Antidepressants, de Suede

La desolación como arte, la vacilación como credo

Por Emiliano Fernández

Suede, grupo inglés hoy conformado por el cantante, líder y compositor histórico, Brett Anderson, más el guitarrista Richard Oakes, el bajista Mat Osman, el tecladista/ pianista Neil Codling y el baterista Simon Gilbert, es una verdadera institución dentro del rock de las últimas tres décadas y su flamante y maravilloso disco de estudio, Antidepressants (2025), nada menos que el décimo, no hace más que confirmarlo porque estamos frente a un trabajo que ratifica la creatividad sin igual de la banda y su destreza para revigorizar la efervescencia ideológica que los mantiene en el ruedo y entregando joyas supremas lustro tras lustro. El álbum fue producido por Ed Buller, colaborador histórico en la trilogía dorada de los comienzos, Suede (1993), Dog Man Star (1994) y Coming Up (1996), y en los dos álbumes del regreso luego de la separación de 2003, Bloodsports (2013) y Night Thoughts (2016), más la placa inmediatamente previa, Autofiction (2022), con la que por cierto Antidepressants se propone conformar -en calidad de segundo movimiento- lo que más adelante será una nueva trilogía con tapas en blanco y negro, en el caso que nos ocupa una estupenda portada inspirada en Figura con Carne (Figure with Meat, 1954), célebre cuadro de Francis Bacon, y en una fotografía para una edición de 1962 de la revista Vogue con el propio pintor en una puesta en escena similar bajo el lente de John Deakin, en aquella ocasión asimismo coronado por dos medias reses que hacían de alas de un ángel digno del averno. Hoy desfilan el post punk, el rock gótico, el neoglam y las baladas dentro de un fuerte marco guitarrero que apuesta a la inmediatez más adictiva, saca partido de la palabra hablada o “spoken word”, casi en sintonía con el “sprechgesang” de influjo híbrido con el canto, y sin duda recupera el dejo macabro, paranoico y melancólico de Autofiction aunque por momentos volcándolo hacia temáticas siempre honestas como la comunicación fracturada contemporánea, el fantasma de la depresión y la potencialidad sanadora de la música y el arte en su conjunto. Nuevamente debemos celebrar el carácter atemporal y por ello furiosamente vigente de la carrera de estos británicos que saben reinventarse y en simultáneo mantenerse cerca de una tradición neoglam noventosa que traza puentes entre las guitarras exquisitas de Oakes y Bernard Butler, el violero de Dog Man Star y el debut de 1993, y que tantas veces los confundió con el britpop de gente tan diversa como Oasis, Blur, Pulp, Supergrass, The Verve, Elastica, Ocean Colour Scene y The Boo Radleys, entre muchos otros. Si nos concentramos en los álbumes de la vuelta desde el año 2010, Antidepressants está al mismo nivel de Autofiction y sobrepasa en calidad y coherencia retórica al tríptico anterior, léase The Blue Hour (2018) más los citados Bloodsports y Night Thoughts, placas que con la excusa de jugar con el avant-garde y el dream pop abusaron un poco del barroquismo o la exuberancia sonora.

 

Con un pulso furioso post punk y un estribillo de cadencia pop en línea con el rock gótico ochentoso de The Cure, Siouxsie and the Banshees, The Sisters of Mercy o Echo & the Bunnymen, Disintegrate, la primera canción del álbum, establece desde el vamos el núcleo temático mediante un Anderson que como intro repite en loop y de modo robótico apenas dos palabras, “conectado, desconectado”, lo que constituye el punto de partida de un eje en el que se amalgaman las playas contaminadas, la frustración social, los veranos calurosos, la paranoia e ira del nuevo milenio y un cariño fingido o quizás condenado a desaparecer al fundirse con el afecto de otros seres de propensión masoquista, pensemos para el caso en versos como “sostienes tu amor como un arma en tu mano/ solías estar solo pero ya no lo estás, observando desde fuera/ la desolación como arte, la vacilación como credo/ y lo sostienes todo como un arma en tu mano”, amén del estribillo, “ven y desintegrémonos juntos/ nos cortan como margaritas, como amapolas altas”. Dancing with the Europeans, otra joya aunque ahora hermanada a una hipotética conjunción de glam y power pop con corazoncito de rock alternativo de los 90, nos lleva hacia la luminosidad u optimismo del segundo lustro de aquella década, sobre todo la correspondiente a las placas Coming Up, Head Music (1999) y A New Morning (2002), para balancear el fatalismo de la apertura con un sentimiento de pertenencia colectiva que se condice con el europeísmo del título, en los versos un río que abarca diferentes nacionalidades cual marea humana heterogénea que pretende compensar sus pesares con algo de diversión o agite noctámbulo, sinónimo de escapismo regocijante, y que encuentra su propia trascendencia mediante una comunidad que se mantiene en el tiempo más allá de la muerte de cada integrante individual, en sí porque la pertenencia en cuestión -y no el egoísmo posmoderno- provoca sanación vía la solidaridad y la comunicación, algo que incluye desde el recitado inicial, “tus fantasmas son mis fantasmas”, hasta ese puente que deja paso al estribillo, “hay algo dentro que anhela la vida artificial/ hay algo dentro que anhela las luces azules y amarillas/ oh, con una mancha europea dentro de mí/ y un sufrimiento europeo en mí/ bailando con los europeos”.

