El Otro (The Other)

La parte maldita

Por Emiliano Fernández

Películas sobre niños asesinos hubo muchas a lo largo de la historia del cine en una escala que va desde La Mala Semilla (The Bad Seed, 1956), de Mervyn LeRoy, hasta El Ángel Malvado (The Good Son, 1993), de Joseph Ruben, no obstante en este colorido surtido de psicópatas de baja estatura y todos sus enigmas se destaca una de las grandes rarezas del rubro, El Otro (The Other, 1972), dirigida por Robert Mulligan y escrita por el actor reconvertido en novelista y guionista Tom Tryon, un magistral y meticuloso thriller de cadencia psicológica que por un lado retoma el formato centrado en una colección de cadáveres que se van apilando gracias a la supuesta ternura del homicida, lo que desde ya trae a colación la ingenuidad de los adultos y las romantizaciones sociales bobaliconas en torno a una niñez considerada cristalina y carente de impulsos primarios enrevesados, y por el otro lado se propone complejizar el asunto incorporando una sutil confusión identitaria que tiene mucho de la dinámica del doppelgänger, los secretos fraternos, el infaltable conventillo familiar, el parasitismo de una personalidad dominante con respecto a otra más pasiva y en especial la frontera difusa entre la realidad prosaica de todos los días y una imaginación que aquí coquetea sin medias tintas con lo sobrenatural que se resiste a caracterizaciones reduccionistas en lo que atañe a la trama en su conjunto, en esencia un detalle que desarma la estructura de la violencia, sus arcanos y el proto slasher infantil que se venía trabajando para poner patas para arriba los preconceptos con el objetivo de jugar con las expectativas concretas del espectador, dejándolo pensando y repensando todo lo visto en función de cada diminuto elemento interviniente y su peso general de acuerdo al devenir posterior de un relato inusualmente vanguardista para el Hollywood de su tiempo.

 

Todo transcurre durante el verano de 1935 en una granja familiar en la que viven dos gemelos de 11 años, Holland (Martin Udvarnoky) y Niles Perry (Chris Udvarnoky), cuyo padre murió hace poco en un accidente en la bodega de las manzanas que dejó a su madre en un estado de tristeza que le impide salir de la casa. La propiedad es llevada adelante por la abuela de los chicos, la inmigrante rusa y devota cristiana Ada (Uta Hagen), y por el hermano del fallecido, George (Lou Frizzell), quien está casado con Winnie (Loretta Leversee) y tiene de hijo a Russell (Clarence Crow), el cual se la pasa burlándose de sus primos. El panorama se completa con la hermana embarazada de los protagonistas, Torrie (Jenny Sullivan), y el esposo de ésta, Rider (John Ritter), quienes viven cerca y como todos los otros adultos parecen no darse cuenta que los mocosos son algo así como el yin y el yang de la existencia de la parentela, ya que mientras que Holland es un verdadero volcán de tendencias sádicas y comportamiento maquiavélico, Niles es realmente bondadoso y mantiene una estrecha relación con Ada, una mujer que incluso le ha transmitido/ enseñado la habilidad psíquica de proyectarse fuera de su cuerpo en diferentes seres, como una flor o un cuervo, insólita destreza a la que ambos llaman “el gran juego”. La disposición asesina de Holland pronto sale a la luz cuando coloca una horca entre el pajar para que Russell termine empalado al saltar sobre ella sin saberlo, sobre todo debido a que los amenazó con acusarlos con George por osar jugar en la bodega de las manzanas -un sitio prohibido- y por tener un anillo que perteneció al padre de los chicos y debería estar enterrado con él, objeto de hondo significado familiar porque pasó del abuelo al progenitor de ellos y de éste a Holland por ser 20 minutos mayor, el cual un buen día decidió regalárselo a su hermano.

 

Por supuesto que la andanada homicida no termina allí y abarca a una vecina quejosa, la Señora Rowe (Portia Nelson), a quien los niños le rompen sin querer uno de sus frascos de conservas, una persona que los acusa ante Ada y también pasa a mejor vida cuando un Holland vestido de mago saca de su galera uno de los roedores blancos de Russell frente a la mujer y la experiencia de inmediato le provoca un ataque cardíaco. Alexandra (Diana Muldaur), la madre de los purretes, en paralelo parece mejorar pero todo se va al demonio de nuevo cuando la mujer descubre el contenido de esa lata de tabaco que Niles protege con sumo recelo, nada menos que el anillo de turno -con la cabeza tallada de un halcón peregrino- y un dedo envuelto en papel de color azul, situación que deriva en un forcejeo nocturno entre ella y Holland y en la caída de la progenitora por unas escaleras y un estado catatónico que incluye parálisis y silla de ruedas de allí en más para la apesadumbrada fémina. Llegado este punto, el relato nos revela lo que está sucediendo en realidad en la granja a través de un ardid que haría escuela a futuro dentro del suspenso en general y que está my cerca de su homólogo de Psicosis (Psycho, 1960), la recordada obra maestra de Alfred Hitchcock: Ada encuentra la harmónica de Holland en la casa de la Señora Rowe y confronta a Niles, quien dice tenerle miedo a su hermano y le confiesa el periplo asesino del susodicho, motivando que la abuela le recuerde que Holland murió meses atrás cuando pretendía arrojar a un gato en un pozo de agua, cayendo él dentro por accidente, lo que asimismo desencadenó que el muchacho utilice al “gran juego” para comunicarse luego del velatorio con su gemelo y recibir curiosas instrucciones de parte de él, específicamente que abra su ataúd y corte su dedo con unas tijeras para llevarse ese anillo que estaba atascado.

