Antes de emprender Los Lunes al Sol (2002), Fernando León de Aranoa había acudido a Asturias para realizar un documental sobre la huelga en los astilleros Naval Gijón con su equipo. Filmando las asambleas y la brutal represión policial el realizador español obtuvo imágenes que luego utilizaría para la apertura de su film, con el acompañamiento de la música del compositor argentino/ español Lucio Godoy. Cuando se desató el conflicto que tuvo en vilo a España los problemas de la empresa eran varios y las batallas entre la patronal y los trabajadores no eran desconocidos para los que seguían las noticias vernáculas. La solidaridad de los empleados del astillero por el despido de doscientos trabajadores temporales, que estaban a punto de pasar a la nómina de empleados fijos de la empresa, fue el catalizador que encendió el fuego de una lucha que no terminaría allí, pero que el guión de León de Aranoa junto a Ignacio del Moral prefiguraría con una clarividencia atemorizante. Las imágenes que había logrado conseguir le dio una idea, enfocar la historia sobre las consecuencias del cierre de un astillero tras una larga huelga, un réquiem al trabajo industrial del Siglo XX y una actualización sobre la organización de los trabajadores industriales, como la que había ofrecido Mario Monicelli en Los Compañeros (I Compagni, 1963), sobre los trabajadores de principios del Siglo XX, o Elio Petri con La Clase Obrera va al Paraíso (La Classe Operaia va in Paradiso, 1971), ya en la década del setenta. La apuesta pagó con creces. Los Lunes al Sol ganaría todos los premios españoles y pondría la lucha de los trabajadores en un lugar preponderante, denunciando la especulación inmobiliaria que el desguace industrial traía aparejado.
Todos los días parecen iguales para Santa (Javier Bardem), José (Luis Tosar) y Lino (José Ángel Egido), tres amigos desocupados que viajan en el ferry cada semana y se juntan en el mismo bar de uno de sus ex compañeros del astillero, Rico (Joaquín Climent), donde comparten unas cañas con otros ex compañeros de trabajo, Amador (Celso Bugallo) y Reina (Enrique Villén). Allí beben para divertirse y olvidar, se emborrachan a menudo y discuten sobre la vida antes de regresar a sus hogares a enfrentar la cruda realidad que los espera. A pesar del paso de los años y las situaciones diferentes en que todos se encuentran, algo muy profundo y difícil de olvidar los une, todos participaron de la huelga de Naval Gijón.
Mientras que el jovial y seductor Santa dice y hace lo que se le canta todo el tiempo, no busca trabajo y vive de la indemnización del astillero, José siente culpa por no trabajar y juzga menoscabada su masculinidad debido a que su esposa, Ana (Nieve de Medina), es la que lleva el dinero al hogar. Lino, el más viejo, se desvive por su parte en el intento de buscar un trabajo, pero su edad y su falta de conocimientos informáticos juegan en su contra. Amador, abandonado por su mujer, se la pasa ebrio en el bar. Rico en cambio ha invertido la indemnización para abrir el bar Naval y sobrevive junto a su hija, Nata (Aida Folch), al igual que Reina, que tiene un puesto de guardia de seguridad en un estadio de fútbol del club local. Pero todos tienen un común denominador, una espinilla, algo que los sume en una depresión inabarcable, el sistema los ha derrotado y los ha excluido. Ya no hay lugar para ellos en el mundo del trabajo industrial que conocían.
Lino es el único que sigue intentando buscar un trabajo, intentando parecer más joven, capacitándose, presentándose una y otra vez a entrevistas laborales. José teme que Ana lo deje por sus arrebatos de frustración, su falta de perspectivas y la pérdida de intimidad, mientras que Santa interpela a todos con su cinismo y su pesimismo producto del sinsabor de la espina del fracaso de la huelga, una herida que en lugar de sanar se infecta cada vez más. Amador parece un ente abúlico y Reina está harto de la negatividad de Santa y se lo hace saber en cada tertulia en el bar Naval.
