Mi Nombre es Nadie (Il Mio Nome è Nessuno)

La historia se escribe con público

Por Emiliano Fernández

El spaghetti western como género nació, de la mano de los primeros trabajos en el rubro de Sergio Leone y Sergio Corbucci de mediados de los 60, vinculado con la comedia porque se tomaba en solfa al western clásico estadounidense y toda esa pretendida seriedad que en muchas oportunidades resultaba involuntariamente graciosa por lo impostada, chauvinista, acartonada, mentirosa y racista para con indígenas y afroamericanos, rasgos de siempre de la producción hollywoodense más automatizada y de pocas luces, sin embargo existió una corriente histórica dentro de los westerns europeos especializada en términos concretos en volcar el asunto a nivel discursivo más hacia la comedia hecha y derecha que hacia el drama estándar del género producto de los choques armados y la multiplicidad de tragedias alrededor del período formativo de yanquilandia como nación, una rama que coincidió con el agotamiento comercial en la década del 70 del spaghetti como formato a exportar y que abarcó distintas facetas que incluyeron desde el slapstick conceptual camuflado de Roy Colt & Winchester Jack (1970), de Mario Bava, y el recordado díptico humorístico del propio Corbucci, aquel de la sátira revolucionaria de ¿Qué nos Importa la Revolución? (Che c’entriamo noi con la Rivoluzione?, 1972) y la autoparodia ultra mordaz de El Blanco, el Amarillo y el Negro (Il Bianco, il Giallo, il Nero, 1975), hasta la infaltable reinterpretación norteamericana vía el desquicio anarquista de Locura en el Oeste (Blazing Saddles, 1974), del gran Mel Brooks, y la Trilogía de Trinity de Enzo Barboni acerca de la picardía de los buscavidas y la comedia física algo tontuela llevada al extremo, esa de Me Llaman Trinity (Lo Chiamavano Trinità, 1970), Le Siguen Llamando Trinity (Continuavano a Chiamarlo Trinità, 1971) e Y Ahora me Llaman el Magnífico (E poi lo Chiamarono il Magnifico, 1972), esta última protagonizada únicamente por Mario Girotti alias Terence Hill y las dos primeras y más recordadas por el inefable y muy exitoso dúo de Hill y Carlo Pedersoli alias Bud Spencer, ese que venía trabajando en conjunto desde el estreno de Que el Diablo te Perdone (Dio Perdona… Io no!, 1967), de Giuseppe Colizzi, aunque recién explotaría en materia de popularidad gracias a las colaboraciones de ambos con Barboni, sin duda un artesano de la época que se pasó toda su trayectoria combinando a la pantomima con otros géneros variopintos como por ejemplo el policial negro, la acción, el cine de aventuras, su homólogo bélico, la fantasía, las epopeyas de gangsters y el drama tradicional, formando con la dupla de cómicos una sociedad en muchas odiseas a lo largo y ancho de las décadas.

 

