Xala

La impotencia y el aire acondicionado

Por Emiliano Fernández

Del Senegal actual, ese que se independizó de Francia en 1960 después de un intento fallido de formar un país, la Federación de Mali (1959-1960), con la vecina República Sudanesa, esta última por cierto luego rebautizada como República de Mali, se suele decir que es una de las democracias más estables de África porque no sufrió las cruentas guerras civiles de muchos otros países cercanos ni tampoco aquellas crisis humanitarias de la región -hambre, enfermedades, etc.- o una sucesión de Golpes de Estado o procesos electorales marcados por la violencia política, bélica o tribal, sin embargo la nación por un lado arrastra diversos arcaísmos, como la poligamia masculina, la criminalización de la homosexualidad y la espantosa mutilación genital femenina, y por el otro lado su sistema político funciona como una mixtura de su equivalente de la esfera occidental, siempre marcado por la corrupción, el nepotismo y los herederos elegidos a dedo, y aquel ya paradigmático de África, con procesos electorales entre fraudulentos y sospechosos y una oposición siempre restringida, perseguida o suprimida por completo según la administración de turno, esas que además duran una eternidad y como testimonio de ello se pueden citar los dos primeros presidentes a posteriori de la independencia, Léopold Sédar Senghor (1960-1980) y Abdou Diouf (1981-2000), cada uno con la friolera de dos décadas en el cargo. Este curioso autoritarismo moderado, “moderado” para el surtido de masacres sin fin que la lacra europea dejó detrás luego de marcharse a mediados del Siglo XX y de saquear sin cesar al continente desde que se lo repartiese allá en la Conferencia de Berlín de 1884, está en gran medida sostenido en la subordinación a los intereses económicos de Francia ya que las empresas galas continúan ejerciendo una generosa influencia en todo el territorio, tanto en importación de productos manufacturados como exportación de materias primas y sobre todo maní/ cacahuete, y en sí acaparan las concesiones cruciales en lo que respecta al extraccionismo y la infraestructura.

 

Este paradójico estado de cosas de índole neocolonial se extiende hasta el Siglo XXI y por ello el idioma oficial de Senegal es el francés y el más hablado el wólof, además el grupo étnico mayoritario aunque no el único como lo demuestran los combates esporádicos desde la década del 80 en una región del sur de la nación, Casamanza, donde dominan los diola y efectivamente llevan adelante una guerra separatista de impronta leve aunque porfiada a través del Movimiento de las Fuerzas Democráticas de Casamanza (Mouvement des Forces Démocratiques de Casamance), el reglamentario brazo armado de la zona en conflicto. El esquema represivo leve del gobierno de Senghor, un supuesto socialista que jamás tuvo problema alguno a la hora de entregar los recursos del país a la mafia francesa, llevó al nacimiento de una mínima industria cinematográfica en la que brillaría Ousmane Sembène, el director y guionista más célebre y festejado en Occidente de lo que se suele llamar el África Subsahariana, término que abarca todas las poblaciones negras considerando que el norte del continente está habitado en su mayoría por árabes. Sembène, cuya carrera artística empieza en la literatura anticolonial y de a poco va mutando hacia la denuncia de la abulia, el servilismo y la mediocridad cleptocrática de los gobiernos post independencia, tuvo una formación de lo más colorida primero porque hablaba árabe, francés y wólof, algo que tiene que ver con el choque entre la religión tradicional/ más antigua, la serer, y la mayoritaria, el Islam, y segundo debido a la génesis de su ideología marxista después de haber pasado por el ejército galo en la Segunda Guerra Mundial, el proletariado automotriz, la militancia sindical y el movimiento anticolonial de impronta comunista. Ya convertido en un escritor reconocido puertas adentro y en el exterior, el senegalés salta al séptimo arte durante los años 60 mediante una seguidilla de películas que se extienden hasta las décadas posteriores y literalmente constituyen las primeras odiseas de importancia del país a escala discursiva.

