Y pensar que en su época, a mediados del Siglo XX, a Basil Dearden se lo catalogaba una y otra vez como un cineasta mediocre por ser un artesano prolífico y cumplidor que entregaba productos amenos pero no llegaba a lucirse como otros colegas de aquel período de oro del cine británico e incluso mundial, no obstante al considerar su carrera de forma mayormente aislada y desde nuestro nuevo milenio, un tiempo de verdadera y exasperante mediocridad cultural en todo el planeta por obra y gracia de la uniformidad de una globalización ya en crisis, la antigua y querida profesionalidad de Dearden adquiere otro semblante porque efectivamente logra destacarse en diferentes realizaciones de las tres etapas más o menos estandarizadas a nivel histórico del señor, hablamos de sus años como empleado de Ealing Studios, la productora más importante de la Gran Bretaña de posguerra, sus odiseas de “justicia social” de fines de los 50 y comienzos de la década siguiente, en esencia trabajos de izquierda comprometidos con algunas temáticas candentes que de todos modos solían explorarse desde una catarata de prejuicios sociales, y finalmente aquellos opus variopintos del ciclo final de su trayectoria, esa que se cortó de repente en 1971 cuando falleció a los 60 años de edad por un accidente de tránsito. Dentro de la fase de Ealing Studios sobresalen la recordada faena de encierro bélico Corazón Cautivo (The Captive Heart, 1946), el film noir con resonancias neorrealistas La Lámpara Azul (The Blue Lamp, 1950), el melodrama de marginales Muelles de Londres (Pool of London, 1951) y dos antologías de muy distinta índole, la terrorífica Al Morir la Noche (Dead of Night, 1945), también responsabilidad de Charles Crichton, Robert Hamer y Alberto Cavalcanti, y la tragedia con toques de comedia y de proto cine catástrofe Tren de Eventos (Train of Events, 1949), codirigida por Crichton y Sidney Cole, esta última completamente olvidada en el Siglo XXI y la primera sin duda alguna la colección inaugural del horror episódico moderno de la historia del séptimo arte, todo un hito del rubro que hasta el día de hoy continúa marcando a fuego la estructura, el tono narrativo e incluso los separadores efímeros de muchas epopeyas colectivas de terror.
En lo que atañe a sus películas de justicia social, Dearden brilló con Crimen al Atardecer (Sapphire, 1959), pequeño gran thriller sobre el desprecio racial de los anglosajones contra los inmigrantes, Víctima (Victim, 1961), maravilloso clásico sobre la costumbre de la época de chantajear a homosexuales por la consabida criminalización, y Vida para Ruth (Life for Ruth, 1962), película injustamente enterrada en las arenas del tiempo acerca de una muerte por negativa a una transfusión de sangre debido a creencias religiosas oscurantistas, periplo que nos envía a la última y heterogénea década de su trayectoria, aquella caracterizada por la sinceramente inclasificable Noche de Pesadilla (All Night Long, 1962), algo así como una insólita relectura jazzera de Otelo (Othello, 1604), de William Shakespeare, el drama psicológico de ciencia ficción La Piscina del Terror (The Mind Benders, 1963), por cierto inspiración tácita para Estados Alterados (Altered States, 1980), la joya de Ken Russell, el asfixiante thriller de herencia en juego La Mujer de Paja (Woman of Straw, 1964), la gesta histórica pomposa Khartoum (1966) y el opus de misterio El Hombre que se Perseguía a sí Mismo (The Man Who Haunted Himself, 1970), una interesante reformulación del motivo del doble maldito, el doppelgänger. Amén de ese gustito del director por las comedias que va desde el simplismo de El Espectáculo más Pequeño de la Tierra (The Smallest Show on Earth, 1957), pasa por la caper movie autoparódica Honorables Delincuentes (The League of Gentlemen, 1960) y desemboca en la aventura kitsch de El Club de los Asesinos (The Assassination Bureau, 1969), el otro “macro género” en el que se especializó es el thriller o suspenso o film noir, comarcas hermanadas que circunscriben una de sus muchas obras olvidadas, La Mujer de Paja, como decíamos con anterioridad un producto que en su época fue tachado de vetusto o de poco vuelo, precisamente porque en el Swinging London de los 60 los aires osados e iconoclastas eran “la” regla en una industria cultural revolucionada por las drogas, la juventud y el sexo libre, pero hoy se abre camino sin problemas como una obra magistral acerca de la codicia y la lucha de voluntades en la alta burguesía londinense.