 

Antidepressants, la obra maestra que titula el disco, combina la urgencia del punk símil Sex Pistols y The Clash con las guitarras apesadumbradas de gente como Wire, The Fall, Magazine, Public Image Ltd. y The Jesus and Mary Chain para pegarle sin anestesia a la vida urbana contemporánea y las crisis cíclicas de la globalización desde una filosofía que puede ser tanto proletaria como burguesa en lo que atañe a su angustia, claustrofobia y tendencia a automedicarse luego de alcanzar un buen estatus económico que se siente vacío e hipócrita en una sociedad profundamente injusta, banal y mentirosa como la capitalista, así los versos lo dejan bien en claro: “esta es la casa por la que ahorraste/ y estas son las ventanas y estas son las paredes/ estoy tomando antidepresivos, me quedo despierto/ canto una canción sólo cuando soy feliz/ es tu decisión, rellena los formularios/ haz malabarismos con los números/ miro mi casa, es un diseño de lujo/ pero hay mierda en las paredes detrás de las que me escondo/ hay una habitación en el fondo por si te asustas, prisionero/ estoy tomando antidepresivos, me quedo despierto/ canto una canción sólo cuando soy feliz”. Sweet Kid constituye otro ejemplo de la admirable destreza de Oakes, compositor junto a Anderson de prácticamente todos los temas, a la hora de exprimir las guitarras a través de riffs y arreglos estupendos que calzan perfecto con las letras del frontman, en esta oportunidad dedicándole una loa a su hijo pequeño de la mano de un gesto que recuerda al homenaje a su madre que abría Autofiction, She Still Leads Me On, y al himno glam del rubro con la firma de David Bowie, Kooks, composición de Hunky Dory (1971) dedicada al futuro cineasta Duncan Jones, no obstante el líder de Suede opta por reemplazar la alegría irónica y lúdica de la canción del Duque Blanco por una reflexión sobre el paso del tiempo y la propia mortalidad mientras el mocoso experimenta esas transformaciones vertiginosas típicas de la primera fase de la vida: “tenemos que aprovecharlo al máximo/ o me rendiré a nuestro destino/ y si mi cuerpo pertenece a los gusanos/ bueno, mi sangre aún corre por tus venas/ todas las formas en que estás cambiando, todo lo que hicimos/ tendré fe en que el amor perdura, mi dulce niño/ oh, dulce niño, esta vida te pertenece/ oh, dulce niño, todos los cambios que estás experimentando/ así que no te acerques demasiado a mí/ no puedo prometerte un milagro/ pero estaré ahí si piensas en mí/ como un latido en la nuca”.

 

