Spinal Tap II: The End Continues

La parodia de la parodia

Por Emiliano Fernández

No se puede menospreciar el impacto en el ideario del rock de This Is Spinal Tap (1984), obra dirigida por Rob Reiner, debutante que asimismo se encargaba de las entrevistas bajo el seudónimo de Martin “Marty” DiBergi, y escrita por el susodicho más los protagonistas, Michael McKean, Christopher Guest y Harry Shearer, respectivamente los responsables de componer al guitarrista y cantante David St. Hubbins, el guitarrista Nigel Tufnel y el bajista Derek Smalls, todos miembros de la banda inglesa ficcional del título, Spinal Tap, durante una etapa de raudo declive en popularidad y luego de atravesar múltiples cambios de estilo hasta arribar al metal más payasesco. Hablamos de un mockumentary o falso documental evidentemente inspirado en All You Need Is Cash (1978), gran parodia de toda la historia de The Beatles de parte de Eric Idle, y a su vez génesis de dos sátiras alrededor de la Edad de Oro del Hip Hop entre mediados de los años 80 y mediados de la década siguiente, la floja CB4 (1993), de Tamra Davis, y la sublime Fear of a Black Hat (1993), de Rusty Cundieff, amén de una influencia que fue desde la participación de los personajes en un capítulo de The Simpsons de la tercera temporada, The Otto Show (1992), hasta el hecho de haber inspirado la tapa completamente negra de The Black Album (1991), disco hiper exitoso de Metallica que retomaba el diseño del trabajo fundamental apócrifo detrás de la película, Smell the Glove, cuya tapa ennegrecida en pantalla a su vez desencadenaría el soundtrack del film de Reiner, también bautizado This Is Spinal Tap (1984), un supuesto compilado de temas de placas ficcionales previas. Los cambios que atravesaba el grupo durante el metraje simbolizaron el veloz desarrollo del género durante los 60, 70 y 80, empezando en el pop cuasi garage de la Invasión Británica, pasando por el rock psicodélico del Verano del Amor de 1967 y el rock progresivo/ sinfónico de los 70, hasta llegar al metal autoconsciente de la década del 80, metamorfosis que nos legó chistes y gags antológicos en sintonía con aquel amplificador que subía hasta once, un recital en una base de la Fuerza Aérea, la seguidilla de muertes de bateristas y ese trayecto laberíntico desde los camerinos hasta el escenario. Entre alusiones más o menos vedadas a Led Zeppelin, The Rolling Stones, The Who, Deep Purple, The Beatles, Black Sabbath y The Kinks, en realidad la ironía estaba direccionada hacia tres blancos principales, primero la Nueva Ola del Heavy Metal Británico de los 70 y 80 de Judas Priest, Iron Maiden, Saxon, Def Leppard, Venom y Motörhead, segundo el glam metal ochentoso de Guns N’ Roses, Quiet Riot, Poison, Bon Jovi, W.A.S.P. y Mötley Crüe, entre muchas otras agrupaciones de cotillón, y tercero el glam primigenio de los 70 símil Alice Cooper, Kiss, New York Dolls, Aerosmith, Van Halen, Cheap Trick y T. Rex.

 

