Fernando Di Leo, típico profesional de su tiempo que supo adaptarse a las necesidades de los géneros de moda en Europa, fue sin duda el artesano por antonomasia del poliziottesco, una acepción ultra violenta del policial negro en un contexto de cuasi guerra civil como lo fueron aquellos Años de Plomo en Italia (1968-1988), aunque por cierto empezó su curioso derrotero como un guionista especializado en spaghetti westerns, de hecho participando en las extraordinarias Por un Puñado de Dólares (Per un Pugno di Dollari, 1964) y Por unos Dólares más (Per qualche Dollaro in più, 1965), ambas de Sergio Leone, y Django (1966) y Navajo Joe (1966), las dos de Sergio Corbucci, y las amenas Tiempo de Masacre (Le Colt Cantarono la Morte e fu… Tempo di Massacro, 1966), de Lucio Fulci, y Más allá de la Ley (Al di là della Legge, 1968), de Giorgio Stegani, más trabajos variopintos para gente como Duccio Tessari, Franco Giraldi, Romolo Guerrieri, Florestano Vancini, Giorgio Ferroni, Maurizio Lucidi, Giuseppe Vari, Domenico Paolella, Giorgio Capitani, Paolo Bianchini y Enzo Dell’Aquila. Sus primeros coqueteos con el thriller llegaron de la mano de algunos films hoy completamente olvidados del director Mino Guerrini, Homicidio con Cita Previa (Omicidio per Appuntamento, 1967) y Gangsters ’70 (1968), y esa dupla de Mohamed Tazi y Nino Zanchin, El Gran Desafío (La Lunga Sfida, 1967), por ello luego de una serie de propuestas descartables ya en la silla del realizador, léase el drama bélico Rosas Rojas para el Führer (Rose Rosse per il Führer, 1968) y los melodramas picarescos Quema Muchacho, Quema (Brucia Ragazzo, Brucia, 1969) y Amarnos Mal (Amarsi Male, 1969), nos regala su prodigiosa Trilogía Milieu, compuesta por Milán Calibre 9 (Milano Calibro 9, 1972), La Mafia Ordena (La Mala Ordina, 1972) y El Jefe (Il Boss, 1973), propuestas que sellarían su compromiso con el naciente poliziottesco y demostrarían que la convicción italiana para el secuestro y las revanchas resulta mucho más rimbombante y frenética que sus homólogas estadounidense y francesa, en este caso representadas por el film noir yanqui y el polar de los galos, no obstante la heterogeneidad efervescente de la producción artística de Fernando supera por amplio margen a la de otros italianos que apenas si coquetearon con el género.
Los otros exponentes “puros” de Di Leo dentro del formato se dividen entre el muy buen nivel de El Policía Está Podrido (Il Poliziotto è Marcio, 1974), La Ciudad Conmocionada: Una Búsqueda Despiadada de los Secuestradores (La Città Sconvolta: Caccia Spietata ai Rapitori, 1975) y Diamantes Manchados con Sangre (Diamanti Sporchi di Sangue, 1977), reformulación de Milán Calibre 9, y lo pasable o semi fallido de Los Amos de la Ciudad (I Padroni della Città, 1976) y Los Amigos de Nick Hezard (Gli Amici di Nick Hezard, 1976), ésta una relectura exploitation de El Golpe (The Sting, 1973), de George Roy Hill, un lote que deja afuera a las fusiones con otros géneros como el drama de misterio, Los Chicos de la Masacre (I Ragazzi del Massacro, 1969), aquel giallo, La Bestia Mata a Sangre Fría (La Bestia Uccide a Sangue Freddo, 1971), el erotismo, La Seducción (La Seduzione, 1973) y Tener Veinte Años (Avere Vent’Anni, 1978), la comedia sexual, Armas Cargadas (Colpo in Canna, 1975), el thriller de invasión de hogar, Vacaciones para una Masacre (Vacanze per un Massacro, 1980), y el euro war/ macaroni combat, Raza Violenta (Razza Violenta, 1984) y Asesino contra Asesinos (Killer contro Killers, 1985), esta última un canto del cisne que recupera ingredientes de La Jungla de Asfalto (The Asphalt Jungle, 1950), de John Huston. Sin olvidarnos del hecho de que en este ecosistema híbrido únicamente se destacan Los Chicos de la Masacre, La Seducción y Tener Veinte Años, amén de algunos guiones para terceros ya correspondientes a su madurez y dentro del campo del poliziottesco más clásico, hablamos de las simpáticas Hombre se Nace, Policía se Muere (Uomini si Nasce, Poliziotti si Muore, 1976), faena de Ruggero Deodato, Libres, Armados, Peligrosos (Liberi Armati Pericolosi, 1976), de Romolo Guerrieri, y Viernes Sangriento (Blutiger Freitag, 1972), una coproducción con la República Federal de Alemania a cargo del austríaco Rolf Olsen, no cabe duda de que muchísimas de las obsesiones delictivas de Fernando en la gran pantalla estuvieron inspiradas en las novelas de Giorgio Scerbanenco, precisamente el instigador de las tramas de Libres, Armados, Peligrosos, Los Chicos de la Masacre, Milán Calibre 9 y La Mafia Ordena, el opus que nos ocupa y una de las joyas del cine de género de la época.
