El cinéfilo latinoamericano promedio desprecia a la producción local con un cierto grado de razón porque efectivamente el grueso del cine de la región es basura, tanto el de la vertiente arty festivalera como ese otro supuestamente destinado al consumo masivo estándar, hoy casi siempre condensado en los productos intercambiables e hiper mediocres que financian las plataformas de streaming para satisfacer la demanda de algún que otro bodrio autóctono que permita a los paisanos ofenderse por la baja calidad de siempre y ratificar lo anterior, no obstante esta creencia, sustentada en gran medida en el enorme e implacable marketing del imperialismo estadounidense y en la mayor oferta y diversidad concreta de los films provenientes de Hollywood, se choca con una realidad que en distintos momentos de la historia supo contradecir tamaño fatalismo, como por ejemplo durante los períodos de oro del cine mexicano, argentino y brasileño -mediados del Siglo XX- y en las vanguardias latinoamericanas de izquierda de los 60 y 70, las del auge guerrillero y la contraofensiva fascista de la derecha para evitar cualquier vuelco al socialismo en épocas de Guerra Fría. Es precisamente durante la fase ulterior o tardía de las distintas “edades doradas”, producto de un alza del consumo cultural que se condecía con la decadencia del norte -Crisis de 1929 y Segunda Guerra Mundial de por medio- y con los múltiples regímenes de sustitución de importaciones que llegaron de la mano del desarrollismo de nuestro sur de los años 60, cuando surgen los primeros experimentos cinematográficos latinoamericanos en géneros históricamente duros y aún poco populares en tierras donde predominaban la comedia, el musical y el melodrama lacrimógeno, hablamos por supuesto del film noir y el terror, formatos narrativos que no admiten demasiadas variaciones y que generan una partición tajante del público entre los sectores interesados, léase los queridos morbosos, y aquellos otros que hacen gala de su mojigatería y estupidez. Uno de los padres indiscutibles del horror latino fue José Mojica Marins (1936-2020), actor, guionista y director que se hizo famoso gracias a un personaje de su cosecha que mutaría en álter ego para todo su devenir profesional, Zé do Caixão, un equivalente muy a lo lejos del Freddy Krueger (Robert Englund) de Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984), de Wes Craven, el Hombre Alto/ Tall Man (Angus Scrimm) de Fantasma (Phantasm, 1979), de Don Coscarelli, y hasta aquel Doctor Anton Phibes (Vincent Price) de El Abominable Dr. Phibes (The Abominable Dr. Phibes, 1971), de Robert Fuest, todos ellos villanos que jugaron en una liga muy peculiar que se mueve entre el surrealismo, el humor camp, la amoralidad, el grotesco y una hipérbole fantástica truculenta que todo lo puede cuando de “despachar” al otro hacia el Más Allá se trata. Marins transformaría a su personaje en el protagonista excluyente de una trilogía específica de películas, A Medianoche Tomaré tu Alma (À Meia Noite Levarei sua Alma, 1964), Esta Noche Poseeré tu Cadáver (Esta Noite Encarnarei no teu Cadáver, 1967) y Encarnación del Demonio (Encarnação do Demônio, 2008), y en un secundario de peso en otras tantas que no llegaron a ser tan interesantes o populares como aquellas y que cayeron en el olvido debido a su carácter indistinto durante el boom internacional del cine de explotación de influjo gore, sobrenatural, drogón y/ o sexual, nos referimos a El Extraño Mundo de Zé do Caixão (O Estranho Mundo de Zé do Caixão, 1968), El Ritual de los Sádicos (O Ritual dos Sádicos, 1970), Exorcismo Negro (1974), La Extraña Posada de los Placeres (A Estranha Hospedaria dos Prazeres, 1976) y Delirios de un Anormal (Delírios de um Anormal, 1978), esta última un collage film de las propuestas previas. Si bien el señor coqueteó con otros géneros como el western, el drama, la comedia, el misterio, la fantasía, el policial, las aventuras, el documental y sobre todo ese erotismo picaresco anterior a la masificación del mercado casero del porno mediante el VHS de los años 80 y 90, en el cual por cierto Marins también supo incursionar, la verdad es que lo suyo siempre fue el terror desquiciado y sacrílego al extremo de que exprimió a su nietzscheano Zé do Caixão no sólo en el séptimo arte sino también en canciones, cómics, videos musicales y especialmente programas/ shows de televisión, donde supo entrevistar a distintas figuras brasileñas y presentar cortos de producción propia o largometrajes varios bajo distintos ciclos del espanto. Defensor de la razón materialista y denunciador crónico de la falsedad e ignominia detrás de la religión en uno de los países con más cristianos en general y católicos en particular del planeta, Zé do Caixão resulta una rareza absoluta para el conservadurismo muy almidonado de la época que toma la forma de un apóstata social tendiente a celebrar la pureza de los niños, a entronizar a las hembras insensibles o no histéricas y a autoproclamarse miembro de un estrato humano superior que puede explotar para su beneficio a los considerados inferiores que viven en la ignorancia de la ética o la superstición, según él apenas estorbos en el camino hacia una evolución del homo sapiens hacia una perfección quimérica. El director y guionista, pionero del horror latinoamericano más furioso y herético, sin duda merece un mayor reconocimiento que el de nuestros días, lamentablemente más famoso en el mercado anglosajón que en su homólogo en castellano correspondiente a los países vecinos con respecto a Brasil, y por ello en las siguientes líneas repasaremos las tres obras cruciales del artista para colaborar en una necesaria difusión a caballo de perversiones y martirios como pocas veces se han visto en América Latina, todo cortesía de un paulistano que amó con suma pasión al terror desde edad temprana porque su parentela poseía una sala de cine en los 40 y vivía justo encima de ella en un departamento.