La película se servía de una colección de sketchs para enumerar una serie de características o lugares comunes del mundillo rockero de la segunda mitad del Siglo XX como los shows con mucha demora, las vestimenta y utilería ridículas, las letras estereotipadas machistas/ satánicas/ mitológicas, las groupies bobas, los cambios eternos de integrantes, la afectación británica, las fiestas ampulosas del jet set, la drogodependencia y el alcoholismo, la clásica distancia cultural con los estadounidenses, la virulencia de algunas críticas de la prensa, la pose comercialoide baladí en la madurez, esas polémicas necias acerca de las tapas de los discos, el nivel intelectual calamitoso de la cultura masiva para entonces, el homoerotismo tácito dentro de las bandas, los requerimientos culinarios absurdos para los camerinos, los solos siempre pirotécnicos de guitarra, ese fetichismo para con el instrumento que deriva en colección, la fragilidad del músico en el ámbito privado, todos esos managers corruptos/ dictatoriales/ maquiavélicos, los problemas de reservas en los hoteles y de ubicación en los estadios, la envidia entre colegas, la decadencia profesional no reconocida, la influencia un tanto nociva de las parejas controladoras en cuanto a la dinámica del grupo, la totemización de Elvis Presley y otros popes del rockabilly de los 50, la fauna bizarra que suele sumarse a las giras o el backstage, la posibilidad de un arresto en cualquier aeropuerto, la virilidad simulada de modo esperpéntico, los sucesivos fracasos en publicidad, marketing y eventos varios, los egos permanentemente en pugna, los asistentes mariquitas polirubro, los dilemas en materia de las escenografías para los recitales, el papel tantas veces desdibujado de los bajistas y bateristas, las peleas por la administración económica del proyecto en común, la inmadurez de los artistas, el narcisismo al momento de los ensayos, los delirios en relación a la carrera solista futura de cada uno y finalmente el regreso desesperado o más bien tardío enfocándose en algún mercado otrora muy marginal y hoy suculento, como Japón o ciertas regiones del Tercer Mundo. This Is Spinal Tap, por un lado, fue una joya perteneciente a la mejor fase del derrotero de Reiner, aquella primigenia de The Sure Thing (1985), Stand by Me (1986), The Princess Bride (1987), When Harry Met Sally (1989), Misery (1990) y A Few Good Men (1992), período que a su vez abriría un declive cualitativo de nunca acabar que llega hasta el presente, y por el otro lado, tuvo una continuación que no vio casi nadie, The Return of Spinal Tap alias A Spinal Tap Reunion: The 25th Anniversary London Sell-Out (1992), telefilm intrascendente con los comediantes/ músicos tocando en vivo que sería editado en video y acreditado a Jim DiBergi y Lauren Eton-Hogg, esta última una alusión a Michael Lindsay-Hogg, artífice de un gran documental sobre The Beatles, Let It Be (1970).

 

Evitando toda referencia al producto de TV de 1992, en esencia un concierto en el Royal Albert Hall de Londres condimentado con sketchs cortos, Spinal Tap II: The End Continues (2025), secuela nuevamente a cargo de Reiner más el trío de colaboradores de la propuesta original, McKean, Guest y Shearer, constituye el típico producto desarrollado muy a los apurones -Harry tiene 81 años y el resto del plantel se mueve entre los 77 y los 78- y con el resentimiento a cuestas porque entre 2016 y 2020 estos cuatro estadounidenses estuvieron enfrascados en un litigio procesal en pos de hacerse con los derechos de la película y la música y cobrar regalías/ compensaciones atrasadas que incluían el jugoso merchandising alrededor de This Is Spinal Tap, eventualmente llegando a un acuerdo extrajudicial con StudioCanal, Vivendi y Universal Music Group, los gigantes demandados. El director y los tres comediantes, desde 2021 socios a través de la compañía Authorized Spinal Tap LLC, ahora se aparecen con un catalizador narrativo que se ve venir a kilómetros a la distancia y que para colmo no saben aprovechar, el esperable concierto de regreso -registrado por las cámaras de DiBergi (Reiner de nuevo)- en un contexto de tensiones porque David cree que Nigel se acostó con su esposa cuando en realidad el de la perfidia fue el bajista, Derek. Lo único realmente atractivo del film es su introducción, los primeros minutos antes de la llegada a Nueva Orleans para los ensayos, porque allí descubrimos qué ha sido de la vida de los músicos desde su separación quince años atrás, en este sentido nos topamos con un Tufnel que toca ocasionalmente en un pub con una banda folklórica y encabeza una tienda de venta de quesos y guitarras en el norte de Inglaterra con su novia, Moira (Nina Conti), un St. Hubbins que vive en California y se mantiene como mariachi y componiendo música para llamadas en espera y podcasts sobre crímenes reales, además de films de terror, y un Smalls que cuenta con un estrafalario museo del pegamento en el sur de Londres, compone canciones diabólicas para orquesta y oficia de representante de una criptomoneda, llamada Bruegel por el pintor neerlandés Pieter Brueghel el Viejo, que por supuesto deriva en estafa y en víctimas del montón, como nuestros David y Nigel, otro motivo para el resentimiento. Entre los que regresan para mínimos cameos están Jeanine Pettibone (June Chadwick), la ex pareja de St. Hubbins que se transformó en monja, Bobbi Flekman (Fran Drescher), una relacionista pública/ encargada de eventos que mutó en budista, debido al estrés del tour de Smell the Glove, y en CEO de una compañía que contrata a influencers de redes sociales, y Artie Fufkin (Paul Shaffer), aquel promotor bastante inútil que ahora vende autos usados apoyándose en unos muñecos inflables que “bailan” al compás del aire que se les inyecta.

