Liam Gallagher & John Squire, de Liam Gallagher & John Squire

La comunión de artesanos

Por Marcos Arenas

Si bien la unión de Liam Gallagher, el cantante hiper nasal de Oasis, y John Squire, el héroe de la guitarra detrás de The Stone Roses, se siente natural mucho antes de que efectivamente se escuchen los resultados, lo cierto es que en el inconsistente y apocalíptico Siglo XXI nunca se puede cantar victoria del todo y conviene apelar a la mesura y las bajas expectativas, por más que sean impostadas: producido por Greg Kurstin, profesional que colaboró con Beck, Adele, The Flaming Lips, Elton John, Devo, Foo Fighters, Gorillaz, Lana Del Rey, Kendrick Lamar, Paul McCartney y el propio Liam, entre muchos otros artistas, y bautizado escuetamente con el título más obvio, Liam Gallagher & John Squire (2024), el disco que nos ocupa de hecho funciona como una obra prodigiosa que cae en todos los clichés del caso y exprime con astucia la fórmula a priori ganadora, esa del hard rock, la psicodelia, el blues, el rock progresivo y desde ya el britpop refritado que todos esperamos con frenesí. Los señores, Gallagher hoy de 51 años y Squire de 61, comparten un linaje indisimulable y varios puntos en común, pensemos en primera instancia en la fascinación conjunta para con el rock y el pop de los 60 de The Beatles, The Rolling Stones, The Yardbirds, Small Faces, The Kinks, The Who y The Hollies, amén del hecho de que los propios Roses ocuparon un rol importantísimo en la educación musical de Liam junto con otras bandas del pop luminoso de mediados y fines de los 80, como por ejemplo The Smiths y The La’s, y los otros pivotes -además de los Roses, valga la redundancia- de aquella movida empastillada que respondió al nombre de Madchester, léase Happy Mondays, Inspiral Carpets y The Charlatans, además ambos tuvieron bandas algo mucho decepcionantes luego de la separación de sus grupos seminales, Beady Eye en el caso del cantante y The Seahorses en lo que atañe al guitarrista, y finalmente conviene recordar que Liam casi siempre estuvo peleado con su hermano mayor, Noel, y John le declaró la guerra a su socio crucial en The Stone Roses, el cantante y letrista Ian Brown, otro músico caprichoso y narcisista a más no poder, con un carácter de pocas pulgas.

 

El derrotero que los llevó hasta este punto fue extenso y accidentado, por ello empecemos con Gallagher, sin duda el más famoso a nivel global gracias a la trayectoria en Oasis y sus siete discos, desde las dos joyas primigenias, el vigoroso Definitely Maybe (1994) y el baladístico (What’s the Story) Morning Glory? (1995), pasando por los dos traspiés siguientes, el sobreproducido hasta el hartazgo Be Here Now (1997) y el psicodélico amigable Standing on the Shoulder of Giants (2000), hasta llegar a la fase terminal del francamente intrascendente Heathen Chemistry (2002) y los dignos y muy rockeros -pero también olvidables- Don’t Believe the Truth (2005) y Dig Out Your Soul (2008), preludio para los dos álbumes de Beady Eye de poco vuelo creativo, esos rutinarios Different Gear, Still Speeding (2011) y BE (2013), y aquellas tres simpáticas placas como solista, As You Were (2017), Why Me? Why Not (2019) y C’mon You Know (2022). La carrera de Squire, por el otro lado, fue mucho más reducida o menos bombástica porque siempre privilegió su faceta de artista plástico fanático del “action painting”, la técnica abstracta popularizada por Jackson Pollock, así las cosas nos legó sus dos discos de cabecera con Brown y compañía, The Stone Roses (1989), obra maestra absoluta del pop sesentoso, lisérgico e iconoclasta, y Second Coming (1994), experimento desparejo o no del todo exitoso que no se decidía entre la psicodelia, el pop radiable y el rock alternativo funkeado de aquellos años 90, a su vez oficiando de antesala para Do It Yourself (1997), única placa de The Seahorses con producción del inconmensurable Tony Visconti y un trabajo no particularmente memorable aunque prolijo que se destaca -oh, sorpresa- sólo por los floreos imaginativos de guitarra de Squire, y para un par de propuestas correctas en solitario de impronta rockera clásica que demostraron su mediocridad como vocalista, Time Changes Everything (2002) y Marshall’s House (2004), álbumes muy poco escuchados que fueron editados por la compañía discográfica independiente de John, North Country Records.

