El Tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre)

La avaricia en su ruleta

Por Emiliano Fernández

John Huston filmó El Tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948), quizás la mejor de sus muchas obras maestras y una película completamente anómala para su época, en una coyuntura dominada por el western clásico, un género profundamente regresivo y conservador basado en un racismo innegable/ discriminación para con el otro diferente (los aborígenes estaban homologados a lo salvaje peligroso que había que domesticar cueste lo que cueste, masacres de por medio) y un constante elogio hacia las huestes institucionales o el proto aparato de represión de aquella etapa de conformación de los Estados Unidos (se ensalzaban virtudes como la “valentía” o el “heroísmo” de los blanquitos genocidas y pavadas de ese tenor); amén de por supuesto tratar de vincular a los primeros colonos al rol de exportadores de una especie de civilización a cuentagotas cuando en realidad fueron los que desencadenaron aquellas matanzas intermitentes contra los pueblos originarios y la destrucción de la naturaleza que los rodeaba, todo orientado a forzar la expansión caucásica sin freno en cada rincón de una tierra que reclamaban como propia… por más que ya estaba habitada desde hacía muchísimo tiempo. El opus que nos ocupa, en cambio, ofrece un panorama bien distinto porque se abre camino como uno de los precursores fundamentales de lo que luego se daría en llamar spaghetti western en Europa y western revisionista o crepuscular en Norteamérica, una comarca que apunta a la figura del antihéroe y subraya el talante perverso, manipulador, miserable y ventajista del ser humano.

 

A mediados de la década del 20 del siglo pasado dos vagabundos norteamericanos, Fred C. Dobbs (Humphrey Bogart) y Bob Curtin (Tim Holt), tratan de sobrevivir pidiendo limosnas en las calles de Tampico, en México, hasta que consiguen un trabajo pesado en la industria petrolífera a cargo de un contratista yanqui, Pat McCormick (Barton MacLane), quien finalizado el proyecto se fuga sin pagar a sus pobres empleados. Eventualmente los dos hombres identifican a McCormick y le sacan el dinero adeudado luego de una pelea, el cual utilizan para financiar una aventura en el interior mexicano en busca de oro guiados por el veterano Howard (Walter Huston, nada menos que el padre del realizador), un verdadero especialista en el tema que ha perdido y ganado diversas fortunas a lo largo de su vida y por ello les advierte acerca de la codicia que aparece en el corazón de todos los hombres que descubren una veta mínimamente rentable. Con el magro capital en conjunto, más un billete ganador de lotería que Dobbs le compró semanas atrás a un muchacho local (interpretado por un purrete que responde al nombre de Robert Blake), el trío comienza esperanzado su derrotero, sobrevive al ataque a un tren por parte de unos bandidos comandados por Gold Hat (Alfonso Bedoya) y se lanza a recorrer los páramos inertes de determinadas regiones más o menos inexploradas en términos de posibles yacimientos del metal dorado. Cuando de repente dan con un filón, la dureza de las condiciones de trabajo y la desconfianza mutua provocarán primero pequeños desacuerdos y a posteriori enfrentamientos entre los señores.

 

El peor caso de paranoia será el de Dobbs porque a pesar de que Curtin le salva la vida en un derrumbe dentro de la mina que construyen en una montaña de una formación serrana, Fred no tiene reparos en reclamarle a Bob que él puso una mayor parte del capital necesario para montar el proyecto por el billete de lotería y en función de ello le correspondería un porcentaje mayor en la repartija de oro, esa que llevan a cabo noche a noche en tres fracciones iguales que cada uno oculta en diferentes lugares del campamento. El asunto se complica más y más cuando se vuelven recurrentes los controles maniáticos del oro por miedo a robos entre ellos y Dobbs comienza a hablar solo y se imagina que los otros dos conspiran contra él, llegando a apuntar con un revólver a Curtin cuando éste halla por accidente -al seguir a un lagarto- el escondite del acervo de Fred. De golpe aparecen dos problemas adicionales: primero, un texano en busca de fortuna sigue a Bob, James Cody (Bruce Bennett), a quien planean asesinar aunque fallece por disparos de los bandoleros de Gold Hat, y segundo, se terminan separando cuando unos pobladores de la región les solicitan ayuda para salvarle la vida a un nene que estuvo cerca de ahogarse y no reacciona, lo que deriva en Howard auxiliándolos, reviviendo al muchacho y teniéndose que quedar con ellos para que le paguen en lujos y atenciones el favor recibido, optando por entregarles a sus dos socios su parte para evitar “tentaciones de asalto” y prometiendo en conjunto reencontrarse unos días después en Durango. Las cosas no salen como fueron planeadas porque Dobbs, quien planea quedarse con el oro del veterano y fantasea con que Curtin pretende matarlo para dejarlo sin nada, le termina regalando dos disparos a un Bob que de todos modos sobrevive y luego parte -junto a Howard- en pos de dar con el paradero de Fred, ya enajenado por completo en su ruindad y pronto a toparse de nuevo con Gold Hat.

