Mucho antes de directores de fines de la centuria pasada, como Luis Puenzo y Carlos Sorín, y de otros colegas aunque del Siglo XXI que protagonizaron el mismo salto, pensemos en Damián Szifron y Andy Muschietti, Hugo Fregonese (1908-1987) fue no sólo el primero de los realizadores argentinos que probaron suerte en el ecosistema anglosajón sino también el que más obras rodó en inglés, en concreto a lo largo de un muy prolífico lustro en Estados Unidos, no obstante su carrera incluyó diversas fases y volantazos que lo posicionan como uno de los creadores más inquietos e impredecibles de su época. Se podría aseverar que su etapa dorada abarca sus primeras cuatro propuestas filmadas en Argentina, hablamos de Pampa Bárbara (1945), joya enrolada en la película de frontera/ western latinoamericano y codirigida por su mentor Lucas Demare, para quien ofició de asistente de dirección en La Guerra Gaucha (1942) y El Viejo Hucha (1942), Donde Mueren las Palabras (1946), la ópera prima en solitario de Fregonese vinculada al drama musical, Apenas un Delincuente (1949), sin duda su obra maestra como director y uno de los mejores policiales negros del cine en castellano, y De Hombre a Hombre (1949), recordado melodrama familiar y de delincuencia juvenil a toda pompa. La maestría demostrada en las susodichas le granjeó el respeto de Hollywood, donde ya había estado brevemente a mediados de los años 30 en calidad de asesor técnico en temáticas latinas, por ello se mudó sin más a yanquilandia y se especializó en una Clase B heterogénea y casi siempre digna que se paseó por la comedia de Mis Seis Presidiarios (My Six Convicts, 1952), el romance picaresco de Tres Historias de Amor (Decameron Nights, 1953), el thriller de misterio de El Hombre del Ático (Man in the Attic, 1953), aquel film noir de Al Cruzar la Calle (One Way Street, 1950) y Martes Trágico (Black Tuesday, 1954), el western clásico de Alma Solitaria (Saddle Tramp, 1950), Tambores Apaches (Apache Drums, 1951), Frontera Indómita (Untamed Frontier, 1952) y La Redada (The Raid, 1954) y esas aventuras polirubro de La Marca del Renegado (The Mark of the Renegade, 1951) y Viento Salvaje (Blowing Wild, 1953), esta última una cruza de El Tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948), de John Huston, y El Salario del Miedo (Le Salaire de la Peur, 1953), la maravilla de Henri-Georges Clouzot.
En aquel período norteamericano colaboró con intérpretes de la talla de James Mason, Gary Cooper, Barbara Stanwyck, Anthony Quinn, Joan Collins, Lee Marvin, Ricardo Montalbán, Joseph Cotten, Anne Bancroft, Joel McCrea, Van Heflin, Shelley Winters, Lee Van Cleef, Jack Palance, Peter Graves, Joan Fontaine y Edward G. Robinson, entre muchísimos otros, dando por resultado un popurrí de films entre los que se destacan la citada Viento Salvaje más Tambores Apaches, único western del legendario productor de terror Val Lewton, El Hombre del Ático, simpática relectura de El Inquilino (The Lodger: A Story of the London Fog, 1927), de Alfred Hitchcock, y La Redada, quizás su mejor película estadounidense y el western más interesante de este período en el exilio. Debido al cansancio a raíz del ritmo de trabajo frenético del mainstream de su tiempo y luego de una evidente pelea en ocasión de El Ladrón del Rey (The King’s Thief, 1955), una odisea histórica folletinesca que sería dirigida/ completada por el veterano Robert Z. Leonard, el señor se muda a Europa -sobre todo a Italia, España, el Reino Unido y la República Federal de Alemania- para consagrarse a una nueva y asimismo errática fase profesional que se divide entre