A Medianoche Tomaré tu Alma (À Meia Noite Levarei sua Alma, 1964):
El debut cinematográfico del inefable Zé do Caixão o José Ataúd o Coffin Joe no podría haber sido más bizarro porque en esencia inaugura A Medianoche Tomaré tu Alma (À Meia Noite Levarei sua Alma, 1964) dando un discurso a cámara sobre su singular filosofía, esa que homologa a la existencia con la “continuidad de la sangre” en un eterno retorno que se autojustifica en el ciclo cuasi absurdo de la vida y la muerte, y comiendo algo de carne en un Viernes Santo, manjar que espanta a un sacerdote que encabeza una procesión católica y que atestigua la blasfemia porque el villano se exhibe sin pudor alguno en la ventana de su hogar, todo por supuesto entre carcajadas y bajo la condena silente de su esposa, Lenita (Valéria Vasquez). Siempre vestido de negro, llevando capa y galera, con barba y bigotes profusos y desde ya sus clásicas uñas puntiagudas, Zé do Caixão es un personaje malévolo como ningún otro porque en su conjunción superficial de misántropo, abusón, sociópata y ateo ortodoxo recupera en sí elementos del darwinismo social, el escepticismo, la razón instrumental tecnocrática, el nihilismo negativo y violento, la eugenesia, el anarquismo, la amoralidad criminal, las utopías del corazón, el maquiavelismo, la megalomanía, el racismo clasista, el cientificismo más gélido y el culto a la fuerza bruta, el elitismo y el miedo como mecanismo disuasorio crucial para dominar al prójimo, quien siempre lo pensará dos veces antes de hacerle frente a alguien que considera peligroso o quizás tendiente a la intolerancia y a reacciones un tanto “efusivas”. De hecho, el film de Marins exagera tanto el fanatismo doctrinario del protagonista que la epopeya en su conjunto se transforma en una defensa tácita de la cultura popular brasileña y latinoamericana en detrimento del cinismo moderno de fondo de cadencia imperialista/ importada, éste por supuesto simbolizado en un Zé do Caixão que por momentos parece querer convencer a sus paisanos acerca de la idiotez de las supersticiones y el oscurantismo comunal, con una insistencia que provoca siempre resultados opuestos a los deseados, y en otras ocasiones se asemeja a un sádico psicopático tradicional que ya ni se molesta en dejar un mensaje con sus arremetidas sanguinarias y en función de ello sólo se limita a disfrutar del sufrimiento del otro, una y otra vez empardado a un insecto inmundo que entorpece la libertad y el crecimiento de quien se considera unos cuantos peldaños por encima del vulgo y su analfabetismo. Esta parodia de una especie de aristocracia burguesa capitalista que no acepta el estilo de vida del vecino, aquí con sede en un pueblito desconocido de Brasil, se unifica con un planteo melodramático delirante que explora el triángulo amoroso entre el sepulturero en la piel de Marins, su mejor amigo Antônio (Nivaldo Lima) y la prometida de este último, Terezinha (Magda Mei), esquema narrativo que pasa al primer plano una vez que Zé do Caixão mata a su esposa, esa Lenita que no podía tener hijos y fallece mordida por una araña venenosa, después de cortarle dos dedos con una botella rota a un jugador de póker que no quería renunciar a su dinero y entrarle a latigazos a otro hombre que osó hacerle frente en un bar por su costumbre de humillar sistemáticamente a todos a su alrededor. La graciosa falta de pruebas de la policía ante cada una de las barrabasadas del protagonista, como golpear, estrangular y ahogar en una bañera a Antônio, conducir al suicidio a Terezinha luego de usarla de saco de boxeo y violarla y dejar ciego al médico excesivamente curioso de la zona, el Doctor Rodolfo (Ilídio Martins Simões), al clavarle las uñas en sus ojos para después prenderlo fuego, le permite consagrarse a una egolatría en la que la inmortalidad es sinónimo de hallar a una hembra ideal para que tenga a su hijo y le garantice la mentada continuidad de la sangre, objetivo