Mohandas Karamchand Gandhi alias Mahatma Gandhi (1869-1948) fue una figura política, social, religiosa y cultural muy importante en el lento discurrir de la independencia de la India entre mediados del Siglo XIX y mediados de la centuria siguiente, cuando la Segunda Guerra Mundial aportó el golpe de gracia para comenzar a derribar el Imperio Británico de manera definitiva. En Gandhi, como en tantos otros líderes de todo el globo, confluyen dos facetas que se exacerban según quién pronuncie la apología o la condena de turno, así por un lado tenemos al profeta que abogaba por la resistencia civil no violenta, la convivencia devota autóctona y la integración a la sociedad de las castas más bajas del férreo sistema de estratificación comunal del hinduismo, una militancia que siempre se combinó con la lucha en pos de la no discriminación de los hindúes a instancias del gobierno colonial y con una multitud de pequeñas provocaciones pacíficas que buscaban el retiro del contingente inglés y la autonomía del país, y por el otro lado están los “detalles” escabrosos de su persona vinculados primero a su prédica fanática del martirio como mecanismo para desnudar las bajezas morales del oponente, segundo a su racismo muy documentado contra la población negra en Sudáfrica, tercero a su sustrato bastante dictatorial dentro de los límites de su ashram -monasterio o comunidad- y cuarto a las tendencias pederastas de gran parte de su devenir adulto -supuestamente transformado en monje célibe desde los 36 años en adelante- aprovechando la popularidad y veneración que despertó en el pueblo hindú su cruzada por la emancipación, algo que implicaba dormir habitualmente con mujeres y niñas desnudas y que solía maquillar en tanto “experimentos” relacionados con el brahmacharia, una doctrina del hinduismo en la que la abstinencia sexual es parte de un estilo de vida ascético y no precisamente una obsesión como lo fue en el caso de Gandhi, para colmo casado desde niño con Kasturba Makhanji, mujer con la que tuvo cuatro hijos y a la que llevó a la muerte por bronconeumonía al condicionarla a no recibir antibióticos por un pensamiento vegetariano/ naturista/ místico que negaba la medicina occidental y cualquier forma de maltrato animal.
Desde su expulsión de un tren en Sudáfrica en 1893 porque no quiso pasarse de primera a tercera clase, contratado por una compañía para desempeñarse como abogado, pasando por su famosa Marcha de la Sal de 1930 con el objetivo de boicotear el monopolio británico sobre el producto, crucial en la India para conservar los alimentos ante la inexistencia de heladeras, hasta sus sucesivas huelgas de hambre para disminuir el nivel de violencia contra la administración británica o entre los partidarios de las dos principales fes, precisamente el hinduismo y el Islam, todos los pivotes fundamentales de su vida son recreados en Gandhi (1982), biopic agridulce de Richard Attenborough que tuvo un largo período de gestación de 30 años debido a muchos problemas con el financiamiento, la muerte de las personas involucradas y las crisis políticas y económicas varias de la India. De manera retrospectiva se puede considerar al film, que ganó la friolera de ocho Oscars y estuvo nominado a once, como una de las películas centrales de su época aunque por razones poco felices o cuanto menos polémicas: la propuesta puso muy en primer plano el agotamiento de esa tendencia anglosajona a considerar las épicas gigantescas como prestigiosas o “premiables” ya que Gandhi en sí era un trabajo simplón que podía interpretarse como un hipotético producto de un David Lean de segunda mano, esquema que tiene que ver con la propensión histórica del mainstream a obviar los procesos sociales complejos para reducirlo todo a individuos que ofician de entidades aglutinadoras casi mágicas, por ello el opus de Attenborough, un actor inglés reconvertido en realizador, también se transformó en un claro ejemplo -para muchos el máximo exponente, de hecho- de ese cine de canonización camuflada de índole clasicista que resulta tan automático y lineal en sus planteos ideológicos como su opuesto exacto, léase el cine de humanización posmoderna a lo Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), joya de Martin Scorsese que desencadenaría el furor de las décadas posteriores para con las biopics que se la pasan combinando los torbellinos correspondientes a las vidas pública y privada del retratado de turno, lo que calza con el acervo del Hollywood woke del nuevo milenio.