Ahora bien, el que siempre había coqueteado con la comedia dentro de los directores ya de por sí legendarios del spaghetti western era Leone, basta con pensar en aquel tono picaresco en general de la Trilogía del Dólar o del Hombre sin Nombre, esa protagonizada por Clint Eastwood y conformada por Por un Puñado de Dólares (Per un Pugno di Dollari, 1964), Por unos Dólares más (Per qualche Dollaro in più, 1965) y El Bueno, el Malo y el Feo (Il Buono, il Brutto, il Cattivo, 1966), esta última además contaba con un personaje farsesco, el querido Tuco de Eli Wallach, que a posteriori mutaría en criaturas equivalentes en los dos trabajos siguientes del señor dentro del esquema artístico del spaghetti, hablamos de Érase una vez en el Oeste (C’era una volta il West, 1968), joya donde nos topamos con Manuel “Cheyenne” Gutiérrez (Jason Robards), y Los Héroes de Mesa Verde (Giù la Testa, 1971), ocasión en la que brilló Juan Miranda (Rod Steiger), todos personajes que no funcionaron como el típico comic relief símil payaso olvidable de Hollywood ya que poseían entidad propia y en gran medida aportaban el corazón de las diferentes propuestas fílmicas, léase ese núcleo humanista, contradictorio y grotesco de izquierda que siempre caracterizó al acervo de Leone, el cual luego derivaría en ese tono apesadumbrado de Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984) que ya había sido anticipado en la segunda mitad de Los Héroes de Mesa Verde, ambas conformando una sublime trilogía, junto con Érase una vez en el Oeste, en torno a la construcción de Estados Unidos a partir de tres hechos/ procesos históricos cruciales, el tendido de vías ferroviarias a través de prácticas mafiosas, el estallido de la Revolución Mexicana y finalmente la Ley Seca y la eclosión de los sindicatos criminales modernos durante la época de la prohibición alcohólica. A Sergio se le ocurrió una idea para aprovechar la celebridad de Hill por la Trilogía de Trinity pero sin volcar el asunto tan hacia la comedia desaforada típica del actor sino con la intención de balancear el relato entre la seriedad y el humor como había hecho en la Trilogía del Dólar, por ello le encomendó a Tonino Valerii, otro asiduo del spaghetti, que dirigiera la faena mientras Leone se encargaba de la producción, no obstante durante el rodaje en España, luego de filmar un tiempo también en Estados Unidos, desapareció de repente el vestuario del coprotagonista, Henry Fonda, circunstancia que llevó a Leone a hacerse cargo de una segunda unidad de filmación para no tener que abonar una multa para retener al actor más tiempo del pautado ya que se requirieron nueve días adicionales para reemplazar lo perdido.

 

La historia transcurre en 1899 y se centra en la disputa entre dos sociedades rebosantes de tensiones tanto internas como foráneas, por un lado la de Jack Beauregard (Fonda), un pistolero veterano que desea retirarse para vivir en paz en Europa, y Nadie (Hill), un joven vagabundo tan bueno como él con el revólver que idolatra a Jack desde pequeño por sus míticos duelos con facinerosos de toda clase, y por el otro lado la de Sullivan (Jean Martin), un empresario de fachada respetable y negocios bien turbios, y un colectivo delictivo muy poderoso conocido como la “Pandilla Salvaje” y liderado por otro personaje sin nombre explícito (Geoffrey Lewis), el cual le encargó a Sullivan que lavase mucho oro robado por la banda y para ello el susodicho le compró una mina que jamás dio ganancias a un trío de desesperados, un anciano bizarro bautizado Sucio (Antonio Palombi), un tal Red (Leo Gordon) y Nevada Kid, nada menos que el hermano de Beauregard. El trasfondo macro del conflicto entre ambas partes es muy sencillo pero en pantalla está trabajado desde el clásico misterio retórico escalonado de Leone, un meollo que comienza cuando Nevada y Red dejan afuera a Sucio -sin decirle nada del jugoso trato con la Pandilla Salvaje- para encarar con Sullivan la operación de lavado de oro en pos de hacerlo legal cual producto de la mina, no obstante Nevada pretende traicionar a sus socios y así Red lo mata para luego ser asesinado por sicarios al servicio de Sullivan, el cual a su vez, por temor a alguna represalia por haber matado a su hermano, se propone eliminar a Jack cuanto antes y para ello envía desde forajidos bobos como John, el Honesto (R.G. Armstrong) hasta una tremenda bomba, todas movidas que llaman la atención de Nadie, quien pretende que Beauregard le ponga un “broche de oro” a su carrera como pistolero enfrentándose a 150 hombres y luego muriendo en un duelo personal con el muchacho frente a un numeroso público que atestigüe la hazaña y de paso apuntale la fama de Nadie. Luego de robar un tren con el oro de los bandidos para forzar la batalla con la Pandilla Salvaje culpabilizando a su ídolo, quien por cierto se lleva algo del botín dorado y en última instancia se niega a matar a Sullivan porque su hermano y sus problemas le importan un comino, el personaje de Hill se queda viendo cómo Jack se enfrenta en soledad al ejército tácito de maleantes disparando con su rifle desde la distancia contra las alforjas llenas de dinamita de los jinetes, lo que eventualmente le permite escapar a bordo de la formación ferroviaria y falsificar su muerte en un pueblo con la complicidad del astuto Nadie, justo antes de subirse a una embarcación con destino a la ansiada Europa.

