuevo surtido de referencias religiosas y a un deambular existencial que adquiere proporciones cósmicas y de a poco se pierde en esa apatía hedonista de buena parte del arte irrelevante, tanto mainstream como indie, del Siglo XXI. El cierre homónimo del disco, Todos Nacen Gritando (All Born Screaming), en esta oportunidad con la australiana Stella Mozgawa de Warpaint en batería y una reaparecida Cate Le Bon en bajo y coros, profundiza el costado post punk insinuado en las dos composiciones previas para dejarlo en primer plano mediante una percusión disonante que eventualmente se metamorfosea en un coro lúgubre y una base big beat psicodélica cual remate de un álbum de The Chemical Brothers, excusa para que Clark cite a Hallelujah (1984), de Leonard Cohen, y exprima conceptualmente la paradoja del título, con el alarido oficiando de metáfora tanto de la falta de comunicación contemporánea como de la reafirmación de la vida porque en el parto de hecho es sinónimo de resultado favorable, de que el purrete en cuestión respira.
Si pensamos a Todos Nacen Gritando, o All Born Screaming porque es exactamente el mismo trabajo a nivel musical y letrístico vía traducciones literales del inglés sin mayor imaginación lírica o intelectual, sin duda alguna rankea en punta como lo más consistente y ameno que haya entregado la estadounidense dentro de su madurez, léase la última década, porque la impronta de rock industrial que domina la placa que nos ocupa, más pinceladas importantes secundarias de dream pop y post punk, resulta en última instancia más vital que el marco setentoso forzado de Daddy’s Home, el glam bizarro de Masseduction e incluso aquella heterogeneidad del trabajo autotitulado de 2014, otro opus simpático aunque también agridulce o frustrante. Aclarado el punto sobre el buen nivel de esta St. Vincent modelo 2024, asimismo se hace necesario aseverar que la guitarrista logra destacarse en la coyuntura paupérrima de la música del nuevo milenio pero en realidad no resiste comparación con ninguna de sus fuentes de inspiración de antaño, de allí que sus canciones se sientan tan amables como inofensivas y suelan perderse en el mar de los consumos descartables de nuestros días, específicamente dentro del rubro de lo bienintencionado que siempre está al borde de trepar hacia lo verdaderamente memorable para luego caer una vez más en el campo de las redundancias sonoras o un discurso de poco vuelo poético, siempre amigo de la ciclotimia, el dejo woke de lesbiana tácita y los gestos de autoindulgencia mordaz como, precisamente, editar un disco en castellano sin conocer el idioma ni prepararse en serio para cantarlo con dignidad, más allá de cierto respeto cariñoso de fondo.
Todos Nacen Gritando (All Born Screaming), de St. Vincent (2024)
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