 

Los personajes nuevos de supuesta relevancia son escasos y se concentran en Didi Crockett (Valerie Franco), una baterista lesbiana que reemplaza a Mick Shrimpton (R.J. Parnell), señor que en las postrimerías de This Is Spinal Tap se convertía en un caso de combustión espontánea, Caucasian Jeff (C.J. Vanston), el nuevo tecladista porque David Kaff, actor encargado de componer al histórico Viv Savage, pereció en este mismo 2025 a la edad de 79 años, Hope Faith (Kerry Godliman), hija del manager original ya fallecido, Ian Faith (el recordado Tony Hendra, quien efectivamente pasó a mejor vida en 2021 a sus 79 años), y heredera de un contrato que obliga legalmente a Spinal Tap a realizar un concierto más, el que moviliza la propuesta, y Simon Howler (Chris Addison), promotor de recitales que en términos prácticos funciona como el nuevo manager y como el villano del relato o algo así, pensemos que desde el vamos resulta el principal blanco de los ataques al homologarlo a la ignorancia, la pedantería, la sandez y la codicia del mainstream musical del Siglo XXI, ese que cría sordos conformistas en todos y cada uno de los recovecos del planeta. Si bien se nombran a The Police, Mick Jagger y Bruce Springsteen, los artistas que vemos en pantalla para rellenar tiempo de metraje -cual desfile de luminarias forzadas- son los ídolos del country Garth Brooks y Trisha Yearwood, ambos cantando Big Bottom en un video viral, los bateristas Questlove, de The Roots, Chad Smith, de Red Hot Chili Peppers, y aquel Lars Ulrich, de Metallica, todos negándose a ocupar el puesto vacante por temor a fallecer en circunstancias surrealistas, y los pesos pesados Paul McCartney, sumándose a los ensayos de Cups and Cakes, y Elton John, pianista que toca con ellos (Listen to the) Flower People y Stonehenge, sin olvidarnos del aporte de Henry Diltz, célebre fotógrafo del ecosistema rockero que aquí registra a los protagonistas reproduciendo la portada de Crosby, Stills & Nash (1969), debut del supergrupo homónimo integrado, de hecho, por los estadounidenses David Crosby y Stephen Stills y el inglés Graham Nash más la aparición esporádica del canadiense Neil Young, una imagen que fue a parar a la tapa de la banda sonora del film, The End Continues (2025), cuarto trabajo de estudio a posteriori del mencionado This Is Spinal Tap y aquella dupla de Break Like the Wind (1992) y Back from the Dead (2009), el primero promocionado mediante el telefilm, The Return of Spinal Tap, y el segundo parte constituyente de otro de los tantos “operativos retorno” que intentaron emparejar tamaña parodia con un estrellato hecho y derecho dentro de la comarca del rock, en aquella ocasión de la mano de presentaciones de alto perfil en la coyuntura del Glastonbury Festival y nada menos que el Wembley Arena, uno de los estadios cubiertos más famosos del Reino Unido.