la semblanza fellinesca de Los Vagabundos (I Girovaghi, 1956), la gesta bélica de Siete Truenos (Seven Thunders, 1957), aquel naif swashbuckler/ cine de capa y espada de La Espada Imbatible (La Spada Imbattibile, 1957), las aventuras exóticas de El Devorador de Hombres (Harry Black and the Tiger, 1958) y Marco Polo (1962), el western refritado de La Última Lucha del Apache (Old Shatterhand, 1964) y el eurospy de influjo bastante bizarro de aquellas Los Rayos de la Muerte del Dr. Mabuse (Die Todesstrahlen des Dr. Mabuse, 1964) y La Moneda Rota (F.B.I. Operazione Baalbeck, 1964), amén de rarezas tardías como Pampa Salvaje (Savage Pampas, 1965), remake anglosajona decepcionante con Robert Taylor de Pampa Bárbara coproducida por España, Estados Unidos y la propia Argentina, y Los Monstruos del Terror (1970), convite flojo de horror y ciencia ficción codirigido junto al paisano Tulio Demicheli y escrito y estelarizado por el español Jacinto Molina Álvarez alias Paul Naschy como el célebre licántropo Waldemar Daninsky, un personaje que aparecería en la friolera de doce propuestas empezando por La Marca del Hombre Lobo (1968), de Enrique López Eguiluz.
Tanto peregrinar estaba destinado a finiquitar con una vuelta al terruño, todo un cliché del expatriado, y así las cosas Fregonese regresó a Argentina para un par de codas mediocres, La Malavida (1973), retrato de la Buenos Aires prostibularia e inmigrante, y Más allá del Sol (1975), una faena biográfica con Germán Kraus como Jorge Newbery, el pionero de la aviación argentina, opus que reforzaron la idea de que su cúspide cualitativa se reduce a la tetralogía iniciática y en especial a Apenas un Delincuente, un film noir prodigioso que en cierto sentido funciona como una oda agridulce/ precautoria a las metrópolis gigantescas porque aquel entusiasmo ante la primera modernidad de fines del Siglo XIX y comienzos del siguiente aquí está diluido por la memoria reciente de las masacres mecanicistas de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que dejó muy en primer plano el rostro espantoso del otrora endiosado marco civilizatorio de la razón instrumental, sinónimo del capitalismo y de una supuesta eficacia que tiende a la cosificación del prójimo y al suicidio social. La trama gira alrededor de José Morán (trabajo consagratorio en términos cinematográficos de Jorge Salcedo), un empleado contable de 28 años de un banco de Buenos Aires que anhela la dicha y la fortuna más que nada en la vida y por ello utiliza al juego -cartas, hipódromo, lotería, ruleta, etc.- como un posible trampolín hacia el éxito económico, no obstante pronto termina endeudado y con el plan de cobrar fraudulentamente un cheque de 525 mil pesos, pasar seis años encarcelado y luego disfrutar del dinero, esquema delictivo que obedece a un bache del código penal -no importa la suma estafada, la condena máxima es siempre seis años- y a la convicción de ya abandonar a su suerte a sus allegados, léase su novia Laura (Linda Lorena), su madre Doña Emilia (Josefa Goldar) y su hermano Carlos (Tito Alonso). Consumado el robo, Morán afirma ante la policía y su abogado que perdió los billetitos en el casino y comienza su sentencia en un presidio bonaerense, donde se transforma en el convicto 618 y enloquece de a poco porque la policía sigue a Carlos y el reo sospecha que su hermano está gastando el dinero, la única otra persona que conoce su ubicación, además desea fugarse con una pandilla de facinerosos que simulan ser anarquistas, banda liderada por Rosatto (un excelente Sebastián Chiola) y el segundo al mando, Farell (Nathan Pinzón).
