Mucho se esperaba de La Máquina (The Smashing Machine, 2025), el debut en solitario de Benny Safdie, cineasta estadounidense conocido por dirigir y escribir junto a su hermano mayor, Josh, dos películas maravillosas, Good Time: Viviendo al Límite (Good Time, 2017) y Diamantes en Bruto (Uncut Gems, 2019), y tres obras interesantes, el documental Lenny Cooke (2013) y las propuestas ficcionales Daddy Longlegs (2009) y Heaven Knows What (2014), no obstante el producto resultante, una biopic acerca de uno de los pioneros en el ecosistema norteamericano de las artes marciales mixtas, Mark Kerr, no pasa de lo apenas correcto por una duración inflada, un desarrollo narrativo escuálido y previsible -dentro del enclave deportivo, siempre saturado de semblanzas indistintas de autosuperación- y una redundancia sorprendente con respecto al documental que inspiró el convite, La Máquina Destructora: La Vida y los Tiempos del Luchador Extremo Mark Kerr (The Smashing Machine: The Life and Times of Extreme Fighter Mark Kerr, 2002), estupendo trabajo de John Hyams, hijo del recordado Peter Hyams, que es copiado de manera burda en cuanto a episodios, diálogos, detalles varios e incluso anécdotas del montón que subrayan la falta de imaginación de la odisea ficcional que nos ocupa y la correspondencia/ literalidad entre ambas películas, con el opus de Benny sufriendo enormemente en comparación no sólo por la desaparición de aquel “factor sorpresa” sino también por cierta incapacidad a la hora de reproducir la efervescencia de los combates reales, de una brutalidad y una velocidad muy difíciles de duplicar en pantalla, o siquiera justificar el proyecto en su conjunto, algo que se condice con el hecho de que Kerr, interpretado por un Dwayne Johnson casi irreconocible y en la búsqueda desesperada de galardones, fue un luchador con un derrotero profesional no particularmente memorable -o bastante estándar dentro de su rubro- que le tocó moverse en los inicios del despegue en popularidad de las artes marciales mixtas en Estados Unidos, léase la década del 90 y los primeros años del Siglo XXI, cuando las reglas aún no estaban todas escritas y las contiendas eran mucho más ajetreadas y menos suculentas en términos monetarios que las de hoy en día, pensemos en la visibilidad de índole televisiva/ digital.
Como decíamos con anterioridad, el visceral y ultra honesto documental de Hyams marcó a fuego esta relectura de Kerr por parte de los también productores Safdie y Johnson, en este sentido conviene recordar que este último cuenta con una extensa trayectoria en la lucha libre profesional y ya había protagonizado tres películas en las que se propuso actuar en serio y no hacer de sí mismo en lo que atañe a ídolo trash del segmento bobalicón familiar/ infantil/ adolescente, hablamos de las lejanas y fallidas Las Horas Perdidas (Southland Tales, 2006), de Richard Kelly, y La Vida en Juego (Gridiron Gang, 2006), de Phil Joanou, y la más reciente y amena Luchando con mi Familia (Fighting with My Family, 2019), de Stephen Merchant. La acción se desarrolla entre los años 1997 y 2000 y sigue a Mark en los circuitos internacionales de las artes marciales mixtas del período, en esencia saltando entre Brasil, yanquilandia y Japón y combinando su relación romántica con Dawn Staples (Emily Blunt), una alcohólica en recuperación un tanto mucho controladora, la amistad que lo une con Mark Coleman (Ryan Bader), en ocasiones su rival arriba del cuadrilátero pero siempre su mentor debajo, y la ayuda que recibe de un combatiente veterano que se transforma en su entrenador, Bas Rutten (el propio Rutten, de amplia experiencia actoral entre cine, TV y videojuegos), el cual deduce el vínculo tóxico del protagonista con la estresante Staples al punto de que la mujer suele sabotear las rutinas o la concentración alrededor de los torneos, sin olvidarnos de su adicción a los analgésicos intravenosos y la utilización recurrente de un estilo de combate que patentó Coleman, “ground and pound” o “en el piso y a los golpes”, literalmente la estrategia de derribar al oponente, colocarse en una posición dominante de agarre y golpearlo con puños y codos hasta que se rinde o es noqueado. En una pelea en Japón es derrotado gracias a este mismo estilo aunque ahora tracción a dolorosos rodillazos en la cabeza, lo que motiva una protesta de Kerr ante las autoridades y eventualmente lo conduce a una sobredosis en Estados Unidos por un cuadro de depresión, todo entre idas y vueltas con su novia, que para colmo intenta suicidarse, y un renacimiento posterior a una desintoxicación que lo lleva a competir de nuevo en Japón, donde Coleman sale triunfador.
