El Último Verano (Last Summer)

La brutalidad en la adolescencia

Por Emiliano Fernández

El Último Verano (Last Summer, 1969), del tremendo Frank Perry, forma parte del ciclo de seis colaboraciones que el señor encaró junto a su esposa de entonces, la guionista Eleanor Perry, hablamos además de David y Lisa (David and Lisa, 1962), Ladybug Ladybug (1963), El Nadador (The Swimmer, 1968), Trilogía (Trilogy, 1969) y aquella magistral Diario de una Esposa Desesperada (Diary of a Mad Housewife, 1970), todos trabajos en gran medida insólitos porque se adelantaron al nihilismo altisonante y seco de los 70 y en esencia porque fueron concebidos desde una autonomía creativa furiosa que tiene mucho que ver con los coletazos contraculturales del hippismo aunque en su vertiente menos jocosa o naif y más cercana a un existencialismo del fracaso para el que los traumas, las compulsiones y cierto vacío identitario de los personajes constituyen las principales banderas. Pensada luego de la histeria púber y de toda aquella paranoia de David y Lisa y Ladybug Ladybug y de aquel mítico estudio sobre la oquedad del devenir suburbano moderno protagonizado por Burt Lancaster, El Nadador, El Último Verano por momentos incluso parece ser un comentario sobre la debacle de los ideales del Flower Power y el surgimiento del costado monstruoso de la juventud de los 60 mediante los asesinatos del clan de Charles Manson, anticipándose al cine indie de finales del Siglo XX y dejando la puerta abierta para la amargura ya adulta de Trilogía, literalmente una antología de historias craneadas por Eleanor junto a Truman Capote, y de Diario de una Esposa Desesperada, clásico del hastío tragicómico del hogar.

 

La trama en sí, basada en la novela homónima de 1968 de Evan Hunter, célebre por haber inspirado y/ o escrito los guiones de Semilla de Maldad (Blackboard Jungle, 1955), de Richard Brooks, Vecinos y Amantes (Strangers When We Meet, 1960), de Richard Quine, Los Jóvenes Salvajes (The Young Savages, 1961), de John Frankenheimer, la suprema El Cielo y el Infierno (Tengoku to Jigoku, 1963), de Akira Kurosawa, Los Pájaros (The Birds, 1963), de Alfred Hitchcock, y La Mujer sin Rostro (Mister Buddwing, 1966), de Delbert Mann, es muy simple porque apenas si se basa en la convivencia durante un verano en Fire Island, un destino vacacional paradisíaco de Nueva York, de cuatro adolescentes de clase alta, la jovencilla putona y sádica Sandy (una bella Barbara Hershey), el dúo masculino de Dan (Bruce Davison) y Peter (Richard Thomas) y la regordeta y mucho más conservadora y centrada -aunque hermana del quid aburrido sermoneador- Rhoda (Catherine Burns). En un primer momento los varones se hacen amigos de Sandy, quien les pide ayuda para sacarle un anzuelo de la boca a una gaviota que encontró agonizante en la playa, no obstante la chica a posteriori exhibe su crueldad atando al animal cuando se repone para “adiestrarlo” haciendo que regrese siempre a ella, momento en el que también conocen de casualidad a la meditabunda Rhoda, muchacha un poco más joven que ellos que se convierte en blanco de burlas y vejaciones e incluso les cuenta, para ser aceptada en el grupo, cómo su madre se ahogó cinco años atrás por una apuesta en una fiesta con un hombre tan bebido como ella.

 

Sin duda el encanto cuasi morboso de la película, una muy poco conocida en nuestros días tan higienizados de “emociones fuertes” por este sustrato fatalista que lleva al campo de la catástrofe los engranajes prototípicos del bildungsroman o historia de aprendizaje, subyace en el fascinante juego de relaciones que se establecen entre los protagonistas, cada uno con un costado oscuro y otro luminoso o menos nocivo: Dan evidentemente se lleva muy bien con Peter porque de fondo flota una tensión homoerótica que se maquilla con la obsesión con acostarse con Sandy, la cual se muestra solícita cuando le piden sacarse el corpiño o cuando hay ganas de acariciarla en una sala cinematográfica que proyecta un film sueco, sin embargo la algarabía sexual nunca explota del todo porque la chica histeriquea por lo bajo a los varones pero con cobardía y éstos asimismo son unos tarados que nunca avanzan del todo ante la fémina comunicándole sus intenciones de frente, no por juegos bobos de la libido adolescente que no suelen pasar a mayores, a su vez el personaje de Hershey, una femme fatale de dejo cínico que parece volcarse a la misoginia cuando existe competencia, resiente la honestidad y sensibilidad a flor de piel de Rhoda, la cual se enamora de un Peter que parece corresponderla hasta que en el lúgubre desenlace muta en cómplice de Dan y Sandy y no hace nada cuando la ninfa delgada insta al primero a violar a la ninfa rellenita, remate retórico esperable -podría haber sido peor, asesinato de por medio- aunque no por ello menos doloroso ya que pone en primer plano esta consabida brutalidad del ser humano.

 

Lejos de la perfección, algo que se explica por el carácter repetitivo de algunas escenas, el recurso soporífero de la época de alargar los momentos descriptivos y la poca experiencia escénica de Davison, Thomas y una Hershey que luego colaboraría con Martin Scorsese en Boxcar Bertha (1972), realizada para el inefable Roger Corman, y La Última Tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988), basada en el polémico libro de 1955 de Nikos Kazantzakis, y que calaría hondo en la comunidad del terror por su protagónico en El Ente (The Entity, 1982), de Sidney J. Furie, amén de participaciones memorables en Profesional del Peligro (The Stunt Man, 1980), de Richard Rush, y Un Día de Furia (Falling Down, 1993), opus de Joel Schumacher, El Último Verano por un lado hace un uso inteligente del motivo del parasitismo práctico y psicológico en la edad formativa de los sujetos, metáfora que en pantalla queda explicitada por la relación entre Sandy y los dos varones, con quienes jamás tiene sexo, entre ella y la pobre gaviota, a la que mata cruelmente después de que la atacase por sus maltratos sistemáticos, y entre la Rhoda de la genial Burns, quien a futuro se transformaría en una actriz de TV, y un Peter bipolar que se ofrece a enseñarle a nadar e incluso se muestra dulce cuando están solos, y por el otro lado, precisamente, explora las máscaras de fortaleza que suelen exhibir los mortales para plantarse como poderosos y/ o con autoridad en sociedad, farsas que conducen a la violencia, como la padecida por Rhoda y un latino llamado Aníbal (Ernesto González) al que engañan mediante el pretexto de una cita por computadora, y que niegan con ahínco esta dimensión privada de la vida en donde los susodichos dejan de fingir para ser felices por sí mismos, diga lo que diga el vulgo que nos rodea aunque muchas veces cuando ya es tarde porque los atropellos se acumularon al igual que el racismo, la homofobia, el hedonismo banal y el clasismo darwinista estándar…

 

El Último Verano (Last Summer, Estados Unidos, 1969)

Dirección: Frank Perry. Guión: Eleanor Perry. Elenco: Barbara Hershey, Richard Thomas, Bruce Davison, Catherine Burns, Ernesto González, Conrad Bain, Eileen Letchworth, Peter Turgeon, Ralph Waite, Lydia Wilen. Producción: Sidney Beckerman, Alfred W. Crown y Emanuel L. Wolf. Duración: 97 minutos.

Puntaje: 7