 

Los manotazos de ahogado del marco de la comicidad son demasiados pero quizás los más dolorosos pasen por Reiner tirando con torpeza las sillas plegables al inicio, el pegamento de tortuga de las Islas Galápagos introducido en la nariz de Smalls, la residencia turística y embrujada donde se hospedan con los fantasmas de Louis Armstrong y Fats Domino, esa escultura para el show de un trasero femenino tirándose pedos, aquel compartimento con un rallador y un trozo de queso en el fondo/ reverso de la guitarra de Nigel, el intento de Derek de conquistar a Crockett sin saber que la ninfa prefiere las mujeres, la rutina bobalicona de ejercicios para que bailen cual producto del K-pop y las otras ideas “llamativas” de Howler con vistas a exprimir comercialmente a los veteranos, vinculadas a su fallecimiento lo más pronto posible, para disparar la morbosidad del público, a una línea de agua mineral, Tap Water, con un envase con la forma de Stonehenge, el monumento megalítico más conocido de Inglaterra, y a una institución denominada la Casa Internacional del Rock (International House of Rock), desvarío que copia el diseño de los locales de IHOP, una cadena yanqui de restaurants especializada en desayunos, y que consideran fundar como alternativa al Salón de la Fama del Rock and Roll (Rock and Roll Hall of Fame), museo que los rechazó como miembros. Spinal Tap II: The End Continues, más un bono de compensación por el dinero no recibido a lo largo del tiempo que un tributo en primera persona o siquiera una película coherente propiamente dicha, es una secuela innecesaria, mediocre, previsible, automática, muy poco graciosa y monocorde a más no poder, aunque vale reconocer que por lo menos es corta -dura casi lo mismo que la epopeya original- y que los tres protagonistas están bien como caricaturas de otras caricaturas, aquellas de 1984, redundancia irónica de por medio o ausencia absoluta de imaginación y sutileza que parece confirmar la avaricia trasnochada de fondo a lo mainstream cultural, en sí otro caso de cinismo que se muerde la cola hasta sangrar a borbotones. A pesar de que Reiner tampoco pasa vergüenza como nuestro autor delante de cámaras e incluso su aporte es mayor que en This Is Spinal Tap, logrando un desempeño actoral correcto, lamentablemente el mockumentary hace muchísimos años dejó de ser avant-garde, el latiguillo de turno alrededor de la antipatía por líos de faldas se agota rápido y sinceramente el grueso de la música nueva llega muy tarde, cuando ya se perdió el interés en la propuesta en su conjunto, y si aparece antes lo hace con cuentagotas y sin que nada resulte ni remotamente tan sugestivo o hilarante como las composiciones clásicas del primer film, himnos satíricos equiparables a una droga tontuela aunque eficaz más cercana a “Weird Al” Yankovic que a Frank Zappa o Captain Beefheart. Casi toda la inteligencia y riqueza discursiva de antaño se esfumó y sólo queda una comedia hollywoodense estándar enmarcada en un concierto de regreso/ autohomenaje con sus conflictos reglamentarios que renacen otra vez, un rubro que surge con Hail! Hail! Rock ‘n’ Roll (1987), opus de Taylor Hackford sobre Chuck Berry, y se extiende hasta Made of Stone (2013), faena de Shane Meadows acerca de The Stone Roses. El rock de estos carcamales es tan limitado, vacuo y reiterativo como su humor en general y encima ambas dimensiones dependen de invitados, nostalgia y/ o fan service de dejo bien burdo, basta con señalar la mezquindad atolondrada de los dos remates, el accidente en el escenario vía los enanos druidas y la roca de siempre de Stonehenge cayendo sobre la banda y ese epílogo sustentado en el óbito de la baterista woke en la piel de Franco, atragantada frente a DiBergi mientras comía sus frutas frescas…

 

Spinal Tap II: The End Continues (Estados Unidos, 2025)

Dirección: Rob Reiner. Guión: Rob Reiner, Christopher Guest, Michael McKean y Harry Shearer. Elenco: Christopher Guest, Michael McKean, Harry Shearer, Rob Reiner, Valerie Franco, C.J. Vanston, Fran Drescher, Paul McCartney, Elton John, Chris Addison. Producción: Rob Reiner, Christopher Guest, Michael McKean, Harry Shearer, Matthew George y Michele Reiner. Duración: 84 minutos.