=1, de Deep Purple

La efervescencia arrolladora

Por Emiliano Fernández

Deep Purple siempre fue una de las bandas pesadas más consistentes y apasionantes del rock porque lograron sobreponerse a la constante rotación de miembros -nueve formaciones en total- y a las diversas metamorfosis de cada década en términos de contexto musical, frente a las cuales los señores optaron sistemáticamente por mantenerse fieles a una identidad maravillosa que no debe confundirse con raíces, fundamentalismo o planteos ortodoxos porque si existe algo que define al colectivo es su incesante reinvención a partir de los mismos y queridos ingredientes, esos en cuyo ámbito se imponen como unos expertos y artesanos estupendos que saben siempre lo que quieren en estudio y cómo conseguirlo al extremo de utilizar las canciones resultantes como un indicio de la camaleónica vitalidad de los ingleses, con integrantes que van y vienen aunque la energía es prácticamente siempre la misma ya que Deep Purple funciona como una entidad coherente y en movimiento que supera a cada miembro, revigorizándose sin cesar en sus múltiples transfiguraciones, proyectos o sorpresas. Todo comienza con la formación denominada Mark I (Rod Evans en voz, Ritchie Blackmore en guitarra, Nick Simper en bajo, Jon Lord en teclados e Ian Paice en batería), esa que abarca los tres primeros álbumes, Shades of Deep Purple (1968), The Book of Taliesyn (1968) y Deep Purple (1969), y toma la forma de una mixtura muy virtuosa de rock progresivo, psicodelia, proto heavy metal, blues y rock pesado en la tradición de las referencias obvias del momento, los compatriotas Cream y los estadounidenses Vanilla Fudge.

 

Sin lugar a dudas el Mark II (Ian Gillan en voz y Roger Glover en bajo más los susodichos Blackmore en guitarra, Lord en teclados y Paice en batería) constituye el período de oro de la historia de Deep Purple porque se termina de definir el sonido estándar del grupo, se abandona en gran medida la sensibilidad pop previa, se expanden los extraordinarios desvaríos jazzeros ocasionales, se incluye algo de funk apenas camuflado y se lleva la potencia hardrockera kilómetros y kilómetros hacia adelante, como por cierto también hicieron en su momento Black Sabbath y Led Zeppelin, y prueba de ello es la seguidilla incomparable de Deep Purple in Rock (1970), Fireball (1971), Machine Head (1972), el legendario doble en vivo Made in Japan (1972) y Who Do We Think We Are (1973), amén de la rareza Concerto for Group and Orchestra (1969), amalgama en vivo por entonces experimental entre Deep Purple y la Orquesta Filarmónica Real (Royal Philharmonic Orchestra) con motivo de una serie de composiciones de Lord, el cual tuvo una educación artística englobada en esa música clásica que incesantemente fusionaría en mayor o menor medida con el rock. En lo que atañe a Mark III (David Coverdale en voz y Glenn Hughes en bajo más Blackmore, Lord y Paice), aquel de Burn (1974) y Stormbringer (1974), nos topamos con una suerte de exacerbación de los ingredientes anteriores de índole bluesera y funky dentro del clásico marco de rock pesado de la agrupación, ahora sumando pinceladas de soul, algo de sintetizadores y una renovada imaginación por parte del tremendo Ritchie, quien encara maravillas lúdicas y desprejuiciadas con su instrumento como nunca antes. La primera fase se cierra con el Mark IV (Tommy Bolin, de Zephyr, reemplaza a Blackmore en guitarra y el resto de la formación permanece sin cambios) y específicamente Come Taste the Band (1975), una interesante combinación a toda pompa entre hard rock, glam melodioso y un funk ya explícito o sin maquillaje alguno, otra de las tantas variantes de Deep Purple que eventualmente se dejaron de lado, aquí por el comportamiento errático y las múltiples adicciones del malogrado Bolin, quien fallecería al año siguiente -con apenas 25 años de edad- a raíz de una sobredosis de heroína, alcohol, cocaína y barbitúricos.