El guión del director, Demicheli, Raimundo Calcagno, José Ramón Luna e Israel Chas de Cruz pretende ser la crónica roja de un periodista ignoto, un tal Crespo, al que el editor de un diario de la época le encarga cubrir el derrotero de José desde sus grises y kafkianos días en el banco hasta la huida febril de la cárcel, la tortura a la que lo someten Rosatto y los suyos y la captura por parte de la policía luego de una persecución metropolitana -centro y suburbios- que por cierto también abre la narración para dejar todo listo para la estructura en forma de racconto, detalle que en el opus de Fregonese resulta muy irónico porque la velocidad de los coches y las balas hacen de espejo o quizás eco de la presteza del típico trajín matutino y vespertino de las grandes urbes de esta modernidad venida a menos de mediados del Siglo XX, hoy mediante una parca y una desilusión tatuadas en el rostro. Con mucho de fábula moral sobre la codicia, la impaciencia, la soberbia, el egoísmo, el orgullo, la paranoia, la desesperación, la quimera del “plan perfecto” y el contraste incesante entre lo que entendemos por debilidad y por fortaleza, aquí cuestionando si el robusto/ valiente/ audaz es el criminal o el que soporta estoicamente la explotación capitalista cotidiana, la película cuenta con una factura técnica impecable, un ritmo vertiginoso y un extraordinario desempeño por parte de todo el elenco y en especial Salcedo, en pantalla luciéndose como un témpano de hielo tanto en los confines del proto caper/ epopeya de atracos como en el campo del melodrama familiar y la obra carcelaria, esa que condimenta desde la angustia y la claustrofobia el retrato de lo que un presidiario del montón define como la “enfermedad de la ciudad”, nos referimos a la intención -y en gran medida, al hecho- de llegar demasiado pronto a ninguna parte porque la ansiedad lo es todo. Mientras que el desenlace responde en un cien por ciento a la dinámica del antihéroe del Huston de El Tesoro de Sierra Madre, El Halcón Maltés (The Maltese Falcon, 1941) o la futura La Jungla de Asfalto (The Asphalt Jungle, 1950), siempre considerando al azar o al delito como una escalera automática hacia un porvenir idílico, el grueso del desarrollo está emparentado con el enfoque igualmente impiadoso, de dejo documentalista/ neorrealista, de la pentalogía de oro de Jules Dassin en el film noir, aquella compuesta por Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), La Ciudad Desnuda (The Naked City, 1948), Carretera de Ladrones (Thieves’ Highway, 1949), La Noche y la Ciudad (Night and the City, 1950) y Rififí (Du Rififi chez les Hommes, 1955), esta última realizada en su exilio europeo forzado a posteriori de ser incluido en las listas negras no sólo por sus ideales de izquierda y por haber formado parte del Partido Comunista sino también porque fue denunciado por sus colegas directores Edward Dmytryk y Frank Tuttle en 1951 frente al Comité de Actividades Antiestadounidenses, órgano encargado de una cruzada en paralelo y hasta complementaria a la del inmundo senador Joseph McCarthy con vistas a servirse del pretexto de la Guerra Fría y del delirio anticomunista para eliminar a rivales políticos en una caza de brujas en sintonía con la Gran Purga estalinista. Fregonese en Apenas un Delincuente supera en simultáneo a Martes Trágico, Al Cruzar la Calle e incluso El Hombre del Ático porque identifica a la avaricia ególatra ya en el peronismo y en el Estado de Bienestar del período, mugre social que crecería a niveles monstruosos con el arribo en los años 70 de la siguiente fase de la acumulación capitalista, el neoliberalismo…
Apenas un Delincuente (Argentina, 1949)
Dirección: Hugo Fregonese. Guión: Hugo Fregonese, Tulio Demicheli, Raimundo Calcagno, José Ramón Luna e Israel Chas de Cruz. Elenco: Jorge Salcedo, Sebastián Chiola, Tito Alonso, Nathan Pinzón, Linda Lorena, Josefa Goldar, Orestes Soriani, José De Ángelis, Homero Cárpena, Jacinto Herrera. Producción: Hugo Fregonese y Juan José Guthman. Duración: 86 minutos.