La propuesta adopta una óptica minimalista, a mitad de camino entre el documentalismo y el Nuevo Hollywood de los 70, que se desentiende de la ansiedad narrativa del mainstream contemporáneo y del público necio que ha criado con el devenir de tanto entretenimiento basura, pero asimismo cae en una morosidad retórica que alarga innecesariamente algunas secuencias y no entrega verdaderas novedades en relación a lo ya visto en La Máquina Destructora: La Vida y los Tiempos del Luchador Extremo Mark Kerr. Johnson y Blunt están bastante bien debajo del generoso maquillaje porque esquivan los lugares comunes del encasillamiento modelo Hollywood, él mucho más humilde que de costumbre y ella componiendo a un bimbo descerebrado -símil groupie ascendida a pareja oficial- de los mundillos interconectados del deporte y el espectáculo masivo, sin embargo el fantasma de El Luchador (The Wrestler, 2008), la joya de Darren Aronofsky, recorre constantemente el metraje de La Máquina como influencia fundamental, también tirándola hacia abajo porque The Rock puede esforzarse mucho, hoy más que nunca pretendiendo ser competitivo en la temporada de premios, aunque nunca será Mickey Rourke o alcanzará las cúspides de su colega en lo que atañe a una automitologización trágica y ciclópea, y sin duda lo mismo puede decirse en cuanto al peso de El Ganador (The Fighter, 2010), de David O. Russell, sombra que abarca la dinámica fraternal con Coleman pero en menor medida que el influjo del opus de Aronofsky. Las tomas secuencias, con algunos cortes desde otros ángulos, sostienen la mayoría de los instantes más agitados o emotivos y la película en su conjunto explora la fragilidad de estos gigantes en materia psicológica y física, cómo pueden pasar de la cima a la catástrofe en un santiamén, por ello aquí el miedo y la ansiedad toman el control de Mark y se transforman en adicción, derrotas y problemas de pareja con Dawn, lo que a su vez retroalimenta el ciclo de frustraciones. El tono general va del melodrama a la fábula deportiva de redención, el retrato de la drogodependencia y los momentos etéreos, sostenidos también por el soundtrack acorde de Nala Sinephro, una compositora belga que apela al lirismo sutil y concienzudo típico de las epopeyas indie de los hermanos Safdie.
Desde el vamos queda claro que la utilización de Don’t Be Cruel (1974), cover de Elvis Presley en la voz de Billy Swan, para el momento de la rehabilitación de las drogas, y de My Way (1977), todo un clásico francés cantado por el mismo Presley, para el montaje de entrenamiento a lo Rocky (1976), de John G. Avildsen, pero en esta ocasión bajo la tutela de Rutten, enfatiza el problema de fondo que la película jamás resuelve por más buenas intenciones que tenga, eso de que Kerr resulta demasiado anodino para despertar verdadero interés porque su carrera es intercambiable con la de cualquier otro púgil del circuito de batallas de su esperpéntico rubro o del boxeo, este último un esquema narrativo/ deportivo del cual el film extrae todos y cada uno de sus planteos ya que en el séptimo arte existe una infinidad de alegorías semejantes. El director y Johnson saben aprovechar la sencillez, la paciencia y la cortesía de Mark, quien dice presente en el epílogo a modo de cameo, desde una configuración gestual muy medida que se equipara a la química con Blunt, compañera de The Rock en Jungle Cruise (2021), de Jaume Collet-Serra, y de Safdie en su faceta de actor en Oppenheimer (2023), opus de Christopher Nolan, a su vez aportando una presencia femenina disruptiva que nunca llega a molestar al espectador en un universo netamente masculino como el de las artes marciales mixtas porque la dimensión humanista de ambos personajes, él y ella, está basada en un egoísmo compartido que suele derivar en ninguneo, autoindulgencia, paranoia y berrinches banales por esto o aquello. Así como las batallas en el ring están empardadas en la trama a sus equivalentes del ámbito hogareño o privado, las artes marciales mixtas son retratadas como un deporte muy duro donde el acto de trabar en el piso para castigar sin piedad al adversario, como ocurre en “ground and pound”, es uno de los principales ardides del combate, sinónimo de victorias que en nombre del dinero y la gloria pueden llegar a costar la vida de repente. Japón parece fascinar al realizador porque a diferencia del público gritón y sediento de sangre de Estados Unidos, demuestra un poco más de mesura, integridad y auténtica pasión por el deporte, incluso podría aseverarse que la distancia cultural en sí le añade una pátina de surrealismo al convite, algo que va desde la insólita buena predisposición de los jerarcas del torneo y la misma existencia del kintsugi, técnica nipona para la reparación de recipientes y tazones que exhiben sus “cicatrices” con orgullo, hasta la inaccesibilidad del idioma para los occidentales y aquella interpretación con guitarra eléctrica y fuegos artificiales del himno nacional vernáculo, justo antes del comienzo de los matchs de la ya desaparecida Pride Fighting Championships (1997-2007). En última instancia La Máquina exuda dignidad artística, olvidable pero dignidad al fin, y pone de manifiesto que la disciplina que practica Kerr se ubica a mitad de camino entre el bello masoquismo del boxeo y toda la pantomima circense de esa lucha libre tradicional…
La Máquina (The Smashing Machine, Estados Unidos/ Japón/ Canadá, 2025)
Dirección y Guión: Benny Safdie. Elenco: Dwayne Johnson, Emily Blunt, Ryan Bader, Bas Rutten, Oleksandr Usyk, Lyndsey Gavin, Satoshi Ishii, James Moontasri, Yoko Hamamura, Stephen Quadros. Producción: Benny Safdie, Dwayne Johnson, Hiram García, David Koplan, Eli Bush y Dany García. Duración: 123 minutos.