Tener Veinte Años (Avere Vent'Anni)

La contracultura en crisis

Por Emiliano Fernández

Durante las décadas del 60, 70 e incluso 80 se acumularon una enorme cantidad de films vinculados al cine de explotación sexual o sexploitation que se extendieron, precisamente, desde el apogeo del “amor libre” de la filosofía contracultural detrás del hippismo hasta la explosión del neoconservadurismo de las postrimerías del Siglo XX y comienzos del nuevo milenio, pasando por el nihilismo de los años 70 y un sustrato bastante hipócrita a nivel social e institucional porque el componente masturbatorio de los opus en cuestión resultaba muy necesario para desinflar la tensión erótica que generaba el oscurantismo religioso, el continuismo político, la brecha generacional de turno y las persecuciones bien concretas de los distintos aparatos represivos del planeta contra aquello que los nazis denominaron “arte degenerado”, léase cualquier obra que sea inconformista o quizás celebre la voluptuosidad del cuerpo o simplemente ponga de manifiesto esta angustia masoquista/ punitiva de fondo, maquillada por igual desde la derecha y la izquierda bajo un manto moralista o ideológico de anclaje siempre puritano. Ya sea que pensemos en clásicos del cine libidinoso para -y protagonizado por- adultos, como por ejemplo Carne (1968), del argentino Armando Bó, Bestia Ciega (Môjû, 1969), de Yasuzô Masumura, Último Tango en París (Ultimo Tango a Parigi, 1972), de Bernardo Bertolucci, Cuentos Inmorales (Contes Immoraux, 1973), de Walerian Borowczyk, El Imperio de los Sentidos (Ai no Korîda, 1976), de Nagisa Ôshima, y Calígula (Caligola, 1979), de Tinto Brass, o recordemos faenas también polémicas pero estelarizadas por preadolescentes o algunos adultos jóvenes, en sintonía con Lolita (1962), joya de Stanley Kubrick, El Último Verano (Last Summer, 1969), de Frank Perry, Malicia (Malizia, 1973), de Salvatore Samperi, Maladolescenza (1977), de Pier Giuseppe Murgia, Niña Bonita (Pretty Baby, 1978), de Louis Malle, y Padrasto (Beau-père, 1981), odisea de Bertrand Blier, lo cierto es que el séptimo arte muchísimas veces funcionó en democracias y dictaduras como una válvula a presión que dejaba pasar en mayor o menor medida todo lo reprimido por el amasijo colectivo múltiple en materia de la carnalidad más efervescente.

 

Es de hecho en medio de la popularidad del sexploitation y en la Edad de Oro del Porno o Porno Chic (1969-1984), una faceta complementaria del anterior vinculada a la distribución en salas cinematográficas tradicionales de largometrajes de sexo explícito discursivamente ambiciosos, que Fernando Di Leo filma Tener Veinte Años (Avere Vent’Anni, 1978), la más popular y quizás la mejor de las diversas desviaciones que encaró a lo largo de su carrera por fuera de su evidente “zona de confort”, el poliziottesco, terreno en el que nos legaría la inmaculada Trilogía Milieu, compuesta por Milán Calibre 9 (Milano Calibro 9, 1972), La Mafia Ordena (La Mala Ordina, 1972) y El Jefe (Il Boss, 1973), tres propuestas a las que regresaría en trabajos directamente hermanados al policial negro mafioso aunque también en convites en apariencia muy diferentes que siempre incluían sus dos marcas autorales por antonomasia del poliziottesco, una violencia bastante estrambótica y un comentario social relacionado con los Años de Plomo en Italia (1968-1988), un período de agitación social en el que la policía, las Fuerzas Armadas y la Democracia Cristiana en el poder se rompieron las cabezas con las organizaciones de extrema derecha e izquierda. La realización que nos ocupa, una especie de relectura en clave rosa de Perdidos en la Noche (Midnight Cowboy, 1969), de John Schlesinger, Busco mi Destino (Easy Rider, 1969), de Dennis Hopper, y Los Rompepelotas (Les Valseuses, 1974), de Blier, explora cierto hedonismo vacuo setentoso, caracterizado por una exhibición histérica del cuerpo que no implica entrega, y combina aquellos primeros melodramas picarescos de Di Leo, Quema Muchacho, Quema (Brucia Ragazzo, Brucia, 1969) y Amarnos Mal (Amarsi Male, 1969), con el erotismo freak a toda pompa de La Bestia Mata a Sangre Fría (La Bestia Uccide a Sangue Freddo, 1971), La Seducción (La Seduzione, 1973) y Armas Cargadas (Colpo in Canna, 1975), amén de la violencia sexual de Los Chicos de la Masacre (I Ragazzi del Massacro, 1969) y La Bestia Mata a Sangre Fría, parte de ese ciclo del director italiano de desenlaces bien cruentos que incluye La Seducción, la Trilogía Milieu y tantos otros policiales vehementes con su firma.