The Sound and the Summer, especie de post punk popeado e intoxicante, unifica el fetiche de larga data de Brett con los coches temerarios, algo que asimismo pudo verse hace poco en aquella magistral Black Ice del trabajo discográfico previo, y la más que evidente iconografía cinéfila del gremio, en esta ocasión amalgamando las persecuciones contraculturales de Vanishing Point (1971), de Richard C. Sarafian, y la obsesión con los accidentes de tránsito erotizados de Crash (1996), de David Cronenberg, por ello el cantante desparrama versos como “nos encanta la ficción de las carreteras/ si esto dura para siempre, pues hacia la eternidad iremos/ atrapados en este milagro de cristal y acero/ oh, no has sido amado hasta que lo has sido al volante/ oh, tenemos el sonido y el verano, la autopista/ así que no te metas conmigo/ el sonido y el verano que me forjaron/ con la sirena de los coches de policía persiguiéndonos/ pisa el acelerador, estás a un paso de la desgracia/ con los brazos fuera de la ventana, los tacones en el salpicadero/ porque no has sido amado hasta que lo has sido en un accidente”. Con una duración menor a los tres minutos, Somewhere Between an Atom and a Star es un tema sorprendente de aires progresivos setentosos que está dividido en tres partes, hablamos de un comienzo en sintonía con el dream pop, un puente dramático pinkfloydiano y un largo remate de space rock en el que el cantante se entrega en ocasiones a un magnífico falsete, todo al servicio de un nuevo análisis sobre esa sombra de la parca que parece nunca dejar en paz a un Anderson que estuvo cerca del colapso en la época de Head Music por su adicción a la heroína y el crack, veneno que dejó atrás en el año 1999 pero que sigue presente en su cabeza y parece intensificarse en calidad de fantasma a medida que avanzan los años, en este sentido la brevedad de la composición y de la letra maquilla el asunto apelando al trasfondo efímero de la existencia y a las máscaras discursivas: “la vida es sólo un instante y las palabras son sólo un truco/ ojalá hubiera más vida de la que nos dan/ como la lluvia que se ha secado, ya casi desapareció/ un día todo se hará evidente, un día todo me será revelado/ en algún lugar entre un átomo y una estrella encontraré la forma de escapar flotando”.

 

Broken Music for Broken People, un glorioso exponente neoglam en la tradición de la trilogía discográfica inaugural conformada por Suede, Dog Man Star y Coming Up, propone la rebeldía de aquellos años en plan de ataque furibundo contra el fariseísmo y la codicia de la industria cultural pero sin descuidar la autoafirmación vía el naturalismo obrero o de clase media/ baja, cercano al movimiento, la intuición o la militancia artística que niega esa pasividad patética del Siglo XXI homologada por igual a la autoindulgencia y el cinismo burgués, por ello el estribillo certifica que “es la música rota y son las personas rotas quienes salvarán al mundo” y los estrofas denuncian que “se sientan en Hollywood a contar su dinero/ mientras tropezamos en las salas de espera con empleadas dándonos cambio/ en cada estación los medicamentos dejan huella en nuestros cuerpos/ y nos sentamos a fumar sin parar en la acera y hacemos nuestras compras/ y en los suburbios tropezamos, reímos, resbalamos y caemos de manos/ bajo cielos infinitos nos enamoramos y luego morimos/ pero cuando se apagan las luces, creemos en algo en lugar de creer en nada”. La canción más corta de Antidepressants, Criminal Ways, de unos dos minutos y medio, abraza el britpop de idiosincrasia punk y juega por un lado con el narrador celebrando la tendencia contracultural de una señorita a hacerse de lo ajeno y sobre todo a desconocer toda autoridad, esa legitimada por el entramado comunal/ estatal capitalista, y por el otro lado con la posibilidad de que todo forme parte de un planteo erótico y que el principal damnificado sea el varón de turno, cómplice en la cleptomanía: “con tus métodos criminales me siento bien/ con tus huellas por toda mi anatomía, sí/ cuando robas no me importa lo que digan las pruebas/ oh, métodos criminales, es criminal lo que robas/ gracias al miedo a tu cuchillo contra mi cuerpo/ la adrenalina nos hará valientes/ hay intimidad cuando me robas el dinero/ quiero sentirlo de nuevo”. En Trance State, algo así como un tema de transición entre el post punk de los 70 y la new wave de la década siguiente, se unifican el desamor, la crisis existencial, el desconsuelo y los efectos secundarios de medicamentos como la mirtazapina, de hecho un antidepresivo que es nombrado en los versos y cuyo prospecto incluye advertencias que a su vez aparecen recitadas en el outro del tema, “no conduzca, no opere maquinaria pesada, evite el alcohol”, como si Anderson no pudiese superar del todo sus problemas psicológicos o quizás no quisiese hacerlo porque disfruta del “estado de trance” al que apunta el título, sin duda una de las consecuencias de la ingesta prolongada de ansiolíticos al punto de acoplarse a la identidad del sujeto y su anhelo de autopreservación, pensemos para el caso en líneas como “creo que ahora me conoces mucho mejor desde mi crisis emocional/ dejándome llevar por el miedo en vez de proyectarme hacia una mejor versión de mí mismo/ todos intentamos sobrevivir, es un estado emocional básico/ espero que vayamos a algún lugar placentero”.

