Oddity

La confusión entre verdugo y salvador

Por Emiliano Fernández

El concepto de inconsistencia, entendido como una amplitud de elementos distintos aunque dentro de la misma exacta gama/ serie, aplicado a la carrera de muchos cineastas ha ido cambiando con el transcurso del tiempo porque en el pasado dicha inestabilidad se movía dentro de un margen de calidad específica bastante bueno o por el contrario totalmente esquizofrénico, de películas malas que dejaban paso a otras mediocres y luego a un puñado de faenas magistrales, esquema que en suma tomaba la forma de una espiral ad infinitum paradójica que solía describir a la perfección el devenir de directores y guionistas que bien podríamos calificar como artesanos del cine de género más popular, un rubro que antes era marginal/ mal visto y hoy se convirtió en mainstream debido a la anulación del contrincante de antaño en materia simbólica, aquellas películas “serias” o autorales o experimentales o iconoclastas. En el Siglo XXI el umbral de calidad bajó muchísimo y por ello la flamante inconsistencia suele saltar de la basura a la súper basura o a la mega basura porque casi todos los cineastas son esclavos de la gran industria y los que no lo son aspiran a llegar a ese nivel de genuflexión planetaria, propio del asalariado que pide a gritos que lo exploten para no tener que desarrollar una personalidad propia más allá de los requerimientos de este mainstream globalizado en decadencia y cada día más y más anodino. Por suerte todavía queda espacio para las anomalías o excepciones y recientemente nos hemos chocado con tres casos de directores nóveles que han conseguido levantar la puntería de una manera más que evidente, nos referimos al estadounidense Osgood “Oz” Perkins, el germano Tilman Singer y el irlandés Damian Mc Carthy, precisamente pruebas vivientes de que no todo está perdido y de que las esperanzas siguen en pie a pesar de la pauperización espiritual general.

 

Así como el Singer de Cuckoo (2024) deja muy atrás a aquel de su ópera prima, Luz (2018), y el Perkins pícaro de Longlegs (2024) sin lugar a dudas supera a su homólogo de esas tres propuestas previas, las decepcionantes The Blackcoat’s Daughter (2015), I Am the Pretty Thing That Lives in the House (2016) y Gretel & Hansel (2020), nuestro caso en cuestión, Mc Carthy, sorprende a propios y extraños con una segunda realización tan diminuta como maravillosa, Oddity (2024), que condena al cuasi olvido a su primer film, Caveat (2020), de hecho un trabajo que había rodado en 2017 con recursos muy escasos y una colección de inconvenientes en producción y problemas de guión -eufemismo por inconsistencias, en esta oportunidad a escala de la trama- que terminaron llevando al film a un terreno que en el enclave industrial cinematográfico anglosajón es sinónimo de pecado imperdonable, el delirio, todo por la consabida fetichización de la lógica burguesa y el realismo aplicados a la pantalla grande. Más allá de que Caveat efectivamente era una odisea fallida y podría haber sido mucho mejor con una historia más pulida o por lo menos coherente, lo cierto es que el desarrollo desquiciado en todo momento resultaba cautivador y además muchos de los ingredientes irían a parar a posteriori a Oddity, en este sentido conviene recordar que aquel debut del irlandés funcionaba como una fábula siniestra alrededor de la perfidia, la venganza y la desintegración familiar en la que un pobre diablo, Isaac (Johnny French), era contratado por un personaje misterioso, Moe Barrett (Ben Caplan), para que cuide de una jovencita que padecía episodios catatónicos, Olga (Leila Sykes), tarea que traía a colación la amnesia de Isaac por una caída y su papel -o no- en la muerte/ desaparición de los padres de la adolescente (Inma Pavon y Conor Dwane), entre otros enigmas y arcanos del montón.

 

