Mientras que el punk de los años 70 rápidamente se fue apagando a lo largo de la década del 80 porque el grueso de su sonido e iconografía fue incorporado a la cultura mainstream y así perdió buena parte de su encanto, fuerza, público y celeridad, el post punk, en cambio, sí se diversificó y consiguió esquivar sistemáticamente el gusto de la masa descerebrada y los oyentes promedio en general, proeza que tuvo mucho que ver con la amplitud estilística del género, esa impronta inconformista, su enorme influencia, aquel carácter decididamente experimental, su pulso hipnótico freak y la idea de ya no prestarse con tanto entusiasmo -en comparación con las bandas del punk histórico inglés- al juego demonizador por parte de la prensa y los fascistas del Estado, tanto en los países anglosajones como en el resto del mundo. Testimonio de la popularidad persistente del post punk dentro de la escena de los melómanos rockeros es el revival del Siglo XXI en dos tandas, la primera con exponentes como Interpol, The Strokes, TV on the Radio, The Black Keys, Yeah Yeah Yeahs, Arcade Fire, Black Rebel Motorcycle Club, The Rapture, Franz Ferdinand, Arctic Monkeys, The National, Death Cab for Cutie, The Libertines, LCD Soundsystem y muchos otros grupos más que en mayor o menor medida retomaron alguna de las características del pasado, como por ejemplo el enfoque avant-garde, heterogéneo y/ o artístico multidisciplinario anticlasicista, y una segunda camada que involucró a grupos ya más recientes como Shame, Yard Act, Fontaines D.C., Squid, Idles, Black Midi, Sleaford Mods, Wet Leg y Black Country, New Road, éste sin duda uno de los mejores y más representativos colectivos de esta nueva encarnación del género.
Uno de los grupos más interesantes del segundo revival es Dry Cleaning, clan londinense bastante inusual conformado por la letrista y vocalista Florence Shaw, el guitarrista Tom Dowse, el bajista Lewis Maynard y el baterista Nick Buxton, una banda cuyo sustrato anómalo viene por el lado de una Shaw que parece rapear pero en realidad recita con una tranquilidad asombrosa e incluso a veces canta de un modo más o menos tradicional aunque con un dejo muy mordaz, lúdico y presuntuoso. Las otras dos patas fundamentales son las letras en sí, por cierto muy influenciadas por Frank Zappa, Monty Python y sobre todo ese Ian Dury símil “suburbio autoparódico más poesía iconoclasta más realismo de fregadero de cocina”, y las guitarras meticulosas de Dowse, un artesano que por momentos parece más cerca de Pavement, aquel Television modelo Marquee Moon (1977) y el rock inflado de los años 70 que de Public Image Ltd., Joy Division, Wire, Siouxsie and the Banshees o los queridos Magazine, por ello el post punk de Dry Cleaning es bastante más melódico que otros del presente y el pasado, permitiéndose la agrupación coquetear con pinceladas adicionales de psicodelia, new wave, rock gótico, noise, funk, krautrock y rock alternativo noventoso. Detentando apenas dos discos en su haber, New Long Leg (2021) y el flamante Stumpwork (2022), con producción de John Parish y un excelente arte de tapa del equipo de Annie Collinge, Rottingdean Bazaar y Claire Huss, Dry Cleaning ya construyó un universo conceptual en el que conviven el humor negro, el absurdo semi surrealista, los juegos con el lenguaje fragmentario extremo, la parodia de las relaciones entre los sexos, el retrato de la mundanidad cotidiana más patética, la exégesis bizarra de las tribus urbanas del nuevo milenio, las alegorías alrededor de la angustia y el grotesco todo terreno, la sátira volcada a las compulsiones más delirantes, el paneo por el consumismo superficial y obtuso de nuestros días y una paráfrasis del existencialismo sutilmente nihilista y visceral, quizás la gran “marca registrada” de Shaw como escritora y cantante.