pomposo que en pantalla se combina con episodios exaltados de denuncia de Dios y Satán como mitos, con alguna que otra arremetida brutal, como la que padece ese sujeto que termina con la corona de espinas de un pequeño busto de Jesús clavada en su rostro, y con nuevas obsesiones cuasi románticas en sintonía con una chica que trabaja en el bar del pueblo y una visitante que oficia de sobrina de un clan autóctono. Marins aprovecha el bajo presupuesto con suma inteligencia porque por un lado nos regala muertes imaginativas y atroces, siempre acorde con el sustrato ultra pérfido y demencial de Zé do Caixão, y por el otro lado exprime al máximo los recursos disponibles de la mano de efectos especiales maravillosos, una muy completa introducción, aquellas secuencias oníricas/ pesadillescas/ alucinógenas siempre logradas, atractivos y variados separadores entre escenas, algunos chispazos de animación y un gore que no defrauda en ningún momento, incluso teniendo presente que las actrices elegidas no son precisamente las bellezas absolutas que podrían justificar en serio los impulsos -entre eróticos, éticos homicidas e ideológicos viscerales- de nuestro chiflado en cuestión. Más allá de un combo formal y temático que hoy de manera retrospectiva puede definirse como una amalgama insólita entre Herschell Gordon Lewis, Jean Cocteau, William Castle, Roger Corman, Mario Bava, Georges Franju, Ed Wood y Jean Rollin, el querido opus de Marins se sostiene en primera instancia en la estupenda labor del paulistano detrás y delante de cámara, señor con un carisma terrorífico que calza como anillo al dedo en un personaje tan ridículo e inexplicable como Zé do Caixão, y en segundo lugar en la oposición conceptual permanente entre la actitud descreída y pedante del protagonista y ese saber popular que en la película va desde una docilidad cristiana automatizada por la cultura heredada, especialmente en materia de todos los personajes que rodean al villano en tanto portadores de creencias mayormente bobas aunque inofensivas, hasta el fundamentalismo de impronta mística de una vidente gitana que hace las veces de “espejo invertido” de la criatura del director y guionista, esa Vieja Bruja (Eucaris Moraes) que combate la soberbia de Zé do Caixão y durante el Día de los Muertos, otra celebración a la que el sepulturero falta el respeto, afirma que su espíritu ya está condenado y que deberá rendir cuentas ante Mefistófeles y los fantasmas de aquellos a los que asesinó sin piedad y a pura impunidad. A Medianoche Tomaré tu Alma no sólo es un paso adelante con respecto al terror gótico internacional del momento sino asimismo una de las primeras propuestas posmodernas de truculencias fetichizadas desde una valentía sorprendente para el período de producción y estreno del film, una etapa en la que el afán desacralizador jocoso de Marins -casi cercano a una lectura buñueliana del horror aunque desde el trash y la Clase B- constituía un verdadero atentado terrorista contra el establishment debido a que bajo la apariencia de condenar al malvado y sus muchas fechorías, como hace el desenlace mediante la muerte espantosa de Zé do Caixão en el mausoleo de su amigo y Terezinha, se esconde el hecho de que sigue siendo el protagonista de la historia y el eje supremo de un relato que nos obliga a compartir las vivencias más sádicas y depravadas con alguien que en el mainstream sería la representación de la maldad suprema o ni siquiera existiría por sus rasgos caricaturescos y evidentemente exacerbados, un lunático homologado a portavoz de la horroroso cotidiano y prosaico en oposición a lo sobrenatural como un engaño o fraude social patológico que eventualmente lo destruye ya que el devenir inmaterial también tiene entidad propia en el terror como género y en la vida de los sujetos a través de la cultura, la antropología y los arcanos más recónditos que siguen dando leña a la imaginación humana.
