Blanca Nieves (Snow White)

La belleza interior cínica

Por Emiliano Fernández

Blanca Nieves y los Siete Enanos (Snow White and the Seven Dwarfs, 1937), producida por Walt Disney y escrita y dirigida por un pequeño ejército de los muchos esclavos de nuestro magnate chauvinista, explotador, anticomunista y racista, sinceramente no envejeció del todo bien porque la introducción y el desenlace son muy buenos e incluyen algunos detalles expresionistas pero todo el nudo del relato, el segmento intermedio, deja bastante que desear debido a un ritmo soporífero y secuencias demasiado largas que se condicen con el humor del plutócrata a cargo, más idiota que bufonesco o vinculado al slapstick/ comedia física del período mudo, dejándonos en suma con la anécdota de ser el primer largometraje animado de la historia del cine. Era cantado que en algún momento le tocaría una remake en live action por parte del emporio de Walt, obsesionado con estos menesteres desde El Libro de la Selva (The Jungle Book, 1994), odisea de Stephen Sommers, y que la dictadura en crisis de la corrección política del Siglo XXI, fase tardía del imperialismo cultural de Estados Unidos, no se tomaría del todo bien aquel condicionamiento vaginal/ rosa de una centuria atrás, en sí vinculado al hecho de que Blanca Nieves es buena, religiosa e ingenua y se especializa en esperar a su Príncipe y limpiar/ arreglar/ hacer más presentable la casa en cuestión, lo que implica lavar la ropa, cocinar y eliminar esas torres de polvo por todos lados, además de una belleza homologada al poder en el ecosistema femenino de los celos y el canibalismo, este último quizás el “detalle” de antaño más vigente en el nuevo milenio. El producto resultante dirigido por Marc Webb y escrito por Erin Cressida Wilson a partir del cuento de hadas alemán de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm de 1812, Blanca Nieves (Snow White, 2025), es efectivamente un bodrio que anula el encanto atrofiado de la realización original pretendiendo aggiornarlo sin inteligencia, ética, garra u osadía alguna.

 

Resulta prácticamente imposible obviar las hilarantes polémicas que atravesó la película antes de su estreno empezando por la decisión de contratar como protagonista a Rachel Zegler, una actriz estadounidense de ascendencia colombina que se hizo conocida por Amor sin Barreras (West Side Story, 2021), remake de Steven Spielberg del opus homónimo de 1961 de Robert Wise y Jerome Robbins, lo que generó -comprensiblemente- que buena parte del público y la crítica atacara la jugada porque su tono latino de piel no se condice con el título ni el look caucásico estándar de aquella ninfa animada con la voz de Adriana Caselotti, un capricho de diversidad impostada/ marketinera que se justificó en la nueva historia mediante el nacimiento de la mocosa, por supuesto en un carruaje durante una nevada nocturna, así el contexto circunstancial “se come” a su apariencia. La veinteañera, complicando aún más el asunto, en síntesis afirmó en público que el eje no sería el amor sino el empoderamiento femenino y otras pavadas woke que despertaron más odio, por ello Disney restituyó el núcleo romántico como asimismo haría con los enanos, en un principio personas normales de múltiples etnias e incluso una fémina, así las cosas las denuncias de idiotez creativa y corrección política demodé provocaron la aparición de unos liliputienses en CGI que copian los rostros de los originales de 1937, alternativa que de todos modos despertó la condena de la comunidad de actores enanos de Hollywood. Como si lo anterior fuese poco, Webb y Wilson introdujeron una infinidad de cambios en la trama y además se produjo una suerte de Guerra Fría discursiva entre Zegler y la elegida para interpretar a esa Reina Malvada que supo contar con la voz de Lucille La Verne, la israelí Gal Gadot, ya que la primera está a favor de los palestinos masacrados en la Guerra de Gaza de nuestros días y la segunda es una tarada sionista que incluso hizo el servicio militar de dos años en Israel.

 

Aquí Blanca Nieves pierde a su madre de marco celestial, la Reina Buena (Lorena Andrea), de una enfermedad ignota y a su progenitor, el Rey Bueno (Hadley Fraser), en una campaña militar en el sur fraguada por su madrastra, precisamente la segunda esposa de papi o Reina Malvada, quien se la pasa preguntándole al Espejo Mágico (Patrick Page) si es la mujer más hermosa del reino. Luego de transformar a los granjeros locales en soldados, rapiñar todas las riquezas de la comarca y convertir a la protagonista en una sirvienta del montón, la villana opta por ordenarle al Cazador (Ansu Kabia) que mate sin más a la Blanca Nieves púber porque parece que le hace sombra en lo que atañe a la competencia por ser la más linda, cosa que el sicario no cumple y por ello le permite huir atravesando el bosque con la ayuda de los animales y llegando a la morada de los siete enanos, Sabio (Jeremy Swift), Dormilón (Andy Grotelueschen), Gruñón (Martin Klebba), Tímido (Tituss Burgess), Feliz (George Salazar), Estornudo (Jason Kravits) y Tontín (Andrew Barth Feldman). Como corresponde a todo relato automatizado de influjo posmoderno, aquí se multiplican los personajes mediante un pelotón de ladrones rebeldes que luchan contra la tirana desde una arboleda que oficia de refugio entre los distintos robos de papas y otros alimentos, comitiva liderada por el reemplazo del Príncipe de Harry Stockwell, Jonathan (Andrew Burnap), y por el único enano real del lote, Quigg, Maestro de la Gran Ballesta (George Appleby), dúo que junto a sus colegas se enfrenta a las tropas fascistoides de la déspota comandadas por el Capitán de la Guardia (Adrian Bower). Disney, a sabiendas de que si hacía desaparecer el ingrediente más representativo o memorable todo el barco se hundiría de golpe, de hecho le transfiere a Jonathan la responsabilidad de besar a Blanca Nieves luego de que mordiese esa manzana envenenada de la Reina Malvada y entrase en un soponcio de corte fantástico.

