Cobra

La enfermedad y la cura

Por Emiliano Fernández

En ocasión de Drive (2011) Nicolas Winding Refn aclaró varias veces que a él mucho no le interesaban las películas de persecuciones automovilísticas y que en esencia lo que quería era realizar su versión de Cobra (1986), una reinterpretación tácita a escala comparativa que calza perfecta con lo que es en sí el film protagonizado por Sylvester Stallone, quien además escribió el guión y controló mayormente la dirección a través del testaferro George P. Cosmatos, un hombre de su confianza con quien venía de trabajar en Rambo II (Rambo: First Blood Part II, 1985), sin duda una de las mejores secuelas del cine de acción de la década del 80: la propuesta que nos ocupa constituye en simultáneo una de las experiencias más hipnóticas, estilizadas, violentas y ridículas del Hollywood del período y una de las obras más interesantes del cine de derecha vinculado al reaganismo, la “tolerancia cero” contra el crimen y sobre todo el gatillo fácil en tanto “solución” a los problemas éticos que enfrentan las fuerzas de represión en lo que atañe a situaciones potencialmente arriesgadas, aquí optando en la praxis por salvaguardar la integridad física de los agentes a expensas de los ciudadanos comunes, considerados en suma unos tarados -sin verdadera disciplina ni conciencia colectiva- por los que no vale la pena morir. Esta contradicción entre el supuesto objetivo de base de la policía, eso de servir al público, y los métodos abusivos que prefiere utilizar en los patrullajes y las refriegas de turno se resuelve a nivel narrativo mediante la clásica metáfora de la guerra entre dos bandos hipotéticamente “iguales”, ahora con el adalid del amigo Sly haciendo las veces de un ejército de un solo hombre -representante del enclave institucional más conservador, por supuesto- que se enfrenta a una especie de secta de lunáticos de extrema derecha -valga la paradoja…- que pretenden imponer un orden basado en el darwinismo social, léase la supremacía de los más aptos/ fuertes para que surja un “Nuevo Mundo” en el que los débiles desaparezcan cual estorbos destinados a la muerte.

 

El guión es una vampirización literal de la fórmula del “testigo en peligro” y fue craneado a partir de diversas nociones que Stallone propuso a Paramount Pictures para Un Detective Suelto en Hollywood (Beverly Hills Cop, 1984) y que fueron rechazadas por el estudio alegando que la eliminación del tono de comedia y la acentuación del pulso símil policial hiperquinético elevaría el presupuesto, lo que llevó al señor a abandonar el proyecto y a tomar algún que otro elemento de la mediocre novela Fair Game (1974), de Paula Gosling, con vistas a construir una historia original más acorde con la sensibilidad ideológica del autor y su personalidad en pantalla (el libro tendría otra adaptación hollywoodense de la mano del desastroso opus homónimo de 1995 protagonizado por William Baldwin y Cindy Crawford). Definitivamente lo que hace a Cobra un exponente de lo más curioso dentro del mainstream de la época es su mezcla de géneros, basta con pensar que la película combina un ambiente urbano putrefacto digno del film noir, una serie de duelos adustos o balaceras rimbombantes que nos acercan al western clásico, un simplismo retórico que se condice con el cine de acción de aquella etapa y hasta una retahíla de asesinatos de lo más crueles y caprichosos tendientes a traer a la memoria los engranajes del terror en general y del giallo/ slasher en particular; amén de la presencia de un Andrew Robinson que supo interpretar al horrendo asesino en serie de Harry, el Sucio (Dirty Harry, 1971) y hoy pasa a componer a la opción garantista/ “de izquierda” dentro del Departamento de Policía de Los Ángeles, detalle muy atendible porque Sly parece citar a la obra maestra de Don Siegel como un faro cinematográfico que ilumina a conciencia la causa de la brutalidad de las fuerzas de la ley en las calles, así como el cameo de David Rasche se anticipa a lo que sería el nacimiento meses después de Martillo Hammer (Sledge Hammer!, 1986–1988), la parodia definitiva de este modelo de vigilante ortodoxo y bien artesanal adepto a respetar sólo sus propias reglas.

 

Aquí el protagonista es el Teniente Marion Cobretti (Stallone), un oficial de pocas palabras que es llamado Cobra por sus superiores y que pertenece al Escuadrón Zombie, el “último recurso” de la policía cuando guiarse por los procedimientos y protocolos resulta en un punto muerto: siempre manejando su Ford Mercury coupé gris 1951, calzado en sus jeans, con camisas y sacos negros, anteojos oscuros espejados, guantes y un palillo de dientes en la boca, el hombre no teme utilizar navajas o su pistola Colt M1911 calibre 45 -con un dibujo de una cobra en el mango, por supuesto- contra la lacra social que pone en peligro a inocentes, justo como ese chiflado (Marco Rodríguez) que en los minutos iniciales mata a un muchacho, toma rehenes en un supermercado y “obliga” al señor a aclararle que él es la enfermedad y Cobretti la cura, por ello mismo recibe la justicia de las hojas afiladas y las balas. El victimario reconvertido en víctima pertenecía al culto radical del Nuevo Mundo, una organización que ya lleva 16 asesinatos en Los Ángeles y que se ve amenazada cuando su líder, un carnicero fanático de los cuchillos tuneados conocido como el Destazador Nocturno (Brian Thompson), es visto momentos después de un homicidio por una bella chica que pasaba con su auto, la modelo Ingrid Knudsen (Brigitte Nielsen), lo que motiva a la aparente novia del mandamás de los fascistas, la también oficial de policía Nancy Stalk (Lee Garlington), a que consiga los datos de la mujer a partir de la matrícula de su coche. Acompañado por su compañero de siempre, el Sargento Tony Gonzáles (Reni Santoni), y en completa enemistad con un colega que critica sus despiadados métodos de trabajo, el Detective Monte (Robinson), Cobretti deberá enfrentarse no sólo a los múltiples intentos de asesinato contra Knudsen, con quien entabla una relación romántica, sino también a la necedad de sus superiores y su negativa a aceptar la hipótesis del protagonista de que están ante un grupo coordinado de psicópatas y no frente a un atacante solitario como creen ellos.

