La última y maravillosa película del director y guionista canadiense Sean Durkin, La Garra de Hierro (The Iron Claw, 2023), explora el derrotero de la familia Von Erich, un clan norteamericano que se dedicó a la lucha libre y que fue muy famoso en su país entre las décadas del 60 y 90 por tres razones bien concretas, primero precisamente porque todos los varones de la parentela lucharon profesionalmente en algún momento, segundo porque varios de ellos alcanzaron títulos importantes dentro del mundillo de turno y tercero porque de los seis hijos que el patriarca Fritz Von Erich tuvo con su esposa, Doris J. Smith, sólo uno sobrevivió, el segundo, Kevin, detalle que se tradujo en una de las leyendas urbanas con más “elementos probatorios” que suele responder al mote de la maldición de los Von Erich. El primer vástago de Fritz, Jack, murió allá en 1959 a los seis años de edad en un accidente bizarro que involucró recibir una descarga eléctrica y ahogarse en la zona de las Cataratas del Niágara, el tercer hijo, David, falleció en 1984 a los 25 años en Japón por una enteritis o inflamación/ ruptura del intestino que muchos consideran falsa porque sustituiría a una sobredosis de cocaína, el cuarto vástago, Kerry, se suicidó en 1993 a los 33 años pegándose un tiro en el corazón luego de un accidente con una motocicleta en 1986 que le costó que le amputasen el pie derecho, el quinto, Mike, murió en 1987 a los 23 años de una combinación de pastillas y alcohol a posteriori de sufrir en 1985 un caso de síndrome de choque tóxico que lo dejó con daño cerebral, y finalmente el sexto vástago, Chris, se pegó un tiro en la cabeza en 1991 con apenas 21 años de edad por una depresión galopante a raíz de la fragilidad de sus huesos por una medicación que tomaba para el asma, la prednisona.
Con semejante derrotero es compresible que Durkin, uno de los cineastas más subestimados del Siglo XXI como lo demuestran la presente y sus dos obras previas, las también geniales Martha Marcy May Marlene (2011) y El Nido (The Nest, 2020), encare el asunto desde una perspectiva narrativa e ideológica que se vincula más con el melodrama hiperbólico de El Campeón (The Champ, 1979), opus de Franco Zeffirelli, y los hermanos en eterna crisis de El Ganador (The Fighter, 2010), de David O. Russell, dos faenas en torno al boxeo, que con el retrato existencialista de El Luchador (The Wrestler, 2008), de Darren Aronofsky, y la epopeya familiar muchísimo más afable de Luchando con mi Familia (Fighting with My Family, 2019), de Stephen Merchant, dos propuestas que comparten de hecho el contexto del catch. El realizador, evidentemente un entusiasta de la lucha libre por el amor que cada fotograma exuda por la disciplina, opta por dejar afuera al hijo más joven, Chris, porque la historia de por sí se mantiene muy cerca de la realidad y en términos anímicos el convite ya está sobrecargado de tragedia: Fritz (Holt McCallany) es un padre dictatorial y exigente aunque más o menos sensato que arranca privilegiando a Kevin (Zac Efron), luego pondera la habilidad de lucha y de espectáculo de David (Harris Dickinson) y finalmente se vuelca hacia Kerry (Jeremy Allen White), un atleta de pretensiones profesionales cuya carrera se arruina debido al boicot yanqui a los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 por la invasión soviética a Afganistán, amén del ninguneo para con ese Mike (Stanley Simons) que en un inicio está más interesado en su carrera como cantante y guitarrista de una banda de rock, algo que se cae cuando Fritz lo transforma en el reemplazo de David por su fallecimiento.
La Garra de Hierro, título que alude a un movimiento característico del patriarca en el ring que heredan sus vástagos e involucra una especie de llave utilizando la mano derecha para inmovilizar al adversario apretando de forma pareja y bien sádica su cráneo, es una odisea estrictamente masculina como las propuestas deportivas de antaño, donde los personajes femeninos, como los de las esposas de Fritz y Kevin, léase Doris (Maura Tierney) y Pam (Lily James), respectivamente, por un lado tienen un rol secundario, la primera empardada a la mujer que acompaña siempre al marido y la segunda a la que manifiesta su desacuerdo aunque sin atosigar, y por el otro lado están subordinadas al verdadero interés del film, en concreto construir una carta de amor a la lucha libre aunque sin romantizarla para nada y haciendo énfasis en sus paradojas, en este sentido pensemos que la realización aclara desde el vamos, en una conversación en un restaurant entre Kevin y su futura esposa, que los títulos regionales, nacionales e internacionales de las entidades/ asociaciones de catch se determinan en función del desempeño de los luchadores y deben ser interpretados como un típico ascenso dentro de una estructura jerárquica de negocios, por ello mismo los combates pueden estar completamente guionados pero siempre queda un margen considerable para que el desempeño dentro y fuera del ring determine el “visto bueno” del público hacia un peleador por sobre el otro. La gigantesca industria del deporte de Estados Unidos aquí está analizada, precisamente, poniendo el foco en las compulsiones patológicas del trabajador/ luchador individual de una manera similar a lo que ocurría con las sectas desquiciadas de Martha Marcy May Marlene y con esos yuppies y especuladores ochentosos de El Nido.
Aquella autodestrucción de Martha (Elizabeth Olsen) de la ópera prima y del matrimonio de Rory (Jude Law) y Allison O’Hara (Carrie Coon) del segundo opus de Durkin hoy se reproduce en la condena de los Von Erich y su espiral de fallecimientos, algo que tiene que ver con múltiples causas como por ejemplo el masoquismo grupal, la feroz competencia del rubro, una ambición desmedida por el campeonato mundial, la mala suerte, el sacrificio detrás del entrenamiento diario, la afluencia de anabólicos y drogas recreativas, una clara represión emocional cien por ciento masculina, esa sobreexigencia para destacarse de la sociedad capitalista y por supuesto el sustrato siempre peligroso de un deporte tan agresivo, además de características compartidas por los miembros del clan como el fundamentalismo cristiano y rasgos específicos en sintonía con la rigidez obsesiva de Fritz, la complicidad o poca empatía de Doris y la sumisión a este estado de cosas de los hijos, sólo con Kevin -y de manera bastante tardía, hay que decirlo- rebelándose contra las manías de la parentela cuando se transforma en padre de otros dos mocosos, Ross (Leo Franich) y Marshall (Sam Franich), a los que por cierto apellida Adkisson, el real, porque cree que el responsable de la debacle es su progenitor, quien utilizó el apellido de su madre, Von Erich, como alias profesional a pesar de una larga e ignota serie de tragedias familiares protagonizadas por esa rama del linaje. Durkin jamás apresura los acontecimientos y consigue actuaciones brillantes de todo el elenco con Efron a la cabeza, aquí inflado en músculos, entregando el mejor desempeño de su carrera y acoplándose a un retrato antihollywoodense, tan nihilista setentoso como melodramático ancestral, de un deporte homologado a la gloria y el dolor…
La Garra de Hierro (The Iron Claw, Estados Unidos/ Reino Unido, 2023)
Dirección y Guión: Sean Durkin. Elenco: Zac Efron, Holt McCallany, Harris Dickinson, Stanley Simons, Jeremy Allen White, Maura Tierney, Lily James, Leo Franich, Sam Franich, Michael Harney. Producción: Sean Durkin, Juliette Howell, Angus Lamont, Tessa Ross y Derrin Schlesinger. Duración: 132 minutos.