Anna Calls from the Arctic, el tema de apertura del Stumpwork, comienza con una base electrónica que se mantiene a lo largo del track y se combina con percusión en vivo, aires de psicodelia y un segmento final instrumental que recuerda a lo lejos a algunos semejantes de Talking Heads, todo en ocasión de otra de esas letras de cuasi rapeo apesadumbrado de la líder acerca de la amistad, las moscas, trineos tirados por perros, gente que coloca minas, la “lámpara de papá”, ricos apestosos, shorts deportivos, Barry Manilow, un tal “Steve, el sensual” y un ecosistema capitalista asfixiante en donde “todo es caro, opaco y privatizado”. La influencia de Tom Verlaine, de Television, y de John McGeoch, de Magazine y Siouxsie and the Banshees, se siente fuerte en Kwenchy Kups, claramente lo que el grupo entiende por canción pop símil The Smiths y una oda a las hilarantes divagaciones de Shaw acerca de la existencia de las nutrias y la inexistencia de las orugas de agua, lo que deriva en una suerte de secuela conceptual, la deliciosa y diminuta Gary Ashby, un tema muy cercano a los pasajes más movidos del Marquee Moon que parece ya centrarse en un tópico en particular, específicamente ese personaje del título, un joven heroinómano que se escapó de su hogar durante el aislamiento en el contexto de la pandemia por coronavirus, palazo en la cabeza de su padre y perros corriendo libres en las calles de por medio. En Driver’s Story, una especie de odisea de ruptura romántica en la que la narradora pretende reemplazar la algarabía de los “la-la-las” del pop masivo con muchos “ooohs” del rock más decididamente amargo, se nota a todas luces la sutil metamorfosis operada entre aquel debut del 2021 y Stumpwork, ahora con un sonido más hermanado a una amalgama entre los devaneos de guitarras de Stephen Malkmus en Pavement y el clasicismo de Black Sabbath, Led Zeppelin, MC5 o Cream, entre otros grupos del rock pesado sesentoso y setentoso. Un riff hiper funky abre Hot Penny Day y marca el ritmo de una composición que incluye otro trabajo sublime de guitarras de parte de Dowse, un puente instrumental psicodélico y unos versos que respetan el motivo difuso de la separación de Driver’s Story, ahora combinando tanto la paranoia masculina, léase eso de “no quiero vaciar tu cuenta bancaria y darte pesadillas”, y la femenina, “veo violencia machista por todas partes”, amén de la neurosis promedio de “supongo que nunca pido lo que quiero”, la dialéctica incel de “ropa interior rígida” y ese peligro hogareño acechante símil “¿están bien todos estos cables expuestos, ahí cerca del vapor?”.
La canción que le da el nombre al álbum continúa apartándose del post punk más ortodoxo de New Long Leg y se acerca bastante a la pata pop y más relajada del rock gótico de The Cure y Siouxsie and the Banshees, ahora con Shaw incluyendo insólitas referencias a The Chemical Brothers y Fatboy Slim, mega clásicos del big beat, desparramando unos cuantos “doo-doo-doo-doo-doos” y afirmando, con gran sabiduría, que “lo que realmente amo es no usar algo a su máxima capacidad, no todo el poder, la mitad de su potencial”, celebración explícita del rango medio en un tiempo como el nuestro en donde el fetichismo para con los extremos -incluso en la música, con el volumen levantado al máximo posible para escuchar en parlantes minúsculos o con auriculares lastimosos- es moneda corriente entre los productos del streaming. No Decent Shoes for Rain nos devuelve al terreno de las guitarras de Television e incluso a aquella dialéctica “tranquilo-fuerte-tranquilo-progresión in crescendo-fuerte de nuevo”, en sí la primera épica de casi seis minutos del Stumpwork en la que la letra remarca la predilección de la cantante por los panqueques, el tedio metropolitano, la desconfianza, el “lodo tóxico” de algunos hombres y su gustito por burlarse del consumismo de las mujeres como desahogo emocional efímero, además del miedo ancestral femenino a las ratas. Mientras que Don’t Press Me es lo más emparentado dentro de la placa que nos ocupa a un arrebato punk tradicional, sobre todo por su enérgica brevedad de apenas dos minutos en la que Florence le pide a su pareja que no la presione ni genere estrés ni busque peleas u ose tocar su preciado mouse para jueguitos, Conservative Hell, por su parte, funciona como una cruza a priori imposible entre The Cars y Sonic Youth, hasta con la banda permitiéndose incluir en la segunda mitad un episodio de dream pop instrumental de cuelgue etéreo que se contrapone a la arremetida de unos versos que por un lado satirizan la vieja homologación entre mujeres y cocina/ limpieza/ compra de víveres y por el otro lado le pegan a la consabida tendencia de hoy en día a “mitificarlo todo” desde el maniqueísmo más redundante, sin contar los típicos chascarrillos al paso de Shaw símil “si crees que este auto está sucio, deberías probar una noche con el conductor” o frases entre mundanas y crípticas como “quería agradecerte por organizar el viaje a Edimburgo, el cual, más allá de lo que le sucedió a mi Kindle, ¡fue increíble!”.