A Medianoche Tomaré tu Alma (À Meia Noite Levarei sua Alma, Brasil, 1964)
Dirección y Guión: José Mojica Marins. Elenco: José Mojica Marins, Magda Mei, Nivaldo Lima, Valéria Vasquez, Ilídio Martins Simões, Eucaris Moraes, Arildo Iruam, Genésio de Carvalho, Antônio Marins, Eurípedes da Silva. Producción: Arildo Iruam, Ilídio Martins Simões y Geraldo Martins Simões. Duración: 82 minutos.
Esta Noche Poseeré tu Cadáver (Esta Noite Encarnarei no teu Cadáver, 1967):
La distancia conceptual y formal entre A Medianoche Tomaré tu Alma (À Meia Noite Levarei sua Alma, 1964) y su secuela directa, Esta Noche Poseeré tu Cadáver (Esta Noite Encarnarei no teu Cadáver, 1967), es considerable y no sólo porque el metraje es más extenso y las actuaciones un poco peores que aquellas de la primera película -las cuales tampoco eran gran cosa, vale aclarar- sino debido a que el tono narrativo general en esta oportunidad está mucho más volcado a lo melodramático freak, el sexploitation muy light y el trasfondo alucinógeno infernal modelo japonés en detrimento del gore, el sadismo, la violencia a lo Grand Guignol y el terror gótico bizarro de influjo Clase B de la propuesta original. Esta metamorfosis desde la brutalidad y el sacrilegio irónico hacia un horror más verborrágico y por momentos redundante tiene que ver con la historia concreta de Brasil y el margen de libertad del que gozó en cada momento Marins, señor que en el período de A Medianoche Tomaré tu Alma aprovechó el desmantelamiento del ente nacional encargado de la censura cinematográfica en ocasión del caos producto del Golpe de Estado de 1964 de raigambre cívico militar, apoyado por Estados Unidos en la coyuntura de la Guerra Fría, contra el presidente en funciones João Goulart por una serie de medidas de corte progresista y socialista que espantaron a las oligarquías empresarias y rurales, a los sectores castrenses y a la clase media, inicio práctico de la Dictadura Militar en Brasil (1964-1985) y de un breve régimen jurídico en el que los distintos Estados podían decidir sobre el estreno o la prohibición de cada película, de allí se desprende la algarabía inconformista de la primera aventura de Zé do Caixão y su éxito económico, panorama que se revirtió estrepitosamente tres años después en función de la censura galopante y la represión política anticomunista de los Años de Plomo, el Milagro Económico Brasileño, el gobierno del tirano Humberto de Alencar Castelo Branco y la promulgación de la Constitución de 1967, suerte de sello institucional del autoritarismo y de un modelo político farsesco bipartidista entre una oposición que jamás podría llegar al poder, el Movimiento Democrático Brasileño, y el enclave santificado por los militares y la mafia empresaria, financiera y latifundista con el claro visto bueno de Washington D.C. en años del Plan Cóndor, la Alianza Renovadora Nacional, esquema apocalíptico en el que el realizador y guionista tuvo que aligerar la anarquía demencial de antaño por presión de los censores militares e incluso modificar el desenlace de Esta Noche Poseeré tu Cadáver, ahora con Zé do Caixão reconociendo la existencia de Dios y muriendo luego de arrepentirse de haber sido un nihilista implacable que creía en la supremacía de la perfección cientificista burguesa por sobre la mediocridad de un pueblo ignorante temeroso de un hipotético castigo post mortem. La historia nos presenta al protagonista sobreviviendo al encuentro con lo sobrenatural del opus anterior, superando de milagro ese problemita de los ojos “salidos” de sus cavidades oculares y hasta recuperando nuevamente la libertad porque el tribunal lo exonera de toda culpa gracias a la infaltable excusa/ comodín de toda la saga, la falta de pruebas. Ya de regreso en ese pueblo repleto de vecinos que lo detestan, Zé do Caixão -nacido Josefel Zanatas- no pierde tiempo y secuestra a seis señoritas apetecibles para una especie de concurso privado de resistencia en el que las