El nombre de Mark Hartley es reconocido dentro de la industria cinematográfica por estar directamente asociado a un numeroso listado de documentales que abordan la realización de producciones australianas. Después de concretar encargos para programas especiales durante la década pasada, este director se dedicaría por completo a una retrospectiva del exploitation que rememoraba a las generaciones del setenta y ochenta. Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation! funcionaba como un divertido informe de investigación sobre aquellos productos de bajo presupuesto que determinaron un escenario políticamente incorrecto, donde desfilaron diferentes cineastas australianos.
Continuando con esta idea de revisitar referentes primordiales del ambiente clase B y sus derivados, Hartley se despacha con Electric Boogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films. Este registro transita por el ascenso y la debacle de aquella legendaria Cannon Group, empresa que durante los ochenta se destacó por subvencionar productos apartados del mainstream, los cuales evadían el comportamiento corporativo. El documental promete una cobertura ordenada y precisa para adentrarnos en el universo empresarial de Menahem Golan y Yoram Globus, dos ambiciosos productores israelíes que buscaron conquistar el mercado mundial.
El recorrido arranca hacia fines de los setenta, cuando esta pareja de primos, quienes se habían asociado en su tierra natal, compraron la Cannon Films, una compañía norteamericana que se aseguró algunos triunfos independientes en el extranjero pero que se estaba fundiendo en términos administrativos. Decididos a enfrentarse a competencias millonarias, ambos intentaron consolidarse en la comunidad hollywoodense apostando a pequeñas producciones y distribuyendo películas para consumo domestico. La particularidad de la Cannon estaba en filmar de manera económica e instantánea, cumpliendo con las demandas de estos directivos.
Aunque Golan y Globus pretendían ingresar al circuito industrial como empresarios respetados y proclamarse responsables de blockbusters imponentes, sus propuestas marcaban un distanciamiento respecto al desarrollo profesional de la mercadotecnia, rescatando estrellas abandonadas (convirtieron a Franco Nero en un ninja profesional) y aceptando propuestas arriesgadas (auspiciaron los ideales marginados de Jean-Luc Godard). Ambos estaban convencidos de que reventarían las boleterías gestionando publicidades llamativas. Para ello “asaltaron” las convenciones cinematográficas ofertando determinados proyectos (si despertaban entusiasmo, luego utilizaban el depósito recibido por las distribuidoras para la realización concreta de las películas) y filmando secuelas de propuestas consagradas (por ejemplo, adquirieron los derechos para retomar El Vengador Anónimo, con Charles Bronson).
El seguimiento de Hartley muestra a la Cannon reciclando material de otros estudios, generando bocetos que imitaban a personajes famosos (el Allan Quatermain de Richard Chamberlain en Las Minas del Rey Salomón se presentaba como duplicado del Indiana Jones que personificó Harrison Ford) e inspirándose en franquicias (el argumento de Desaparecido en Acción copiaba al propuesto por Sylvester Stallone y James Cameron para la secuela de Rambo). La compañía también era famosa por alterar los presupuestos previamente acordados, para finalmente reducir la fracción correspondiente a los salarios, las locaciones y los efectos especiales. Esta política de abaratar la calidad de las realizaciones durante el proceso generaba resultados deplorables, con maquetas horripilantes y animaciones carenciadas. Incluso arruinaron el legado de Superman, al convertir a la cuarta entrega del superhéroe en una de las peores películas de la historia.
Al promediar la primera mitad de los años ochenta, Golan y Globus se encontraban compitiendo en el negocio del video club, incrementando la cantidad de lanzamientos dedicados a sectores populares. Ofertaban comedias familiares y aventuras infantiles, pero siempre privilegiando la violencia y el erotismo. Desde soldados que enfrentaban corporaciones mafiosas hasta ninjas con poderes sobrenaturales, sumaron trabajos fundamentales para el entretenimiento masculino, como El Gran Dragón Blanco y El Guerrero Americano. De esta manera, impulsaron las carreras de Chuck Norris, Jean-Claude Van Damme y Michael Dudikoff, entre otros. Únicamente se consagraron en contadas ocasiones, como con la galardonada Escape en Tren.
El documental recopila material de archivo previamente difundido en The Last Moguls (un recordado especial de la BBC), además del relato de diferentes participantes involucrados en el proceso y variadas secuencias de las producciones comentadas. Respetando el dinamismo de sus producciones anteriores (no se pierdan la demencial Machete Maidens Unleashed!), la edición de Hartley intercala comentarios desopilantes para acercarnos a esta asociación, la cual culmina con la desgastada relación entre Golan y Globus y el enfrentamiento que mantuvieron al competir en la cartelera con sus respectivos proyectos. Electric Boogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films es un gran trabajo que nos remonta a un período de películas inolvidables, permitiéndonos descubrir perlitas gloriosas y celebrar un legado cinéfilo delicioso.
Electric Boogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films (Australia/ Estados Unidos/ Israel/ Reino Unido, 2014)
Dirección y Guión: Mark Hartley. Elenco: Richard Chamberlain, Bo Derek, Lucinda Dickey, Michael Dudikoff, John G. Avildsen, Tobe Hooper, Dolph Lundgren, Franco Nero, Molly Ringwald, Barbet Schroeder, Franco Zeffirelli. Producción: Brett Ratner y Veronica Fury. Duración: 106 minutos.