El Sacerdote

La carne doblega siempre al espíritu

Por Emiliano Fernández

Para hablar de El Sacerdote (1978), uno de los films más interesantes de la fase intermedia de la carrera del tan provocador como valiente y suicida Eloy de la Iglesia, hay que tener presente el lugar del film dentro del derrotero del cineasta español, lo que implica detallar las cuatro etapas que atravesó a lo largo de los años, a saber: en primera instancia tenemos un período formativo luego de trabajar en TV que cayó en el olvido, en esencia conformado por Fantasía 3 (1966), un opus que no llegó a estrenarse en salas, y los melodramas Algo Amargo en la Boca (1969) y Cuadrilátero (1970), en segundo lugar viene una seguidilla de cuatro películas de género -enroladas en términos generales en el terror, el thriller modelo giallo e incluso la ciencia ficción- que tuvieron que ver con un intento de parte del director de esquivar la asfixiante censura franquista consagrándose a géneros duros que solían pasar por “inofensivos” a ojos de la dictadura, hablamos desde ya de El Techo de Cristal (1971), La Semana del Asesino (1972), Nadie Oyó Gritar (1973) y Una Gota de Sangre para Morir Amando (1973), esta última una reinterpretación y/ o cuasi expansión simbólica de La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de Stanley Kubrick, en tercera instancia está aquel ciclo de sátiras sexuales más o menos solapadas que tiene que ver con la muerte de Francisco Franco en 1975 y una apertura cultural leve que permitía una mayor libertad, así se acumularon Juego de Amor Prohibido (1975), La Otra Alcoba (1976), Los Placeres Ocultos (1977), La Criatura (1977), El Diputado (1978) y la película que nos ocupa, El Sacerdote, efectivamente la última de la época en cuestión, y finalmente llega el período homologado a la temática marginal delictiva de corta edad, el denominado “cine quinqui”, por el que De la Iglesia es conocido en el Siglo XXI, un salto hacia la masividad de la mano de Miedo a Salir de Noche (1980), Navajeros (1980), Colegas (1982), El Pico (1983), El Pico 2 (1984) y La Estanquera de Vallecas (1987), amén de un puñado de anomalías como Otra Vuelta de Tuerca (1985), una desviación hacia el horror de antaño adaptando la joya literaria de 1898 de Henry James, y aquella La Mujer del Ministro (1981) y la muy tardía Los Novios Búlgaros (2003), dos repliegues hacia la fase de efervescencia paródica sexual.

 

Si bien la rúbrica de De la Iglesia está por todos lados, lo cierto es que El Sacerdote es uno de los pocos ejemplos dentro de su filmografía en los que no fue autor del guión ya que la trama y los diálogos hoy son responsabilidad de Enrique Barreiro, señor que tuvo un breve paso tanto por México mediante La Playa Vacía (1977), de Roberto Gavaldón, como por Argentina a través de La Raulito en Libertad (1977), secuela de Lautaro Murúa de la propia La Raulito (1975), todo un clásico del cine latinoamericano, y con quien el realizador vasco ya había colaborado en La Criatura, otra propuesta irónica y muy agresiva que se vincula a clásicos de la zoofilia contracultural de la talla de La Bestia (La Bête, 1975), de Walerian Borowczyk, y Max, mi Amor (Max, mon Amour, 1986), del tremendo Nagisa Ôshima, y nos presenta un triángulo amoroso entre una ama de casa progresista, Cristina (Ana Belén), un conductor televisivo bien fascistoide, Marcos (Juan Diego), y un pastor alemán de pelaje negro, bautizado Bruno, que se transformaba en amante de la mujer. Aquí el protagonista es el clérigo del título, el Padre Miguel (ese perfecto e impasible Simón Andreu, actor fetiche del realizador), un reprimido de 36 años que entró en la Iglesia Católica con 14 primaveras a cuestas, sin experiencia amatoria alguna, y que en la España de 1966 derrapa en fantasías heterosexuales y homosexuales, tanto con adultos como con niños, por una publicidad de crema femenina de un enorme cartel ubicado enfrente de la parroquia madrileña donde se desempeña como confesor y encargándose de misas, casamientos y bautismos junto con otros cinco curas más el párroco gordinflón que hace de mandamás, el Padre Alfonso (José Franco). La principal fuente de tentación es una treintañera, Irene (Esperanza Roy), la cual está secretamente enamorada de Miguel y suele contarle cómo mantiene sexo anal con su esposo para evitar quedar embarazada y porque considera abortivos a los tratamientos anticonceptivos del montón, por ello el protagonista entra en un caos que va desde intentar intimar con una prostituta, Vicenta (África Pratt), y visitar en un pueblo deprimente a su madre (Queta Claver), hasta autoflagelarse vía látigos, cilicio y una insólita castración con una tijera de jardinería, planteo que lo lleva hacia un manicomio que pone en crisis su fe.