Liberty Log, la otra epopeya del disco con casi siete minutos de duración, constituye el capítulo más “post punk estándar” del álbum, una composición hipnótica que retoma mucho del Public Image Ltd. modelo Metal Box (1979) y The Flowers of Romance (1981) con una pizca del costado más experimental de los dos discos del regreso, aquellos This Is PiL (2012) y What the World Needs Now (2015), y un remate art rock saturado símil Wilco circa Yankee Hotel Foxtrot (2002), hablamos de un tema en el que Shaw sigue tirándole loas a todo lo extraño del mundo y recitando sus diatribas fragmentarias de siempre, muy en sintonía con lo que ella misma define como “nuestro registro de la libertad” y un “tiempo de mezcla aleatoria” o de simplemente barajar las cartas que nos ofrece la vida, la cultura y el arte, aunque con cierto vuelco sutil a lo que sería -precisamente- aquel John Lydon y sus soliloquios de pirotecnia verbal de cadencia lírica, aquí reorientados a pegarle al “fútbol enorme y podrido” de la actualidad, señalar sin más que “la risa de un niño canta tirolesa en la oscuridad”, mofarse de tanta “canción de baile sobre bailar” del mainstream imbécil planetario e incluso confesar que sería capaz de arriesgarse “a una muerte lenta por un arrollado primavera chino”. La despedida, Icebergs, pone de manifiesto la producción despojada de Parish -encargado también del primer disco de Dry Cleaning, socio recurrente de PJ Harvey y en este caso presto a sumar un silbato para los arranques más urgentes de la canción- y combina las guitarras a lo Television de Dowse con un influjo lúdico semejante al de Wire y Magazine, flamante excusa para que Florence vuelva a filosofar sobre temáticas tan peculiares como los parásitos corporales, las manchas de chocolate, la capacidad de la cera de secarse, esos icebergs del título, la rauda frigidez y la dificultad para resucitar o encontrarle el lado positivo a las cosas, amén de algún que otro consejo explícito como el que cierra el tema y el álbum, “para una vida feliz y emocionante a nivel local, nacional o internacional/ mantente interesado en el mundo que te rodea, mantén la curiosidad de un niño si puedes”, un indicio de optimismo de parte de una diletante de ese indie melancólico que es más pesimista clásico que cínico posmoderno promedio.
Stumpwork, referencia astuta a un estilo de bordado tridimensional en el que las figuras cosidas se elevan por sobre la tela como si tuviesen vida propia, en términos generales no sólo supera a New Long Leg sino que además subraya un más que interesante camino artístico a seguir para los londinenses que parece estar relacionado con la presencia de tracks más extensos, un humor mucho más enrevesado, un aura psicodélica delirante y más variada/ menos ortodoxa, una estructuración más eficaz y finalmente letras de corte cuasi dadaísta y en ocasiones pensadas bajo el formato de sketchs con subdivisiones muy marcadas, entre misteriosas y desquiciadas, entre un realismo de entrecasa y la hipérbole tétrica, entre la abulia y esa curiosidad exaltada que puede derivar hacia cualquier comarca retórica. En tiempos en los que tantas bandas luchan en pos de ocupar un lugarcito en el nicho cada día más reducido y pauperizado del rock culto o por lo menos inteligente e inconformista, Dry Cleaning de a poco se transforma en uno de los grupos con más empuje, valentía, aplomo y personalidad propia, este último un rasgo fundamental para destacarse entre el ruido y la repetición ya que en las dos placas resulta en verdad maravillosa la interrelación entre la base siempre cumplidora de Buxton y Maynard, los floreos de guitarra ultra concienzudos de Dowse y la graciosa serenidad de una Shaw que esquiva el gran estereotipo mujeril de esta era, ese manto de feminismo blanco estéril de pretensiones sexys cual agente hipócrita de la corrección política, para en cambio hacer de la languidez irónica y verborrágica desenfrenada su máxima bandera.
Stumpwork, de Dry Cleaning (2022)
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