somete a sermones, amenazas y algún que otro suplicio, como soltar arañas mientras las chicas están durmiendo en su dormitorio/ prisión, con la meta de elegir a una de ellas como la hembra perfecta que le otorgará la anhelada inmortalidad mediante la continuidad de la sangre. Una tal Marcia (Nadia Freitas) resulta ser la ganadora porque no se inmuta frente a los arácnidos aunque luego baja la guardia, demostrando dolor y por ello la imperfección de la sensibilidad humana, cuando el querido psicópata quiere hacer el amor con ella mientras las otras mujeres gritan como locas y perecen en un pozo inmundo cortesía de una colección de serpientes venenosas, amén del hecho de que una de ellas sirvió de “regalo de cumpleaños” a su sirviente, Bruno (José Lobo), un muchacho muy fiel, jorobado y con la cara desfigurada que mata sin querer a la chica al estrangularla durante la violación para detener sus insoportables alaridos. El sepulturero fetichista de los atuendos negros, las galeras y unas uñas hoy bastante más largas que las de antes, detalle que abarca también la extensión de sus soliloquios y arengas pesimistas marca registrada, le perdona la vida a Marcia y la reemplaza con una chiflada que oficia de groupie incondicional del protagonista, Laura (Tina Wohlers), hija de la figura política y militar más importante del pueblo, el denominado Coronel (Roque Rodrigues), quien por supuesto desprecia al ateo de Zé do Caixão a la par de su otro hijo, un joven que pretende sobornar con un montón de dinero al villano, comprándole sus propiedades por el doble de su valor, a condición de que abandone la región y no vuelva a ver a Laura, no obstante el señor y su lacayo secuestran al hijo del ricachón y lo someten a una tortura que abarca el descenso progresivo de una roca suspendida sobre su cabeza y pecho hasta matarlo. Con el cuerpo entre manos, la criatura de Marins decide culpabilizar del asesinato al gracioso matón del Coronel, Truncador (Antonio Fracari), un forzudo que es seducido y engañado por la cómplice del sepulturero, Marcia, para que participe de una partida de póker con el enterrador que sirve de coartada mientras Bruno golpea al bobo y le planta el cadáver junto a una piedra. A la groupie no le interesa que Zé do Caixão se haya cargado a su hermano pero el hombre derrapa en una crisis de conciencia y una espantosa pesadilla, en la que una figura fantasmal lo arrastra hacia el cementerio y desde allí a un infierno gobernado por un doppelgänger suyo, cuando descubre que una de las hembras a las que mató con las víboras estaba embarazada, hecho que traiciona su idealización de los niños, en la primera película evitando que un padre le pegue a su purrete y aquí llegando a salvar del fallecimiento a otro que estaba a punto de ser atropellado por una moto. La alegría se da cita cuando Laura, con la que convive en su mansión, le confirma que está embarazada aunque una vez más el pueblo natal parece no compartir su jolgorio y sus ideas porque el Coronel le ordena a Truncador, recientemente fugado de la cárcel, que le traiga vivo al sepulturero, el cual mata a la comitiva de matones de turno con navajas, un hacha y un pantano de succión lenta y tramposa. Asediada por la culpa, Marcia se suicida con arsénico y antes de partir confiesa que ayudó a Zé do Caixão y que éste mató a las mujeres desaparecidas y al vástago del Coronel, quien no tarda mucho en encabezar una turba dispuesta a linchar al protagonista. Laura de repente fallece durante el parto y su pareja lleva su cuerpo hasta un sepulcro del cementerio, donde experimenta otra de sus típicas visiones sobre la posibilidad de estar equivocado y terminar condenado por las diversas barrabasadas, en esta ocasión por boca del espectro de una de sus víctimas que usa de bufanda a una gigantesca serpiente y promete que esa misma noche tomará posesión de su cadáver en plan de revancha mediante la reencarnación. Un sacerdote trata de convencerlo de que acepte