Teléfono Negro 2 (Black Phone 2)

La impunidad confiere poder

Por Emiliano Fernández

Sinceramente Scott Derrickson en Teléfono Negro 2 (Black Phone 2, 2025), uno de los productos más decepcionantes de los últimos tiempos, corta la racha de calidad de aquel interesante film para Apple TV+, El Abismo Secreto (The Gorge, 2025), y la primera parte de la saga, El Teléfono Negro (The Black Phone, 2021), y regresa a la mediocridad de El Exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005) y Líbranos del Mal (Deliver Us from Evil, 2014), en simultáneo ubicándose muy lejos de su otra joyita, Sinister (2012), y por lo menos esquivando el subsuelo de lo realmente doloroso para el espectador modelo Hellraiser: Inferno (2000), El Día que la Tierra se Detuvo (The Day the Earth Stood Still, 2008) y Doctor Strange (2016), este último todo un bodrio para la usina de mamarrachos descerebrados de superhéroes de hoy en día, Marvel. Mientras que la historia del trabajo de cuatro años atrás estaba basada en el cuento homónimo de 2004 de Joseph Hillström King alias Joe Hill, vástago del inabarcable Stephen King, aquí Derrickson y su coguionista, C. Robert Cargill, socio suyo en la anterior más Sinister y Doctor Strange, crearon un relato enteramente original que gira alrededor de las versiones adolescentes de los hermanos de la primera entrega, Finney Blake (Mason Thames), un nigromante que se comunica con los muertos mediante los teléfonos desconectados, y Gwen Blake (Madeleine McGraw), una psíquica que experimenta sueños sobre hechos trágicos pasados, dúo nuevamente a cargo de Terrence (Jeremy Davies), ahora un ex alcohólico y un ex padre abusivo porque en gran medida se reconcilió con las habilidades sobrenaturales de sus hijos, las cuales a su vez heredaron de su esposa, Hope (Anna Lore), madre que supuestamente terminó suicidándose a causa de su atolladero mental. La estrafalaria trama se concentra en 1982, precisamente cuatro años después del presente narrativo previo, 1978, y vincula a la progenitora de los púberes con el villano de antaño, un psicópata que secuestró y asesinó a cinco niños en Denver, la capital del Estado de Colorado, El Raptor/ The Grabber (Ethan Hawke), a través de un campo cristiano estudiantil/ juvenil de las Montañas Rocosas del mismo Colorado, Alpine Lake, lugar que aparentemente compartieron en 1957 y que originó su gustito por matar a mocosos del montón, por cierto otro lote de tres que jamás fue encontrado y por ello Gwen sueña con las víctimas, desarrollando la imperiosa necesidad de viajar hasta el lugar en calidad de empleada para descubrir la verdad y dar paz a los nenes descuartizados.

 

Por supuesto que Finney no se queda atrás y acompaña a su hermana hasta el bastión ultra helado, ella en pleno proceso de conocer a un novio en potencia llamado Ernesto Arellano (Miguel Mora) en función del cariño de ambos hacia Duran Duran, así las cosas los tres adolescentes responden al supervisor de Alpine Lake, Armando Reyes (Demián Bichir), parte de las autoridades junto con el matrimonio de beatos de Kenneth (Graham Abbey) y Bárbara (Maev Beaty), y se la pasan recibiendo mensajes de los niños asesinados décadas atrás y del loquito -hoy también un fantasma zombificado- con anhelos de venganza por haber sido reventado a golpes por Finney, El Raptor, lunático que no quiere que descubran los cadáveres en cuestión e incluso se abre camino como el verdadero responsable de la muerte de Hope, de hecho asesinándola y escenificando su suicidio en Denver luego de que la mujer hallase a uno de los niños secuestrados en los años 70. Desde el vamos regresan ingredientes del primer eslabón como una secuencia inicial posmodernosa de créditos a lo David Fincher, unas estética y trama crudas/ sin mariconadas, ese motivo recurrente de la naturalización de la violencia en la sociedad estadounidense, algunos detalles cómicos al paso, el arsenal supraterreno o retro premonitorio y finalmente una especie de obsesión con quebrar el tabú mainstream en lo que atañe a las arremetidas furibundas contra los purretes, tanto de parte de los adultos como de otros niños, preadolescentes o directamente púberes. Para los segmentos oníricos y la perspectiva en general de Gwen, casi un reemplazo como protagonista excluyente del mismo Finney, antes se recurría al formato Súper-8 y ahora a una fotografía pastosa/ granulada más en sintonía con una de las películas favoritas de la criatura de Thames, La Masacre de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974), de Tobe Hooper, además diversos elementos del relato, en especial el aislamiento helado, el popurrí sobrenatural, la sombra ubicua de la locura y el fetiche de El Raptor para con un hacha, recuerdan fuertemente a El Resplandor (The Shining, 1980), la obra maestra inmaculada de Stanley Kubrick. Si bien está bastante bien el personaje de la santurrona inmunda, Bárbara, un ejemplo del oscurantismo castrador cristiano que parece de la Edad Media, la jugada de resucitar en el Más Allá a El Raptor y conectarlo con la madre fallecida de los hermanos Blake suena a desesperación por parte del mainstream para justificar una secuela superflua que no tendría que haber existido y que exuda una torpeza tendiente a aumentar y aumentar.