 

La película, sin duda una de las mejores narradas de la producción artística siempre errática y de adorable influjo exploitation de De la Iglesia, es asimismo una de las más ambiciosas del director porque aprovechando la libertad expresiva relativa a la que apuntábamos con anterioridad, propia de la Transición hacia la Democracia (1975-1982), se propone pensar la contracara cultural oscurantista del Milagro Económico Español (1959-1973), un ciclo de crecimiento de tipo desarrollista que en parte se superpone a aquellas postrimerías de la dictadura, el Tardofranquismo (1969-1975), y que se basó en la reconversión del país, hasta entonces de índole agrícola/ retrasada/ aislacionista, hacia la industrialización, el consumo, el turismo, las inversiones en infraestructura y una flamante clase media que a su vez trajo consigo le emigración desde el campo hacia las grandes metrópolis, algo que en el relato queda reflejado -desde la habitual pirotecnia ideológica del realizador- en las escenas de la visita a la progenitora, excusa para una serie de flashbacks que pintan la crianza bien rústica del futuro sacerdote, en suma recibiendo palizas a instancias de su padre, Francisco (Raúl Fraire), siendo condicionado por su madre para convertirse en religioso y compartiendo correrías con los otros mocosos del lugar, quienes rastrean preservativos usados, se bañan desnudos, comparan el tamaño de sus penes, se masturban todos juntos e incluso violan a un pobre ganso. Dejando también en segundo plano otros ingredientes contextuales que en la España muy conservadora de mediados de los años 60 no resultaban particularmente cruciales, sobre todo el hippismo, la Revolución Sexual y el auge de las drogas psicodélicas con el LSD a la cabeza, la epopeya retrata de manera tácita el surgimiento de las primeras grietas en el nacionalcatolicismo franquista, tanto por la eclosión de esa cultura moderna de masas de fondo como por diversos factores políticos y sociales que se unificaron con una estrategia global de defensa de parte del poder católico que se volcó hacia la izquierda, por ello el Concilio Vaticano II (1962-1965) en pantalla se da la mano con el Referéndum sobre la Ley Orgánica del Estado de 1966 -la solidificación constitucional del totalitarismo- y las protestas implícitas de los proletarios, estudiantes, nacionalistas vascos y curas comunistas.

 

De la Iglesia, desde un indisimulable odio que no le impide ver las diferencias dentro de la calaña cristiana que controlaba el país y le ofrecía un esquema conceptual de impunidad y justificación represiva al régimen, le baja la carga fatalista a la castración del desenlace de La Última Mujer (L’Ultima Donna, 1976), de Marco Ferreri, evidentemente se inspira en esa efervescencia terrorista de Nazarín (1959) y Simón del Desierto (1965), ambas de Luis Buñuel, y en gran medida anticipa al Paul Schrader obsesionado con el puritanismo y las gestas existenciales paradójicas que va desde Hardcore (1979) hasta El Reverendo (First Reformed, 2017), en este caso por supuesto encarándolo todo desde el típico protestantismo sadomasoquista anglosajón. El director y su guionista se entretienen abriendo el abanico de la crisis del catolicismo, con muchos curas volcándose a esa izquierda marxista cuyo punto más álgido fue la fundación en 1967 en Argentina del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, asimismo vinculado a la Teología de la Liberación posterior al Concilio Vaticano II, con el objetivo de sistematizar las distintas posturas que generó la avanzada reformista, así tenemos las eternas dudas eróticas -entre la histeria y la depravación- del Padre Miguel, el conformismo apolítico/ de marco popular del Padre Alfonso, la militancia socialista y antidictatorial del Padre Luis (Emilio Gutiérrez Caba), el fundamentalismo de derecha inmovilista del Padre Manuel (Ramón Repáraz), aquella veta artística del organista Padre Alberto (Ramón Pons), el sustrato de “marica de clóset” del Padre Carlos (Antonio Gonzalo) y la renuncia definitiva a la institución por parte del Padre Ángel (Martín Garrido Ramis), quien de hecho se enamora de una mujer y decide casarse. Con marcas autorales de siempre del director, como la erotización del cuerpo masculino por sobre el femenino, un par de burlas a La Última Cena (L’Ultima Cena, 1495-1498), el famoso mural de Leonardo da Vinci, y ese chiflado añoso (Emilio Fornet) que en el manicomio le pide la absolución a Miguel por haber violado a Sara Montiel y matado a Franco y su esposa, Carmen Polo, De la Iglesia en El Sacerdote subraya con maestría que la carne doblega siempre al espíritu y que el sexo le gana a la moral, la fe y el ajuar discursivo del statu quo sacro o capitalista…

 

El Sacerdote (España, 1978)

Dirección: Eloy de la Iglesia. Guión: Enrique Barreiro. Elenco: Simón Andreu, Esperanza Roy, José Franco, Emilio Gutiérrez Caba, Ramón Repáraz, Emilio Fornet, África Pratt, Queta Claver, Raúl Fraire, Ramón Pons. Producción: Óscar Guarido. Duración: 100 minutos.

Puntaje: 9