 

La historia, concebida por el propio Di Leo, se consagra a dos hermosas señoritas que se autodefinen “jóvenes, ardientes y furiosas” y pronto son abandonadas en una playa por accidente por el grupo de veinteañeros con el que viajaban, mientras estaban disfrutando del mar, Tina (una eficiente Lilli Carati, futura actriz pornográfica ochentosa), morocha que simula ser una ninfómana como gesto rebelde y que se escapó de su conservadora familia burguesa y sobre todo de una madre sumisa y deprimente, y Lia (Gloria Guida, intérprete muy limitada de la commedia sexy all’italiana), rubia bisexual que vivió casi toda su vida en un orfanato rodeada de monjas y luego fue obligada a trabajar para una solterona de un pueblo pequeño, lesbiana amargada que la instaba a masturbarla aprovechándose de su ingenuidad. Más allá de episodios aislados vinculados a su viaje a Roma haciendo autostop, como el encuentro con una tortillera sermoneadora, el robo de comida en un supermercado y aquel paso fugaz por una cafetería y una tabaquería, el grueso del relato apunta a retratar la convivencia de las chicas con la colorida fauna que habita en una paradigmática comuna de la época, en este caso encabezada por Nazariota (Vittorio Caprioli), un otrora militante de izquierda que hace lo posible para conseguir dinero y así mantener en funcionamiento el lugar, y compuesta por Patricia (Daniela Doria), una madre soltera de trillizos, Argiumas (Leopoldo Mastelloni), una suerte de mimo en eterna pose de meditación a la espera del nirvana, Rico (Ray Lovelock), drogón del que se enamora Tina a primera vista, y Riccetto (Vincenzo Crocitti), malhumorado que oficia de informante y planta droga para un esbirro policial fascistoide que quiere cerrar la comuna, Maresciallo Zamboni (Giorgio Bracardi), entre muchos otros. Luego de un intento por prostituirlas, el veterano Nazariota las manda a vender enciclopedias pero las muchachas descubren que los fantasmas de antaño regresan para acosarlas aunque con otros rostros, así Lia se topa con una clienta lesbiana insistente (Licinia Lentini) y Tina con un académico lelo que adopta la misma posición autoritaria de sus progenitores y además se erotiza con ella, el bizarro Profesor Affatati (Daniele Vargas).

 