 

El realizador contrapone la ausencia de música en los instantes mundanos o tranquilos con un soundtrack in crescendo para las escenas tenebrosas o quizás más intensas, paradigma que evidentemente recuperó del Nuevo Hollywood y ese terror setentoso por antonomasia símil El Exorcista (The Exorcist, 1973), de William Friedkin, Carrie (1976), de Brian De Palma, y La Profecía (The Omen, 1976), de Richard Donner, entre muchas otras propuestas equivalentes, lo que de todos modos no debería hacernos olvidar que la banda sonora con sintetizadores de Atticus Derrickson, el hijo de Scott, parece querer reflotar otro estereotipo del ecosistema cinematográfico gélido, La Cosa (The Thing, 1982), de John Carpenter, de allí también se explica el motivo del grupito de personajes variopintos conviviendo a puras claustrofobia y paranoia, amén del hecho de que Pink Floyd, en el film de 2021 presente de la mano de On the Run, legendario instrumental de The Dark Side of the Moon (1973), en ocasión del tramo final del cautiverio de Finney, ahora regresa con Another Brick in the Wall, Part 1, pieza crucial del supremo The Wall (1979), durante la llegada de los chicos a Alpine Lake en medio de una nevada nocturna. Las preocupaciones de la infancia de la primera, como las palizas en el colegio, los paseos peligrosos por el barrio y los conflictos con los padres, dejan paso a circunstancias y berretines de la adolescencia, en línea con la música, el amor/ sexo, los dilemas identitarios y la tendencia a sobreactuar los primeros traumas de la vida y el incipiente devenir laboral. El contexto retórico, un campamento de invierno de impronta cristiana, parece una parodia del ecosistema narrativo estándar del slasher y sobre todo de uno de sus pilares más citados, Martes 13 (Friday the 13th, 1980), convite de Sean S. Cunningham que patentó una retahíla de estereotipos relacionados con un enclave vacacional de verano lleno de púberes bobos y cachondos que morían mientras intentaban flirtear, drogarse, beber alcohol y/ o tener sexo en la etapa previa a los años más castradores de yanquilandia desde la modernidad de mediados del Siglo XX, aquellos de Ronald Reagan que desencadenaron un auge del formato tanto por una exacerbación del conservadurismo de siempre de Estados Unidos como por una filosofía de gobierno volcada en simultáneo al egoísmo neoliberal y un punitivismo muy marcado que ponía el acento en la persecución del estrato que la derecha consideraba responsable de la rebeldía de los 60 y el hedonismo de los 70, la juventud, en los 80 homologada al pop y la falta de inhibiciones.

 

La película resulta muy despareja porque ofrece personajes bien construidos, ahora lidiando con el estrés postraumático después del martirio del confinamiento, pero por momentos se siente aburrida, debido a la decisión de privarnos del villano durante gran parte del metraje, y asimismo redundante con respecto al opus anterior, no logrando construir una historia atractiva que no parezca forzada, inepta o errática, una verdadera pena ya que El Teléfono Negro fue una obra estupenda que logró la proeza de amalgamar la dimensión visceral del desarrollo, el asesinato en serie, y la faceta fantástica/ mitológica, esa correspondiente a las habilidades de los hermanos, mérito que fue tanto de Derrickson como de Hill y su padre, el querido King, sin duda todo un especialista en unificar ambas vertientes y poner el acento en la primera, la cotidianeidad terrorífica. Teléfono Negro 2, para colmo, recupera durante su último acto la pirotecnia espectral de Poltergeist (1982), de Hooper, y mucho de las ideas de Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984), de Wes Craven, y esa fuente de inspiración Clase B nunca reconocida, El Asesino de la Isla (The Slayer, 1982), de J.S. Cardone, aunque sin la chispa creativa del pasado y extendiendo la duración sin necesidad con demasiadas secuencias y diálogos genéricos que llevan al tedio o la frustración. Es precisamente en las postrimerías de trazo grueso de la película cuando todo derrapa en situaciones autoexplicativas, melodrama barato, reciclaje del demente de la primera como un demonio perpetuo y toda esa algarabía trasnochada símil Freddy Krueger (Robert Englund) y su contraparte femenina, Nancy Thompson (Heather Langenkamp), surrealismo grotesco mediante. Se agradece el buen nivel de gore y algunas ridiculeces del desenlace, como el personaje de Hawke patinando campante con un hacha y sin la mitad de su máscara, al igual que la noción de fondo de que la impunidad confiere poder, por ello encontrar los cuerpos de las víctimas deja a El Raptor indefenso o desnudo, sin su careta de Belcebú todopoderoso con look de Lon Chaney y ese Doctor Caligari de Werner Krauss, sin embargo la experiencia se asemeja a un tren descarrilando en cámara lenta que encima por momentos, en función de todo este seleccionado de combatientes oníricos, recuerda a Pesadilla en lo Profundo de la Noche 3: Guerreros del Sueño (A Nightmare on Elm Street 3: Dream Warriors, 1987), film hoy olvidado de Chuck Russell que sin embargo constituye el mejor eslabón de la franquicia a posteriori de aquella gesta original de Craven de 1984…

 

Teléfono Negro 2 (Black Phone 2, Estados Unidos/ Canadá, 2025)

Dirección: Scott Derrickson. Guión: Scott Derrickson y C. Robert Cargill. Elenco: Ethan Hawke, Mason Thames, Madeleine McGraw, Jeremy Davies, Miguel Mora, Demián Bichir, Anna Lore, Maev Beaty, Graham Abbey, Arianna Rivas. Producción: Scott Derrickson, C. Robert Cargill y Jason Blum. Duración: 114 minutos.

Puntaje: 4