sin más la existencia del Todopoderoso y eche mano de un crucifijo ya que la muchedumbre está convencida de que hizo un pacto con el Diablo, pero el cabeza dura continúa gritando que es indestructible y que la religión es mentira hasta el final, cuando atrapado en aquel estanque del pantano reclama una prueba sobrenatural y así pronto surgen de las aguas los esqueletos de sus víctimas para forzarlo a reconocer a Dios como su soberano justo antes de desaparecer definitivamente en las profundidades. Todas las influencias y citas varias que eran sutiles en A Medianoche Tomaré tu Alma, en esencia vinculadas al folletín terrorífico más ácrata y sádico, en Esta Noche Poseeré tu Cadáver se hacen explícitas e incluyen al archiconocido Igor de la saga que comenzó con Frankenstein (1931), el recordado film de James Whale, en pantalla ese simpático Bruno al que en las postrimerías del relato está a punto de escapársele un lagrimón ante la curiosa metamorfosis piadosa de Zé do Caixão, la estructura básica de El Pozo y el Péndulo (The Pit and the Pendulum, 1842), el famoso cuento de Edgar Allan Poe, hoy reconvertido en la piedra que cuelga sobre la pobre humanidad del hermano de Laura, el proto sexploitation de los años 50 y 60 de Jesús Franco, Russ Meyer y/ o la Hammer Productions, presente en ocasión del malogrado harén de seis ninfas del protagonista y el “mejor nivel” en general en lo que atañe a la belleza femenina, los muertos vivientes de Zombie Blanco (White Zombie, 1932), de Victor Halperin, y Yo Caminé con un Zombie (I Walked with a Zombie, 1943), odisea de Jacques Tourneur, ahora unas manos juguetonas que salen desde el suelo consagrado para conducir al sepulturero maldito hacia el averno, aquel sustrato de una expiación espiritual y surrealista de mega clásicos como Jigoku (1960), de Nobuo Nakagawa, y Kaidan (1964), de Masaki Kobayashi, en el opus que nos ocupa condensado en la sorprendente secuencia en color -el resto del metraje no se mueve del blanco y negro- con motivo de las eternas dudas de Zé do Caixão en torno a la verdad de la existencia y la justificación en sí de su cruzada en pos de hacerse de un hijo con una mujer tan perfecta como él mismo cree serlo, episodio de castigos infernales en espiral que -como decíamos antes- incorpora un doble del enterrador como el gran monarca del circo en cuestión, Mefistófeles, y finalmente un quid simbólico frankensteineano, ya de “pura cepa Mary Shelley”, en lo referido a la soberbia humana de situarse por encima de todo cual ser superior que conquista lo etéreo y por ello mismo a la muerte y todas las religiones que ayudan a intelectualizar nuestra desaparición física eventual, por ello para el demente de negro la perfección es la sangre instintiva sin sentimientos y el amor corrompe ese afán inmaculado y utópico, en parte pegado al ideal burgués de la mecanización gélida y repetitiva de las tareas en el capitalismo. Esta Noche Poseeré tu Cadáver sigue siendo un film de horror interesante -y más aún proviniendo de Latinoamérica- aunque sinceramente hay que reconocer que cae un par de peldaños por debajo de su antecesora por una duración algo excesiva y por la censura que le tocó padecer a instancias de los mojigatos e imbéciles de la dictadura, en este sentido las dos principales herramientas retóricas de Marins, hablamos del carácter ultra alucinatorio de la trama y la automitologización de Zé do Caixão en base al espanto, mucho carisma y una desfachatez fatalista, ayudan a levantar la puntería y redondear una continuación atractiva y muy digna.
Esta Noche Poseeré tu Cadáver (Esta Noite Encarnarei no teu Cadáver, Brasil, 1967)
Dirección: José Mojica Marins. Guión: José Mojica Marins y Aldenora De Sa Porto. Elenco: José Mojica Marins, Tina Wohlers, Nadia Freitas, Antonio Fracari, José Lobo, Esmeralda Ruchel, Paula Ramos, Tania Mendonça, Arlete Brazolin, Geraldo Bueno. Producción: José Mojica Marins y Augusto Pereira. Duración: 111 minutos.