Aquí la historia principal está basada en el cuento homónimo de la antología Milán Calibre 9 (Milano Calibro 9, 1969), de Scerbanenco, y gira en torno al inefable Luca Canali (Mario Adorf), un proxeneta de poca monta que es utilizado como chivo expiatorio por un jerarca de la mafia milanesa, Don Vito Tressoldi (Adolfo Celi), quien robó un jugoso cargamento de heroína y culpó a Canali a ojos y oídos de su socio norteamericano del sindicato criminal de Nueva York, Corso (Cyril Cusack), el cual envía desde la Gran Manzana hacia Milán a dos sicarios para ejecutar al pobre Luca y hacer un circo al respecto símil castigo ejemplar, David Catania (Henry Silva) y Frank Webster (Woody Strode), inspiración explícita para Vincent Vega (John Travolta) y Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) de Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994), de Quentin Tarantino. A pesar de que sus allegados le sueltan la mano o hasta lo traicionan, como la prostituta Nana (Femi Benussi), el camarero Nicola (Gianni Macchia) y el mecánico Enrico Moroni (Franco Fabrizi), Canali logra esquiva la muerte en un aserradero, el taller de Moroni y una supuesta “casa segura” de Nicola a manos de los cruentos esbirros de un Tressoldi que a su vez se compromete a entregar el alcahuete al dúo de asesinos importados, los cuales se dedican a perder el tiempo en la ciudad con una suerte de asistente y guía turística, la linda Eva Lalli (Luciana Paluzzi). La martirización de Luca toca techo cuando Don Vito ordena atropellar a la ex esposa y la hija pequeña del personaje de Adorf para que salga de su escondite de inmediato, Lucia (Sylva Koscina) y Rita (Lara Wendel) respectivamente, por ello después de refugiarse en el hogar de una furcia hippona, Trini (Francesca Romana Coluzzi), opta por reventar a Tressoldi en su oficina y se enfrenta a Webster y Catania en un cementerio de coches. La realización recupera o anticipa fetiches del cine delictivo de Di Leo en sintonía con un hippismo que muta en nihilismo hedonista setentoso (la Milán prostibularia resulta más digna que la mafia y una policía ausente), unos Años de Plomo menos pirotécnicos que aquellos del film previo de la trilogía (la derecha y la izquierda desaparecen ante el maquiavelismo capitalista más rústico) y esa interconexión entre las mafias yanqui e italiana (posmodernidad transnacional despiadada de por medio).
Mientras que Milán Calibre 9 era una caper espiritual obsesionada con lo que ocurre luego del robo, nada más y nada menos que una mexicaneada o saqueo entre ladrones que ven su confianza traicionada, La Mafia Ordena, conocida como Nuestro Hombre en Milán y The Italian Connection, es un thriller de evasión y venganza que recupera una pizca del planteo previo y como buena parte del poliziottesco recuerda a Bullitt (1968), opus de Peter Yates, Harry, el Sucio (Dirty Harry, 1971), de Don Siegel, y Contacto en Francia (The French Connection, 1971), de William Friedkin, incluso fusionándose con las contemporáneas El Padrino (The Godfather, 1972), de Francis Ford Coppola, y La Fuga (The Getaway, 1972), de Sam Peckinpah, y las futuras Magnum 44 (Magnum Force, 1973), de Ted Post, y El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), de Michael Winner, más allá del hecho de que las dos primeras partes de la Trilogía Milieu poseen puntos en común como un criminal menor como protagonista, una violencia sin anestesia contra hombres y mujeres por igual, esas mentiras en tanto orden social extendido, un sospechoso obvio que efectivamente termina siendo el artífice de la carnicería -antes Ugo Piazza (Gastone Moschin), la figura central del relato, y hoy Don Vito- y un remate a toda pompa en donde la masacre más virulenta toma el control del film. Con un genial trabajo de Franco Villa en fotografía, Amedeo Giomini en edición y Armando Trovajoli en música incidental, La Mafia Ordena entrega tanto una catarata suprema de secuencias de acción, entre las que sobresale la caza de siete minutos post homicidio de Rita y Lucia detrás del verdugo (Giulio Baraghini), como un maravilloso desarrollo de personajes, éste apuntalado en el carisma de Adorf, uno de los muchos actores fetiche de Fernando, y en el mismo ardid retórico del asesinato de su familia ficcional símil Los Sobornados (The Big Heat, 1953), de Fritz Lang, y El Crack (1981), obra de José Luis Garci. Con su dosis habitual de crueldad, desnudos y zooms y primeros planos furiosos, Di Leo se hace un festín con el régimen público de las apariencias, así los sicarios extranjeros y locales parecen expertos pero resultan inútiles o títeres del poder y el protagonista arranca siendo un mentecato y termina encarando una guerra apabullante contra sus victimarios…
La Mafia Ordena (La Mala Ordina, Italia/ República Federal de Alemania, 1972)
Dirección: Fernando Di Leo. Guión: Fernando Di Leo, Ingo Hermes y Augusto Finocchi. Elenco: Mario Adorf, Henry Silva, Woody Strode, Adolfo Celi, Luciana Paluzzi, Franco Fabrizi, Femi Benussi, Gianni Macchia, Francesca Romana Coluzzi, Cyril Cusack. Producción: Armando Novelli. Duración: 100 minutos.