El Hombre que Amaba los Platos Voladores

La mentira romantizada

Por Emiliano Fernández

No debería llamar la atención que de la amalgama entre esa cloaca de la cultura chatarra del Siglo XXI bautizada Netflix y la mediocridad promedio del cine del director y guionista argentino Diego Lerman surgiese una película tan anodina, soporífera y/ o hueca como El Hombre que Amaba los Platos Voladores (2024), la verdadera novedad se condice con el hecho de que la frustración también se suma a la fórmula porque la idea a priori era curiosa, léase construir una suerte de biopic semi paródica alrededor de José de Zer (1941-1997), en esencia un cronista televisivo de espectáculos que hoy por hoy es recordado por sus seis meses de notas ridículas a mediados de la década del 80 para Nuevediario (1984-1994), el noticiero del Canal 9 de TV abierta de Buenos Aires, alrededor de la supuesta presencia de extraterrestres en el Cerro Uritorco, parte de un cordón montañoso de la provincia argentina de Córdoba, Sierras Chicas, que está muy próximo a la ciudad de Capilla del Monte, cuyo municipio evidentemente sobornó al periodista para que construya una serie de informes amarillistas y desquiciados con la meta de fomentar el turismo y especular con el precio de la tierra en la zona, todo a su vez montado sobre un mito previo vinculado a la existencia de una metrópoli alienígena subterránea bajo el mismo cerro, Erks, creación de Ángel Cristo Acoglanis y su culto de lunáticos en parte comparable a la cienciología de L. Ron Hubbard.

 

Lerman, en un principio enrolado en la segunda camada de comienzos del nuevo milenio del Nuevo Cine Argentino, aquella renovación de fines del Siglo XX, y responsable de una retahíla de propuestas que se mueven entre lo rutinario y lo indie trasnochado con respecto al acervo verdaderamente aguerrido de los años 90, hablamos de Tan de Repente (2002), Mientras Tanto (2006), La Mirada Invisible (2010), Refugiado (2014), Una Especie de Familia (2017) y El Suplente (2022), más la miniserie para el Canal 7 de índole estatal La Casa (2015), en esta oportunidad no se decide del todo en cuanto a la perspectiva desde la cual encarar a De Zer, seudónimo profesional de José Bernardo Kerzer, y por ello nos pasea por la comedia negra, el docudrama modelo yanquilandia, la parodia de los medios masivos de comunicación, la semblanza de dilema moral, aquella ciencia ficción ochentosa, el típico opus family friendly y el retrato esotérico -pero con pretensión de rigurosidad psicológica- de un fabulador con recursos muy precarios y una audiencia que creció exponencialmente a medida que las “notas de color” de turno se hacían más bizarras, precisamente en una época en la que el público en general era bastante ingenuo y Canal 9 lideraba el rating, puesto que terminaría cediendo al Canal 11 de Buenos Aires, conocido como Telefe, a partir de 1990 y hasta nuestros días salvo por dos años, 2010 y 2011, en los que el Canal 13 resultó ganador.

 

Aquí De Zer (un correcto y no mucho más Leonardo Sbaraglia) es efectivamente sobornado con pepitas de oro por un par de representantes de un pueblo del interior de Argentina que ocupa el lugar simbólico de Capilla del Monte, La Candelaria, municipio que desea atraer turistas y volcarse a la “timba” inmobiliaria con la excusa de unos pastizales quemados en forma circular que hacen las veces de terreno donde se posó una nave extraterrestre digna de las epopeyas hollywoodenses más burdas de la ciencia ficción Clase B de los 50, cuando el temor a un holocausto nuclear a raíz de la Guerra Fría derivó en el fetiche para con los visitantes salvadores/ neutrales/ peligrosos de otras galaxias. Sinceramente jamás llegamos a conocer al protagonista al cien por ciento y sólo sabemos que participó en la Guerra de los Seis Días (junio de 1967), tiene problemas psiquiátricos que trata con ansiolíticos, su secuaz en Nuevediario -en pantalla Notidiario- es el célebre camarógrafo Carlos “Chango” Torres (Sergio Prina), arrastra una ex esposa y una hija adolescente bastante aburridas, esas Roxy (María Merlino) y Marti (Renata Lerman, hija del realizador), y una amante vedette símil Moria Casán, Mónica (Mónica Ayos), tuvo un cuasi infarto en Carlos Paz que lo llevó a una breve internación hospitalaria, le gusta mucho el vitel toné aunque sin alcaparras y de hecho se le sube el ego de dictador de pacotilla a la cabeza en medio de las farsas ufólogas.

