Las siete canciones que conforman la versión física de Fear Inoculum (2019) podrían ser una sola; una larga y viajera canción de más de una hora. En la versión digital hay además 2 interludios y un epílogo. Tres canciones que no necesariamente suman, pero que tampoco desentonan. Claro que lo más importante de la obra está condensado en las siete partes principales, dramáticas, de rock exagerado, postrock no como subgénero sino como deformación, como evolución. Como en Lateralus (2001) o 10.000 Days (2006), son canciones desbordadas de diferentes compases, con exceso de riffs, cuerdas que muchas veces arreglan al mismo tiempo que la batería de ese cyborg del ritmo que es Danny Carey, y con la garganta de Maynard James Keenan que pareciera haber estado congelada desde el disco anterior, todo con el aditivo de una maduración compositiva que además de demostrar la entereza y la creatividad de los autores, hace pensar en un Tool incluso más depurado del formato canción, más alejado de cualquier tipo de corset rockero, paradójicamente, utilizando aún muchos de los arreglos del hard rock, del metal, del stoner y de la psicodelia que usaron desde sus inicios.
Porque así como Fear Inoculum puede ser otro disco conceptual de rock pesado progresivo, también lo es toda la obra de la banda; un rock adjetivado por muchos como “intelectual” pero que, otra vez paradójicamente, es un rock emotivo, tribal, espiritual, que busca el viaje independientemente de la demostración de virtuosismo. La poesía crítica de Keenan está presente desde la primera canción, la que da nombre al disco y la que propone un exorcismo de los miedos, dejar atrás al inoculador del terror, “the deceiver”, que bien podría ser el representante del poder real y el guardián del statu quo o simplemente la representación de la mierda interna que todos cargamos. Las palabras de Tool se acoplan a los ritmos narcóticos, de buen viaje pero al límite de lo oscuro, se desarman entre verdades liberadoras devoradas por riffs ominosos y sinceridades perturbadoras con ritmos yogui de supuestas buenas vibras pero pasados por un prisma nihilista. Pneuma, con un trabajo de percusión prodigioso, se mueve al terreno metafísico, obsesión de Keenan y de la banda. Pneuma como espíritu, como oposición a la carne: “todos somos una chispa, convirtiéndonos en sol”, finaliza el estribillo.
El primer interludio nos deposita en el arpegio oscuro de Invincible, en un inicio en el que pareciera que la guitarra, la percusión y la melodía de la voz fueran por carriles diferentes pero que sin embargo, de manera extraña, confluyen hasta que desembocan, como los dos primeros temas, en un clima denso y potente ya totalmente ensamblado, con machaques pegadizos que por momentos se separan del resto de la banda. Maynard se muestra orgulloso y le pone el pecho a la vejez, para dar paso al segundo interludio y a Descending, otra canción que empieza bien abajo como casi todas las del disco y que va generando desde un clima de meditación una estructura tribal más densa y por momentos polirrítmica; aspectos formales similares también a los de Culling Voices. La siguiente canción es tal vez la que más desentona con el resto, incluso desde el nombre, Chocolate Chip Trip: es la única instrumental del disco físico y la que recuerda a otras canciones lúdicas y experimentales de álbumes anteriores de la banda, pero queda algo perdida en la solemnidad de Fear Inoculum. De todos modos esto no significa que sea mala, tal vez lo contrario, aporta cierta libertad y un solo de batería que no se suele escuchar en discos de rock contemporáneos. El viaje de chips de chocolate engancha con 7empest y su arpegio que bien podría musicalizar una secuencia de algún personaje brotado de cine de género que a su vez desemboca en uno de los riffs más pesados del disco. El 7 en lugar de la “t” encierra uno de los conceptos de un álbum que es mucho más que los juegos de compases, las ambigüedades de Maynard James Keenan y los climas increíbles: es, tal vez, la perfección de un estilo fosilizado, la última mueca de satisfacción de un género muerto.
Fear Inoculum, de Tool (2019)
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