Frank Vincent Zappa (1940-1993) constituye una serie de contradicciones que resumen tanto su temple vanguardista y gustos culturales eclécticos como el carácter paradójico de tantos artistas de ayer y hoy y el mismo sustrato ambivalente de los seres humanos en general, incapaces de permanecer mucho tiempo haciendo lo mismo sin experimentar algún tipo de angustia que puede derivar o no en la necesidad de cambios urgentes: el señor se pasó gran parte de su carrera conviviendo de manera caótica y algo kitsch con las cinco vertientes principales de su producción artística, léase la rockera, la jazzera, la cercana al rhythm and blues, la vinculada con la música clásica y finalmente la experimental/ avant-garde/ protoelectrónica empardada a los collages sonoros farsescos y la musique concrète; asimismo su perfeccionismo todo terreno, la costumbre de sobreexigir a los músicos y la enorme complejidad de sus composiciones le ganaron repetidas acusaciones de déspota o ególatra que quería prescindir del “factor humano” de la música -algo que de hecho llevaría a cabo al comenzar a trabajar durante la década del 80 con el Synclavier, una mixtura primitiva de sintetizador, sampler y software moderno de composición, producción, edición y ejecución musical- a pesar de que su obra versaba, precisamente, acerca de tópicos muy humanos como la represión psicológica, la sexualidad, el autoritarismo estatal, las patrañas religiosas, la basura políticamente correcta, la mediocridad cultural del mainstream y la persecución que sufren los artistas vía la censura y el ataque a la libertad de expresión; por otro lado el citado trasfondo enrevesado y semi maniático de sus composiciones muchas veces terminaba en parte eclipsado por las hilarantes sátiras que imponían las letras, lo que llevaba a que el público más prejuicioso y bobalicón le prestase más atención a los dardos sardónicos de las palabras que a la riqueza y la genialidad absoluta de la música y toda su ciclotimia hiper mordaz; y finalmente sus arremetidas contra los consumidores de drogas chocaban con su hábito de fumar copiosamente y su condena de las campañas antitabaco, en simultáneo abrazando sin problemas el otro gran estereotipo tontuelo de la primera fase de la historia del rock, el sexo con groupies a espaldas de la esposa del momento, Adelaide Gail Zappa (1945-2015), con la que estuvo casado desde 1967 hasta el fallecimiento de Frank debido a un cáncer de próstata, en sí su segunda compañera luego de Kay Sherman.
Al combinar ingredientes varios de la obra y el ideario de músicos de diferentes épocas y naciones como Ígor Stravinski, Anton Webern, Edgard Varèse, John Cage y su amigo de siempre Don Van Vliet alias Captain Beefheart, influencia recíproca de por medio, Zappa supo crear una amalgama pulsional muy extraña en la que las grabaciones de estudio y sus homólogas en vivo se interrelacionaban todo el tiempo en las canciones individuales de su verdadera catarata de discos, más de 60 en vida y otro tanto más de talante póstumo hasta nuestros días, una retahíla efervescente que nos habla tanto de su inclaudicable ética de trabajo a lo workaholic compulsivo como de su tendencia -en consonancia con lo dicho con anterioridad- a autosabotear su música aunque no exclusivamente en términos del desprecio hacia lo comercial o popular, detalle sin dudas estándar dentro de la escena indie del rock y cierto mainstream que reniega a las piñas del éxito cosechado, sino también en lo que atañe a la naturaleza híbrida extrema de sus composiciones, esas que además de la anarquía del “en vivo” y las piezas tocadas/ craneadas/ editadas en estudio se sumaba la dialéctica de los ruidos, los silencios y los sketchs cómicos hechos y derechos que interrumpían sin cesar el fluir de los temas para recordarnos que la ortodoxia de los formatos clásicos era el principal enemigo del acervo doctrinario de Zappa, un terrorista del rock con todas las letras, amén de asimismo cumplir la función de lanzar nuevas bombas atómicas contra los sectores más conservadores y mojigatos del entramado social, cultural, económico y político yanqui y contra la banalidad y estupidez de buena parte de sus colegas de los 60, 70 y 80. El desfile incesante de músicos, a los que solía echar ya que los consideraba unos ineptos, porque se aburría de ellos o simplemente debido a que muchas veces no tenía dinero suficiente para pagarles, sintetiza a la perfección su tenaz ideología hermanada a colocar a la música por encima de todo y no dejar que ningún bípedo la entorpezca o lo prive de la alegría de seguir y seguir componiendo cual artista prolífico que reconoce que se complica mucho vivir de regalías siendo un compositor independiente y por ello decide controlar cada una de las facetas profesionales sin descuidar la monetaria o económica, lo que lo llevó a denunciar vía parodias al arte comercial masivo encarado por creadores que contradictoriamente no deseaban saber nada de las finanzas y los negocios por detrás de la música que producían.