 

Dicho de otro modo, nunca terminamos de saber quién demonios es José de Zer y por qué se supone que hace lo que hace ya que las anécdotas sonsas y los tics identitarios son legión pero el desarrollo del personaje resulta extremadamente pobre, inconveniente enraizado en el mismo quid del film, en su duración excesiva y en esa torpeza a la hora de apuntalar -o despertar interés y empatía en- un protagonista que justifique este retrato cinematográfico cuando desde el vamos se nos presenta su carácter mercenario por un lado, algo que no lo diferencia del 99% del periodismo mainstream del nuevo milenio, y sus delirios místicos en secuencia por el otro lado, como por ejemplo sombras misteriosas en el Desierto del Sinaí, Egipto, los pastizales quemados en cuestión en un cerro de La Candelaria, algún que otro avistamiento de un OVNI desde un helicóptero, los mensajes alienígenas tallados en las paredes de una mina abandonada, un ingeniero que funciona de mensajero/ intermediario de los extraterrestres a lo Rantes (Hugo Soto) de Hombre Mirando al Sudeste (1986), la joya de Eliseo Subiela, el Ingeniero Sixto Schiaffino (Agustín Rittano), y por supuesto un desenlace a toda pompa basado en la abducción de José dentro de una ambulancia y desde las alturas después de que fuese rescatado de la mina aludida. Ni las pinceladas surrealistas ni los manotazos narrativos de ahogado para construir un “loco lindo” que se enfrenta a las figuras necias de autoridad, como el jefe de los bomberos del pueblo, Recabarren (Daniel Aráoz), o sus superiores en Canal 9, Saporitti (Osmar Núñez) y un Checho símil Alejandro Romay (Norman Briski), logran maquillar el detalle de que la película es tan inconsistente a nivel del tono y el ritmo y tan morosa a escala conceptual y retórica como el resto de la filmografía de Lerman, no obstante posee tres elementos a favor, nos referimos a la calidez de algunas escenas, una factura técnica impecable y un humor amargo que condimenta este pulso esquizofrénico que salta de las payasadas alrededor de los platos voladores al lienzo pretendidamente serio en torno a un De Zer que es sádico y masoquista al mismo tiempo y sin puntos intermedios que lo humanicen en tamaño trajín. Se agradecen las citas finales a Cadenas de Roca (Ace in the Hole, 1951), de Billy Wilder, en materia de la fama, el poder, el éxito, la primicia y el espectáculo como adicciones, al igual que la inclusión de canciones de Pimpinela, Alberto Cortez, Charly García, Sumo y Viuda e Hijas de Roque Enroll, sin embargo la mentira romantizada -y no tan inocente, desde todo punto de vista- que nos quiere vender el film tiene patas cortas y además el realizador y su ídolo televisivo de barro no enfatizan con la suficiente garra que lo que se mueve por detrás es la necesidad popular de creer en algo más allá de lo mundano, sean extraterrestres, una religión o una filosofía política, para que la angustia cotidiana disminuya y lo mágico o cultural inasible crezca…

 

El Hombre que Amaba los Platos Voladores (Argentina, 2024)

Dirección: Diego Lerman. Guión: Diego Lerman y Adrián Biniez. Elenco: Leonardo Sbaraglia, Sergio Prina, Osmar Núñez, Norman Briski, Daniel Aráoz, Mónica Ayos, Renata Lerman, María Merlino, Agustín Rittano, Guillermo Arengo. Producción: Diego Lerman y Nicolás Avruj. Duración: 108 minutos.

Puntaje: 3