Encarnación del Demonio (Encarnação do Demônio, 2008):
El demorado final de la trilogía que nunca fue pensada como tal, fundamentalmente porque cada eslabón suponía la muerte en apariencia definitiva de Zé do Caixão, es Encarnación del Demonio (Encarnação do Demônio, 2008), un broche de oro muy gracioso y extasiado cercano a la hipérbole que tiene un gustito indisimulable de venganza tácita -y muy en diferido, desde ya- de parte de Marins con respecto a los censores militares que lo obligaron a convertir a su álter ego del espanto en un creyente católico en el desenlace de Esta Noche Poseeré tu Cadáver (Esta Noite Encarnarei no teu Cadáver, 1967), suceso que el director y guionista reescribe de manera socarrona mediante un flashback en blanco y negro en el que una versión más joven de su persona (en la piel del muy parecido Raymond Castile) sale de las aguas y le pide un crucifijo al sacerdote reglamentario para comenzar a golpearlo cual cuchillo y después clavarle las uñas en los ojos a un oficial de policía mientras rogaba por la ayuda de San Expedito, lo que a la postre le genera una condena de prisión que llega a la friolera de 40 años, precisamente la distancia entre aquel 1967 y el 2007 del presente del relato que nos ocupa. Entre la autoparodia sutil que no cae en el registro expresivo burdo, las truculencias más demenciales y/ o sadomasoquistas modelo la gloriosa trilogía de Clive Barker como director, aquella de Hellraiser (1987), Razas de la Noche (Nightbreed, 1990) y El Señor de las Ilusiones (Lord of Illusions, 1995), y un fuerte dejo de ese terror alegórico acerca de la decadencia -aunque también riqueza y efusividad- de la sociedad y la cultura latinoamericanas símil Santa Sangre (1989), del gran Alejandro Jodorowsky, o la trilogía surrealista inicial del chileno, aquella compuesta por Fando y Lis (1968), El Topo (1970) y La Montaña Sagrada (The Holy Mountain, 1973), Encarnación del Demonio adopta una estructura más episódica y nos propone el regreso del sexploitation mezclado con el frenesí hipnótico, las uñas largas -hoy todavía más largas- y el asistente jorobado del opus previo, Bruno (Rui Resende reemplaza a José Lobo). Tampoco debemos olvidar que hoy un mayor presupuesto por un lado permite otorgarle al protagonista toda una pandilla de secuaces, como si se tratase de un archivillano de un fumetto o cómic italiano de los 60 y 70, y por el otro lado garantiza el raudo retorno del muy buen nivel de gore y efectos especiales de A Medianoche Tomaré tu Alma (À Meia Noite Levarei sua Alma, 1964), una maximización retórica y técnica que se condice con la mudanza de Zé do Caixão desde el pueblito gris y oscurantista de los eslabones anteriores a nada menos que la São Paulo contemporánea, metrópoli gigantesca, caníbal y cínica -como toda gran urbe de la posmodernidad- en la que el adorable anciano desplegará una vez más su nihilismo extremadamente negativo hasta el punto de, en comparación, transformar al egoísmo citadino promedio en un capricho estéril digno de un infante que no sabe lo que le espera justo a la vuelta de la esquina, cuando se encuentre con alguien peligroso en serio como nuestro sepulturero, ahora más que nunca atrapado entre la melancolía y cuasi culpa por las barrabasadas del pasado y la costumbre de siempre de regodearse en su crapulencia. A pesar de que su nicho de perversidad fue en gran medida absorbido por la comunidad decrépita y sádica que lo rodea, el viejito no tiene que esforzarse mucho para ganarles a sus semejantes en su propio juego, el del ventajismo y la maldad elitista que desconoce la solidaridad, y por ello eventualmente muta en una especie de “héroe popular” implícito, en este contexto de pobreza, drogas, violencia, putas, travestis, mafias y asesinatos generalizados, porque en São Paulo -y por primera vez- se topa con más gente que lo quiere que sujetos que lo persiguen, lo odian o lo condenan, un hecho empardado a su flamante guerra contra los representantes de la fe, léase el Padre Eugênio (Milhem Cortaz), sacerdote masoquista y psicótico que se aplica una picana en sus pezones e hijo de una de las víctimas del enterrador del primer convite, el Doctor Rodolfo (Ilídio Martins Simões), y del aparato represivo, en este caso nos referimos a los hermanos Oswaldo (Adriano Stuart) y Claudiomiro Pontes (Jece Valadão), el primero un capitán de la policía que adora fusilar a niños de las favelas y que atropella a la criatura de Marins en los primeros minutos del metraje y el segundo un coronel fanático cristiano que perdió su ojo izquierdo en un encontronazo con Zé do Caixão, a quien para colmo defendió su esposa en calidad de abogada hasta lograr la liberación, Lucy Pontes (Cristina Aché), así su marido se aparece en su despacho con dos matones más y la muelen a golpes por hembra traicionera. La historia en sí es minúscula y abarca la puesta en libertad del chiflado después de su estadía en el pabellón psiquiátrico de la cárcel, su reencuentro con Bruno, la presentación