El séptimo arte posee una larga tradición en eso de situar a la historia de turno en una única locación y dicho esquema narrativo no sólo tiene que ver con un presupuesto limitado o con los pocos recursos disponibles, más bien suele suceder lo contrario porque cineastas con un margen considerable de maniobra a escala económica deciden optar por la restricción que enriquece ya que el minimalismo de fondo obliga a planificar todo con mucho más cuidado y a exprimir cada centímetro del set con vistas a no caer en el fantasma de siempre en lo que atañe a estos casos, el teatro filmado, un rubro con identidad propia que suele espantar a tanta gente como atraer al resto. Basta con pensar en el derrotero histórico que va desde 8 a la Deriva (Lifeboat, 1944) y La Soga (Rope, 1948), ambas de Alfred Hitchcock, más 12 Hombres en Pugna (12 Angry Men, 1957), de Sidney Lumet, y El Cuchillo bajo el Agua (Nóz w Wodzie, 1962), opus de Roman Polanski, y llega hasta El Resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick, El Barco (Das Boot, 1981), de Wolfgang Petersen, El Enigma de Otro Mundo (The Thing, 1982), de John Carpenter, Misery (1990), de Rob Reiner, El Cubo (Cube, 1997), de Vincenzo Natali, Enlace Mortal (Phone Booth, 2002), obra de Joel Schumacher, La Habitación del Pánico (Panic Room, 2002), de David Fincher, Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), de Oren Peli, La Habitación de Fermat (2007), de Luis Piedrahíta y Rodrigo Sopeña, y Líbano (Lebanon, 2009), del israelí Samuel Maoz, entre muchas otras, para tomar verdadera conciencia de las posibilidades de la locación de impronta claustrofóbica que invita a la angustia, sea esta cárcel un inmueble o algún medio de transporte o tal vez un artilugio abstracto paradigmático de la ciencia ficción o el terror.
En este sentido La Última Parada en el Condado de Yuma (The Last Stop in Yuma County, 2023), debut del director, guionista, productor y editor norteamericano Francis Galluppi justo luego de realizar algunos cortos y videoclips, constituye un pequeño milagro porque por un lado aprovecha con suma astucia el entorno cerrado tácito, una cafetería en la que casi todos los personajes caen presos de la ambición más caníbal, y por el otro lado nos retrotrae a lo mejor del cine de género de antaño, aquí mediante el latiguillo de dos ladrones de bancos, el veterano Beau (un perfecto Richard Brake) y el algo bisoño Travis (Nicholas Logan), huyendo con 700 mil dólares en una bolsa a bordo de un Ford Pinto verde con la parte trasera dañada, detalle que lo convierte en fácil de distinguir. En realidad el núcleo de nuestro relato es un personaje mayormente secundario, un vendedor de cuchillos japoneses sin nombre conocido (Jim Cummings) que se queda sin gasolina en la parada del título del film, administrada por un afroamericano panzón que se encarga de un hotel y de vender combustible, Vernon (Faizon Love), y por una mujer que atiende la cafetería en cuestión, Charlotte (Jocelin Donahue), nada menos que la esposa del sheriff local, Charlie (Michael Abbott Jr.), a su vez el jefazo aletargado de su secretaria, Virginia (Barbara Crampton, la mítica “scream queen” de los años 80), y de un oficial tonto y de corta edad, Gavin (Connor Paolo). Desde ya que los maleantes, en camino a México, se presentan en el lugar y toman de rehenes a Charlotte y al personaje de Cummings porque los surtidores están vacíos y se ven obligados a esperar un camión que nunca llegará ya que está volcado al costado de una ruta, un panorama que se complica por la llegada de más y más clientes en busca de nafta.
