Los cinéfilos veteranos tienen muy presente al holandés Jan de Bont porque fue uno de los mejores directores de fotografía de las décadas del 70 y 80 gracias a sus colaboraciones con el legendario Paul Verhoeven, el compatriota más famoso a escala internacional, y con otros realizadores ya del ámbito anglosajón, un grupo que incluye a William Asher, Lewis Teague, John McTiernan, Ridley Scott, Carl Reiner, Joel Schumacher, Richard Donner, James Foley, el trío de Jim Abrahams y los hermanos David y Jerry Zucker y por supuesto aquel Noel Marshall casado con Tippi Hedren de El Gran Rugido (Roar, 1981), película repleta de felinos inmensos en cuyo caótico rodaje sufrió un espantoso escalpelamiento. De Bont eventualmente saltaría a la dirección en Hollywood y pasaría de estrenar dos de los blockbusters más exitosos de los años 90, Máxima Velocidad (Speed, 1994) y Tornado (Twister, 1996), a entregar un par de bodrios monumentales, Máxima Velocidad 2 (Speed 2: Cruise Control, 1997) y La Maldición (The Haunting, 1999), y otra secuela del montón, Lara Croft: Tomb Raider- La Cuna de la Vida (Lara Croft: Tomb Raider- The Cradle of Life, 2003), precisamente una continuación de la también impresentable Lara Croft: Tomb Raider (2001), film de plástico de Simon West que ayudó a posicionar a Angelina Jolie en todo el planeta como una estrella de acción y como una sex symbol según Estados Unidos.
A diferencia de Máxima Velocidad, una película de vertiginosidad absurda pero entretenida a más no poder, Tornado era pura chatarra cinematográfica de la época aunque también se dejaba ver por el combo que se escondía detrás y sus pretensiones de satisfacer a todos los públicos posibles, hablamos en esencia de una gesta de aventuras basada en la química entre los queridos Bill Paxton y Helen Hunt, en otro de los tantos villanos de Cary Elwes y en ingredientes varios de comedia, horror, epopeya romántica y ese cine catástrofe a toda pompa, amén de la sobreutilización de unos nacientes CGIs que quedaron autosatirizados a través de la famosa escena de la vaca voladora (o quizás vacas, el asunto nunca quedó del todo establecido). Que este Hollywood del Siglo XXI haya caído tan bajo de exprimir una propuesta tan accesoria y cutre como Tornado es todo un indicio de lo mal que está la gran industria en cuanto a ideas -y lo conservadora que sigue siendo- ya que la jugada equivale a morderse la cola porque la remake/ secuela espiritual de Lee Isaac Chung que nos ocupa, Tornados (Twisters, 2024), se parece a cualquier otro mamotreto del mainstream yanqui desde los 90 hasta el presente, lo que implica que todos han sido construidos con el mismo exacto molde idiota de aquella Tornado en un marco de precariedad discursiva, a su vez un ejemplo del artificio comiéndose a la narración, los personajes y la efervescencia de antaño.
Hoy son los ascendentes Daisy Edgar-Jones y Glen Powell, conocidos por cosillas de culto como Fresco (Fresh, 2022), de Mimi Cave, y Cómplices del Engaño (Hit Man, 2023), de Richard Linklater, los encargados de sustituir a Hunt y al fallecido Paxton y en consonancia encontramos un generoso número de latiguillos y recursos propios del opus de De Bont, pensemos en la escena introductoria trágica (antes relacionada con la infancia, ahora con la adultez), una premisa resuelta en la primera media hora del metraje (competencia entre dos equipos de caza-tornados, uno profesionalizado y amante de las corporaciones y el otro más descontracturado y cuasi independiente), una dinámica romántica progresiva (ayer era un triángulo amoroso de larga data y en esta oportunidad es un amor floreciente, que asoma su cabeza por primera vez) y desde ya mucha jerga meteorológica de cotillón (la temporada de calamidades climáticas lo amerita, al igual que la intermitencia hiper burda de una escena dialogada y una de acción lunática). Lamentablemente aquellas pinceladas de comedia del pasado, en especial de la mano de Philip Seymour Hoffman y su personaje bufonesco, aquí desaparecen y las criaturas en pantalla son más pulcras, puritanas, diversas a nivel racial y fundamentalmente aburridas, además de instantes musicales country bastante zonzos y unos CGIs cuyo fotorrealismo supera a los pioneros de 1996 aunque sin la imaginación de antes.
El film de Chung, aquel de Munyurangabo (2007), odisea sobre el Genocidio de Ruanda de 1994 contra los tutsis por parte de los hutus, y Minari (2020), opus autobiográfico sobre una familia de inmigrantes surcoreanos viviendo en yanquilandia, resulta tan largo y hueco como la faena original del neerlandés, nuevamente cayendo en un entramado dramático redundante, letárgico, ridículo, exagerado y/ o en piloto automático ya que en el relato no hallamos ni un ápice de originalidad y para como la celebración de la idiotez chauvinista estadounidense, eso de mostrarse siempre como los salvadores/ campeones más engreídos del mundo, se da la mano de manera contradictoria con cierta idea de fondo de denunciar con sensatez a los especuladores inmobiliarios que se aprovechan de las familias sin hogar comprando los terrenos tapados de escombros luego de alguna debacle natural o producto del accionar del ser humano. Mientras que la primera efectivamente situaba a los efectos especiales por encima de todo, por lo menos ese “todo” era mucho más variado y colorido que este esquema monotemático o aplanado en el que la aventura folletinesca está ausente porque hoy es la catástrofe -y ese tipo de cine, que nace con Aeropuerto (Airport, 1970), obra de George Seaton inspirada en la novela homónima de 1968 de Arthur Hailey- la que toma el control de la historia hasta transformarla en un puñado de clichés casi sin vida…
Tornados (Twisters, Estados Unidos, 2024)
Dirección: Lee Isaac Chung. Guión: Mark L. Smith. Elenco: Daisy Edgar-Jones, Glen Powell, Anthony Ramos, Brandon Perea, Maura Tierney, Harry Hadden-Paton, Sasha Lane, Daryl McCormack, Kiernan Shipka, Nik Dodani. Producción: Frank Marshall y Patrick Crowley. Duración: 117 minutos.