 

Combinando el britpop noventoso con su homólogo hiper guitarrero de los 60, la amena Raise Your Hands deja en claro cómo funciona la sociedad entre Liam y John, mediante este último aportando las canciones y con el primero abrazando sin medias tintas su condición de intérprete y la obsecuencia del fan que trabaja a la par de su ídolo, por ello Gallagher se metamorfosea a la perfección con el Brown del disco debut de los Roses y de paso definitivamente se toma al asunto como una excusa para regresar al optimismo -la letra nos invita a levantar las manos para no hundirnos en la premura, la indecisión, la abulia, la angustia o el odio- del lejano Definitely Maybe, disco que cortó de lleno la negatividad o nihilismo de la época del grunge norteamericano, un rubro por entonces ya en franco declive. Mars to Liverpool continúa en la misma sintonía de la apertura y explora una temática fundamental en la agitada carrera de ambos músicos, ahora por cierto secundados por Kurstin en bajo y teclados y Joey Waronker en batería, hablamos de la ira en tanto forma de canalización de la energía ociosa, de allí se explica la metáfora del estribillo en torno al hecho de esperar la “tormenta” para uno quedarse sin “lluvia”, amén de empardar a la vida con un periplo imprevisto que podría ser interestelar, en lo posible de Marte a esa Liverpool de The Beatles, y amén de un regreso a las referencias cristianas pomposas de la placa inaugural de los Roses aunque en una versión muy sarcástica ya que antes el asunto implicaba identificación con lo divino y hoy está sustentado en un pedido bastante patético e hilarante de disculpas a Jesucristo luego de haberlo insultado la noche anterior. One Day at a Time es otra composición sencilla y muy disfrutable que suena a una relectura menos ruidosa/ distorsionada de Oasis, precisamente en línea con el grueso de los trabajos solistas de Liam y con motivo de una letra meditabunda en función de la cual ambos pueden empatizar, en simultáneo vía el narrador manteniendo una conversación muy informal con Dios y autoconvenciéndose de tomar las cosas con calma para no quemarse la cabeza con arrepentimientos y la velocidad del “trance suburbano”, felicidad siempre efímera de por medio.

 

La primera sorpresa de la placa llega de la mano de la maravillosa I’m a Wheel, un blues de innegable impronta lennoniana que no le escapa a una mínima programación de sintetizador y nos pasea por el genial desempeño en guitarra de Squire y por unos versos acerca del escurridizo concepto de verdad en el nuevo milenio, donde la idiotez es moneda corriente y la manipulación/ robotización de las masas es la regla, y acerca de la vieja homologación del ámbito del blues entre la existencia errante y las ruedas, el fuego y los ríos, pivotes nobles que nos devuelven a la realidad y a nuestro hogar y nos impiden malinterpretar las señales que bajan desde el poder para descubrir de repente “sangre en mi natilla”. La demagogia alcanza nuevas cúspides en la exquisita Just Another Rainbow, una canción para la tribuna que homenajea por lo bajo a la pintura, como decíamos con anterioridad la otra gran pasión de John, y unifica un segmento hardrockero instrumental glorioso con esa épica en estrofas y estribillo de clásicos de los Roses como I Wanna Be Adored, Waterfall, Bye Bye Badman, (Song for My) Sugar Spun Sister, Made of Stone y This Is the One, todo en medio de una iconografía sobre la búsqueda infructuosa de un arcoíris que nos rescate de la mundanidad más desabrida de pagar las cuentas, soportar a algunos mortales chupasangres/ insufribles/ parasitarios y eventualmente perder el control, gracioso fetiche de los dos señores. Love You Forever reemplaza el pop sesentoso con el rock pesado semi psicodélico de fines de la década aludida y comienzos de los 70 modelo Led Zeppelin, Jimi Hendrix y Deep Purple en otra epopeya de guitarra a instancias de un Squire inspiradísimo que encuentra en Gallagher la horma de su zapato, mientras desfila otra letra muy simple que se disfraza de declaración de amor irrestricta para bromear sobre la edad avanzada del dúo y enfatizar que la muerte es el único final verdadero y siempre es mejor darlo todo -en el contexto que sea- en vez de ofrecer apenas una pizca de lo que uno sabe que puede entregar si se lo propone.