Galluppi utiliza muy bien el contexto temporal del relato, la década del 70, y mantiene el asunto dentro de los carriles esperables durante más o menos la primera hora del metraje, en suma aprovechando el nerviosismo que se acumula en el ambiente por la necesidad de los rehenes de fingir mientras cae en la parada de Yuma, en el extremo sur del de por sí sureño Estado de Arizona, esa fauna colorida a la que hacíamos referencia antes, primero una pareja de ancianos, Robert (Gene Jones) y Earline (Robin Bartlett), luego el susodicho Gavin en busca de café y finalmente un par de jóvenes forajidos, Miles (Ryan Masson) y Sybil (Sierra McCormick), y un indígena amigo de la linda camarera/ dueña de la cafetería, Pete (Jon Proudstar), no obstante es en la media hora final cuando el director realmente se luce de la mano de los sucesos posteriores a un duelo a la mexicana motivado por la idea de Beau de robarle la camioneta a Pete ya que el suyo es el único vehículo con el tanque lleno de gasolina, por cierto una escena magnífica y brutal que no tiene nada que envidiarle a sus homólogas de mega clásicos de la talla de El Bueno, el Malo y el Feo (Il Buono, il Brutto, il Cattivo, 1966), de Sergio Leone, The Killer (Dip Huet Seung Hung, 1989), de John Woo, y Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), de Quentin Tarantino. Es en ese último acto que Galluppi termina de metamorfosear a la propuesta en un film salvajón y muy políticamente incorrecto orientado a no perdonar a nada ni nadie, justo como aquellos de antaño que cita de modo explícito mediante la pareja cinéfila de Miles y su novia, Psicosis (Psycho, 1960), de Hitchcock, Bonnie & Clyde (1967), de Arthur Penn, Malas Tierras (Badlands, 1973), de Terrence Malick, e incluso Rififí (Du Rififi chez les Hommes, 1955), del gran Jules Dassin.
El hecho de que en la balacera sólo sobrevivan Sybil y el vendedor de cuchillos, este último un burgués divorciado con vestimenta formal y en camino hacia el cumpleaños de su hija, y el detalle adicional de que se vuelva codicioso por contagio y mate primero a la señorita y después a un matrimonio con un crío que también llega de golpe, David (Sam Huntington) y Sarah (Alexandra Essoe), nos acerca en primer lugar al querido y áspero territorio de Sam Peckinpah, Don Siegel, Samuel Fuller y Robert Aldrich, por supuesto papis conceptuales de Tarantino y los hermanos Joel y Ethan Coen, otras fuentes de inspiración insoslayables, y en segunda instancia a lo que sería una mixtura de neo noir, spaghetti western, suspenso indie semi teatral, comedia negra y exploitation furioso de las décadas del 60 y 70, amén de recuperar ese motivo de la toma de rehenes que va desde El Correo del Infierno (Rawhide, 1951), opus de Henry Hathaway, y Horas Desesperadas (The Desperate Hours, 1955), de William Wyler, hasta convites que rondan el presente del relato de Galluppi, pensemos en La Captura del Pelham 1-2-3 (The Taking of Pelham One Two Three, 1974), de Joseph Sargent, y Tarde de Perros (Dog Day Afternoon, 1975), de Lumet, a su vez decididamente inspiradas en El Incidente (The Incident, 1967), faena muy poco conocida de Larry Peerce. Muy bien filmada y editada y con un excelente casting y unos diálogos supremos que van directo al hueso, la película le saca el jugo a Crying (1961), el temazo de Roy Orbison que musicaliza el momento previo a la masacre mundana, y pone de manifiesto que la avaricia hace asesinos, el destino los mezcla y la estupidez los mata cuando se proponen mantener un perfil bajo, esconderse o quizás ya cambiar de identidad para perderse entre el vulgo…
La Última Parada en el Condado de Yuma (The Last Stop in Yuma County, Estados Unidos, 2023)
Dirección y Guión: Francis Galluppi. Elenco: Richard Brake, Nicholas Logan, Jocelin Donahue, Jim Cummings, Faizon Love, Barbara Crampton, Gene Jones, Connor Paolo, Sierra McCormick, Ryan Masson. Producción: Francis Galluppi, Atif Malik y Matt O’Neill. Duración: 91 minutos.