El séptimo arte le debía un documental que esté en serio a la altura de semejante mito y por suerte Alex Winter viene a hacer justicia con Zappa (2020), no sólo una película biográfica “aprobada” por los cuatro descendientes del retratado, sus vástagos con Gail, Moon Unit, Dweezil, Ahmet Emuukha Rodan y Diva Muffin, sino también el trabajo definitivo sobre la figura de Frank ya que el director y guionista, por un lado, tuvo acceso a los incontables registros familiares, shows en directo y participaciones televisivas del señor y, por el otro lado, reconstruyó con inusitada solvencia, osadía y sinceridad el típico humor irreverente e iconoclasta de Zappa, en esta oportunidad reconvertido en el registro retórico de cabecera por el cineasta, definitivamente un fan del músico, y por su generoso equipo de edición, una veintena de personas que pulieron el material de modo espectacular a nivel sonoro y visual. Winter empezó su carrera como un actor en esencia conocido por Que no se Entere Mamá (The Lost Boys, 1987), de Joel Schumacher, Bill & Ted (Bill & Ted’s Excellent Adventure, 1989), de Stephen Herek, y sus dos secuelas de 1991 y 2020, las tres coprotagonizadas por Keanu Reeves, sin embargo luego se pasó a la dirección de la mano de algunas ficciones olvidables que supo condimentar con un muy interesante derrotero como documentalista, faceta que profundizó en ocasión de Downloaded (2013), sobre Napster, la posibilidad de compartir archivos vía Internet y el impacto que ello tuvo en la industria musical, Deep Web (2015), acerca de un célebre mercado negro de la Internet Profunda, Silk Road, y el juicio que se llevó adelante en yanquilandia contra su fundador y dueño, Ross Ulbricht, The Panama Papers (2018), sobre la exposición periodística de uno de los mayores escándalos de evasión impositiva, lavado de dinero y corrupción del nuevo milenio, y Showbiz Kids (2020), documental en torno a las idas y vueltas que deben atravesar los actores infantiles en Hollywood en materia profesional y personal/ familiar/ afectiva. Uno de los proyectos más grandes y ambiciosos encarados desde el crowdfunding de Kickstarter, el prodigioso opus de Winter funciona como un tributo excepcional de una impecable factura formal y de una coherencia discursiva que respeta a rajatabla las concepciones y la vida del artista, del cual muchos tesoros inéditos salen a la luz por primera vez gracias a la muy buena relación del director con los herederos del guitarrista y hoy administradores del Zappa Family Trust.
Sus primeras pasiones como el cine, la edición lunática y la química, y un contexto infantil/ adolescente marcado por su asma, la relativa pobreza de su familia y la cercanía a un centro gubernamental de pruebas de armas químicas como el gas mostaza, donde trabajaba su progenitor, pronto dejan paso a sus primeros y decisivos intereses musicales, léase Varèse, el futuro Captain Beefheart y el rhythm and blues de Clarence “Gatemouth” Brown, Guitar Slim, Elmore James, Lowell Fulson y Johnny “Guitar” Watson. Después de trabajar como ilustrador publicitario y compositor de bandas sonoras de films, se hizo cargo de un estudio de grabación en Cucamonga, California, llamado Studio Z donde llamó la atención de los vecinos por su apariencia y fue objeto de una ridícula operación policial, orientada a la creación de una cinta pornográfica para una ficticia despedida de solteros, que lo llevó a pasar diez días en la cárcel, génesis de sus porfiados planteos antiautoritarios posteriores. En lo referido a la carrera de Zappa en términos concretos, esa que empieza en Los Ángeles y después se traslada por un tiempo a Nueva York en medio de obras solistas y placas con The Mothers of Invention y luego The Mothers, un seleccionado de músicos exquisitos que fueron rotando según los caprichos de Frank y la capacidad de los diversos sujetos para adaptarse a la variedad y complejidad de las composiciones, el grueso del metraje -como cabía esperar- está centrado en el período que va desde el legendario disco debut Freak Out! (1966) hasta Over-Nite Sensation (1973), con una segunda fase de gloria -aunque algo inferior- que arranca con Apostrophe (‘) (1974) y finaliza en Sheik Yerbouti (1979), etapas en las que nos regaló clásicos como los nombrados y Absolutely Free (1967), Lumpy Gravy (1967), We’re Only in It for the Money (1968), Uncle Meat (1969), Hot Rats (1969), Burnt Weeny Sandwich (1970), Weasels Ripped My Flesh (1970), 200 Motels (1971), la banda sonora de la película homónima dirigida por él y Tony Palmer, Waka/ Jawaka (1972), The Grand Wazoo (1972), Roxy & Elsewhere (1974), One Size Fits All (1975), Bongo Fury (1975), junto a Captain Beefheart, Zoot Allures (1976), Zappa in New York (1978) y Sleep Dirt (1979), periplo que incluye sus asaltos contra el hippismo, sus irónicas apariciones en TV, las puestas teatrales de sus shows, su amor por el arte de tapa que Cal Schenkel creaba para los discos y su necesidad de girar para solventar el berretín de componer en soledad.