 

La reunión de Mark II nos deja con Perfect Strangers (1984) y The House of Blue Light (1987), en esencia un muy digno regreso a los años de preeminencia del grupo aunque por supuesto filtrados por las power ballads, las toneladas de eco y el dejo kitsch ochentoso en general de la Nueva Ola del heavy metal británico en auge símil Iron Maiden, Saxon, Def Leppard o los por entonces muy curtidos Judas Priest. Para el momento de Mark V (Joe Lynn Turner, de Rainbow, se hace cargo de las voces y regresan Blackmore en guitarra y Glover en bajo, mientras Lord y Paice siguen firmes en los teclados y la batería, respectivamente) tenemos exclusivamente a Slaves and Masters (1990), toda una rareza popera y radio friendly no tanto porque hablamos de Deep Purple sino debido al hecho de que el disco le debe mucho más al glam metal cuadrado de la segunda mitad de los 80, ya en camino hacia su rauda extinción, que al rock alternativo y el grunge, verdugos del anterior y en sí rubros en pleno ascenso en el mainstream de todo el planeta. Una imprevista segunda reunión de Mark II produce el álbum The Battle Rages On… (1993), vuelta nada sutil al sonido clásico más pesado de la banda para corregir la catarata de adorables desviaciones coyunturales de años previos en pos de llegar al público masivo de la época aunque siempre reteniendo la esencia pirotécnica de los ingleses. Aquel Mark VII (Gillan domina el micrófono, Steve Morse se hace cargo de la guitarra y el combo Lord/ Glover/ Paice permanece inalterable), luego de un Mark VI dedicado sólo a las giras (el único cambio fue la salida de Blackmore -ya de manera definitiva- y su breve sustitución entre 1993 y 1994 por Joe Satriani), nos regala Purpendicular (1996) y Abandon (1998), trabajos en los que nuevamente la profesionalidad todo terreno de músicos impecables se hace presente para ahora retomar muchos de los floreos imprevisibles del rock progresivo de la década del 70 y una potencia remozada que efectivamente regresa para quedarse/ asentarse una vez más en el corazón del grupo.

 

El Mark VIII (Don Airey reemplaza al histórico tecladista Lord y el resto del grupo continúa igual) confirma el renacimiento creativo de una banda que vuelve a sus vetas hardrockera y bluesera desde una naturalidad envidiable considerando el tiempo transcurrido desde aquellos inicios en los años 60 y el generoso volumen de transformaciones que tuvieron lugar hasta llegar a esta tardía y estupenda fase, la más prolífica después de Mark II y generadora de una andanada discográfica conformada por Bananas (2003), Rapture of the Deep (2005), Now What?! (2013), Infinite (2017), Whoosh! (2020) y la amena colección de covers Turning to Crime (2021). Ya llegado el momento de Mark IX (una vez más con una única modificación en la alineación, en este caso la partida de Morse y la entrada del guitarrista Simon McBride, quien había trabajado anteriormente con Gillan y las bandas metaleras/ hardrockeras Sweet Savage y Snakecharmer), descubrimos en =1 (2024), la flamante placa de los señores, una pequeña joya que sustituye la algarabía cerebral/ progresiva de las épicas con Morse por una efervescencia musical impensada de parte de semejantes veteranos del rock pesado y jazzero más noble, aquí derrochando imaginación y aprovechando con astucia la producción del legendario Bob Ezrin, gran diagramador de discos y artífice de un sonido orgánico y nítido marca registrada, además de haberse ganado el doble mote de socio fundamental reciente de Deep Purple, como lo demuestra su trabajo sin interrupción en Now What?!, Infinite, Whoosh! y Turning to Crime, y de gran colaborador de gente variopinta como por ejemplo Pink Floyd, Alice Cooper, Peter Gabriel, Jane’s Addiction, Kiss, Lou Reed, U2, Julian Lennon, Phish, Aerosmith, Rod Stewart y Nine Inch Nails, entre muchos otros.

 

Show Me no podría ser una mejor apertura, ubicándose al nivel de otros comienzos excelentes a lo Highway Star de Machine Head o Burn del álbum homónimo de 1974, porque el trabajo de guitarra de McBride es extraordinario y un Gillan con la friolera de 79 años de edad se dedica a cuasi rapear alrededor de lo que parece ser una discusión/ separación romántica con sucesivos pedidos de valentía, sinceridad y picardía erótica, aunque también dejando el asunto abierto a una lectura vinculada a un cortejo medio bizarro, con una historia previa fugaz entre unos amantes que definitivamente no se llevan muy bien que digamos. A Bit on the Side es otro temazo hardrockero en el que el cantante nos relata su encuentro con una prostituta llamada Charlene bajo la forma de un diálogo improvisado, excusa para esquivar toda condena moral, reflotar la histórica solidaridad para con los marginados de las canciones de la banda e incluso trazar una analogía entre la meretriz y los propios músicos o artistas en general, ya que ambos se mueven en reductos nocturnos, usan el maquillaje para su profesión, tienen que prescindir de toda timidez y en esencia se ganan la vida con las herramientas que les dieron, a la vez siempre persiguiendo un sueño que se escapa y juntando billete por billete para comer a diario.

