Luz de Gas (Gaslight)

La locura inducida

Por Emiliano Fernández

Uno de los grandes fetiches del thriller como formato narrativo es la manipulación y el acoso sobre ninfas que caen en las redes de uno o varios personajes nefastos que pretenden eliminarlas como testigos, robarles algo en concreto o utilizarlas como trampolín hacia esa escurridiza riqueza capitalista que en buena parte de la sociedad funciona como zanahoria colgada con un palo adelante del burro para que el animal siga caminando eternamente sin darse cuenta de la explotación. El esquema ha sido parte crucial -y a veces complementaria, actuando con otros latiguillos retóricos- de un enorme volumen de propuestas de la más variada envergadura, como por ejemplo Rebeca, una Mujer Inolvidable (Rebecca, 1940), de Alfred Hitchcock, La Sospecha (Suspicion, 1941), otra de Hitchcock, La Escalera de Caracol (The Spiral Staircase, 1946), de Robert Siodmak, Perdón, Número Equivocado (Sorry, Wrong Number, 1948), de Anatole Litvak, Las Diabólicas (Les Diaboliques, 1955), de Henri-Georges Clouzot, El Sabor del Miedo (Taste of Fear, 1961), de Seth Holt, El Horrible Secreto del Dr. Hichcock (L’Orribile Segreto del Dr. Hichcock, 1962), faena de Riccardo Freda, Paranoico (Paranoiac, 1963), de Freddie Francis, Cálmate, Dulce Carlota (Hush Hush, Sweet Charlotte, 1964), clásico de Robert Aldrich, La Niñera (The Nanny, 1965), también de Holt, Espera la Oscuridad (Wait Until Dark, 1967), de Terence Young, y Asustemos a Jessica hasta Morir (Let’s Scare Jessica to Death, 1971), opus de John D. Hancock, no obstante en términos de la memoria cinéfila está muy emparentado con las dos adaptaciones de una obra de teatro del novelista y dramaturgo inglés Patrick Hamilton, Luz de Gas (Gas Light, 1938), hablamos de la británica original de 1940 de Thorold Dickinson, con Anton Walbrook, Diana Wynyard y Frank Pettingell, y la estadounidense de 1944 de George Cukor, con un elenco encabezado por esos Charles Boyer, Ingrid Bergman y Joseph Cotten, siendo sin duda la primera traslación la mejor por su brevedad y su mayor valentía.

 

El film inglés, todo un sobreviviente de la ferocidad comercial ciega de Hollywood porque cuando la Metro Goldwyn Mayer compró los derechos para llevar adelante la remake incluyó una cláusula que decía que todas las copias existentes de la versión de Dickinson tenían que ser destruidas, gira alrededor del matrimonio reciente de Bella (Wynyard) y Paul Mallen (Walbrook), una pareja que en las postrimerías de la Época Victoriana (1837-1901) y los comienzos de la decadencia de la Época Eduardiana (1901-1910) vive en la zona londinense de Pimlico en la misma casa en la que una tal Alice Barlow (Marie Wright) fue asesinada veinte años atrás por una figura misteriosa que prácticamente destrozó todos los muebles en busca de unos rubíes de la familia de la finada. Los Mallen tienen dos criadas, una veterana que oficia de cocinera, Elizabeth (Minnie Rayner), y una jovencita y putona llamada Nancy (Cathleen Cordell), quien suele frecuentar a un mozo de caballería, Cobb (Jimmy Hanley), y en general parecen llevar una existencia normal salvo por el detalle de que Paul en realidad se llama Louis Bauer, ya se había casado con una ninfa australiana y efectivamente mató a su tía, Barlow, para llevarse unos rubíes que no encontró, por ello manipuló a Bella para que compre la “sede” del homicidio y así seguir buscando el tesoro alumbrando habitaciones abandonadas con las luces a gas, sin embargo la mujer sufre los malos tratos de su marido desde que halló una carta dirigida a Bauer en un episodio que despertó la paranoia del susodicho y la idea de llevar a la locura a la fémina para anularla como testigo. Paul/ Louis esconde objetos varios, como un cuadro, un camafeo o un reloj, y después le dice a Bella que ella los tomó y la insta a devolverlos, algo que la esposa cree y sirve para carcomer su cordura de a poco mientras un colega de Cobb, el otrora oficial de policía B.G. Rough (Pettingell), inicia una investigación luego de reconocer fortuitamente a Bauer, llegando a contactar al primo de la engañada, Vincent Ullswater (Robert Newton).