Oddity, en concreto una amalgama muy excéntrica de thriller de misterio, horror de casa embrujada y cuento freak con remate irónico símil Tales from the Crypt (1989-1996), la recordada serie creada por William Gaines y Steven Dodd para HBO, o quizás Creepshow (1982), de George A. Romero, y su secuela Creepshow 2 (1987), de Michael Gornick, dos antologías cinematográficas asimismo inspiradas en las historietas de terror de la década del 50, comienza con el asesinato nocturno a martillazos de Dani Timmis (Carolyn Bracken), la linda esposa de un psiquiatra que trabaja en un manicomio tenebroso, Ted Timmis (Gwilym Lee), y una mujer que en esencia no escuchó las advertencias de un paciente de su marido con un ojo de vidrio, Olin Boole (Tadhg Murphy), señor que a su vez había sido liberado recientemente del neuropsiquiátrico después de un largo confinamiento por haber matado a golpes a su madre en plan defensivo ya que la víctima era una abusona que lo había cegado del ojo derecho. A nivel institucional Boole carga con el crimen, por cierto más adelante encontrado en su celda por otro paciente, Declan (regresa French, aquel Isaac de Caveat), con su cabeza totalmente destrozada, sin embargo la hermana gemela de Dani considera que el hombre es inocente, Darcy Odello (Bracken de nuevo), una clarividente ciega que “lee” el ojo de cristal de Olin y así descubre que el esposo mandó a matar a Dani a través de un ordenanza/ enfermero psicópata del manicomio, Iván (Steve Wall), para quedarse con la casona campestre que había adquirido el matrimonio en medio de un affaire clandestino del matasanos con una representante de ventas de una compañía farmacéutica, Yana (Caroline Menton). Darcy se aparece de improviso en el ahora hogar de Ted y su amante en pos de justicia porque sabe que el fantasma de su hermana todavía recorre afligido la propiedad.

 

Mc Carthy hoy reincide en latiguillos de diversa envergadura como por ejemplo los delitos tercerizados, esos secretos familiares bien sucios, un sustrato sobrenatural, una edición un tanto bizarra, alguna que otra situación desconcertante, todo ese minimalismo de entorno cerrado y unos cuantos detalles sádicos e insólitos, antes los crueles juegos mentales que padecía Isaac, más aquel arnés y aquellas cadenas que limitaban todos sus movimientos en el domicilio inhóspito de turno, y en esta ocasión los intereses sexuales de Iván, su destino en manos de un caníbal del instituto psiquiátrico y por supuesto la misma presencia del “regalito” con el que se aparece Darcy en la casona de Ted, un lúgubre muñeco de madera con el actor Ivan de Wergifosse en su interior -a mitad de camino entre el cacique adusto de Creepshow 2 y el nenito zombificado e inmóvil de Aterrados (2017), del argentino Demián Rugna- que una bruja le entregó a la madre de las gemelas y la clarividente llena de cosillas varias mediante agujeros en su cabeza, como fotos de ambas hermanas, un diente y algo de sangre y pelo, todo para controlar a este gólem prosaico y vengador destinado a corregir lo hecho por la propia Darcy, en efecto la responsable del fallecimiento paranormal del chivo expiatorio, Boole. La película, precisamente, trabaja muy bien y desde múltiples personajes un tópico candente en nuestro Siglo XXI repleto de cretinos y tilingos hiper manipulables, la confusión entre las figuras del verdugo y el salvador o protector, planteo que le escapa al maniqueísmo grosero hollywoodense y aquí abarca tanto personajes complejos como aquel engaño del suspenso, por ello Olin, la cieguita, el esposo burgués y el maniquí de madera acumulan arremetidas en su haber y detentan las dos facetas en contraposición a un villano más clásico y absoluto, el literal Iván. Entre el terror folklórico y los espectros del J-Horror, entre una introducción que coquetea con los homicidas en serie y un epílogo digno de una comedia negra fantástica a lo Tales from the Crypt, entre los artesanos del cine de género de otras épocas y el “terror elevado” del nuevo milenio, ese astuto correspondiente a Robert Eggers, Ari Aster, Jordan Peele y el vástago de Anthony Perkins, y finalmente entre cierta referencia tácita a Seance on a Wet Afternoon (1964), bella joya británica a cargo de Bryan Forbes del acervo de los médiums y sus crímenes asociados, y detalles autorreferenciales como por ejemplo la triple vuelta de French, el tuerto del cortometraje How Olin Lost His Eye (2013) y el sombrío conejo de peluche de Caveat, uno que funcionaba como varilla de zahorí o adivinación o radiestesia aunque en el campo de lo macabro, Oddity le hace honor a su título ya que constituye toda una rareza dentro de la comarca del cine indie de nuestros días, hoy reemplazando la incoherencia del pasado con un guión mucho más sólido y sagaz y ofreciéndonos una alegoría atrapante y muy divertida del horror como género, vinculado a un terreno fértil para coloridas posibilidades y un núcleo retórico que muta y sorprende…

 

Oddity (Irlanda, 2024)

Dirección y Guión: Damian Mc Carthy. Elenco: Caroline Menton, Gwilym Lee, Steve Wall, Tadhg Murphy, Carolyn Bracken, Johnny French, Ivan de Wergifosse, Shane Whisker, Joe Rooney, Chris Mudrack. Producción: Laura Tunstall, Mette-Marie Kongsved, Evan Horan y Katie Holly. Duración: 98 minutos.

Puntaje: 7