Lux Æterna

La creación colectiva dantesca

Por Emiliano Fernández

Como era de esperar, el imponderable Gaspar Noé continúa sodomizando a las distintas clases de cinéfilos en su nueva e inclasificable película, el mediometraje o casi largo Lux Æterna (2019), en primera instancia cagándose en las momias que quieren clasicismo modelo hollywoodense, en segundo lugar burlándose de los cineastas posmodernos banales del mainstream que la van de cancheros pero no saben narrar, si no es con una tonelada de locuciones en off y montajes retro videocliperos cargados de CGI, y finalmente parodiando a los palurdos de la comarca arty que viven atrapados en una autoindulgencia ombliguista a la que disfrazan de “necesidades artísticas de expresión”, especie de eufemismo para justificar tácitamente que los productos resultantes -todos con el manto burgués promedio contemplativo- no tengan prácticamente público real. El film, con una duración de apenas 51 minutos, sigue el derrotero trazado por Love (2015) y Clímax (2018) en el sentido de que el señor, hoy de nuevo director y guionista, ya no está interesado en narrar nada porque aquella trilogía de los comienzos, la compuesta por Solo contra Todos (Seul contre Tous, 1998), Irreversible (2002) y Enter the Void (2009), quedó efectivamente en el pasado y lo que hoy por hoy tenemos delante nuestro es una colección de viñetas que giran sobre un mismo tema, en esta oportunidad una realización cinematográfica empardada al infierno de los egos, las peleas banales, los caprichos, el caos creativo, el acoso popular y laboral, la sordera voluntaria, el hambre de éxito, las pocas pulgas en general, los celos y sobre todo el binomio de vida pública y existencia privada al extremo de que ambas se confunden todo el tiempo y ya nadie puede mantener una apariencia de profesionalidad porque la angustia en una de esas dos dimensiones se contagia con celeridad a su hermana de la orilla de enfrente.

 

Muy dividida en partes tipificadas y nuevamente con una fotografía de colores furiosos a lo Mario Bava o Dario Argento del genial Benoît Debie, su colaborador en el rubro desde Irreversible, Gaspar arranca la faena con imágenes de La Brujería a través de los Tiempos (Häxan, 1922), de Benjamin Christensen, y El Día de la Ira (Vredens Dag, 1943), de Carl Theodor Dreyer, para luego cortar a una pantalla dividida símil Brian De Palma con las dos grandes estrellas charlando e interpretándose a sí mismas, Charlotte Gainsbourg y Béatrice Dalle, la primera protagonizando el debut como directora de la segunda, un dúo que se lleva de maravillas y comparte anécdotas en un contexto de intimidad entre colegas hasta que se desata el averno progresivo porque empiezan a caer los miembros del equipo técnico y hasta algunos actores insoportables como esas versiones alternativas de Abbey Lee y Karl Glusman, la señorita una referencia con patas al otro horizonte conceptual del film, el Nicolas Winding Refn de The Neon Demon (2016), y el muchacho también una alusión al opus de Refn y una autocita vía su rol protagónico en Love. Mientras que los problemas técnicos se acumulan, el retraso en el cronograma de rodaje empeora y el mismo productor, Yannick (Yannick Bono), se compromete ante el director de fotografía, Maxime (Maxime Ruiz), a hacer seguir con una cámara a Béatrice, trabajo que recae en Tom (Tom Kan), para encontrar una excusa y poder echarla, Karl trata de convencer en vano a Charlotte de que se sume a su insistente proyecto personal, para el que necesita de un apellido de renombre, y Abbey desata su furia contra un asistente de producción, Félix (Félix Maritaud), porque nadie le avisa nada, todo es un conventillo permanente y encima le ponen un vestido que la deja con su casi inexistente pecho al aire, exigencia que se supone no estaba en su contrato.

 

