El Ruiseñor, el Amor y la Muerte, del Indio Solari

La muerte y yo

Por Maximiliano Curcio

En su quinto disco de estudio junto a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, el Indio Solari regresa al ruedo con El Ruiseñor, el Amor y la Muerte (2018), sucesor de Pajaritos, Bravos Muchachitos, editado en el ya lejano 2013. Su última placa ofrece un sólido engranaje musical compuesto por quince canciones, las cuales a lo largo de una hora de música ofrecen la habitual arquitectura sonora que caracterizan a los discos de Solari, mientras la lírica confesional deja entrever un cantante existencialista como nunca.

 

En la nueva creación del artista más convocante de la escena rockera nacional destacan un conjunto de músicas cuyos aires de nostalgia hacia los tiempos de juventud revelan cierto inconformismo frente a la mirada de los poderosos y una sabia reflexión acerca de la muerte; recurrencias temáticas que levantarán diversas suspicacias en una obra que resulta una suerte de retrospectiva de su propio legado musical. También, por allí desfilarán una galería de personajes que la atenta escucha de sus fieles seguidores sabrá reconocer como parte de la “liturgia india”: la Gran Lady, el Gordo Chas-Chas y Panasonic son los protagonistas de esta cosmovisión personal del autor. Su habitual formación grupal, las guitarras de Baltasar Comotto y Gaspar Benegas, aporta al álbum su columna vertebral: un groove que se ciñe al estilo registrado por una banda superlativa.

 

Las incógnitas que merodearon la concepción del disco acrecentaron el enigma que rodea a la vida privada del Indio. Luego de que el músico confesara que padece mal de Parkinson, y del polémico recital en Olavarría de marzo de 2017, el artista se refugió en su estudio Luzbola para componer, con su habitual carácter -obsesivo y perfeccionista- y una dinámica detallista incansable, su más reciente opus. El encierro resultaría en un elaboradísimo disco que le demandaría casi dos años de trabajo (inclusive postergado por la enfermedad de su baterista, Martín Carrizo), y que viera la luz el pasado 27 de julio. Poco se sabía de la “cocina” del mismo, y las últimas noticias de Solari tenían que ver con una entrevista brindada en ocasión del lanzamiento de su postergado libro de historietas, Escenas del Delito Americano, en 2017.

 

Fiel a su costumbre de reservar la promoción de su obra a un contado sector de la prensa, el Indio prescindió de medios masivos y ofreció las primicias a su colaborador y amigo personal Marcelo Figueras (con quien está finalizando su autobiografía titulada Los Recuerdos Mienten un Poco), quien se encargó de reproducir el álbum en su programa Big Bang de la radio independiente FM La Patriada (emisora en la que la figura colabora leyendo textos clásicos de la literatura a medianoche), horas antes del lanzamiento discográfico.

 

Si observamos la foto de tapa, notaremos que muestra a sus padres y en las páginas interiores a artistas de diversas disciplinas. La decisión responde a que, en esta oportunidad, el Indio decidió usar la portada y el arte del disco para homenajear a la gente que lo inspiró durante la etapa formativa de su vida, celebrando así sus influencias. Hablamos de cineastas como Luis Buñuel, Werner Herzog, Ingmar Bergman, Akira Kurosawa y Andrei Tarkovski, músicos como Wagner, Musorgski, Leonard Cohen, Jacqueline du Pre, Billie Holiday, Floreal Ruiz, John Lennon, Bob Dylan, Chet Baker, Frank Zappa, John Mellencamp y Tom Petty, artistas visuales como Aubrey Beardsley, Hugo Pratt, Gustav Klimt, Ilia Repin, Xul Solar y Robert Crumb, escritores como Alfred Jarry, Joseph Conrad, Jean Cocteau, Marcel Schwob, Antonin Artaud, Gurdjieff, Par Lagerkvist, John Steinbeck, Bataille, Raymond Roussel, Norman Mailer, William Burroughs, Ken Kesey, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Lawrence Durrell, Kurt Vonnegut, Thomas Merton y Kenneth White, entre otros.

 

El disco abre con una auténtica declaración de principios, Pinturas de Guerra, en donde el Indio entona, como una suerte de revancha personal, “si la adversidad triunfa/ dolerá porque fui feliz”, y la nostalgia que baña esos versos se perfila para abrazar enteramente un concepto: aún “a merced de miserables”, nadie podrá opacar la leyenda de su nombre. El siguiente tema se perfila como la joya del álbum, La Oscuridad, con una potente letra que indaga en asuntos misteriosos pendientes, al tiempo que un halo poético simboliza en fantasmas un camino de autoconocimiento. Los pegadizos riffs de guitarra convierten al mismo en un clásico instantáneo y la retórica de Solari suelta una verdad demoledora: “vos fuiste la derrota que mi alma no soportó”.