 

Huston no sólo desacraliza/ desromantiza a Bogart y su Fred C. Dobbs, el típico personaje que estaba llamado -desde la arquitectura del western del período- a ser el “sujeto rudo” que salva las papas frente a amenazas despersonalizadas externas, sino que enfatiza aquello de que es el único sin una idea o proyecto más allá de enriquecerse en sí ya que mientras que Howard espera poder jubilarse de esta triste compulsión capitalista a invertir todas sus posesiones -siempre detrás de una fortuna mayor- para vivir tranquilo de ahora en adelante y Bob simplemente anhela comprar unas tierras y sembrar duraznos con el objetivo manifiesto de recuperar algo de aquella alegría que sintió de niño recolectando fruta con un enorme contingente de trabajadores rurales, Dobbs por su parte no puede sustraerse de lo patético inmediato como ir a un baño turco, comprarse ropa nueva o comer en un café elegante para recriminarle al mesero por la calidad de los alimentos, planteo que señala esta mentalidad paradigmática del parásito burgués -hoy homologado a un lumpen paranoico hedonista- de obtener riqueza a consta de terceros y acumularla frenéticamente para hacer valer su posición en la pirámide social vía consumos suntuosos innecesarios, denigraciones varias y la ausencia de cualquier progreso humanista real a expensas de esta adicción en espiral para con el dinero. En este sentido, en El Tesoro de Sierra Madre la civilización está empardada a una suerte de “ruleta” de casino -tomando la palabra que utiliza Howard en la casa de huéspedes/ albergue pago de menesterosos del inicio, esa que comparte con Dobbs y Curtin desde la sabiduría del suicidio económico cíclico- vinculada a la avaricia, el hambre y una sutil corrupción que envilece en mayor o menor medida a todos los bípedos a través de la tentación de sucumbir a una nueva zanahoria cual burros que caen ante la promesa mentirosa del capitalismo de un bienestar idílico/ despreocupado que nunca llega.

 

Retomando lo que afirmábamos al comienzo, la película de Huston, con un guión del propio director a partir de la novela homónima de 1927 del siempre misterioso B. Traven, por un lado esquiva las chapucerías y payasadas formales reaccionarias del western clásico construyendo un relato apuntalado en un verosímil sucio insólito y en la excelente actuación de todo el elenco (Bogart y Holt están perfectos en lo suyo pero el que se roba las escenas es el Huston padre, un señor con una astucia y un entusiasmo que sorprenden y maravillan en igual medida), y por otro lado supera por mucho lo que el promedio del cine de su etapa tenía para ofrecer en términos ideológicos, basta con recordar que todos los verdaderos villanos son estadounidenses y el papel de Gold Hat, el némesis mexicano, se condice con un complemento semi caricaturesco en consonancia con las necesidades narrativas del entorno en general (aquí los muchachos maquiavélicos/ pérfidos son yanquis, desde McCormick y Dobbs hasta Cody, un personaje que genera chispazos de peligro aunque a posteriori es excusado vía una carta de su esposa en la que la viuda enfatiza que la cruzada aventurera del desconocido se debe a su hijo pequeño, Jimmy; circunstancia que asimismo abandona la estrategia retórica pusilánime estándar, la de salir a buscar chivos expiatorios foráneos o “enemigos internos” reduccionistas, con vistas a desplegar todo el espectro de culpabilidad que los propios norteamericanos arrastran sobre sus espaldas en eso de rapiñar territorios ajenos, reventarse entre ellos por unas monedas y finalmente pretender salir impunes de semejante faena). Ahora bien, y más allá de todo lo anterior en materia de la gloriosa complejidad de la propuesta en sí, definitivamente la frutilla del postre es el desenlace, uno muy cercano a sus homólogos de -por ejemplo- las también sublimes El Halcón Maltés (The Maltese Falcon, 1941) y El Hombre que Sería Rey (The Man Who Would Be King, 1975), ambas del querido Huston, léase el asesinato de Fred por un Gold Hat machete en mano, la captura y fusilamiento del bandido y sus secuaces por los federales cuando pretendía vender los burros de los estadounidenses en una aldea y el legendario descubrimiento por parte de Howard y Curtin de que el trabajo y el sufrimiento de diez meses terminaron volando por los aires en medio de una tormenta de polvo debido a que los ladrones mexicanos en su ignorancia confundieron el oro con arena y lo arrojaron a la tierra: la reconversión entre carcajadas del anciano en “médico brujo”/ curandero de los aztecas y la partida de Curtin hacia Dallas, en Texas, para ver a la viuda de Cody y quizás cumplir su sueño de sembrar duraznos constituyen uno de los puntos finales más sinceros, esplendorosos y verdaderos que haya dado el cine en toda su historia, una insuperable alegoría alrededor de la falta de significado último de la vida, de las vueltas tragicómicas de un destino que tiene mucho de causal y de la mega estupidez de los hombres en cuanto a una avidez de riqueza sin ética ni conciencia social que suele chocarse contra la naturaleza y el mismo parecer de amigos, conocidos y extraños, con el oro siempre eventualmente regresando al lugar de donde fue extraído, esa montaña violada por los seres humanos…

 

El Tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, Estados Unidos, 1948)

Dirección y Guión: John Huston. Elenco: Humphrey Bogart, Walter Huston, Tim Holt, Bruce Bennett, Barton MacLane, Alfonso Bedoya, Arturo Soto Rangel, Manuel Dondé, José Torvay, Robert Blake. Producción: Henry Blanke. Duración: 126 minutos.

Puntaje: 10