 

La película va más allá del sustrato al que la quieren reducir muchos bobos retromaníacos del presente, a ser un exponente 100% puro del cine hollywoodense de los 80 (hablamos de la representación extasiada de la violencia, las tomas ampulosas de personajes cual mitos griegos, los montajes paralelos basados en la antítesis entre la mugre urbana y la elegancia kitsch del mundo de la moda, la sencillez suprema del “no desarrollo” narrativo, una banda sonora con canciones de un rock popeado tracción a eco y sintetizadores, la recurrencia a one liners hiper derechosas y/ o hilarantes, etc.), ya que el tándem conformado por Stallone y Cosmatos -se podría agregar a los productores semi trash Menahem Golan y Yoram Globus de The Cannon Group, con los que Sly reincidiría en la inferior Halcón (Over the Top, 1987), dirigida por Golan sobre otra trama de Stallone- logra articular un film muy bien realizado en el que se destacan el look de Cobretti, a la vez exagerado y minimalista, la factura técnica en general, con una fotografía de colores extremos y sombras terroríficas, y finalmente determinadas secuencias en concreto (además del duelo a lo Lejano Oeste de la apertura, también sobresalen la escena en el hospital, digna de un slasher de la época, la persecución por las calles de Los Ángeles y su colección de desvaríos hiperbólicos, y en especial la masacre del desenlace, cuando Cobretti, Gonzáles y la infiltrada Stalk salen de la metrópoli con la testigo y optan por parar en un hotelucho de un pueblito, San Remos, eje de la arremetida pirómana de los motociclistas del Nuevo Mundo y de la estrategia del adalid en cuanto a la defensa, léase matar a todos los responsables en una mega secuencia que arranca con las ametralladoras y las granadas para las rutas y los campos y sigue con detalles mucho más atroces cuando -con Gonzáles ya herido- Ingrid y Marion van a parar a una fábrica, donde dominan la incineración, las armas blancas, las cadenas y el detalle de colgar al Destazador Nocturno de un gancho como si fuera una res que necesita ser asada).

 

Como si se tratase de un elogio imperfecto y delirante del trabajador mundano de derecha que se siente acorralado por los sultanes de la corrección política y palurdos semejantes, la clave para entender al film se reduce a la belleza de la caricatura sin más bandera que la visceralidad, el sinceramiento ideológico y un trasfondo bien a lo bestia vinculado con una concepción de la justicia en la que predomina una suerte de anarquismo prosaico cotidiano por sobre el armazón de los Estados modernos y su hipocresía itinerante sin fin, planteo que podría decirse constituye una “posición negociada” para el propio Stallone porque él nunca fue un enemigo declarado del Estado ni mucho menos y aquí simplemente opta por ese conservadurismo cool paradigmático del Hollywood de los 80 y 90, bastante alejado del nihilismo de la citada Harry, el Sucio y de la catarata de duplicados que inspiró la también maravillosa El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), una propuesta casi inocente si la comparamos con el republicanismo naif militante de Cobra. Más allá del problemilla conceptual de base de que el maquiavelismo nunca le rindió sus frutos en la praxis a las distintas administraciones norteamericanas a lo largo de toda la historia del país, con cada gobierno abogando por extremar los castigos, torturas y asesinatos en masa entre los considerados “enemigos” internos o externos, en esencia unos peleles que sirven de excusa para mantener en funcionamiento la gigantesca industria bélica yanqui, no cabe la menor duda de que el amor y la adicción que despertó -y despierta- la película entre sus legiones de fans tiene mucho más que ver con la inmaculada presencia escénica y el carisma de Sly, el porte y la hermosura de su por entonces esposa Nielsen y la cara de demente de un Thompson que anteriormente había participado en Terminator (The Terminator, 1984). Cosmatos, aquel sutil profesional de Masacre en Roma (Rappresaglia, 1973), Pánico en el Puente (The Cassandra Crossing, 1976), De Origen Desconocido (Of Unknown Origin, 1983) y Tombstone (1993), se lleva perfecto con un Sly atravesando el pico de su carrera y con el máximo poder a cuestas, quien -aconsejado por el estudio de turno, Warner Bros.- bajó el corte inicial de dos horas a los 87 minutos del metraje final, eliminando algo de gore y escenas varias de secundarios. La dialéctica simplista de la enfermedad y la cura funciona en consonancia con un glorioso machismo en el que la autoafirmación masculina idílica en espejo no es más que la contracara de la soledad del inadaptado ideológico que debe forjar su destino por fuera de los patrones establecidos, aquí desde ya con ese horizonte personal mucho más volcado a reventar al peligroso prójimo que a ayudarlo en el sentido que sea…

 

Cobra (Estados Unidos/ Israel, 1986)

Dirección: George P. Cosmatos. Guión: Sylvester Stallone. Elenco: Sylvester Stallone, Brigitte Nielsen, Reni Santoni, Andrew Robinson, Brian Thompson, Lee Garlington, John Herzfeld, Art LaFleur, Marco Rodríguez, David Rasche. Producción: Menahem Golan y Yoram Globus. Duración: 87 minutos.

Puntaje: 9