Un Golpe al Sistema (A Shock to the System)

La impunidad irónica

Por Emiliano Fernández

El surgimiento en la década del 80 del yuppie, versión farsesca, frívola, caníbal e hiper corporativa maquiavélica de aquel empleado sumiso y eterno correspondiente al Estado de Bienestar que dominó el panorama económico mundial desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 70, significó un cambio de paradigma en el mundo del trabajo que sigue arrastrando sus consecuencias hasta bien entrado el Siglo XXI, pensemos para el caso en la convivencia en nuestros días de los sueños deshechos de estabilidad laboral de antaño, una adopción acrítica de la cultura empresarial más salvaje, una pretensión de autonomía que siempre deriva en frustraciones y por supuesto la existencia/ presión permanente de un ejército de reserva de trabajo que cada día es más voluminoso, por ello desde los medios de comunicación, los partidos políticos tradicionales de la derecha y las redes sociales se propone la “alternativa” del emprendedurismo bobo y precarizado ante la falta de puestos dignos, en blanco o siquiera remunerados, en esencia un eufemismo por un “sálvese quien pueda” que se homologa a venderse a sí mismo cual producto sin mercado verdadero porque cada persona se pierde en esta catarata de bípedos desesperados e intercambiables. Hollywood desde el principio ofreció diversos retratos de los yuppies, desde el dramático de Wall Street (1987), de Oliver Stone, y El Precio de la Ambición (Glengarry Glen Ross, 1992), de James Foley, y el romántico fabuloso de Secretaria Ejecutiva (Working Girl, 1988), de Mike Nichols, y Mujer Bonita (Pretty Woman, 1990), de Garry Marshall, hasta las distintas interpretaciones de la comedia irónica, como la surrealista de Cómo Triunfar en Publicidad (How to Get Ahead in Advertising, 1989), de Bruce Robinson, la anarquista de Después de Hora (After Hours, 1985), de Martin Scorsese, y la misógina verborrágica de En Compañía de Hombres (In the Company of Men, 1997), gran joya de Neil LaBute.

 

Las comarcas muchas veces hermanadas del terror, el suspenso psicológico y el thriller más desfachatado asimismo han interpretado el asunto desde una mirada sarcástica unificadora vinculada con la comedia negra y la sátira social en torno al sustrato antropófago, suicida y falto de toda ética o interés en el prójimo del nuevo capitalismo neoliberal de los años 80 en adelante, recordemos por ejemplo aquellas alegorías fatalistas del absurdo de De Origen Desconocido (Of Unknown Origin, 1983), de George P. Cosmatos, la paranoia del acecho insistente de El Vagabundo (The Vagrant, 1992), de Chris Walas, o la parafernalia gore y ultra demente de Psicópata Americano (American Psycho, 2000), de Mary Harron. Un caso poco conocido por el público cinéfilo en general, aunque muy cercano a los anteriores en sus pretensiones paródicas y su eficacia discursiva concreta, es el de Un Golpe al Sistema (A Shock to the System, 1990), de Jan Egleson, interesante realización que cierra la década por antonomasia del cambio señalado de paradigma jugando con las fábulas criminales más cínicas en tanto lectura polirubro y heterogénea de un yuppie que no sólo abarca al varón joven sino también a los veteranos, las mujeres y demás sectores poblacionales urbanos que terminan desempeñándose como “ejecutivos” o simples esclavos de saco y corbata en una oficina donde se respira la competencia, la resignación y el individualismo más ponzoñoso. El eje de la faena es Graham Marshall (Michael Caine), sujeto sin hijos y casado con Leslie (Swoosie Kurtz) y mandamás del departamento de marketing de una enorme corporación de publicidad que sueña con un ascenso en el doble contexto de una adquisición corporativa y de la jubilación de un colega y amigo suyo, el incluso más añoso George Brewster (John McMartin), a quien los nuevos propietarios de la empresa fuerzan a retirarse generando una vacante y un sutil enroque de diferentes puestos que llegan hasta lo más alto de la pirámide.

