La trayectoria de Marco Bellocchio es bastante singular si la comparamos con la de otros colegas y compatriotas que comenzaron a trabajar en el ámbito cinematográfico de mediados del siglo pasado, más precisamente dentro de lo que fue la segunda generación del neorrealismo italiano. El señor desde entrada fijó un estándar cualitativo muy alto con su ópera prima, la extraordinaria Las Manos en los Bolsillos (I Pugni in Tasca, 1965), circunstancia que lo terminó marcando a posteriori porque casi nada de lo que hizo en las tres décadas siguientes llegó a igualar ese comienzo de carrera. El panorama finalmente cambió con el estreno de La Hora de la Religión (L’ora di Religione, 2002), una anomalía tragicómica, y el díptico de reinterpretación histórica compuesto por Buenos Días, Noche (Buongiorno, Notte, 2003) y Vincere (2009), sobre la primera esposa de Benito Mussolini.
Acorde con esta suerte de revalorización de la figura de Bellocchio como director, se suele esperar con ansias cada nueva película y hasta cierto punto se puede decir que Sangre de mi Sangre (Sangue del mio Sangue, 2015) no defrauda, aunque tampoco abre terreno que no haya sido explorado con anterioridad. En esta ocasión tenemos un metraje dividido en dos secciones, cada una ofreciendo una trama que se articula con la otra en un desenlace unificador: una vez más el veterano realizador analiza el costado menos luminoso de Italia, un país que -al igual que gran parte del globo- continúa preso de un pasado fundamentalista e hipócrita y un presente en el que el usufructo capitalista y la corrupción pública son las únicas banderas válidas. Efectivamente, el desfalco, la soberbia religiosa y la inutilidad de la aristocracia son los tres pivotes centrales de esta semblanza de impronta cuasi sarcástica.
En la primera mitad/ capítulo por un lado somos testigos de las distintas “pruebas” a las que es sometida Benedetta (Lidiya Liberman), una mujer del siglo XVII acusada de pactar con el diablo para tentar a su confesor y llevarlo al suicidio, y por el otro lado presenciamos el derrotero de Federico (Pier Giorgio Bellocchio), el hermano del difunto, un hombre que pasa de querer asesinar a la mujer a sentirse atraído hacia ella. El segundo periplo de ubica en la actualidad, en la misma abadía en la que los inquisidores torturaron a Benedetta, ahora objeto de un conflicto entre un Inspector estatal (Pier Giorgio Bellocchio de nuevo, hijo del director) y un Conde (Roberto Herlitzka), a quien los lugareños acusan de “vampiro”. El Inspector pretende desalojar la propiedad, en la que habita el Conde, para la compra de la misma por parte de un músico ruso, lo que saca a relucir toda una cofradía de las sombras.
Hoy Bellocchio vuelve a señalar las características perennes del ser humano en general y de los italianos en particular, rasgos que permanecen inamovibles ante el paso del tiempo y las transformaciones sociales y económicas: a pesar de que resulta muy interesante que siga profundizando su crítica contra el doble discurso del catolicismo y su praxis castradora, aquí no le sale del todo bien su intento en pos de complementar el ataque contra la religión con una segunda mitad más light y algo difusa (el episodio del Conde y el Inspector es bastante inconsistente y no funciona al cien por ciento como una metáfora ácida acerca de la levedad simbólica y la especulación de nuestros días). Sangre de mi Sangre es una aproximación inteligente pero incompleta a las paradojas de la sociedad contemporánea, la cual está lejos de superar la cultura de la malversación y las mitificaciones oscurantistas…
Sangre de mi Sangre (Sangue del mio Sangue, Italia/ Francia/ Suiza, 2015)
Dirección y Guión: Marco Bellocchio. Elenco: Lidiya Liberman, Fausto Russo Alesi, Alba Rohrwacher, Filippo Timi, Toni Bertorelli, Ivan Franek, Roberto Herlitzka, Pier Giorgio Bellocchio, Federica Fracassi, Bruno Cariello. Producción: Beppe Caschetto y Simone Gattoni. Distribuidora: Mirada Distribution. Duración: 106 minutos.