 

Si bien, como decíamos antes, el desarrollo artístico e ideológico de su faceta literaria fue bastante lineal desde el yugo foráneo/ galo hacia los problemas domésticos típicos del Tercer Mundo, la pata cinematográfica de la carrera de Sembène no sigue nunca al cien por ciento este orden cronológico porque los opus se superponen, pensemos en el análisis del colonialismo y la sumisión a Francia de la legendaria La Negra (La Noire de…, 1966) más Emitaï (1971) y Masacre de Thiaroye (Camp de Thiaroye, 1988), el estudio alrededor de los prejuicios musulmanes y cristianos de Ceddo (1977) y Guelwaar (1992) y finalmente el embate contra el neocolonialismo, el régimen oligárquico vernáculo y el reduccionismo burdo entre modernidad y tradicionalismo folklórico de obras varias en sintonía con Borom Sarret (1963), Niaye (1964), Mandabi (1968), Tauw (1970), Xala (1975), Faat Kiné (2000) y Moolaadé (2004), colección de cortometrajes y largos que así como recibieron premios en festivales de primera línea también sufrieron la prohibición de los gobiernos de Senghor y Diouf y el escarnio adicional de algunos críticos occidentales que menospreciaron las películas o se sintieron atacados por ellas. Xala, una comedia satírica como Mandabi y con chispazos del costumbrismo que luego aparecería en el otro trabajo cómico del senegalés, Faat Kiné, es sin duda alguna su mejor parodia social y política porque aquí nos presenta a El Hadji Aboucader Beye (Thierno Leye), un payaso capitalista que tiene una empresa de importación y distribución de productos europeos y forma parte de una camarilla burguesa que controla la economía local y recibe sobornos de las elites galas para aceitar los lazos de sumisión neocolonial/ financiera/ comercial. El hombre, un polígamo acaudalado, se casa por tercera vez con una ninfa virgen pero en su noche de bodas no puede tener una erección y considera que la impotencia es parte de una maldición, la “xala” del título, cortesía de su primera esposa, Adja Assatu (Seune Samb), o quizás la segunda, Oumi (Younouss Seye).

 

La película recupera las oposiciones temáticas que recorren toda la carrera del realizador, especialmente la solidaridad entre menesterosos y la codicia egoísta de los ricos, la apatía presuntuosa masculina y la dignidad pícara y siempre marginal de las mujeres, el cónclave vendepatria autóctono -en complicidad con el capitalismo blanco extranjero- y la miseria extrema del pueblo raso negro, los sueños populares de democracia y la realidad corrupta del poder cotidiano, y la presencia del francés entre la elite dirigente y de ese wólof propio de los estratos sociales excluidos, amén de binomios más específicos de Xala en línea con la monogamia popular y la poligamia de los sectores privilegiados o el aire acondicionado y el agua mineral importada Evian para los ricos y sus coches de lujo y la represión y la pobreza para el resto de la sociedad. La sencilla trama, basada en la novela homónima de 1973 del propio Sembène, utiliza un único latiguillo narrativo, léase la decadencia y ruina del protagonista hasta ya ser expulsado de la Cámara de Comercio por librar cheques sin fondos y vender su cuota de 100 toneladas de arroz destinadas a la ayuda alimentaria para pagar a dos morabitos -líderes y hechiceros musulmanes- que prometen eliminar la graciosa maldición de impotencia, con el objetivo de asimismo pensar la necesidad de superar la mentalidad parasitaria/ explotadora occidental y apostar por el progreso del país retomando lo mejor de las culturas senegalesa y foránea, un planteo que acompaña a buena parte de la filmografía del realizador y que aquí se resume en la esperanza que despiertan las nuevas generaciones, sobre todo la hija de Beye, Rama (Myriam Niang), única persona que se rebela en serio contra el delirio de gastar una fortuna para casarse con otra hembra y criar otra familia en paralelo. Si bien se extiende más de lo debido, un inconveniente de muchas obras de Sembène empezando por la que nos ocupa, el film construye un prodigioso retrato del trasfondo feudal, lelo y manipulador de estas oligarquías patéticas del Tercer Mundo…

 

Xala (Senegal, 1975)

Dirección y Guión: Ousmane Sembène. Elenco: Thierno Leye, Myriam Niang, Seune Samb, Younouss Seye, Fatim Diagne, Mustapha Ture, Iliamane Sagna, Dieynaba Niang, Makhouredia Gueye, Farba Sarr. Producción: Paulin Vieyra. Duración: 124 minutos.

Puntaje: 8