 

Con estrofas de cadencia bluesera y un estribillo pesado, Sharp Shooter marca una nueva y estupenda amalgama entre los teclados de Airey y la guitarra de un McBride inspiradísimo que nos hace olvidar tanto a Morse como a Blackmore, ahora con versos hilarantes en los que Gillan utiliza la metáfora romántica de unas armas de fuego que generan una situación tácita de duelo a la mexicana o empate con destino de suicidio indirecto, amén de una falta de contexto que implica a veces disparar a ciegas y de las fanfarronadas promedio sobre su vasta experiencia en el amor y el carácter hipócrita de las mujeres, autovictimizándose cuando les conviene y en otras ocasiones mostrando los colmillos o utilizando su arsenal de seducción para embotar al varón. Portable Door nos regresa a uno de los latiguillos conceptuales favoritos de Deep Purple, ese planteo desesperado en el que el narrador/ protagonista de la canción está en plena huida -¿de la ley por un aparente robo que cometió, de la mafia que viene a cobrar su porcentaje, quizás de alguna venganza más íntima, de sí mismo en versión esquizofrénica e inventándose lo anterior?- y por ello ya nada le importa y todo atraviesa su mente sin dejar huella por la “puerta portátil” del título, una esponja psicológica cercana al colapso que no puede absorber mucho más. Old-Fangled Thing acelera el ritmo de =1 y de repente lo ralentiza con motivo del puente para unos floreos de rock progresivo de vieja escuela, todo mientras Gillan parece relatar un encuentro fortuito, nocturno y caluroso en un bar -empapado de alcohol, por supuesto- con McBride u otro equivalente/ socio en la composición para, de hecho, pulir una melodía inacabada, lo que desemboca en la alegría de la creatividad colaborativa, siempre sacándonos de la rutina a condición de tener el ingenio afilado, y desencadena comparaciones entre los nervios o ansiedad del cantante y la templanza o serenidad del guitarrista.

 

La infaltable balada según la acepción de Deep Purple, a mitad de camino entre el dejo bluesero y el ardor ultra melodramático del soul, llega con If I Were You, un episodio musical en el que aflora la vulnerabilidad de Gillan porque en esta ocasión es él quien da por terminada la relación ya que la contraparte femenina le metió los cuernos con otro macho y para colmo pretende una reconciliación, no obstante el protagonista no perdona, le recuerda aquello de la confianza recíproca y promete que pensará qué hacer cuando la sangre se enfríe, ya que “el amor y la traición no son los mejores amigos”. Pictures of You, una de las mejores y más intensas canciones de la placa, es una denuncia hardrockera celestial de la hipocresía y mitomanía del nuevo milenio y la tendencia de la alta burguesía, sus personeros políticos y los medios de comunicación a ofrecer una imagen inmaculada de ellos mismos sin un mínimo de autocrítica, situación ante la cual el narrador por un lado afirma que prefiere lo áspero antes que lo suave, sinónimo de inconformismo antes que marasmo lobotomizado apto para todo público, y por el otro lado se vuelca a sus propios ojos, léase su raciocinio, para dejar de masticar discursos prefabricados de la oligarquía parasitaria capitalista, la nueva derecha mundial, sus lobbistas de los mass media o simplemente un amigo, novia o conocido maquiavélico/ idiota que escupe sermones en secuencia que no se condicen con la realidad. I’m Saying Nothin’, otra canción suprema que se unifica con el track previo, nos regala una serie de solos magníficos de teclados y guitarra y nos propone al amigo Gillan reflexionando sobre el silencio bajo dos puntos de vista, primero como un remedio o solución ante el cotilleo y la estupidez verborrágica del Siglo XXI y segundo como un refugio de esa sabiduría construida y esos sentimientos acumulados a lo largo de la vida que deben defenderse desde la esfera privada, sobre todo porque el exterior ya no amerita semejantes tesoros por la torpeza, la imbecilidad y las evidentes malas intenciones/ manipulación a las que hacíamos referencia con anterioridad, esquema que en el fondo entristece al cantante porque el hecho de compartir debería ser el principio rector de una sociedad justa.

 

Con aires lejanos de Seventeen, tema espiritualmente similar del mítico Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols (1977), la obra maestra y único trabajo discográfico de Sex Pistols, Lazy Sod es tanto una oda a la independencia hedonista, aquí metamorfoseada en la resaca luego de una borrachera nocturna en medio de reproches de una señorita del montón, como una crítica rockera clásica hacia la productividad en tanto fetiche de una sociedad obsesionada con el conformismo, los embustes, el trabajo esclavo y una prolijidad desabrida que lleva una y otra vez al tedio y la alienación, frente a lo cual la resistencia pasiva pasa por mandar a la mierda las expectativas de todos a nuestro alrededor. Nuevamente con un desempeño fenomenal e interconectado de Airey y McBride, sin desmerecer lo hecho por Glover en bajo y el frenético Paice en batería, este último el único miembro de Deep Purple que estuvo presente en las nueve formaciones, Now You’re Talkin’ es un rock furioso y veloz que homologa a la música con una fiesta que deriva en una graciosa orgía, nuevo pretexto para que Gillan les pegue duro y parejo a los zombies moralistas/ neofascistas de hoy en día, “un montón de malditos idiotas girando sobre sus dedos, más tontos que el oso promedio”, y para celebrar cualquier actividad o recurso que agudice los sentidos y despierte al sujeto de su modorra capitalista/ consumista/ sumisa, desde el arte y el alcohol hasta el coito y la sociabilidad amistosa mundana.

