Los Colonos

La lana manchada con sangre

Por Emiliano Fernández

El Genocidio Selknam (1880-1910), producido en paralelo con respecto a la denominada Conquista del Desierto (1978-1885) que expulsó a los pampas, mapuches, tehuelches y ranqueles de la Patagonia y la región pampeana, fue la masacre de los habitantes originarios de la Isla Grande de Tierra del Fuego, los selknams u onas, un pueblo nómada y cazador/ recolector, como consecuencia de las actividades minera y ganadera y la rauda llegada a las latitudes australes de advenedizos, colonos, sicarios y terratenientes, estos últimos en poder de miles de hectáreas de tierra adjudicadas por los Estados corruptos de Argentina y Chile para la explotación comercial. Estos buscadores de oro, como el rumano delirante de aires mesiánicos Julius Popper, y estos latifundistas, como el español José Menéndez Menéndez y su esbirro y principal administrador/ capataz/ verdugo, el ex militar escocés Alexander MacLennan, ante la resistencia indígena contra los invasores, quienes no sólo los echaban de sus tierras sino que mataban a su principal fuente de alimento, el guanaco, en un primer momento organizaron matanzas generalizadas de indígenas que contaron con el beneplácito de la oligarquía política, económica, cultural y militar conservadora en el poder, como lo demuestran la “vista gorda” del chileno Manuel Señoret Astaburuaga, ese gobernador en funciones del Territorio de Magallanes, y las masacres adicionales de selknams a cargo del capitán argentino Ramón Lista, no obstante la indignación de algunos sectores de las grandes ciudades los hizo volcarse a la captura de onas y a su esclavitud tácita en campos de concentración en Argentina y Chile a cargo de misioneros evangelizadores salesianos de Italia, quienes recibían de los ganaderos una libra esterlina por cada indígena acogido, los cuales a su vez terminaron falleciendo a los pocos años a causa de enfermedades de los colonizadores para las cuales sus sistemas inmunológicos no estaban preparados y debido a otros tantos padecimientos, muchísimo más peligrosos, por los que no recibieron atención médica alguna, como por ejemplo la viruela, la fiebre escarlata y la tremenda tuberculosis.

 

De los aproximadamente cuatro o cinco mil selknams que supieron habitar la Isla Grande de Tierra del Fuego a fines del Siglo XIX, sin duda el último momento de relativa paz antes del comienzo de la invasión, únicamente había sobrevivido una veintena en 1911 porque los salesianos, fundamentalmente en Río Grande y la Isla Dawson y en clara complicidad con esa oligarquía dedicada al ganado ovino de la Patagonia y aglutinada en la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, retuvo a los onas en las misiones bajo condiciones de hacinamiento, suciedad y trabajo forzado no remunerado que los llevaron al exterminio, siendo la peor de estas cárceles de pesadilla aquella del sacerdote italiano José Fagnano de la Isla Dawson, en Chile, donde murieron cientos de selknams a la par de los indígenas autóctonos, los kawéskar, amén de la reconversión de la isla en la etapa posterior al Golpe de Estado de 1973 contra el presidente socialista Salvador Allende en un nuevo campo de concentración que alojó, a instancias de la dictadura de Augusto Pinochet, a ministros y colaboradores que trabajaron al servicio de Allende. Con los fallecimientos sucesivos en Río Grande, ciudad de la provincia argentina de Tierra del Fuego, en 1966 de Lola Kiepja, en 1974 de Ángela Loij y en 1999 de Virginia Choquintel llegó a su fin el linaje puro selknam y terminó el proceso de aculturación cristiana y de genocidio mediante una serie de carnicerías de variada envergadura contra aquellos que cortaban los cercos y robaban ovejas para subsistir, en sintonía con la Matanza de San Sebastián, cuando Lista ordenó abrir fuego contra una toldería matando a unos 28 onas, o el Envenenamiento de Springhill, provocando la friolera de 500 fallecidos que comieron de una ballena varada cuyo cadáver había sido envenenado cruelmente con cianuro por los colonos, y la Masacre de la Playa de Santo Domingo, ahora con McLennan -apodado Chancho Colorado por su cara rosada y sus cabellos rubios- ofreciendo un banquete con vino a los indígenas y ordenando a su tropa de mercenarios que disparasen sobre la tribu selknam indefensa, generando unos 300 muertos.