Gandhi está interpretado por el querido Ben Kingsley, un actor de por entonces 39 años y de ascendencia paterna hindú que contaba con un enorme bagaje teatral y televisivo y con un único trabajo cinematográfico previo, el olvidable thriller de venganza El Miedo es la Clave (Fear Is the Key, 1972), de Michael Tuchner, un sutil genio cuya actuación -mitad mimetismo y mitad magnífica reconstrucción espiritual y doctrinaria- justifica la película y hasta compensa una narración rutinaria cortesía de un guión de muy pocas luces de John Briley, profesional norteamericano mediocre hoy por hoy además recordado por El Toque de Medusa (The Medusa Touch, 1978), de Jack Gold, Enigma (1982), de Jeannot Szwarc, Molokai (1999), de Paul Cox, Grito de Libertad (Cry Freedom, 1987), su otra colaboración con Attenborough, y aquella El Germen de las Bestias (Children of the Damned, 1964), secuela a cargo de Anton Leader de la mucho mejor El Pueblo de los Malditos (Village of the Damned, 1960), del alemán Wolf Rilla. Haciendo especial énfasis en sus tácticas de presión política y autovictimización favoritas, como el dejarse apalear por los despiadados esbirros coloniales, sus numerosas huelgas de hambre, las reclusiones carcelarias a la que fue sometido por cualquier excusa del montón y las demostraciones callejeras de fuerza vía convocatorias gigantescas símil la Marcha de la Sal, el film analiza la metamorfosis de Gandhi desde un rebelde conservador que pretende igualdad y no cuestiona al Imperio, la fase sudafricana, hacia un revolucionario moderado pero insistente que se saca de encima el tufillo burgués y recorre la nación para conocer el hambre y la miseria extrema de la India verdadera, panorama que por suerte incluye pasajes testimoniales hiper brutales a lo Gillo Pontecorvo, Costa-Gavras o Francesco Rosi como los de la Represión en la Refinería de Sal de Dharasana de 1930 y la Masacre de Amritsar de 1919, dos episodios en los que el Ejército Indio Británico arremetió contra el movimiento insurrecto de Gandhi, Jawaharlal Nehru (Roshan Seth), Vallabhbhai Patel (Saeed Jaffrey) y Muhammad Ali Jinnah (Alyque Padamsee), este último el representante por antonomasia de la minoría musulmana hindú.
Attenborough, que venía de la que quizás sea su mejor faena como director, Magia (Magic, 1978), aquí archiva momentáneamente su faceta musical, aquella de las tontuelas ¡Oh, Qué Guerra tan Bonita! (Oh! What a Lovely War, 1969) y A Chorus Line (1985), y se consagra a la gran obsesión de su carrera, léase las epopeyas biográficas, melodramáticas, bélicas y/ o de época propias del cine inflado de antaño, pensemos en la citada Grito de Libertad y en esa andanada de El Joven Winston (Young Winston, 1972), Un Puente Demasiado Lejos (A Bridge Too Far, 1977), Chaplin (1992), Tierra de Sombras (Shadowlands, 1993), De Amor y Guerra (In Love and War, 1996), Búho Gris (Grey Owl, 1999) y Cerrando el Círculo (Closing the Ring, 2007). Si bien, como decíamos con anterioridad, la odisea que nos ocupa peca de redundante y maniquea a la hora del desarrollo de personajes y para colmo arrastra todos los problemas de las “biografías oficiales”, hoy con la colaboración y el dinerillo del gobierno hindú al punto de que a la santificación/ simplificación del hombre real paradójico se suma cierta demonización de Jinnah por su estirpe aristocrática, violenta y orientada al separatismo islámico, a decir verdad la película no es mala e incluso se permite analizar las dos “espinas” de la vida y del legado de Gandhi, primero ese mensaje de paz que pronto desaparecería con la espiral de vehemencia política de la segunda mitad del Siglo XX y segundo su fracaso absoluto en materia de sostener la integridad territorial del Raj Británico en el período de la autonomía plena, así al final tuvo que acceder a la creación de Pakistán para evitar una guerra civil entre las dos religiones y luego un nacionalista hindú demente, Nathuram Godse, le disparó tres veces a quemarropa en el pecho con una pistola porque lo responsabilizaba de la división de la India. Attenborough por suerte evita el punto de vista del outsider bobo occidental, por ejemplo la semi amante Mirabehn (Geraldine James), la fotógrafa Margaret Bourke-White (Candice Bergen) o el periodista Vince Walker (Martin Sheen), y piensa con relativa eficacia tópicos como la existencia ascética, los disturbios a gran escala, el capitalismo imperialista y toda aquella segregación muy institucionalizada…
Gandhi (Reino Unido/ India/ Estados Unidos/ Sudáfrica, 1982)
Dirección: Richard Attenborough. Guión: John Briley. Elenco: Ben Kingsley, Roshan Seth, Saeed Jaffrey, Alyque Padamsee, Geraldine James, Martin Sheen, Candice Bergen, Rohini Hattangadi, Edward Fox, John Gielgud. Producción: Richard Attenborough. Duración: 191 minutos.