 

Con aires de improvisación, jolgorio y bienvenido espíritu under en noches de bar, El Callejón de los Milagros se presenta como una ineludible metáfora de los encuentros multitudinarios y descontrolados de las Misas, mientras el coro que acompaña al cantante contagia un tono alegre que contrasta con la sordidez de la letra. La canción que da nombre al disco se ubica en la cuarta pista y es una adictiva balada en donde el Indio ofrece su singularísima cadencia para cantar unos versos que causan deleite: “todo viejo amor nos importuna siempre”.

 

Durante El Martillo de las Brujas (Malleus Maleficarum), Solari deja ver su descontento acerca de la vida liviana, superficial y segura de las clases acomodadas, al tiempo que traza una parábola sobre los tiempos de persecución comunista, cuando el futuro está en manos de “aquellos que joden tu placer”. En El Tío Alberto en el Día de la Bicicleta, el ex líder de Los Redondos eleva su enésimo homenaje beatnik al precursor del LSD: la lisérgica oda al científico Albert Hoffman es también un texto personalísimo acerca de la experimentación con estados de conciencia alterados.

 

Para La Pequeña Mamba, Solari nos convida una historia de amor personal que parece contada por un adolescente. En primera persona, y en medio de versos simpáticos, entrega un rocanrol cantado en un tono que recuerda al mejor registro ricotero, plagado de guitarras vivaces y una súplica deliciosa “llámame porque sí”. Solari, aún descontento por el maltrato que tuvieron para con él los medios de comunicación, entrega sobradas referencias sin lugar para los eufemismos, ofreciendo quizás una fórmula de auto convencimiento, “me invento plegarias sin ser de fe”, con el puño y el orgullo bien en alto. Entonces, literal y contundente, expresa “los muertos sin alma me quieren juzgar a mí”, y luego su discurso se vuelve más filoso, “una silueta de tiza, quieren para mí estos jodidos”. Los versos citados pertenecen a la brillante La Moda no es Vanguardia, punto culmine del disco en donde -pícaro- también se atreve a tentar a la muerte: “con una falda floreada, quizás le hubiera aceptado”.

 

Deseos de liberación, mezclados con sensaciones de culpa y paranoia, parecen atormentar al ladrón fugitivo de La Ciudad de los Encandilados, luego de consumar su golpe y meditar la fuga. En plan festivo, el álbum cierra con El que la Seca, la Llena, un tema ultra bailable cuyo título remite a una práctica barrial etílica para terminar a todo volumen, posicionándose como digno sucesor de El Charro Chino (El Tesoro de los Inocentes, 2004). Con alegría y actitud ultra disco, Solari despide su reciente álbum al grito de “la banda suena tan lindo hoy”.

 

Las heterogéneas influencias del Indio están presentes en la placa y se evidencian en sus coqueteos constantes con rítmicas de Medio Oriente presentes desde El Perfume de la Tempestad (Canción para un Terrorista Bonito), jugueteos ochentosos que remiten a Patricio Rey (A Bailar que no Hay Infierno), rock industrial a lo Porco Rex (Strangerdanger) y hallazgos en baladas de piano (Ostende Hotel). Descubrir las ricas capas sonoras que nutren el álbum, entre acústico y moderno, nos hará disfrutar de arreglos y texturas que se diseminan en los laberintos intertextuales de este prócer de nuestro rock. Su inconfundible voz -intacta- se acopla a la sensibilidad de una lírica que despierta ponderación: presenciamos un artista poseedor de una notable riqueza compositiva, de la cual muy pocos podrían presumir.

 

Bajo el seudónimo de Protoplasman (suele acompañarlo una especie de álter ego en cada uno de sus discos), el Indio abraza la oscuridad como placentera nueva compañía en este irremediable otoño de la vida, dejando al desnudo sus conquistas, temores y convicciones más íntimas. Su poesía bucea profundo en el alma quebrada por afectos ausentes y sesgada por ideales de un soñador para extraer una belleza brutal, mientras transita el inexorable camino del recuerdo. Ya lo dijo el mister, “donde hay dolor, habrá canciones”. No hablemos de réquiems ni despedidas.

 

El Ruiseñor, el Amor y la Muerte, del Indio Solari (2018)

Tracks:

  1. Pinturas de Guerra
  2. La Oscuridad
  3. El Callejón de los Milagros
  4. El Ruiseñor, el Amor y la Muerte
  5. Strangerdanger
  6. El Martillo de las Brujas (Malleus Maleficarum)
  7. El Tío Alberto en el Día de la Bicicleta
  8. Canción para un Terrorista Bonito
  9. La Pequeña Mamba
  10. La Moda no es Vanguardia
  11. A Bailar que no Hay Infierno
  12. La Ciudad de los Encandilados
  13. Ostende Hotel
  14. Panasonic y el Mundo a sus Pies
  15. El que la Seca, la Llena