Los Lunes al Sol narra la lenta descomposición social de una comunidad después del fracaso de la huelga de los obreros del astillero local y los despidos consiguientes. Para los protagonistas de la película cada día es un día de no ir a trabajar, de sentir esa indignidad, de intentar buscar un préstamo sin éxito, de terminar la tarde tumbado al sol sin nada que hacer antes de la hora de apertura del bar. Al igual que Los Compañeros, la película de León de Aranoa también es una advertencia sobre las consecuencias de la desunión en momentos clave, como una huelga, donde si todos los trabajadores no se mantienen unidos y sostienen la huelga el resultado es la pérdida de los derechos laborales y muchas veces la desocupación crónica de toda una comunidad.
Como en las películas de Ken Loach y los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, los personajes del film de León de Aranoa son ejemplos de las distintas respuestas que cada persona tiene para asimilar una realidad aciaga, la compresión de la imposibilidad de tener un trabajo en el que construir una carrera, de que los conocimientos que uno adquirió durante tantos años no son más valorados en el mercado laboral europeo, que ha trasladado su complejo industrial a Asia para reducir costos. El realizador español captaba así la sensación de angustia de los trabajadores de la época ante las falsas promesas de la globalización, que en lugar de prosperidad traía desocupación, flexibilización laboral y la necesidad de una reconversión laboral de todo el mundo del trabajo para competir mundialmente, lo que dejaba a muchos en el camino en este proceso de transformación del capitalismo industrial al capitalismo financiero que ya se había iniciado en la década del setenta, y que con la desregulación de las leyes que reglamentaban los movimientos del capital completaba su triunfo por sobre los intereses de los trabajadores y sus organizaciones.
El guión de Ignacio del Moral y Fernando León de Aranoa se inspiró en las huelgas citadas en el astillero Naval Gijón, en Asturias, y en la reconversión industrial de las zonas portuarias e industriales de España con masivos cierres de fábricas y despidos debido al interés de la especulación inmobiliaria a principios del 2000 de adquirir terrenos cercanos al mar para construir viviendas de lujo con la finalidad de lavar dinero del tráfico de drogas y de la alevosa corrupción política. Si bien estos no eran conceptos nuevos en el mundo, la relación entre la desindustrialización y la especulación inmobiliaria no estaba del todo desarrollada, por lo que Los Lunes al Sol es una de las películas que mejor trabaja cómo el mundo del trabajo industrial es desplazado por la incipiente gentrificación en la nueva Europa.
Los personajes interpretados por Bardem y Tosar están inspirados en Cándido González Carnero y Juan Manuel Martínez Morala, dos trabajadores del astillero Naval Gijón y dirigentes sindicales de la Corriente Sindical de Izquierda (CSI) que intentaron organizar a sus compañeros durante el conflicto y terminaron en la calle con toda la nómina de empleados tras el cierre final del astillero en 2009.
Los Lunes al Sol ofrece una visión de la muerte del trabajo industrial en Occidente a partir de las consecuencias de esta situación para los operarios, dejando en claro que si los trabajadores no se organizan internacionalmente y consiguen la intervención de los Estados en su favor para regular los movimientos del capital, la globalización puede ser un camino sin retorno hacia la pérdida de puestos y derechos laborales, la desocupación endémica, el empobrecimiento de las comunidades y el desperdicio de las fuerzas productivas de un país entero.
Los Lunes al Sol (España/ Francia/ Italia, 2002)
Dirección: Fernando León de Aranoa. Guión: Fernando León de Aranoa y Ignacio del Moral. Elenco: Javier Bardem, Luis Tosar, José Ángel Egido, Nieve de Medina, Enrique Villén, Celso Bugallo, Joaquín Climent, Aida Folch, Serge Riaboukine, Laura Domínguez. Producción: Elías Querejeta y Jaume Roures. Duración: 113 minutos.