Por supuesto que en la mixtura no falta el vestuarista homosexual a lo mariquita risible, los alaridos de la directora debutante y detalles de un humor negro muy sardónico, encapsulado en especial en la escena en la que Gainsbourg se mete en un set semejante a una morgue dentro del estudio con un torso masculino bajo una sábana para hablar con su hija pequeña por teléfono, quien le comenta como si nada que un par de chicos le trazaron una cruz en el cuerpo con un cuchillo porque querían hacerle un “tatuaje”, panorama que nos deja con la filmación en sí de la película, intitulada La Labor de Dios (God’s Craft), acerca de lo que Dalle denomina un “sexocidio” o genocidio de unas brujas calzadas en atuendos diminutos de Yves Saint Laurent y prestas a ser quemadas en la hoguera en medio de una secuencia que parece tomar elementos de La Pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d’Arc, 1928), de Dreyer, La Máscara del Demonio (La Maschera del Demonio, 1960), de Bava, y hasta el legendario final de Los Demonios (The Devils, 1971), de Ken Russell. Más allá del paradigmático puterío del ámbito cinematográfico, que es el mismo del ecosistema cultural y de tantos otros gremios del mercado capitalista, el realizador aquí juega con la situación paradójica de que en muchas oportunidades el cenit cualitativo de la siempre algo mucho anárquica creación colectiva puede coincidir con el momento de mayor denigración para los actores como seres humanos y de mayor humillación y/ o maltratos para todo el equipo técnico en tanto profesionales, algo que está representado en pantalla a través del simple hecho de que Charlotte, bruja central en la hoguera ficticia y con dos hembras/ modelos/ actrices a cada costado cual publicidad ochentosa erótica, termina sufriendo un ataque de nervios cuando “se traban” los efectos lumínicos y nadie la desata del tronco en cuestión.

 

Entre citas o frases adicionales apócrifas vía intertítulos de Dreyer, Fiódor Dostoyevski, Jean-Luc Godard y Rainer Werner Fassbinder símil aquellas sentencias fatalistas de Irreversible, Lux Æterna asimismo puede ser englobada dentro de la retahíla de cortos y mediometrajes experimentales que Noé ha venido realizando entre sus largos bajo la idea de mofarse, como decíamos antes, de las patas comerciales y artys redundantes del cine, amén de que continúa fascinado con los arrebatos psicodélicos de Enter the Void y todo el segmento final del opus que nos ocupa, con sus luces inductoras de epilepsia, constituye una muy buena prueba de ello, desde ya un planteo de saturación sensorial a lo locura más cercano a la algarabía visual heterogénea del remate retórico de su amada 2001: Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), de Stanley Kubrick, que de los montajes también alucinatorios pero hiper cargados de sentido de los últimos minutos de La Prisionera (La Prisonnière, 1968), de Henri-Georges Clouzot, y Fase IV (Phase IV, 1974), del querido Saul Bass. Como tantas otras metapelículas que reflexionaron sobre los puntos muertos del rodaje y las batallas campales de por medio entre los involucrados, en línea con Cuidado con esa Puta Sagrada (Warnung vor einer Heiligen Nutte, 1971), del gran Fassbinder, o El Estado de las Cosas (Der Stand der Dinge, 1982), de Wim Wenders, el film de Gaspar empieza en el pasado con aquellas alusiones explícitas para de golpe saltar a un presente a su vez subdividido en el paraíso de la conversación inicial entre las actrices, el purgatorio del “no rodaje” por los conflictos, desvaríos e inconvenientes y finalmente el infierno de la frustración de una Béatrice furiosa y una Charlotte que de diva kitsch hiper cuidada pasa a mártir irónica del paupérrimo cine actual mediante ese sacrificio involuntario en honor al arte que trae a colación su colapso psicológico, una especie de hipnosis tracción a sonidos e imágenes que parecen invariantes pero no lo son y que anulan el aparato perceptivo para homologar a la experiencia cultural con los efectos de las drogas, otra de las adorables utopías del director argentino nacionalizado italiano. Escupiéndole en la cara a los films basura de la posmodernidad y a la reducción de las películas a “contenido” para los cada día más y más aburridos y homogéneos servicios de streaming, repletos de directores asalariados que traicionaron su integridad artística en pos de unos morlacos que jamás les otorgan la anhelada independencia profesional del mainstream más hueco y castrador, Lux Æterna piensa los recovecos del escurridizo mérito artístico en contraposición al comercial impostado/ marketinero y encima parece parodiar la autovictimización patética de las feminazis de hoy en día como si las hembras fuesen en serio mejores criaturas que los machos a nivel ético y las burguesas enquistadas en el statu quo pudiesen empardarse a las pobres víctimas de antaño que perecieron bajo acusaciones de brujería en medio de un contexto comunal tan dantesco como el de nuestros días aunque de muy distinta tesitura…

 

Lux Æterna (Francia, 2019)

Dirección y Guión: Gaspar Noé. Elenco: Charlotte Gainsbourg, Béatrice Dalle, Abbey Lee, Félix Maritaud, Karl Glusman, Maxime Ruiz, Tom Kan, Yannick Bono, Clara Deshayes, Frédéric Cambier. Producción: Gaspar Noé, Anthony Vaccarello, Olivier Muller, Clément Lepoutre, Lucile Hadzihalilovic y Gary Farkas. Duración: 51 minutos.

Puntaje: 7