 

Los Colonos (2023), debut en el campo del largometraje del chileno Felipe Gálvez Haberle, explora precisamente los entretelones del Genocidio Selknam echando mano de géneros y recursos variopintos en un todo armónico poco habitual para el paupérrimo cine mundial de hoy en día, hablamos de la película latinoamericana de frontera, el cine testimonial furioso de los años 60 y 70, el western crepuscular estadounidense, el acervo arty preciosista del nuevo milenio, el thriller bucólico, la denuncia política/ histórica de izquierda e incluso el extremismo europeo cercano al drama de horror. El guión de Gálvez Haberle y Antonia Girardi, con colaboración del argentino Mariano Llinás, no se anda con metáforas y nos presenta a MacLennan (Mark Stanley) obedeciendo a rajatabla a su empleador, Menéndez Menéndez (Alfredo Castro), en la misión de abrir una ruta hacia el Océano Atlántico para sus ovejas, lo que implica recorrer muchísimos kilómetros de desierto y armar un cuasi pelotón que masacre a los indígenas del camino, grupo que incluye al escocés, en el relato responsable de las espantosas matanzas de Springhill y de la Playa de Santo Domingo, y dos hombres más, un texano llamado Bill (Benjamin Westfall), especialista en rastrear y “cazar” indios que fue traído de México por el oligarca ganadero, y un mestizo de origen selknam y europeo, Segundo Molina (Camilo Arancibia), clásico baqueano que oficia de guía a lo largo de los confines de Tierra del Fuego. La comitiva primero se topa con unos militares argentinos al mando del Capitán Ambrosio (Agustín Rittano), quienes custodian a un agrimensor que está marcando los límites entre Chile y Argentina, Francisco Moreno (Llinás), y luego efectivamente asesina a toda una tribu sin mediar palabra y viola a una indígena que termina siendo ahorcada por un piadoso Molina, sin embargo tiempo después se topa con una expedición británica a cargo del Coronel Martin (Sam Spruell), el cual le pega un balazo en la frente a Bill porque se muestra muy irrespetuoso frente a MacLennan, quien se hacía llamar teniente cuando fue apenas un soldado en las huestes de su majestad.

 

Estructurada mediante cuatro capítulos, léase El Rey del Oro Blanco, El Mestizo, El Fin del Mundo y El Chanco Colorado, la maravillosa película construye muy bien la identidad contradictoria -y por ello siempre humana- de cada personaje ya que MacLennan se planta ante sus subalternos como un matarife implacable y una figura de autoridad maciza pero en el fondo es una farsa como descubre el norteamericano, un redneck/ campesino pobre que paradójicamente le exige un mayor profesionalismo o disciplina militar porque respeta su pasado castrense y su estampa de psicópata, en este sentido el baqueano con apariencia de selknam, Molina, accede a ser cómplice del genocidio de su estirpe bajo la idea de poder comprarse a futuro un caballo con el dinero que recibirá de parte de Menéndez Menéndez, el cual a su vez posee territorios tanto en Argentina como en Chile y hasta reaparece en el último acto, siete años después, para recibir en su mansión de Punta Arenas y ante su hija, Josefina (Adriana Stuven), y un alto funcionario católico, el Monseñor (Luis Machín), a un emisario de influjo nacionalista del Estado Chileno, Marcial Vicuña (Marcelo Alonso), que se propone renovarle la concesión de las vastas tierras a condición de que mejore su imagen pública en lo que respecta a la relación con los indígenas masacrados y sus descendientes, ahora reducidos a la servidumbre y con su cultura ancestral ya destruida. Gálvez Haberle, hasta hace poco un editor de amplia experiencia, consigue un excelente desempeño del elenco y del musicalizador Harry Allouche y se mete con temáticas candentes como el imperialismo, la explotación, la impunidad, el racismo, la depredación, la abulia popular y las payasadas discursivas institucionales alrededor del orden, el progreso y la civilización, categorías que los capitalistas internos y externos utilizan para rapiñar desde la hipocresía y la codicia más nefasta. En la pantalla toda la lana manchada con sangre, parafraseando al también excrementicio Vicuña, no impide algunos detalles de humor negro en línea con el dejo sumiso del estadounidense y la graciosa violación del escocés por parte del coronel…

 

Los Colonos (Chile/ Argentina/ Reino Unido/ Taiwán/ Alemania/ Suecia/ Francia/ Dinamarca, 2023)

Dirección: Felipe Gálvez Haberle. Guión: Felipe Gálvez Haberle, Antonia Girardi y Mariano Llinás. Elenco: Mark Stanley, Benjamin Westfall, Alfredo Castro, Sam Spruell, Camilo Arancibia, Marcelo Alonso, Mariano Llinás, Luis Machín, Heinz K. Krattiger, Adriana Stuven. Producción: Stefano Centini, Benjamín Domenech, Santiago Gallelli, Thierry Lenouvel, Emily Morgan, Giancarlo Nasi y Matías Roveda. Duración: 100 minutos.

Puntaje: 9