La trama, cortesía de los guionistas Robert Muller y Stanley Mann, es muy sencilla y está basada en la segunda novela de la francesa Catherine Arley, aquel bestseller homónimo de 1954, en pantalla girando alrededor de tres criaturas, María Marcello (Gina Lollobrigida), una enfermera italiana probando suerte en el Reino Unido, Anthony Richmond (el inefable Sean Connery), un playboy ricachón siempre con un as en la manga, y Charles Richmond (Ralph Richardson), tío del anterior y un vejete tiránico y basureador que suele tratar como perros a sus dos criados de color, los hermanos africanos Thomas (Johnny Sekka) y Fenton (Danny Daniels). Anthony, el secretario personal de Charles, un día se ve en la obligación de buscar una enfermera porque el carcamal fue mordido por su jauría de mascotas, así elige a María por su innegable belleza y comienza a cortejarla mientras la mujer trata de soportar el carácter despótico del anciano en silla de ruedas, asunto que llega a su cumbre cuando Charles de hecho rebaja a sus siervos negros al nivel de los canes, haciéndolos poner de rodillas para que uno salte sobre el otro en pos de que los cuadrúpedos los imiten. La ninfa abandona la mansión de turno y Anthony sólo logra convencerla de volver cuando le propone una sociedad criminal que implica manipular al viejo para que ella se case con él con la ayuda del sobrino, el cual aplica psicología inversa sobre ese veterano que acumula una fortuna de cincuenta millones de libras. Con la promesa de la muchacha de pagarle un millón de billetitos al personaje de Connery, el plan sigue su curso a bordo de un yate de lujo que ronda las costas de Mallorca, donde María vuelve a alejarse porque Charles casi mata en medio de una tormenta feroz a Fenton, que cae al agua, debido a su negativa ante el capitán (Peter Madden) en eso de regresar a puerto. Esta vez es el propio magnate quien va a buscarla y de inmediato le propone matrimonio, sin embargo luego del casorio el anciano aparece envenenado con barbitúricos en el barco y Anthony convence a la flamante viuda de transportar el cadáver hasta la mansión y de simular unas horas más de vida para poder registrar en Londres un nuevo y jugoso testamento que la dejará como heredera universal.
Aquello mismo que tanto molestó de La Mujer de Paja entre la prensa y el público, léase su solvencia retórica sin estridencias en el campo de la simbología, los floreos visuales y los recursos clásicos del suspenso, es precisamente el punto fuerte del film porque el estilo casi siempre elegante o minimalista/ despojado de Dearden es lo que está en vías de extinción en el nuevo milenio, una era de excesos de todo tipo en las otras regiones discursivas y de déficit doloroso en la narración más vulgar o mundana, como la presente. Unificando dos latiguillos de los thrillers ingleses de mediados del Siglo XX, primero la figura del trepador social, aquí una María que trata de escalar en la pirámide plutocrática para por fin salir del lumpenproletariado, y segundo el misterio/ incriminación/ engaño, efectivamente la jugada de Anthony de utilizarla como chivo expiatorio para incinerarla -enchufándole el cuerpo sin vida de Charles- y quedarse con el dinero, movida que se despliega ante los ojos del oficial que investiga el fallecimiento, el Detective Lomer (Alexander Knox), e incluye el desprecio del sobrino hacia el tío porque llevó a su padre al suicidio y luego se casó con su madre, la propuesta es ante todo un vehículo comercial al servicio de Connery, quien le roba todas las escenas a los estupendos Lollobrigida y Richardson y por cierto ya venía de sus primeras incursiones como James Bond, El Satánico Dr. No (Dr. No, 1962) y De Rusia con Amor (From Russia with Love, 1963), ambas de Terence Young, después de hacerse conocido con Los Implacables (The Frightened City, 1961), de John Lemont, y El Día más Largo del Siglo (The Longest Day, 1962), de Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki. La Mujer de Paja constituye el comienzo del cansancio de Sean para con el célebre personaje de Ian Fleming, puntapié inicial que nos dejaría con películas de la talla de Marnie (1964), de Alfred Hitchcock, La Colina (The Hill, 1965) y El Gran Golpe (The Anderson Tapes, 1971), dos faenas de Sidney Lumet, La Tienda Roja (Krasnaya Palatka, 1969), de Mikhail Kalatozov, y Odio en las Entrañas (The Molly Maguires, 1970), de Martin Ritt, ejemplos de una ambición artística cuyo catalizador es esta pulcritud adictiva del opus de Dearden…
La Mujer de Paja (Woman of Straw, Reino Unido, 1964)
Dirección: Basil Dearden. Guión: Robert Muller y Stanley Mann. Elenco: Sean Connery, Gina Lollobrigida, Ralph Richardson, Alexander Knox, Johnny Sekka, Danny Daniels, Peter Madden, Laurence Hardy, Noel Howlett, Douglas Wilmer. Producción: Michael Relph. Duración: 118 minutos.