 

Dickinson, cineasta festejado por Martin Scorsese, fue una anomalía de su época porque filmó poco, se especializó en obras en problemas sin director en puerta, pasó fugazmente por Ealing Studios y para colmo se retiró/ jubiló temprano para dedicarse a la enseñanza cinematográfica, de hecho llegando a ser uno de los pioneros en el rubro en el Reino Unido, un derrotero que en términos artísticos lo condujo a ser recordado en el Siglo XXI por su rol como descubridor de Audrey Hepburn en una obra afable para Ealing, Conspiración Siniestra (Secret People, 1952), y por ser el artífice de tres películas fascinantes, la presente Luz de Gas (Gaslight, 1940), en gran medida responsable de que en psicología se utilice la palabra “gaslighting” para designar a todos los abusos similares al planteado en el film vía escenificación, rechazo de la realidad y presentación de información apócrifa, más Alguien Habló (The Next of Kin, 1942), clásico de las epopeyas propagandísticas de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) centrado en el espionaje y especialmente en el delicado tópico de las fugas de datos, y La Reina de Espadas (The Queen of Spades, 1949), una de las grandes joyas del terror sobrenatural británico y sin duda una realización que merece un mayor reconocimiento en el nuevo milenio. Más allá del excelente trabajo de Wynyard y Pettingell, es el magnético Walbrook quien mantiene electrizada la pantalla con su villano plutocrático de antología, actor austríaco que asimismo participó en La Reina de Espadas y hoy es muy tenido en cuenta por los cinéfilos dedicados gracias a sus colaboraciones con Otto Preminger en Santa Juana (Saint Joan, 1957), Max Ophüls en La Ronda (La Ronde, 1950) y Lola Montès (1955) y el dúo de Michael Powell y Emeric Pressburger en Cinco Hombres (49th Parallel, 1941), Vida y Muerte del Coronel Blimp (The Life and Death of Colonel Blimp, 1943) y aquella extraordinaria Las Zapatillas Rojas (The Red Shoes, 1948), donde precisamente compuso a otro sádico adepto a la martirización insistente femenina.

 

La remake de Cukor es un trabajo interesante para el promedio paupérrimo del Hollywood Clásico pero bastante inferior porque está saturado de diálogos sobreexplicativos, escenas de relleno que no agregan nada y personajes anodinos o sinceramente redundantes, en este sentido conviene recordar que desaparecen dos secuencias fundamentales y muy osadas para la época, léase el prólogo con el estrangulamiento en primer plano de Barlow y esa visita adúltera a un music hall/ vodevil cabaretero por parte de Paul y Nancy, además se anula la bigamia del psicópata, se esfuma el primo, se introduce un personaje innecesario, una viejita metiche bautizada Bessie Thwaites (May Whitty), en el desenlace Mallen/ Bauer encuentra el botín -en el opus de 1940, en cambio, ella se topa con los rubíes- y finalmente el investigador, Rough, muta en un galán de menor edad, aquel rutinario Brian Cameron en la piel de Cotten, señor que junto a Bergman quedaba opacado por lo hecho por el perfecto Boyer, quien no tenía nada que envidiarle a Walbrook. Dickinson se mantiene cerca de la puesta teatral de Hamilton, autor que también inspiró otras joyas criminales en línea con Concierto Macabro (Hangover Square, 1945), de John Brahm, y La Soga (Rope, 1948), de Hitchcock, y se burla del tufillo castrador cristiano, en función de la obsesión con la Biblia del villano, mientras construye un retrato morboso sobre las estrategias de aislamiento del enemigo y de destrucción de su integridad psíquica, su confianza, su dignidad e incluso sus herramientas de autodefensa, amén de conceptos ausentes en la relectura de yanquilandia como las injusticias sociales y la ridícula necesidad femenina de agradar siempre. Mediante el devenir hogareño del matrimonio y su sadomasoquismo, con él humillándola en público y privado, señalando su triste fragilidad y acusándola de mitómana, amnésica y cleptómana bien patética, la película pone en el tapete no sólo la confusión entre realidad y ficción sino el alcance del sometimiento y de una lobotomía tácita disimulada como locura inducida…

 

Luz de Gas (Gaslight, Reino Unido, 1940)

Dirección: Thorold Dickinson. Guión: Bridget Boland y A.R. Rawlinson. Elenco: Anton Walbrook, Diana Wynyard, Frank Pettingell, Cathleen Cordell, Robert Newton, Jimmy Hanley, Minnie Rayner, Marie Wright, Aubrey Dexter, Mary Hinton. Producción: John Corfield. Duración: 84 minutos.

Puntaje: 10