 

June Rain, con su latiguillo lluvioso de junio que anticipa la ruptura romántica de julio, constituye un excelente ejemplo de cómo deberían ser todas las power ballads en el ámbito rockero, tan nostálgicas como viscerales, ya que funciona de maravillas como retrato del instante inmediatamente previo a la separación en sí, una relación que ya venía de capa caída aunque termina de estallar con motivo de una ignota internación médica del hombre y el aparente abandono de la mujer, “en el hospital pudiste sentarte conmigo y ver pasar las horas/ pero me dejaste allí como una huella dactilar en la luneta trasera/ si me hubieras tomado de la mano y me hubieras besado, ¿lo habría sabido alguna vez?”, sin embargo lo mejor del tema es la estrofa que aparece vía sprechgesang al comienzo y al final, “soy un extraño al otro lado de la calle/ y me saludas, a pesar de que me he descuidado/ así que cierro los ojos y me sumerjo en el tráfico, me sumerjo en el tráfico”. Coronada por un memorable trabajo vocal de Brett y por pinceladas apoteósicas de guitarras cortesía del amigo Richard, Life Is Endless, Life Is a Moment, quintaesencia de la elegancia gótica de Suede, oficia de balada nihilista post punk que recupera y cierra de modo extraordinario todas las cavilaciones previas sobre el sustrato fugaz de nuestro paso por este mundo, los intentos por fijar nuestra trascendencia, la fantasía de eternidad correspondiente a la juventud y en este caso especialmente los desfasajes entre los seres humanos a escala del momento propicio para el cariño, las dudas, el repliegue individualista y la hora final de marcharse, ya sea que apuntemos al óbito, la comunicación o la distancia entre los otrora amantes en consonancia con el laconismo concienzudo de los versos: “ódiame si necesitas hacerlo, ámame cuando sea polvo/ la vida es infinita y la vida es un instante/ llámame cuando esté muerto/ la vida es infinita y la vida es un instante, ¡oh, qué instante!/ Sin forma como una nube, ligera como un sonido/ la vida es infinita y la vida es un instante”.

 

Con Antidepressants los ingleses vuelven a confirmar el inmejorable presente que están atravesando porque han conseguido superar los zigzagueos compositivos de Head Music y A New Morning y el engolosinamiento con el estudio y la grandilocuencia experimental no del todo satisfactoria de la trilogía del regreso, aquella de Bloodsports, Night Thoughts y The Blue Hour, para finalmente llegar a un estado de gracia en una madurez que sería la envidia de cualquier grupo del mainstream o el indie de las últimas décadas. Justo como Autofiction, álbum del que efectivamente puede considerarse una secuela, esta nueva placa ofrece una primera mitad verdaderamente descomunal y retoma el ADN neoglam de Suede para reposicionarlos como una rara avis dentro del panorama musical del Siglo XXI, donde casi todas las bandas veteranas pasan vergüenza o decepcionan y para comprobarlo basta con chequear los “operativos retorno” de los otros tres gigantes del britpop de los años 90, Oasis, Blur y Pulp, colectivos con los que desde el minuto uno los muchachos encabezados por Anderson no tenían mucho que ver porque su apropiación de Bowie, T. Rex y Roxy Music nunca fue tan literal como en el caso de Pulp y además se podría decir que jamás compartieron el apego hacia el pop beatlesco de Oasis, releído desde el grunge y el rock alternativo, y el fanatismo por The Kinks y XTC de Blur, agrupaciones que sin duda constituyeron el horizonte de Damon Albarn y compañía. Antidepressants se hace fuerte en las guitarras majestuosas de Oakes, en la voz y las letras sensatas del cantante y en la producción siempre justa de Buller, un especialista y socio recurrente que aprovecha las capas y capas de eco para apuntalar la épica pero sin dejar que la susodicha se coma a las melodías, los riffs y/ o las canciones en su conjunto, lo que muchas veces ocurrió en el pasado cuando la dinámica grupal no estaba del todo aceitada o el tremendo Brett, una personalidad altisonante, no permitía que así sea. Suede una vez más impone su esencia directa y rockera en el momento propicio y apabulla desde una maestría pocas veces vista en el ecosistema anglosajón de hoy en día, tan en crisis como el del resto del planeta debido a la concentración, la mediocridad y el conservadurismo de la industria cultural.

 

Antidepressants, de Suede (2025)

Tracks:

  1. Disintegrate
  2. Dancing with the Europeans
  3. Antidepressants
  4. Sweet Kid
  5. The Sound and the Summer
  6. Somewhere Between an Atom and a Star
  7. Broken Music for Broken People
  8. Criminal Ways
  9. Trance State
  10. June Rain
  11. Life Is Endless, Life Is a Moment