 

Más allá de las idas y vueltas psicológicas del protagonista y una arquitectura mental que invierte lo esbozado por Edgar Allan Poe en William Wilson (1839), ahora con el doble representando a la parte maldita del ser y no a la conciencia, El Otro también funciona como un prodigioso retrato de la niñez masculina, hoy más que nunca encarnada en la fetichización de determinados objetos, en un afán de libertad y una algarabía anárquica que evitan las restricciones familiares/ comunales, en un apego cercano al endiosamiento para con algunas figuras que pueden ser de carne y hueso o no, en una disposición orientada a proteger infructuosamente los secretos considerados más valiosos, en un sadismo didáctico que puede aparecer en cualquier contexto y circunstancia, y finalmente en esa distancia interpretativa en relación al mundo de los adultos y vinculada a la creatividad irrestricta y a diversas lecturas que pueden parecer “simples” desde la visión sesgada de los mayores, aunque en verdad se condicen con todo un universo de significados entrelazados desde el asombro, la osadía y la imaginación de quien echa mano de una lógica más solipsista que social o colectiva. La revelación de la muerte de Holland -al final del segundo acto- también nos obliga a sopesar el punto de vista narrativo dominante, la perspectiva subjetiva de Niles, y a descubrir el costado perverso detrás de hechos en apariencia azarosos o quizás algo secundarios: la muerte del padre fue sin duda responsabilidad de un Holland deseoso de su anillo, el luto/ cuasi locura de Alexandra tiene más que ver con la trágica caída del joven en el pozo y hasta la habilidad que Ada le enseñó a Niles termina corrompida por un muchacho que la aplica a los muertos, amén de dejar abierta la posibilidad de que todo responda efectivamente a un sustrato lúdico fantástico y no a una destreza sobrenatural.

 

El minucioso guión de Tryon, basado en su novela homónima de 1971, es recreado por Mulligan, un señor conocido por films como Matar a un Ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962) y la exquisita El Año que Viene a la Misma Hora (Same Time, Next Year, 1978), mediante una fotografía luminosa de Robert Surtees que va volcando el asunto desde una aparente estética ensoñada y bucólica hacia una pesadilla subrepticia representada especialmente -primero- en la sensación de culpabilidad de una Ada que no se dio cuenta de lo que ocurría hasta muy tarde y que le seguía la corriente al niño cuando hablaba de su hermano muerto como si fuese un amigo imaginario, y -segundo- en la insistencia del propio Niles con dejarse caer bajo el halo malévolo de ese “pichón de sociópata” que era Holland, día a día vampirizando más a su gemelo y tomando posesión de su cuerpo y su psiquis dentro del esquema del eco existencial trastocado, propio de otras realizaciones en la línea de Hermanas Diabólicas (Sisters, 1972), de Brian De Palma, Pacto de Amor (Dead Ringers, 1988), de David Cronenberg, y las recientes El Doble (The Double, 2013), de Richard Ayoade, El Hombre Duplicado (Enemy, 2013), de Denis Villeneuve, y Nosotros (Us, 2019), de Jordan Peele. En este sentido, la película inspiró/ anticipó grandes movidas retóricas de exponentes venideros como por ejemplo ese “gran juego” que presagia la habilidad psíquica de Danny Torrance (Danny Lloyd) de El Resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick, y la intentona del desenlace de Ada por suicidarse y matar al mismo tiempo a un Niles que en su “versión Holland” ahogó al bebé recién nacido de Torrie y Rider tratando de duplicar el secuestro de 1932 de Charles Augustus Lindbergh Jr., el hijo del aviador Charles Lindbergh, un episodio del que el purrete sale indemne de la misma forma en que el diplomático Robert Thorn (Gregory Peck) pretende cargarse a su vástago adoptivo -nada menos que el Anticristo- en el apoteótico final de La Profecía (The Omen, 1976), el clásico de horror de Richard Donner. La melancolía para con una niñez en la que se naturaliza las venganzas, los caprichos más sanguinarios y una influencia bien siniestra que resulta irresistible constituye el pivote de una propuesta maravillosa que no teme poner en entredicho la corrección política hollywoodense al desacralizar a la infancia, asignándole una importancia que supera por mucho la de una etapa transitoria de inocencia y sencillez y dándole un peso decisivo en la formación de los sujetos, hoy señalando que las buenas intenciones -léase la presencia de la matriarca y su sabiduría, Ada- no son sinónimo de crianza exitosa, ni mucho menos la autovictimización prototípica burguesa de Alexandra o la indiferencia semi campesina/ obrera de George, Winnie y demás integrantes del clan…

 

El Otro (The Other, Estados Unidos, 1972)

Dirección: Robert Mulligan. Guión: Tom Tryon. Elenco: Chris Udvarnoky, Martin Udvarnoky, Uta Hagen, Diana Muldaur, Portia Nelson, Loretta Leversee, Lou Frizzell, Jenny Sullivan, John Ritter, Clarence Crow. Producción: Robert Mulligan. Duración: 100 minutos.

Puntaje: 9