 

Dejando de lado la polémica eterna en torno a la dirección de la película y quién tuvo la voz cantante, si Leone o Valerii, éste un director que coqueteó con todos los géneros en boga en Italia en su momento, como el melodrama sexual, el giallo, el poliziottesco y ese thriller de acción bastante ridículo, para terminar destacándose en el spaghetti western como asistente de Sergio en las dos primeras partes de la Trilogía del Dólar y a posteriori como realizador -ya por cuenta propia- en las muy disfrutables Días de Ira (I Giorni dell’Ira, 1967), con Lee Van Cleef y Giuliano Gemma, Ringo y el Precio del Poder (Il Prezzo del Potere, 1969), protagonizada por Gemma y Fernando Rey, y Una Razón para Vivir, otra para Morir (Una Ragione per Vivere e una per Morire, 1972), con Spencer, James Coburn y Telly Savalas, la verdad es que Sergio mantuvo una fortísima influencia sobre la película primero a través de dos de sus testaferros por antonomasia, el compositor Ennio Morricone y el coguionista Fulvio Morsella, quien aquí colabora con Ernesto Gastaldi y produce el film junto a Leone después de haber trabajado con el señor en Érase una vez en el Oeste y Los Héroes de Mesa Verde, prodigiosa sociedad que se extendería a la otra película de los 70 en la que el gran director italiano se encargaría de algunas escenas, Un Genio, dos Compadres y un Pollo (Un Genio, due Compari, un Pollo, 1975), de Damiano Damiani y asimismo con Hill, y segundo mediante las gabardinas omnipresentes de los pistoleros, marca autoral de siempre de Leone, y esa unidad adicional de rodaje a la que nos referíamos con anterioridad que le permitió controlar secuencias específicas que llevan su firma por todos lados, desde el sarcasmo y la paciencia del pulso hasta el detallismo y la picardía vitalista, nos referimos a ese comienzo perfecto que duplica el de Érase una vez en el Oeste vía el encuentro entre un personaje misterioso, antes Harmónica (Charles Bronson) y hoy un Fonda extraordinario que pasa de aquel villano, Frank, a nuestro antihéroe, Jack, y tres sicarios dispuestos a finiquitarlo, la excelente escena del festival popular cuando Nadie “acorta” con disparos las piernas con zancos de un enano tan amenazante como presuntuoso (Emil Feist), le come una manzana a una beba sin que la despistada de su madre sepa nada y hasta hace justicia lanzándole una torta con un pedazo de mesa al rostro del mandamás de una “atracción” que consiste en arrojarle sandía y huevos a dos pobres negros (Hubert Mittendorf), esa genial competencia subsiguiente en la cantina con los cuatro vasos de cerveza que el trotamundos debe beber -de mayor a menor- para después tirarlos y dispararles en el aire antes de que toquen el suelo, y la hilarante secuencia del baño público en la estación ferroviaria en la que Nadie mira fijo al maquinista (Franco Angrisano) para cohibirlo, hacerlo silbar y luego robarle el tren frente a un pelotón cuando finalmente puede orinar en paz, segundos después de que desapareciese su acosador. Morricone aporta maravillosas composiciones nuevas, en especial esa tonada que escuchamos en los créditos, y reutiliza con una meta autoparodica leitmotivs de El Bueno, el Malo y el Feo y Érase una vez en el Oeste, a lo que se suma un homenaje permanente a un Sam Peckinpah que aparece entre las tumbas de un cementerio y bajo el rótulo del clan criminal de Lewis, referencia directa a La Pandilla Salvaje (The Wild Bunch, 1969), sin embargo las alusiones metadiscursivas no terminan allí porque los duelos cíclicos entre Beauregard y el vagabundo funcionan como sátiras implícitas de aquellos de Eastwood de la Trilogía del Dólar y hasta se podría aseverar que la estupenda secuencia en la Casa de los Espejos, en la que Nadie se enfrenta a los malvados Ardilla (Neil Summers) y Scape (Antoine Saint-John), remite a su homóloga del remate de La Dama de Shanghái (The Lady from Shanghai, 1947), de Orson Welles, amén de las payasadas del histriónico y talentoso Hill a lo hipérbole de la Trilogía de Trinity