de dos rottweilers y cuatro acólitos que hacen de sirvientes fieles en su lúgubre morada (Karina Bez Batti, Fernanda Brandão, Rubens Mello y un tal Zumba), su enfrentamiento con las autoridades maquiavélicas -las religiosas y terrenales- y dos tandas de torturas que tienen que ver primero con la avanzada policial sobre la legión de nihilistas, producto de una delación de la chupasangre jurídica que nos regala latigazos, ganchos en piel/ carne, cueros cabelludos extirpados, manos destruidas o cortadas y alguna que otra crucifixión, y segundo con su obsesión histórica con alcanzar la inmortalidad a través de un vástago que selle la continuidad de la sangre, ahora mandando a sus lacayos a secuestrar vaginas con patas a las que deberá testear sometiéndolas a vejámenes, perversiones y tormentos como sumergirlas en barriles de sangre, cucarachas u otras cosillas, marcarlas sin más con fierros candentes, despellejarles toda la espalda, meterlas en el cadáver de un cerdo gigante y/ o introducirles en los genitales una rata terrorífica; planteo narrativo al que se suman detalles corales en sintonía con las señoritas que atrae o recluta el enterrador, como por ejemplo Maíra (Thaís Simi), hija del dueño cobarde de un bar, Elena (Nara Sakarê), una gitana muy putona que vive con un par de hechiceras ciegas (Débora Muniz y Helena Ignez) que le dedican una macumba al antihéroe y por ello éste les devuelve el lindo favor destripándolas y colgándolas en su propia casa para que se desangren, y la Doctora Hilda (Cleo de Paris), una eugenista desquiciada que asimismo reclama una humanidad de seres superiores sin Dios ni ética y a la que el protagonista somete a un pinchazo alucinógeno en una de sus deliciosas nalgas para inducirle una fantasía en la que le rebana el culo y se lo hace comer. Encarnación del Demonio también multiplica las visiones y secuencias surrealistas de antaño para incluir el retorno en modalidad fantasmal de Terezinha (Guta Ruiz) y Lenita (Raissa Gregori) de A Medianoche Tomaré tu Alma y de Laura (Alessandra Miranda) de Esta Noche Poseeré tu Cadáver, la primera colgando de un árbol y dándole un beso ultra repugnante, la segunda apareciéndosele en la glorieta de una plaza como un torso del que surgen muchas arañas y la tercera llevando en brazos en la calle al cadáver de su hijo no nato, amén de un remate muy de impronta hollywoodense, hoy de la mano de una batalla en un parque de diversiones entre el protagonista por un lado y el clérigo y los hermanos uniformados por el otro, y una “secuencia espejo” con respecto a aquella infernal en color de la película de 1967, en esta oportunidad empezando con un coito con Elena que pronto deriva en una lluvia de sangre, el viaje por un intestino enrojecido gigante acompañado por una figura mefistofélica, el Mistificador (José Celso Martinez Corrêa), y finalmente un páramo muy árido en donde Zé do Caixão se encuentra con la Parca (Geanine Marques) y una serie de verdugos masculinos y femeninos hacen gala de la razón de ser del Purgatorio cerrando bocas y ojos con hilo y devorando las vísceras y los genitales de los pecadores que deben pagar por sus crímenes. Desde la excelente secuencia del inicio, una introducción que combina animación tradicional y en 3D de corte bien macabro y fisiológico, hasta el también prodigioso final, vía la muerte de los policías y el fallecimiento del sepulturero por obra y gracia del Padre Eugênio, quien le clava en el corazón una generosa lanza con forma de crucifijo, más el epílogo en el cementerio con las siete mujeres embarazadas cual éxito de la cruzada de fondo, la propuesta satisface con astucia y valentía la difícil tarea de cerrar el periplo del cuco más famoso del cine de horror latino luego de transcurrido tanto tiempo, por ello sus recitados -tanto delante de cámara como en off- símil reflexiones, arengas o aclaraciones se dan la mano con las alusiones a las películas anteriores, por cierto calzando perfecto el color actual con aquel blanco y negro de los flashbacks nostálgicos, y con la matriz de pensamiento de siempre del amigo de las capas y las galeras negras, eso de que el único precepto universal es la ley del más fuerte, de allí que los débiles y supersticiosos no valgan nada en su perspectiva, y de que la moral social termina siendo más castradora que el presidio en el que pasó cuatro décadas, donde reventó a casi treinta reos que se cruzaron en su camino por no comprender que para el señor los creyentes y ateos al fin y al cabo son iguales si no logran superar su dolor y sensiblería, haciéndolos propicios para el sacrificio.
Encarnación del Demonio (Encarnação do Demônio, Brasil, 2008)
Dirección: José Mojica Marins. Guión: José Mojica Marins y Dennison Ramalho. Elenco: José Mojica Marins, Jece Valadão, Adriano Stuart, Milhem Cortaz, Rui Resende, José Celso Martinez Corrêa, Cristina Aché, Thaís Simi, Cleo de Paris, Nara Sakarê. Producción: Paulo Sacramento, Débora Ivanov, Fabiano Gullane y Caio Gullane. Duración: 93 minutos.