Sus colaboraciones como músico, productor y/ o financista de Alice Cooper, The GTOs, Zubin Mehta y hasta Lenny Bruce se entremezclan con la realización de 200 Motels, su vertiente actoral en Saturday Night Live, su trabajo a la par del querido Bruce Bickford en los segmentos animados de claymation/ plastimación de Baby Snakes (1979), film dirigido y escrito por Zappa, y el absurdo ataque que sufrió en 1971 cuando en el Teatro Rainbow de Londres un miembro desquiciado del público lo empujó hacia el foso de la orquesta, dejándolo con múltiples fracturas y traumatismos que lo llevaron a utilizar silla de ruedas primero y bastón después y a padecer fuertes dolores crónicos de espalda porque una pierna le quedó más corta que la otra. A partir de la concepción en 1979 de Zappa Records con motivo de Sheik Yerbouti, su devenir se vuelca a lo solipsista familiar y político, ejemplos de ello son su predilección por el Synclavier, el que empleará a full en los atendibles Jazz from Hell (1986) y Civilization Phaze III (completado en 1993 pero editado en 1994 de manera póstuma), su firme obsesión con componer para la Orquesta Sinfónica de Londres, llegando incluso a pagar de su bolsillo las sesiones y gastos generales del proyecto, y el hecho de que su máximo hit comercial sea Valley Girl, una canción del Ship Arriving Too Late to Save a Drowning Witch (1982) en la que participa su hija Moon; amén de su visita de 1989 a Praga, en la Checoslovaquia en proceso hacia esa Revolución de Terciopelo que derribaría pacíficamente el aparato administrativo comunista, donde el presidente Václav Havel lo nombró Representante Cultural y de Negocios ante los Estados Unidos, y el haber testificado en 1985 en el Comité de Comercio, Tecnología y Transporte del Senado de los Estados Unidos contra la censura que pretendía imponer en la industria de la música el Centro de Recursos Musicales para Padres (Parents Music Resource Center), una patética y bien retrógrada organización encabezada por las esposas de varios congresistas y senadores, taradas entre las que se encontraba Tipper Gore, mujer de Al Gore, por entonces senador y futuro vicepresidente bajo el mandato de Bill Clinton, colectivo que logró estandarizar, junto a la Asociación de la Industria Discográfica de Estados Unidos (Recording Industry Association of America), la etiqueta de tapa de “Parental Advisory: Explicit Content” para álbumes con algún contenido sexual, violencia, ocultismo o consumo de drogas y alcohol.
Winter apuntala un montaje aguerrido y socarrón que recupera los grandes motivos de la lucha zappaniana contra el mainstream castrador -representado en MTV, el reaganismo y la Warner Bros., sobre todo- y de la defensa de la dimensión artística/ creativa/ conceptual de una producción exuberante que, como decíamos previamente, no desconocía los problemas económicos de volcarse a la composición de muchísima música, lo que se solucionaba con la entrada de dinero de recitales encarados por obligación, la edición limitada de los discos de turno y un control absoluto sobre las finanzas de primera mano, planteo al que se agrega los inconvenientes de la ejecución específica de lo compuesto y el remedio que el siempre meticuloso Frank encontró para ello, hablamos del Synclavier, los músicos sesionistas al paso y las orquestas asalariadas que debían aprenderse las partituras y reproducirlas en tiempo récord según las escuetas posibilidades presupuestarias del amigo Zappa. El trabajo de Winter debe haber sido colosal y de larga data porque se incluyen elocuentes entrevistas a Gail, quien ya lleva cinco años de fallecida, y a colegas que lo acompañaron en alguno de sus proyectos o en las muchas formaciones de The Mothers of Invention y The Mothers, como Bunk Gardner, Ian Underwood, Mike Keneally, Pamela Des Barres, Steve Vai, Scott Thunes, Ray White, David Harrington del Kronos Quartet, quienes interpretan None of the Above, y la maravillosa Ruth Underwood, la cual hace lo propio con la genial The Black Page, más testimonios adicionales de Alice Cooper y Bruce Bickford entre un montón de extraordinario material de archivo que condimenta, expande o ilustra los dichos en primera persona -adelante de cámara o en off- del propio Zappa, un armado narrativo general muy en sintonía con documentales recientes en los que el protagonista de la crónica histórica narra su odisea y trayectoria al espectador a través de una abarcadora edición, pensemos en Listen to Me Marlon (2015), de Stevan Riley, acerca del eterno Marlon Brando, Maria by Callas (2017), de Tom Volf, sobre la gran soprano griega Maria Callas, Elvis Presley: The Searcher (2018), de Thom Zimny, acerca del Rey del Rock and Roll, y Pavarotti (2019), de Ron Howard, en torno al tenor italiano Luciano Pavarotti. Aquella “locura perfecta” a la que se refería Tom Waits al hablarnos de The Yellow Shark (1993), último disco editado en vida de Frank, renace en todo su esplendor vía un documental admirable y muy revelador.
Zappa (Estados Unidos, 2020)
Dirección y Guión: Alex Winter. Elenco: Frank Zappa, Adelaide Gail Zappa, Ruth Underwood, Bunk Gardner, Ian Underwood, Mike Keneally, Pamela Des Barres, Steve Vai, Scott Thunes, Alice Cooper. Producción: Alex Winter, Ahmet Zappa, Glen Zipper, John Frizzell y Devorah DeVries. Duración: 129 minutos.