 

No Money to Burn desparrama uno de los riffs más memorables de =1, verdadero tesoro en vías de extinción en el rock actual, y juega con una doble sátira en torno al conformismo, en esta oportunidad encarado desde el lumpenproletariado y la conciencia de que el horrendo trabajo del momento -o nuestro contexto sacro castrador- podría ser incluso peor, y la acumulación de riqueza, algo que el protagonista nunca verá porque, como afirma en el estribillo, no tiene ni una mísera moneda en sus bolsillos ya que lo poco que gana lo debe gastar para lo básico, en suma alimentos, un techo bajo el cual dormir y algo que lo haga olvidar sus tribulaciones, como las bebidas espirituosas o la compañía femenina. I’ll Catch You es una power ballad bien exagerada, como debe ser, que habilita otro solo heroico de guitarra de McBride y curiosamente gira alrededor no de una separación, gran fetiche de las canciones de corazón roto o de depresión a nivel general, sino de un distanciamiento por causas ignotas que no implican ruptura, por ello el personaje masculino central afirma que sigue soñando con ella a la espera de que el obstáculo amoroso en cuestión desaparezca, siempre con las maletas listas y las llaves en la ignición del automóvil para volar hacia el reencuentro con la mujer amada. La prodigiosa Bleeding Obvious, último track del disco y una mini epopeya sonora de influjo progresivo que incluye un puente que recuerda aquella psicodelia popera de los inicios con Evans en voz, toma la forma de unos consejos de parte de un veterano a un muchacho más joven -quizás efectivamente un tercero, quizás una versión de menor edad del propio protagonista- que se complica solo la vida, habla a los gritos, suele delirar bastante y desperdiciar el tiempo y no entiende que el aprendizaje funciona de manera armoniosa u holística, que hay que encontrar el propio camino y que “tendrás una larga espera, amigo mío, si dejas lo mejor para el final”.

 

Un álbum como =1, título que alude a esa perspectiva ideológica esencialista que recorre las letras de Gillan y termina de eclosionar en la composición de cierre y su idea de la unificación de la experiencia acumulada desde el vitalismo individual empardado a lo colectivo, va más allá de la simple condición de “regreso al ruedo” por parte de una banda veterana, por cierto con 56 años de recorrido musical, porque la placa que nos ocupa funciona como un milagro si pensamos que McBride acaba de ingresar al grupo y ya logra lucirse como si estuviese con los señores desde hace décadas, Airey sigue sin tener nada que envidiarle al tecladista histórico, aquel Lord que le legó su órgano Hammond cuando en 2002 optó por alejarse para consagrarse a su faceta orquestal, y Gillan, por su parte, mantiene una voz inmaculada que le permite tanto el canto aguerrido y picarón estándar como la dulzura pop o los estallidos chillones más metaleros, sin olvidarnos de la energía demostrada en cada una de las canciones por Glover y Paice, con 78 y 76 años a cuestas respectivamente, algo que resulta mucho más sorprendente en este último caso por el instrumento de turno, la batería, y sus exigencias físicas para nada sutiles. La efervescencia arrolladora de estos gigantes del rock pocas veces fue tan placentera y adictiva como en =1, mérito absoluto de los británicos y del canadiense Ezrin, cuya producción naturalista y para nada intrusiva ni embellecedora nos devuelve la explosión inconformista de otras épocas aunque sin jamás cerrar los ojos ante la mugre contemporánea, de hecho más bien dándole pelea en todos los ámbitos a los payasos fascistas, mojigatos intercambiables y lobotomizados patéticos varios del Siglo XXI, una etapa que pide a gritos bandas con la fortaleza y la rebeldía cultural de Deep Purple.

 

=1, de Deep Purple (2024)

Tracks:

  1. Show Me
  2. A Bit on the Side
  3. Sharp Shooter
  4. Portable Door
  5. Old-Fangled Thing
  6. If I Were You
  7. Pictures of You
  8. I’m Saying Nothin’
  9. Lazy Sod
  10. Now You’re Talkin’
  11. No Money to Burn
  12. I’ll Catch You
  13. Bleeding Obvious