en materia de los mamporros que le dedica a los villanos y/ o la humillación a la que los somete vía su velocidad caricaturesca sobrehumana con el revólver, siempre representada mediante imágenes aceleradas en la tradición del cine mudo. A nivel ideológico Mi Nombre es Nadie (Il Mio Nome è Nessuno, 1973), sin lugar a dudas el mejor western cómico de la historia del séptimo arte y uno de los más bellos por la esplendorosa fotografía de Armando Nannuzzi y Giuseppe Ruzzolini, dos titanes imbatibles del gremio, respeta a rajatabla la perspectiva histórica de Leone en lo que hace a una sociedad moderna putrefacta en la que la nueva oligarquía capitalista, esa representada por Sullivan y sus matufias con el hampa y esbirros asociados, se oculta bajo una fachada de respetabilidad social que implica corrupción, injustica e impunidad sin interrupciones a la vista, por ello la generación de los viejos pistoleros de Jack llega a su ocaso y lo que queda son ácratas aislados como Nadie que buscan mantener vivas la llama y la leyenda de la rebeldía mientras levantan unos morlacos para ellos mismos y de paso se mitifican en el trajín de sobrevivir como sea en una época nefasta en la que ser bueno con un par de pistolas o ser eje de la romantización comunal ya no basta para hacer frente a un nuevo tipo de violencia, esa institucional, cruel y organizada como nunca antes para que nadie cuestione su autoasignada “autoridad” en la pirámide plutocrática reconvertida en sentido común de los lobotomizados. Así como el monopolio de la fuerza pública por parte de los mafiosos intercambiables de la economía, la política y la cultura parece ahorcar el inconformismo y motivarlo al exilio o la soledad, la solución práctica llega por el lado de la solidaridad entre los marginados incluso a pesar de las sutiles rispideces y frustraciones de turno, recordemos que Beauregard se queja del seguimiento insistente de Nadie y de su idea bastante naif del combate suicida entre él y 150 hombres y el trotamundos, a su vez, se siente defraudado cuando Jack desiste de matar al empresario para vengar a su hermano, a sabiendas de que éste ya se había vendido y transformado en mercenario mucho tiempo antes de su asesinato a manos de Red, por ello también se recurre a la metáfora/ enseñanza que trae a colación la historia que le contaba el abuelo del personaje de Hill al joven, la de la vaca que entierra en mierda a un pajarito para mantenerlo caliente cuando cae del nido en una noche fría y después llega el coyote para limpiarlo y comérselo, algo explicitado en palabras del agradecido Beauregard al vagabundo en la carta del desenlace, “es la moraleja de los nuevos tiempos: no siempre el que te cubre de mierda trata de lastimarte y no todos los que te sacan de ella lo hacen para ayudarte, pero el punto es que cuando la mierda te llegue al cuello, mantén la boca cerrada”. En el fondo la sagacidad y ese anonimato de Nadie terminan siendo rasgos mucho más apreciados en el ecosistema de las mentiras y las intenciones subrepticias de la contemporaneidad, precisamente en este sentido se mueve el remate con el fallecimiento conceptual del “viejo zorro” en la piel de Fonda bajo el arma del muchacho errante, el cual comprende desde el vamos que la historia moderna se escribe con público testigo pasivo, que idolatra o condena desde la ignorancia o estupidez, mientras que el veterano no deja de manifestar su indiferencia ante los imbéciles del vulgo y la elite capitalista vencedora en las diversas luchas por la construcción de una identidad nacional…

 

Mi Nombre es Nadie (Il Mio Nome è Nessuno, Italia/ Francia/ República Federal de Alemania, 1973)

Dirección: Tonino Valerii y Sergio Leone. Guión: Sergio Leone, Fulvio Morsella y Ernesto Gastaldi. Elenco: Terence Hill, Henry Fonda, Jean Martin, Geoffrey Lewis, Antoine Saint-John, Neil Summers, R.G. Armstrong, Leo Gordon, Antonio Palombi, Franco Angrisano. Producción: Sergio Leone, Fulvio Morsella y Claudio Mancini. Duración: 116 minutos.

Puntaje: 10