Como gran parte de la producción de Di Leo por fuera del poliziottesco, Tener Veinte Años es una propuesta híbrida o tragicómica, hoy semejante a una acepción paranoica o fatalista del bildungsroman/ relato de aprendizaje o un réquiem en honor al colectivismo hippie, que pasa de un trío sexual jocoso con un funcionario público retirado (Fernando Cerulli) a la razzia policial de Zamboni, la expulsión de la comuna del dúo protagónico y el encuentro en un bar del ecosistema bucólico con una pandilla de energúmenos, cuyo líder (Carmelo Reale) certifica que deben ser golpeadas, manoseadas, desnudadas, violadas y finalmente asesinadas, Lia de un golpe en la cabeza y Tina empalada vaginalmente, una secuencia que por cierto no tiene nada que envidiar a la intensidad de sus homólogas en Perros de Paja (Straw Dogs, 1971), del gran Sam Peckinpah, La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de Kubrick, La Última Casa a la Izquierda (The Last House on the Left, 1972), de Wes Craven, El Último Tren de la Noche (L’Ultimo Treno della Notte, 1975), de Aldo Lado, Escupo sobre tu Tumba (I Spit on Your Grave, 1978), de Meir Zarchi, Señorita .45 (Ms .45, 1981), de Abel Ferrara, o la misma Carne, sin duda otro clásico de las violaciones o arremetidas salvajes contra la feminidad. La película por un lado denuncia el sexismo tanto citadino como rural y la estupidez cavernícola de una policía obsesionada con “las putas, los drogadictos y los subversivos”, siempre sádica y cobarde a más no poder, y por el otro lado analiza la crisis en los 70 de la contracultura de los 60 a través de la decadencia de las comunas, aquí retratadas mediante veteranos que apelan al machismo clásico, hembras volcadas a la prostitución o a la maternidad más ramplona, hombres jóvenes embotados por las drogas y por ello castrados/ capados a nivel simbólico, algún que otro trasnochado que aún sigue con el hinduismo sesentoso, un documentalista intelectual aunque oportunista e insípido, algunas proto feminazis que enarbolan a la misándrica y muy demente de Valerie Solanas, quien intentó matar en 1968 a Andy Warhol, y por supuesto el hecho de que desde el vamos Nazariota quiere cobrarles el alquiler a Tina y Lia. Fernando, sirviéndose de una dicotomía muy simple basada en la rubia conservadora y traumada en contraposición a la morocha petardista o siempre insurrecta, aquí recupera diversos elementos de su otra faena memorable en el caso del erotismo con destino trágico, La Seducción, por ello nuevamente nos topamos con el lolitismo, un final hiper violento, la represión y el fariseísmo carnal italiano/ latino, esos detalles cómicos en un contexto sexploitation -aquí sobre todo a través de la presencia de personajes grotescos varios como Nazariota, Riccetto y Zamboni, en la epopeya de 1973 especialmente mediante Alfredo (Pino Caruso), gran amigo machista de Giuseppe Lagana (Maurice Ronet), periodista que se acostaba con Caterina (Lisa Gastoni) y su hija púber, Graziella (Jenny Tamburi)- y una agresividad libidinosa que en el gremio mujeril eventualmente deriva en pérdida de poder y debacle. Debido al tremendo escándalo que suscitó el remate, el director terminó reeditando el film con la esperanza de salvarlo a nivel comercial y la idea de transformarlo ya plenamente en una comedia picaresca liviana, por ello durante muchos años circuló una versión truncada que movía el ataque mortal al principio y lo convertía en una violación escueta, incluía un encuentro primerizo en la ruta con Nazariota y un regreso al supermercado robado, eliminaba la apertura en la playa y la escena lésbica entre las chicas en la comuna y acortaba el resto de las secuencias sensuales, sin embargo la potencia discursiva del opus original resulta innegable por más que el film arrastre algo de la torpeza y los baches narrativos de La Bestia Mata a Sangre Fría, Armas Cargadas o la futura Vacaciones para una Masacre (Vacanze per un Massacro, 1980), en esta última en función de un marco retórico volcado hacia el thriller de invasión de hogar…

 

Tener Veinte Años (Avere Vent’Anni, Italia, 1978)

Dirección y Guión: Fernando Di Leo. Elenco: Gloria Guida, Lilli Carati, Vittorio Caprioli, Licinia Lentini, Ray Lovelock, Vincenzo Crocitti, Giorgio Bracardi, Leopoldo Mastelloni, Daniela Doria, Daniele Vargas. Producción: Vittorio Squillante. Duración: 94 minutos.

Puntaje: 7