 

Luego de una canción simpática a medio tiempo que celebra la improvisación visceral de la creación artística, Make It Up as You Go Along, otra hilarante prueba de la ciclotimia de estos veteranos debido a que pasan de un instante al otro de agradecer a la contraparte por sus pensamientos y oraciones a mandarla directamente a la mierda porque “es un universo aleatorio, un regalo y una maldición/ está mejorando, está empeorando/ los amo a todos pero soy demasiado vago como para llamarlos”, la efervescente You’re Not the Only One evita un estribillo estándar y nos devuelve al terreno del clasicismo concienzudo de As You Were, de Liam, y Time Changes Everything y Marshall’s House, de Squire, además trayendo a colación a The Rolling Stones circa Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St. (1972) y jugando con la divinización femenina porque la compañera ahora nos aclara que la confusión es común a toda la humanidad, sentencia que al narrador lo despoja de la fuerza de gravedad y lo lleva al nirvana. I’m So Bored también evita el estribillo y combina un riff psicodélico poderoso a lo Noel con más referencias al cristianismo, en esta oportunidad en modelo narcisista/ ególatra símil Ian Brown, y una diatriba que pasa de retratar la apatía del Siglo XXI a parodiarla en la última estrofa, precisamente cuando el protagonista reconoce que no vive en el mundo real sino en su teléfono celular, planteo que incluye subrayar el aburrimiento que genera un sinfín de “componentes” del nuevo milenio como la superficialidad, la televisión, la música, la ropa, el culto a la belleza, los enfrentamientos bélicos, la paz, los maridos y las esposas, la patronal, las huelgas, la comunicación editorializada omnipresente y la misma ausencia de satisfacción ante todo, cuyo único remedio pasa por romper la burbuja y salir. El correcto cierre del álbum, Mother Nature’s Song, es otra canción apacible que se asemeja al promedio de la pata pop sesentosa de la carrera solista de ambos en esta ocasión sintonizando con The Village Green Preservation Society (1968), obra maestra bucólica de The Kinks de repliegue hacia la campiña inglesa en plan de autodefensa frente a los arrebatos modernistas sociales muy poco tolerantes ante lo diferente o alternativo, por ello los versos nos instan a sumergirnos en un jardín, un parque o un bosque que nos permita escuchar la “canción de la madre naturaleza”, tonada con melodía y acordes sublimes que exigen tiempo para apreciarlos en todo su esplendor.

 

Si pensamos al disco que nos ocupa como obra aislada que pudo haber sido catastrófica, como afirmábamos al principio, Liam Gallagher & John Squire no tiene derecho alguno a ser tan bueno como efectivamente es, sin embargo también hay que reconocer que no agrega nada nuevo y que la industria musical planetaria de la actualidad, la espantosa de los algoritmos y la inteligencia artificial, ya ha explotado hasta el cansancio esta misma tendencia al crossover o mashup por lo que poco y nada puede hacerse en lo que respecta al arte de impresionar verdaderamente al público o sacarlo en serio de estados habituales de estos casos como la desconfianza automática o el entusiasmo exacerbado/ hype que luego, por supuesto, no se condice con el producto ofrecido en última instancia a los oyentes. Desde ya que la colaboración entre Gallagher y Squire es muchísimo más sincera, armoniosa y coherente que la catarata de dúos o tríos impresentables que pululan por YouTube o Spotify, apenas movidas de marketing basadas en la mediocridad y el sustrato vacuo e intercambiable del grueso de los artistas del nuevo milenio, en este sentido el álbum de estos dos próceres del rock de las últimas cuatro décadas pone de relieve lo disfrutable que puede ser la comunión de artesanos old school cuando logran ponerse de acuerdo para derrochar rock del mejor, el caracterizado por una banda tocando en vivo con el ánimo, la contundencia, la indocilidad y el oficio de antaño.

 

Liam Gallagher & John Squire, de Liam Gallagher & John Squire (2024)

Tracks:

  1. Raise Your Hands
  2. Mars to Liverpool
  3. One Day at a Time
  4. I’m a Wheel
  5. Just Another Rainbow
  6. Love You Forever
  7. Make It Up as You Go Along
  8. You’re Not the Only One
  9. I’m So Bored
  10. Mother Nature’s Song