Come to Daddy

La bienvenida al mundo real

Por Ernesto Gerez

“Los pecados del padre recaen sobre sus hijos”, la cita de El Mercader de Venecia de William Shakespeare anticipa la trama y abre la película junto con una referencia a la canción Daddy de Beyoncé, carta de amor a su viejo y no a un sugar daddy que dice “no hay nadie como mi papi”. Esos dos textos son el primer plano y el primer chiste de Come to Daddy (2019); burla a la legitimación cultural de las citas de autoridad y gesto trash que sirve de preludio a la acción que se va a desarrollar después de un plot point que nos llevará de un drama familiar en clave thriller a un cine de género hiperbólico aunque siempre cuidado estéticamente; digamos, con elementos de cine de explotación pero pasados por un prisma cool como los bigotitos de Norval, el hipster interpretado por Elijah Wood que se come un gaste al millennial de pose emo en el primer acto.

 

Ese comienzo es lo mejor de la película porque además de condensar todo el suspenso es donde están los mejores diálogos y la potencia de la comedia negra. Norval viene de lejos a conocer a su padre; ni bien baja del micro se da cuenta que no le va a servir su valija con ruedas porque el piso de su destino es tan selvático como irregular. Que se tenga que meter las rueditas de la valija en el orto anticipa que todo su conocimiento sobre el mundo no le va a servir para nada. Come to Daddy es el viaje iniciático de Norval, su segundo nacimiento a través de una historia/ juguete bien artificial: su viaje no es tanto para conocer a su papá sino para conocer al mundo real representado en la violencia que deberá enfrentar, y para conocer su imbecilidad y hacerse cargo de sus limitaciones. El padre que se encuentra es un viejo hijo de puta que en cinco minutos le da toda la calle que Norval evadió. Papá se burla de los millennials (lo primero que hace es romperle un celular de edición limitadísima, jodita que además está justificada por la trama), pero la película cuestiona a través de la comedia a la clase detrás del millennial consumista -y por qué no también a la generación X-; a esa juventud -y no tanto- burguesa (o pobre pero aspiracional), pretenciosa, egocéntrica, de vocación artística y sueños egoístas y mongoloides. Casi todos nosotros.

 

En su viaje, Norval tiene que abandonar la comodidad de mamá buena y la ciudad para visitar a papá malo y la selva. En la parte salvaje del mundo, a Norval se le vuela el sombrero ante el primer viento, porque su look afectado, como las rueditas de la valija, no le va a servir para nada. El protagonista va a tener que usar las manos para sobrevivir y no para emprolijarse los bigotes. Todo el rollo de la violencia y el gore forman parte del segundo acto, al que llegamos después de un giro que finaliza con el gran mediometraje que es el primero. Paradójicamente, cuando la película se torna más salvaje es cuando empieza a perder potencia; sobre todo cuando pasamos de esa fabulosa locación -la casa de papá, una terraza con vista de 360 grados que recuerda en forma a la inolvidable casa de Body Double de De Palma, pero en versión hippie y lindante a un mar rocoso- al hotel rutero donde Norval continúa sus aventuras. De todos modos, el leve bajón de la progresión no implica que Come to Daddy no sea una película potente, con unos planos que son dinamita visual, siempre tatuados en la bravura de la historia y representantes de una manera de hacer cine.

 

Come to Daddy (Irlanda/ Canadá/ Nueva Zelanda/ Estados Unidos, 2019)

Dirección: Ant Timpson. Guión: Toby Harvard. Elenco: Elijah Wood, Stephen McHattie, Garfield Wilson, Madeleine Sami, Martin Donovan, Michael Smiley, Simon Chin, Ona Grauer, Ryan Beil, Raresh DiMofte. Producción: Daniel Bekerman, Toby Harvard, Katie Holly, Mette-Marie Kongsved, Emma Slade y Laura Tunstall. Duración: 96 minutos.

Puntaje: 7