 

Como decíamos con anterioridad, aquí nos topamos con diferencias varias entre las dos versiones de la fábula de los Hermanos Grimm como este flamante background familiar para la criatura de Zegler, el hecho de que el Príncipe ahora es un ladrón con conciencia de clase a lo Robin Hood aunque partidario de la “monarquía buena” de vieja cepa, nuestro Cazador pasa a ser de tez oscura, ella no les limpia la casa a los enanos sino que los insta a que la limpien ellos mismos, por cierto desaparecen las largas rutinas del descubrimiento de Blanca Nieves durmiendo en el hogar y la higiene de los siete mineros, en esta oportunidad los enanos poseen un poder en sus manos que les permite hallar los diamantes sin siquiera buscarlos, Tontín sufre una especie de “bullying light” de parte de sus colegas y es más pueril que imbécil/ retrasado mental tradicional, crece significativamente la participación en el relato del equivalente del Príncipe, Jonathan, y hasta cuenta con ese séquito de siete bandidos realistas al que apuntábamos, hoy la bruja o Reina Malvada disfrazada no es tan fea, la muerte de Blanca Nieves ya no ocurre fuera de campo y en última instancia tenemos un final revolucionario y extremadamente cursi -toma del castillo con palabras- que deriva en la rotura del Espejo Mágico por parte de la propia villana, su supuesta fuente de poder por más que le vivía amargando la existencia diciéndole que Blanca Nieves es la campeona en cuanto al primor. El film trata de pegarle a la cultura del miedo, la ignorancia, la abulia y el olvido, en suma la militarización derechosa social, desde los mismos motivos narrativos de siempre empardados al amor, la amistad, la justicia y todo aquel maniqueísmo político/ bélico de impronta hollywoodense, sin embargo los personajes resultan vacíos o tediosos y especialmente Blanca Nieves y la Reina Malvada son intercambiables en función de su sustrato anodino o el poco desarrollo de sus características, creencias y/ o identidades.

 

Más allá de la hipocresía y el cinismo infaltable del mainstream en pos de criticar la codicia capitalista demonizando a esa madrastra obsesionada con las piedras preciosas mientras que la película en su conjunto es un producto de la avaricia ciega de Disney y su obsesión con refritar convites de otras épocas, el film exuda problemas para todos los gustos, pensemos por ejemplo que hay un exceso de canciones y todas las nuevas destilan mediocridad, los chistes son malos y el ritmo narrativo un poco más dinámico que en el trabajo original pero sin corazón, alma o siquiera entusiasmo, la imagen fantasmal en el Espejo Mágico es de una pobreza extrema, parecida a uno de esos gráficos de videojuego de la década del 90, y los animales del bosque son caricaturescos más que fotorrealistas, un planteo que niega la pretendida idea de fondo de una remake en live action, mientras que los liliputienses no se quedan atrás desde un grotesco símil cruza de hobbit y enano de jardín de cerámica por sus cabezas más grandes que sus cuerpos. Ella sigue siendo algo cándida y nuevamente casi no tiene tetas debajo de su corsé o vestidito de ocasión, lo que implica que no es “agresiva” según los parámetros atemporales del conservadurismo sexual yanqui, y la escena musical de Heigh-Ho en la mina, aparentemente influenciada por Indiana Jones y el Templo de la Perdición (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984), de Steven Spielberg, es bastante buena aunque resulta casi una falta de respeto que la otra “canción insignia” de la película de la centuria pasada, Someday My Prince Will Come, haya sido relegada a una aparición instrumental por la metamorfosis del Príncipe en Jonathan, todo para que la felicidad de la hembra no esté tan sometida a la intervención del macho como si el mantra feminista de cartón pintado dominase en serio la existencia de la enorme mayoría de las mujeres, que de misándricas por suerte no tienen demasiado como los hombres de misóginos tampoco. Los otros dos grandes inconvenientes son primero el colorinche general, léase un diseño de producción que pretende compensar a través del kitsch -a veces de tonos pasteles, a veces de tonos saturados- la pluralidad de redundancias o la falta de ideas novedosas, y segundo el mal desempeño de las dos actrices fundamentales, lo que implica serios problemas de casting desde el vamos ya que el carisma brilla por su ausencia: Zegler está muy lejos de ser “la más hermosa del reino” y la trama hace un intento patético/ demasiado desesperado de justificarlo apelando a la “belleza interior”, lo que a su vez contradice al opus de 1937 y su concepción literal del deleite visual, y Gadot es un desastre como actriz y como femme fatale y para colmo le copia todos los tics a Glenn Close en 101 Dálmatas (101 Dalmatians, 1996), de Stephen Herek, y a Angelina Jolie en Maléfica (Maleficent, 2014), de Robert Stromberg, epopeyas fallidas que por lo menos no caían en el aburrimiento de esta Blanca Nieves y en el carácter melancólico insoportable de este Tontín, un nene de ojitos tristes…

 

Blanca Nieves (Snow White, Estados Unidos, 2025)

Dirección: Marc Webb. Guión: Erin Cressida Wilson. Elenco: Rachel Zegler, Gal Gadot, Andrew Burnap, Tituss Burgess, Martin Klebba, Jason Kravits, Andrew Barth Feldman, George Salazar, Jeremy Swift, Andy Grotelueschen. Producción: Marc Platt y Jared LeBoff. Duración: 109 minutos.

Puntaje: 2