 

A mitad de camino entre el acervo hitchcockiano y la alegoría mordaz del éxito a cualquier precio, el guión está basado en la novela homónima de 1984 del británico Simon Brett y fue escrito por Andrew Klavan, asimismo un novelista que inspiró o colaboró con sus palabras en films como Lo Blanco del Ojo (White of the Eye, 1987), de Donald Cammell, Crimen Verdadero (True Crime, 1999), del inefable Clint Eastwood, Ni una Palabra (Don’t Say a Word, 2001), opus de Gary Fleder, Una Llamada Perdida (One Missed Call, 2008), de Eric Valette, y Gosnell: El Juicio del Asesino en Serie más Grande de Estados Unidos (Gosnell: The Trial of America’s Biggest Serial Killer, 2018), de Nick Searcy. Sirviéndose de un típico detonante anímico/ ideológico, hoy el homicidio accidental de un vagabundo al que arroja hacia una formación en el metro, la historia nos presenta la metamorfosis identitaria de Graham, desde un supuesto humanista que respeta a sus compañeros de trabajo y se carga a dos monstruos ambiciosos y destructores, primero Leslie, quien le reclamaba la mentada promoción para mantener un ritmo de vida lleno de detalles suntuosos y deudas y por ello se gana ser electrocutada, y después ese parásito odioso que eligen en su lugar para recibir el ascenso, Robert Benham (Peter Riegert), el cual vuela por los aires gracias a una explosión de gas dentro de su barco acompañado de su “mano derecha”, Henry Park (Philip Moon), hasta la rauda eclosión de otro adalid más de los recortes de gastos, los despidos de personal y la sustitución de tareas manuales por algoritmos automatizados, una vez que el jefazo supremo de la firma, David Jones (Sam Schacht), lo convierte en el heredero del finado Benham. Mientras que un oficial de policía, el Teniente Larry Laker (Will Patton), avanza en la investigación, Marshall comienza un affaire con una bella subordinada, Stella Anderson (Elizabeth McGovern), quien sospecha de Graham en materia de estas muertes.

 

Un Golpe al Sistema, como toda buena comedia negra, nos regala una lectura muy oscura y deprimente del mundo sirviéndose del humor más cáustico, de este modo nos topamos por un lado con la inoperancia de aquellos funcionarios públicos que se toman a pecho su labor y pretenden honrarla como es debido, en pantalla ese Laker que no puede pasar de la evidencia circunstancial contra el protagonista una vez que Brewster, el chivo expiatorio de turno de Marshall, se suicida ante una vida que siente vacua sin las garras de la oficina, y por el otro lado con la impunidad de los ricos y los poderosos, simbolizados en un Graham que no deja títere con cabeza, logra doblegar a la muy tibia de Stella e incluso en el final pretende derribar el avión de Jones porque le gusta el despacho del jerarca, amén de cierta idea macro de retratar la transición entre la tecnocracia analógica de antaño, representada en ejecutivos curtidos como el propio Marshall, y el aluvión digital que pronto fetichizaría la robotización de cada una de las tareas cotidianas de todos los rubros de la economía, la cultura y la sociedad, algo simbolizado en Park, el experto en soluciones informáticas de la empresa. Egleson, un artesano de prontuario televisivo hasta la médula, facilita en primera instancia un desarrollo muy dinámico y gracioso, en sintonía con el cine de los hermanos Joel y Ethan Coen aunque más sencillo y directo, y en segundo lugar una genial actuación de parte del inconmensurable Michael Caine, bestia sagrada del cine que como siempre encuentra el punto intermedio exacto entre el dejo corrosivo del personaje que le ha tocado en gracia, un camaleón que se autoconvence de diferentes roles para triunfar bajo criterios nefastos y para colmo externos, y un trasfondo humano que nos permite comprender la angustia de base que moviliza cada acción, pensemos que la mediocridad y vileza en los campos familiar y laboral siempre están presentes y pueden llegar a asfixiar a cualquiera…

 

Un Golpe al Sistema (A Shock to the System, Estados Unidos, 1990)

Dirección: Jan Egleson. Guión: Andrew Klavan. Elenco: Michael Caine, Elizabeth McGovern, Peter Riegert, Swoosie Kurtz, Will Patton, Jenny Wright, John McMartin, Barbara Baxley, Philip Moon, Sam Schacht. Producción: Patrick McCormick. Duración: 88 minutos.

Puntaje: 8